Basada en hecho reales es el primer libro que leo de Delphine de Vigan. No me acuerdo de dónde salió el nombre de la autora francesa, pero sí recuerdo que era una de las preferidas del protagonista de El dolor de los demás, de Miguel Ángel Hernández, precisamente una novela que transita por las veredas de la autoficción en que personas y hechos reales se convierten en materia literaria. Lo que no tengo tan claro es que Basada en hechos reales, a pesar del título, siga este camino, aunque la intención de Delphine de Vigan es que el lector lo crea desde el minuto uno.
La autora francesa presenta una historia en la que la protagonista, Delphine, es una escritora que cuenta en primera persona un episodio de su vida relacionado con la escritura. Tras publicar una novela con gran éxito comienza una travesía por el desierto creativo que coincide con su relación con L., una misteriosa mujer que se va introduciendo lentamente en su vida. La tensión de la novela gira en torno a las intenciones de L., que cada vez más se asemeja al personaje de Misery de Stephen King tratando de someter a Delphine para que escriba la novela que ella quiere. Sin embargo, llega un momento en que comenzamos a dudar de la propia narradora y no sabemos si L. es un personaje real o un personaje imaginario creado por ella en su proceso de vuelta a la escritura. Los diálogos en torno a las tendencia literarias marcan esta relación: L. defiende la autoficción; Delphine, la ficción.
Basada en hecho reales aborda el tema del doble en la literatura, como hiciera Joyce Carol Oates en Rey de Picas. En el caso de Carol Oates está claro que el doble es producto de la imaginación del escritor. En el de De Vigan, no está tan claro. El juego que nos propone es estupendo: no sabemos si L. es real o producto de la locura de Delphine; o si es realmente L. el personaje real encargado de crear a Delphine en la ficción. La autora quiere hacernos creer que se trata de una novela de de autoficción a partir del título y de los protagonistas (ella misma, su marido y sus hijos), aunque apuesto por que se trata de un artefacto literario de ficción de una gran precisión.
Basada en hecho reales es una novela que atrapa por su vertiente de intriga, aunque lo mejor es el trasfondo en torno a la escritura, a la creación literaria, a la inspiración, a los negros literarios, a la crisis creativa, a la autoficción y sus consecuencias, a la delgada línea que separa la realidad de la ficción.
Termino de leer El último hombre blanco de Nuria Labari y me viene a la cabeza la famosa frase de Ramón Trecet que decía «buscad la belleza, es la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo». La frase bien podría resumir el libro. La protagonista narra su viaje hacia el hacia el asqueroso mundo del éxito, un mundo hecho por y para el hombre blanco. Por sus rendijas se cuela esta mujer que se va transformando en uno de ellos, alejándose cada vez más de sí misma y de su familia. La protagonista narra su historia vital en primera persona cambiando el género continuamente. Esta dualidad también se traslada a la naturaleza de la obra, con una novela que hace las veces de ensayo y viceversa. Este híbrido tiene algo de los libros inclasificables de Rosa Montero. También su prosa directa, cruda, precisa.
Nuria Labari construye un artefacto literario que puede hacer estallar más de una cabeza lectora. Recuerda a Lectura fácil de Cristina Morales. Si en este último, cuatro mujeres con discapacidad disparaban contra el sistema desde los márgenes, en El último hombre blanco, la protagonista lo hace desde su cumbre, desde el centro mismo del sistema, de un sistema que todo lo engulle como un agujero negro. Dentro del agujero las personas se deshumanizan, hombres y mujeres se convierten en frías máquinas que viven en función del coste-beneficio. La prioridad es el trabajo. Jornadas interminables en la cúspide para que la empresa facture, para que el sistema funcione. El trabajo iguala, hace tabla rasa. Pero iguala en el patrón masculino de poder. Un poder cuya máxima expresión es el sexo que se compra. Sexo y poder son las dos caras de la misma moneda. A la protagonista no le queda más remedio que adaptarse. En ese viaje la protagonista es el héroe que gana la guerra de Troya. Pero no quiere ni sabe volver, convencida de que nadie la espera. La tensión de la novela gira en torno a la búsqueda del camino de vuelta.
El último hombre blanco es un libro valiente y poderoso que deja marca. Imprescindible para ser conscientes del asqueroso mundo en el que vivimos, para detenernos a pensar y dar la vuelta. La belleza de Aute me rondaba mientras leía la novela. Por esta canción transita la protagonista, transita el mundo.
Hace poco más de un año, empujado por los vientos de El infinito en un juncode Irene Vallejo, estuve navegando por las páginas de la Odisea de Homero. Completé el periplo con Dioses y héroes de la antigua Grecia de Robert Graves, y con su original novela La hija de Homero. Regresé pensando que el mundo de Ulises, de momento, estaba más que cubierto, pero nada más lejos de la realidad. Los clásicos no terminan nunca. Esa es su grandeza. Y he aquí que me encuentro con una versión de la Odisea más que atractiva: la que escribe Margaret Atwood titulada Penélope y las doce criadas.
El auge en los últimos tiempos de la perspectiva de género está aportando una riqueza extraordinaria a la creación literaria, abriendo los clásicos a otras interpretaciones o dando protagonismo a un buen número de inolvidables personajes femeninos. Entre mis últimas lecturas hay varias que van por estos derroteros, como la saga Dos amigasde Elena Ferrante, la trilogía de Bruna Husky de Rosa Montero o Hamnet de Maggie O’Farrell. Me viene también a la mente la estupenda Cada noche, cada noche de Lola López Mondéjar, en la que se atreve a revisar bajo este prisma Lolitade Nabokov. Y ahora cae en mis manos Penélope y las doce criadas, en la que Margaret Atwood hace lo propio nada menos que con el padre de la literatura occidental y su Odisea.
Penélope y las doce criadas es una novela corta y original, rica en matices, escrita con ritmo y soltura, con un lenguaje cercano, a veces poético. Está narrada por Penélope desde el Hades, en primera persona y en pleno siglo XXI: «Ahora que todos los demás se han quedado ya sin aliento, me toca a mí contar lo ocurrido. Me lo debo a mí misma. No ha sido fácil decidirme: la narración de historias es un arte de muy baja estofa. Tan sólo les gusta a las ancianas, los vagabundos, los cantores ciegos, las sirvientas, los niños: gente a la que le sobra el tiempo» (p.15). Sus palabras van dirigidas a nosotros, habitantes del futuro, a los que nos sobra el tiempo, que tres mil años después —han leído bien, tres mil años después—, seguimos leyendo las aventuras del astuto Odiseo y la paciente Penélope. Pero claro, sólo conocemos la vieja versión de Homero focalizada fundamentalmente en Odiseo. Es ahora cuando Penélope, a través de Margaret Atwood, ofrece su versión de los hechos y relata episodios de su vida que desconocíamos.
En la historia que narra Penélope destaca el papel de su prima Helena, promiscua y adúltera, prototipo de mujer que embruja a todos los hombres con su belleza provocando conflictos como el de Troya. Por supuesto, Penélope, algo celosa de la prima —“patita” la llama Helena— se sitúa como su antagonista. No tan atractiva como ella, Penélope es inteligente y un ejemplo perfecto de resiliencia: veinte años esperando el regreso de su esposo, criando a su hijo en una tierra extraña, y acosada por un numeroso grupo de jóvenes pretendientes que la quieren como esposa para hacerse con la corona y las riquezas de Ítaca.
Además de cómo vive la propia Penélope la ausencia de su esposo —aquí aparece como un personaje secundario— ocupan un lugar fundamental las doce criadas a las que Penélope cría casi como sus propias hijas y a las que ordena que sean sus confidentes espiando a los pretendientes. Las criadas aparecen en la novela como un coro que canta en verso la terrible injusticia cometida con ellas, violadas por los pretendientes durante sus bacanales, y ajusticiadas cruelmente por Odiseo y Telémaco acusadas de deslealtad, con el silencio cómplice y atormentado de Penélope. Estos coros se intercalan con el relato a modo de las antiguas tragedias griegas. Las oímos clamar venganza en el inframundo persiguiendo a Odiseo por los siglos de los siglos, incluso las vemos sentando al héroe en el banquillo de los acusados frente a un juez de nuestros días.
Margaret Atwood apuntala la novela con la reinterpretación que hacen del mito las doce criadas: Odiseo se subleva contra la sociedad matriarcal representada por la Diosa Madre y por Penélope como suma sacerdotisa acompañada de sus doce doncellas. Tendría que haber sido Odiseo el que acabara en la horca –y sin genitales– como ofrenda a los dioses, pero en la Odisea son ellas las que acaban con la soga al cuello, simbolizando el fin de las sociedades matriarcales del Mediterráneo antiguo y el comienzo de un patriarcado que llega hasta el día de hoy. Ese es el verdadero triunfo de Odiseo.
«Por supuesto, no queremos que nadie se ponga nervioso, queridas mentes educadas. No es necesario que piensen en nosotras como muchachas de carne y hueso, que sufrieron de verdad, que de verdad fueron víctima de una injusticia: eso resultaría demasiado turbador. Olviden los detalles sórdidos. Considérennos puro símbolo. No somos más reales que el dinero» (p.142).
Sigo disfrutando del universo cervantista, esta vez con la lectura de Ladrones de tinta de Alfonso Mateo-Sagasta. Si Juan Eslava Galán nos sitúa en Sevilla en 1597 en El comedido hidalgo, y en Valladolid en 1604 en Misterioso asesinato en casa de Cervantes, Alfonso Mateo-Sagasta lo hace en el Madrid del año 1615. Estas tres novelas reconstruyen los últimos años de vida de Miguel de Cervantes, precisamente los más creativos y los que a la postre lo harían eterno. No está de más recordar que Cervantes tenía 58 años cuando se publicó la primera parte del Quijote, en 1605, y 68 años cuando la segunda, en 1615, justo un año antes de su fallecimiento. Entre una publicación y otra ocurrió un hecho clave que influiría decisivamente en la aparición y desarrollo de la segunda parte, y es que en 1614 salió publicado un Quijote apócrifo firmado por Alonso Fernández de Avellaneda.
Tanta era la fama de las aventuras de don Quijote y Sancho que el tal Avellaneda se adelantó al propio Cervantes para continuarlas, cosa bastante frecuente en la época con los títulos éxito. Más extraño era que el autor aprovechara para insultar y difamar al propio Cervantes. Y más extraño todavía: nadie conocía a Avellaneda. Pronto se descubrió que era un pseudónimo de alguien que no quería bien al autor del Quijote. Pero ¿quién se escondía detrás? Por aquel año de 1615, Madrid era el centro del mundo de las letras: si uno se daba un paseo por sus malolientes y cortesanas calles podía cruzarse con Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Francisco de Quevedo o Luís de Góngora, lanzándose lindezas unos a otros; con Gabriel Téllez—que firmará sus obras como Tirso de Molina—, Luis Vélez de Guevara o Juan Ruiz de Alarcón, y con otros muchos no tan conocidos como Alonso de Contreras (el capitán Contreras) o con las sombra del escurridizo Jerónimo Pasamonte. El personaje del capitán Alatriste de Arturo Pérez-Reverte, que también vivió por estas fechas, está basado en estos dos últimos personajes.
Sin duda, el Madrid de estos años es uno de mis destinos favoritos. De vez en cuando me gusta acercarme, y de paso aprovecho para ver cómo van las obras de la maravillosa Plaza Mayor. Ya toca. Me fastidia no tener el DeLorean a punto –el maldito condensador de flujo no hay quien lo arregle—, así que no me queda otra que utilizar el cronovisor de las páginas del libro de Alfonso-Mateo Sagasta, Ladrones de tinta.
La novela nos traslada a los tiempos de Felipe III, a aquella España contradictoria que todavía no es consciente de su decadencia, pintada con los claroscuros de un cuadro de Velázquez: la riqueza que llega de Las Indias frente a la miseria que campa en sus pueblos y ciudades, el esplendor de la cultura frente a la Inquisición con la hoguera preparada, la diversidad étnica frente a la limpieza de sangre, el derroche y la corrupción de la corte frente a la picaresca para sobrevivir. Isidoro Montemayor es el detective protagonista de la novela. Con él nos movemos por las calles de Madrid, visitamos tugurios y palacios para cumplir con su misión: descubrir quién se esconde detrás del nombre de Alonso Fernández de Avellaneda. En este periplo, Montemayor, siempre con su Garcilaso bajo el brazo, se entrevista con muchos de estos escritores. Todos son sospechosos de estar detrás del Quijote apócrifo. Quien más y quien menos tiene algún motivo para lanzarle un dardo envenenado a Cervantes (es de sobra conocido lo bien que se llevaba con Lope).
Las conversaciones no tienen desperdicio y es evidente que están muy bien documentadas . Alfonso Mateo-Sagasta, como buen historiador, es minucioso y no deja cabo suelto. Isidoro de Montemayor se permite el lujo de repartir consejos e ideas a estos grandes, como a Gabriel Téllez, que le recomienda que firme como Tirso de Molina, o a Lope, que le regala la idea de la historia de Fuente Ovejuna para limpiar el nombre del duque de Osuna. Y es que el trasfondo político es importante: se vislumbra el final del valimiento de Lerma y hay una lucha de poder entre la casa de Osuna y la de Lemos, y los escritores no son ajenos a estas luchas. Necesitan a estos grandes como mecenas y en sus prólogos los halagan a unos o a otros. Cervantes está con el conde de Lemos (le dedicará su Persiles), Lope y Quevedo con el duque de Osuna.
Isidoro Montemayor es un personaje fascinante, un medio hidalgo que luchó en Flandes y se gana la vida al servicio de Robles, un negociante con pocos escrúpulos que tiene diversos negocios, como un garito de juego o una imprenta. Es quien encarga la investigación a un Isidoro Montemayor que sabe moverse como pez en el agua por los ambientes literarios, pues es una especie de cronista encargado de publicar una gaceta con noticias de la corte. Precisamente su primera novela se titulará Ladrones de tinta y narrará sus aventuras en primera persona. Muchos años después, Alfonso Mateo-Sagasta encuentra por azar este manuscrito en el archivo de la casa de Cameros, y por supuesto lo transcribe, como hiciera el propio Miguel de Cervantes con el manuscrito de Cide Hamete Benengeli que encontró en la calle Alcaná de Toledo.
Ladrones de tinta es una novela bien escrita, de las que uno puede darse un atracón sin necesidad de bicarbonato. Su autor es historiador pero conoce el oficio literario y tiene talento para construir una novela dinámica, con intriga, aventuras y amores, todo acompañado de una ambientación portentosa. El viaje en este cronovisor ha sido estupendo. Cuando regreso descubro con alegría que las aventuras de Isidoro de Montemayor no acaban ahí, sino que Alfonso Mateo-Sagasta continúa narrando sus peripecias en El gabinete de las maravillas y en El reino de los hombres sin amor. Qué duda cabe que volveré a visitarlo.
En un lugar de este olvidado rincón queda dicho que el primer lugar de mi podio literario lo ocupa Miguel de Cervantes. Ni que decir tiene que su infinito Don Quijote de la Mancha fue un arcabuzazo que me dejó maltrecha la mitad diestra del cerebro. Con la que quedó más o menos intacta fui descubriendo que la vida de Cervantes era tan novelesca como la de sus personajes de ficción. Y cuanto más leo sobre él, más parecido le encuentro con su caballero andante, y más me conmueve por su quijotesca manera de afrontar los reveses de la vida, que no fueron pocos.
Es por eso que últimamente disparo a todo cervantista que se pone a tiro, sobre todo a los que novelan su biografía. Sin duda, pieza de caza mayor es Juan Eslava Galán. El autor jienense se ha atrevido a novelar las dos ocasiones en que Cervantes estuvo preso injustamente, primero en Sevilla en 1597, después en Valladolid en 1605. En aquella España Imperial primero te metían en la cárcel y luego preguntaban. En El comedido hidalgo (1996) aborda la desventura sevillana; en Misterioso asesinato en casa de Cervantes (2015), la vallisoletana. Y como suele ser habitual en mis desnortadas lecturas, primero leí el segundo, y ahora leo el primero.
«Un mediodía de los calurosos del estío, un solitario viajero hacía el camino de Carmona a Sevilla en un triste mulo de alquiler. Don Alonso de Quesada, que así se llamaba el caballero era de buen talle, enjuto de carnes y no mal parecido. Tenía la barba entrecana y bien recortada; el pelo, gris y escaso; la frente, amplia, la nariz, aguileña; la boca, delgada; las orejas, finas; señales todas de agudeza. La mirada la tenía viva, que es marca de inteligencia, y algo vidriosa, que es indicio seguro de natural melancólico».
Así comienza esta novela que sitúa a don Alonso de Quesada, alter ego de Cervantes, en Sevilla en los años noventa del siglo XVI. Continúa con su cargo de Comisario de Abastos por tierras andaluzas. Por aquellas fechas frisa en los cincuenta y llega a Sevilla para resolver unos asuntos burocráticos. Allí se reencuentra con su viejo amigo Chiquiznaque, compañero de armas de Lepanto, y con doña Dulce, un antiguo amor cuyos rescoldos siguen intactos bajo la ceniza del tiempo. Estos asuntos llevarán al pobre don Alonso a la cárcel sevillana durante varios meses. Paralelamente nos encontramos con la historia de amor de Chiquiznaque con doña Salud, la esposa de Gaspar de Vallejo que es precisamente el magistrado que manda a prisión a nuestro protagonista, o la del propio Alonso con doña Dulce que despierta la animadversión de un rechazado pretendiente, el conde de Cabra. Acorralado por estos dos poderosos personajes, don Alonso echa mano de las pocas amistades que tiene cerca, sobre todo de Chiquiznaque que lo lleva a conocer los bajos fondos de Sevilla controlados por el capo Monipodio, capaz de torcer el brazo del mismísimo Inquisidor General. Por supuesto, la trama es pura es ficción, aunque Cervantes se lo agradecerá años más tarde inmortalizándolo en una de sus Novelas ejemplares. Acompañan a don Alonso una serie de secundarios maravillosos como Aldoncilla, la criada de la pensión que se enamora perdidamente de nuestro apuesto manco, o don Florindo y el mulato Varejón que protagonizan junto al inquisidor Osorio la situaciones más hilarantes de la novela.
El comedido hidalgo es una novela divertida, plagada de personajes y lugares cervantinos –la recreación de la populosa Sevilla es fantástica—y narrada a ritmo de aventuras en la hay enredos y equívocos amorosos al más puro estilo del Siglo de Oro. Juan Eslava Galán, que no da puntada sin hilo, utiliza un lenguaje y unas expresiones propias de la época, tanto que a ratos —palabras mayores— parecía que estaba leyendo al mismísimo Cervantes.
«En 1605 publicó una novela de cuyo título no quiero acordarme, que en poco tiempo cobró tal fama que hasta le hacían ediciones pirata. No sacó de pobre a don Alonso, que tal era su sino a lo que parece, pero le dio algunas satisfacciones en la vejez con las que alivió sus cotidianas pesadumbres. Las últimas palabras que escribió, en vísperas de su muerte fueron: “¡Adiós, gracias; adiós donaires; adiós regocijados amigos: que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!”. VALE»
Continúo anclado a merced del oleaje en el puerto de Rosa Montero. Maravillado por los tesoros que esconden las profundas aguas de estos mares, seguramente seguiré aquí, buceando por tiempo indefinido, como un Robinson en su paraíso. Termino de leer La loca de la casa, publicada en 2003, el sexto de Montero en lo que va de año, y me pregunto cómo es posible no haber llegado antes a esta maravilla. Es un libro de los que me atrapan porque va de libros, de autores, del oficio de escribir. Es un libro madre, vilamatiano y bolañesco, de los que se aprende, de los va con lápiz incorporado, de los que gustan a los aficionados a la literatura, a los que buscan en la trastienda de los libros, a los que sueñan con escribir el libro que acaban de leer, a los que transitan el camino, a los que logran completar la inmensidad del océano blanco.
Literatura, imaginación, locura y pasión. Estos son los temas fundamentales que aborda Rosa Montero en los diecinueve capítulos que componen La loca de la casa, expresión que utilizó la gran Santa Teresa para referirse a la imaginación, cualidad imprescindible de cualquier creador que se precie.
Rosa Montero dialoga en estas páginas con los grandes de la literatura de todos los tiempos —Twain, Tolstoi, Conrad, Melville o Cervantes entre una interminable lista— para mostrarnos los entresijos del proceso creativo. La autora madrileña nos habla a través de ellos, pero también desde su experiencia, de la memoria y de los recuerdos inventados, del daimon—momento de gracia e inspiración— de Kipling, de la atracción por el poder de escritores como Goethe, de los fantasmas de los escritores, como sus recurrentes enanos, del éxito y el fracaso de una obra, con Capote y Walser como ejemplos a los que el éxito y el fracaso se los llevaron por delante, de los hermanos escritores, de la vanidad y de los críticos, escritores frustrados que intentan vengarse de quienes sí han conseguido escribir, de la escritura como testimonio con los ejemplos de Josefo o Klemperer, del ansia de posteridad de los escritores. También aborda el tema de las mujeres y la literatura, de los escarceos amorosos entre la escritura y la locura, de la estrecha relación entre lectura y escritura, del papel de las esposas de algunos escritores, de los autores zorros y erizos, de los libros mamíferos e insectos, de las diferencias entre autor y narrador, con la bellísima historia que Cristina Fernández Cubas le contó a un amigo que a su vez le contó a Rosa Montero y con la que cierra el libro. Este diálogo interesantísimo está jalonado por diversos relatos en los que no sabemos dónde acaba la ficción y dónde empieza la realidad, como las tres versiones de su romance con el actor famoso M., o la desaparición de su hermana Martina durante tres días. Son historias en las que la loca de la casa brilla con luz propia. Porque sin ella no hay novela, no hay hermana Martina y no hay ningún famoso actor llamado M.
Rosa Montero nos viene a decir que le escritura creativa es el punto intermedio entre la imaginación y la locura, que novelar es una forma de no volverse loco. Y yo creo que la lectura también tiene algo de eso. Recuerdo a uno de los personajes secundarios de Blanco nocturno de Piglia que estaba loca cuando no leía y no loca cuando leía. Seguramente uno lee y escribe para no volverse loco. Puede que Cervantes creara al personaje más loco y divertido de la historia de la literatura para evitar perder el juicio tras una vida de frustraciones y desengaños, «cuántos caminos anduvo Cervantes, —escribe Trapiello— cuánta polvorienta trocha, cuánto sudor de agosto y cuántos hielos de febrero, cuánta arruinada venta, soledad y campo». Y se sacó de la manga a don Quijote que estaba cuerdo mientras leía los libros de caballerías hasta que dejó de hacerlo y comenzó a confundir a molinos con gigantes —no loco cuando lee, loco cuando no lee—. Y si damos otra vuelta de tuerca y dejamos pasear a la loca de la casa como hizo en su día Paul Austeren su Ciudad de cristal, podemos pensar que fue el propio don Quijote quien haciéndose pasar por Cide Hamete Benengeli nos engañó a todos, como hace Rosa Montero con M. o con su hermana Martina.
La loca de la casa es un libro entusiasta, divertido, inteligente, eléctrico y valiente —como toda la prosa de Rosa Montero—, un libro de cabecera para leer, releer, subrayar y recordar. Es la sexta maravilla que descubro de Rosa Montero. Voy a por la séptima, titulada precisamente El peligro de estar cuerda. ¿Se puede pedir más?
Cae en mis manos una novela de Rosa Montero y la leo en un santiamén. Se titula La carne y la publicó en 2016.
«La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir: Y el momento justo de la acción es tan confuso, tan resbaladizo y tan efímero que lo desperdicias mirando con aturdimiento alrededor»
Con estos mimbres comienza esta novela. Narrada en tercera persona, nos presenta la historia una mujer acomodada que ronda los sesenta, soltera, sin hijos, con una vida social y laboral interesante, que se enamora de un hombre mucho más joven que ella, un gigoló ruso al que recurre de vez en cuando para cubrir sus necesidades afectivas. Se llama Soledad Alegre. El nombre es un reflejo de su personalidad y de su vida. Lo mismo ocurre con el de su hermana gemela, Dolores Alegre, internada en un centro psiquiátrico. Soledad lucha porque su apellido se imponga en su vida, al contrario que su hermana ya rendida a su nombre.
La tensión de la novela gira en torno a las sospechosas intenciones de Adam, el ruso veinteañero al que Soledad sucumbe, como le pasara a Aschembach con el joven Tadzio en La muerte en Venecia. «Aschembach ha sacrificado por Tadzio todo su prestigio, su carrera, su reputación. Incluso el respeto que se tenía a sí mismo, sólo por poder atisbar su belleza, sólo porque lo ama», le cuenta Soledad a Adam hablándole de lo que le está ocurriendo a ella.
La historia principal tiene gancho e intriga, pero casi me parecen más interesantes los caminos secundarios que recorre la novela en forma de breves retazos biográficos de personajes reales como Philip K. Dick, Mark Twain o María Lejárraga, o inventados como Josefina Aznárez, en un ejercicio propio del mejor Bolaño. Estas breves pinceladas están relacionadas con la vida de la protagonista y con la exposición—La galería de los malditos— que organiza en la Biblioteca Nacional. Estas digresiones del narrador restan ritmo a la novela, pero al mismo tiempo le aportan frondosidad a la historia principal. A mí me gustan estos ejercicios metaliterarios (incluso aparece la propia Rosa Montero entrevistando a Soledad Alegre con motivo de la exposición), aunque imagino que otros lectores lo verán como hojarasca que hay que barrer rápidamente para llegar al desenlace.
La carne es una novela breve en la que Rosa Montero demuestra su inteligencia y su talento en cada frase y en cada párrafo. Es una novela que aborda temas universales como el paso del tiempo, el amor, la enfermedad, la vejez, la soledad. Puede que no sea su novela más redonda pero se lee muy bien.
«Había llegado a esa edad en la que su biografía era irreversible. Ya no podría hacer otra cosa con su vida. Ah, si hubiera sabido que iba a ser vieja y que se iba a morir, habría vivido de otra manera. Pero antes lo ignoraba. Es decir, nunca lo supo de esta modo verdadero e irremediable. Y ahora ya era tarde» (p. 187)
Todo el mundo sabe el motivo por el que hoy se celebra el Día del Libro, pero no me resisto a repetirlo, a saber: que el 23 de abril de 1616 unió a dos grandes de la literatura, Shakespeare y Cervantes, Cervantes y Shakespeare, tanto monta. Así lo quiso el azar, haciendo alguna trampilla sin importancia. Me explico. Cervantes murió el 22 de abril y fue enterrado el 23. Shakespeare falleció en esa misma fecha, pero no en el mismo día, sino 11 días después, que era el desfase entre el antiguo calendario juliano de la Inglaterra anglicana y el nuevo gregoriano de la católica España. De ambos se han escrito ríos de tinta, ríos por los que a veces navego sin dejar de maravillarme de sus tesoros. Hace poco leí Hamnet, de Maggie O’Farrell, novela que gira en torno a las mujeres de la vida de Shakespeare. Hoy termino Misterioso asesinato en casa de Cervantes, de Juan Eslava Galán, una joya que tiene como protagonistas a las mujeres del autor del Quijote; y es que Cervantes vivió rodeado de mujeres en los años en los que vivió en Valladolid: su esposa Catalina de Salazar, su hija natural Isabel de Saavedra, sus hermanas Andrea y Magdalena, su sobrina Constanza de Ovando, su vieja amiga doña Juana de Gaitán y una prima de esta, doña Luisa de Montoya.
La novela de Juan Eslava Galán se basa en el trabajo de mi paisano, el tobarreño Cristóbal Pérez Pastor, quien transcribió y publicó el proceso que llevó a la cárcel de Valladolid a Cervantes y a su familia a mediados de 1605, tras el asesinato en la puerta de su casa del caballero Gaspar de Ezpeleta. Estuvieron un día y medio en la cárcel por orden del alcalde Cristóbal de Villarroel, más que suficiente para hacerles pasar un mal trago. Señala Andrés Trapiello que aquel proceso no perseguía sino encubrir al verdadero asesino que quedó impune. Eslava Galán reconstruye con maestría aquel acontecimiento para mostrarnos un fragmento de la vida de Cervantes y de la España de principios del siglo XVII. Reinaba Felipe III aunque el mando estaba en manos de su valido, el todopoderoso Duque de Lerma, quien fue capaz de mover los hilos para trasladar la capital a Valladolid para su enriquecimiento personal, lo que provocó que muchos de los que vivían en la corte madrileña, como Cervantes y su familia, se trasladasen también a la ciudad del Pisuerga. Aquí dio las últimas pinceladas a la primera parte de Don Quijote que sería publicada con enorme éxito a principios de 1605.
La novela del escritor jienense está protagonizada por Dorotea de Osuna, una maravillosa detective encargada de resolver el caso del asesinato de Ezpeleta para limpiar el buen nombre de don Miguel de Cervantes y de su familia. Dorotea se mueve en los ambientes de la corte para la investigación, tanto en las alturas como en los bajos fondos, por lo que a veces necesita disfrazarse de Teodoro de Anuso —nótese el juego entre sendos nombres—. Dorotea es una mujer inteligentísima y valiente. La podemos ver hablado de literatura con Cervantes, de alta política con Duque de Lerma, de la vida misma con Constanza o la Duquesa se Arjona, o defendiéndose con la espada del ataque de un matarife a sueldo que trata de liquidarla cuando las pesquisas van dando resultados.
Misterioso asesinato en la casa de Cervantes es una novela de intriga y de aventuras, inteligente y divertida, que defiende el papel de las mujeres en la sociedad patriarcal de la España del Siglo de Oro. Las mujeres de la familia Cervantes —motejadas como las "Cervantas" despectivamente en el proceso—se salían de la norma por lo que estaban en boca de la maledicencia de las que vigilaban tras los visillos. La acusación de indecencia de una de estas beatas fue lo que las llevó injustamente a la cárcel. Dorotea, prototipo de mujer libre e independiente, intenta incansablemente que se haga justicia en todos los frentes. «La mujer si no crece en ingenio es como el árbol esmirriado porque no se riega, y tengo para mí que si educáramos a las hijas con la misma liberalidad y afán con que procuramos educar a los hijos, mejor irían los gobiernos de las familias y de las naciones. Por eso en nuestra familia ha sido costumbre que las mujeres aprendan a leer y a escribir, para que sepan ser libres y valerse.—Eso tengo por muy sabio, don Miguel —contestó doña Dorotea—. Lo mismo hicieron mis padres conmigo y por eso no soy menos que mis hermanos, sino que cada uno de nosotros tiene las potencias que le dio la naturaleza sin que medie ni estorbe en ello ser hombre ni mujer» (p.101)
Juan Eslava Galán, genial y prolífico autor de Rey Lobo, La lápida templaria o El comedido hidalgo, reivindica en esta novela la importancia de los libros y de la lectura, y lo hace nada menos que por boca de Miguel de Cervantes. «Los libros no eran muchos y casi todos estaban fatigados de haber acompañado al escritor buena parte de su vida como su única hacienda y posesión.—Este es el verdadero tesoro que tengo al final de mis días y lo aprecio más que otro—dijo don Miguel—. Siempre he pensado que quien no lee tampoco alcanza conocimientos, y quien no alcanza conocimientos pasa por la vida como asno con anteojeras, solo siguiendo el camino que le marca el amo. Por el contrario, el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho. Conocer nunca estorba y siempre ayuda» (P.99)
¡Feliz Día del Libro!
Fotografía de la Casa de Cervantes en 1876 del francés J. Laurent
Todas las imágenes pertenecen al libro Cervantes en Valladolid.
Una de las expresiones que menos me gustan es “fruncir el ceño”. No sé por qué, pero es una expresión que me produce cierto rechazo. Cuando en una novela sus personajes fruncen continuamente el ceño me llega un inexplicable malestar, un signo de que la novela no va por buen camino. Tengo la sensación de que esta expresión se utiliza más en las novelas anglosajonas porque no me imagino —tal vez me equivoque— a ninguno de los personajes de Cien años de soledad “frunciendo el ceño”. A lo que vamos. En Hamnet de Maggie O’Farrell se frunce demasiado el ceño. Más de diez veces, las suficientes para que la mandara al banquillo. Sin embargo, la novela es tan buena que no me ha quedado otra que tragarme de vez en cuando la dichosa expresión, abducido por una historia tan original y tan bien narrada.
La originalidad estriba en que la novela gira en torno a la figura de William Shakespeare sin que su nombre aparezca en todo el relato. Su figura se muestra como el preceptor de latín, el hijo, el marido o el padre. En realidad la novela se centra en la vida de su esposa, Anne Hathaway, Agnes en la novela. La autora, con gran maestría, ofrece diferentes puntos de vista con un narrador omnisciente que se acerca y se aleja del relato con suma delicadeza y que demuestra una gran empatía con todos los personajes que aparecen, sobre todo las mujeres, quienes tienen un papel fundamental en la novela.
Agnes, la gran protagonista, es una mujer fuerte que se sale de la norma. Es una mujer libre, con carácter, que sabe interpretar la realidad e intuir los acontecimientos, con conocimientos de botánica y de medicina. En esta época, finales del siglo XVI, a una mujer de estas características se la teme como a una bruja, pero también se la respeta y se acude en su ayuda en momentos de necesidad. Ella conoce al preceptor de latín, varios años menor que él, se enamoran y, contra el parecer de sus familias, logran casarse. Viven en Stratford, en la casa de los padres de él, y tienen tres hijos: Susana, Judith y Hamnet. Agnes, que intuye la angustia creativa de su marido, lo empuja a que se marche a Londres. El argumento de la novela gira en torno al fallecimiento del pequeño Hamnet y a cómo esta pérdida inspirará al padre para escribir una de sus obras más conocidas. Escribe F. E Halliday en su clásica biografía sobre Shakespeare que «la muerte de Hamnet había afectado profundamente a Shakespeare, tanto al hombre como al artista». Sin embargo, él se marchó rápidamente a Londres a seguir con su trabajo y ella es la que se quedó en casa, sola con su insoportable dolor. Cuatro año después Agnes ve, incrédula, el nombre de su hijo en una de las obras de su marido.
Hamnet es una novela con analepsis constantes, es decir, con continuos saltos cronológicos que la hacen más dinámica, más cinematográfica. Imagino que no tardaremos en verla en la gran pantalla porque la figura de Shakespeare, el innominado, sigue siendo enorme cuatrocientos años después. Maggie O’Farrell nos está diciendo que no conoceríamos el nombre de Shakespeare de no haber sido por Agnes, reconociendo de esta manera el papel de las mujeres en la historia, situado tradicionalmente como objeto del deseo que empuja las acciones de los hombres y nunca como sujeto protagonista de su vida.
No hace falta haber leído Hamlet, ni saber sobre la vida de Shakespeare para leer esta novela. Seguiría siendo buena si no supiéramos quien está detrás de Agnes, pero, sin duda, gana enteros cuando sabemos que detrás está nada menos que William Shakespeare. No era fácil el reto para Maggie O’Farrell y lo supera con creces con esta novela que llena los huecos de esta figura universal, que nos lleva hasta su intrahistoria, hasta los márgenes de su vida, de las vidas que la hicieron posible y que, sin duda, hicieron posible que fuera quien fue.
La ridícula idea de no volver a verte, publicado en 2013,es un libro difícil de clasificar. Podríamos decir que es una biografía en la que la biógrafa se sirve de la biografiada para mostrarnos una parte fundamental de su vida. El libro nos muestra a Marie Curie a partir del diario que escribió a la muerte de su marido Pierre Curie, pero también muestra a una Rosa Montero que hacía poco que había perdido al suyo, el periodista Pablo Lizcano. Es, por tanto, un libro sobre la pérdida, el duelo y la memoria. Y sin embargo, es un libro vitalista que nos habla de la lucha de las mujeres para abrirse paso en un mundo de hombres, del amor y de las relaciones de pareja, pero también de la literatura, de la escritura y del arte. Es un maravilloso ensayo que se lee como una novela.
La mayor parte de la obra se centra en la vida de Marie Curie, sin duda uno de los científicos más extraordinarios de la historia. Fue pionera en todo. La sociedad decimonónica que la vio nacer no se lo puso fácil, pero esta mujer extraordinaria rompió los rígidos marcos establecidos a base de fuerza, voluntad y tesón. «En los tiempos de Marie Curie, pretender brillar por ti misma era algo anormal, presuntuoso y hasta ridículo. Y así, sin modelos en los que mirarse y contra la corriente general es muy difícil salir adelante, aunque tengas una vocación, aunque estés convencida de tu valía. Porque todo el entorno te está repitiendo una y otra vez que eres una intrusa, que no vales lo suficiente, que no tienes derecho a estar ahí, junto a los varones. Que eres una #Mutante, fracasada como mujer y un engendro como hombre» (p.52).
Consciente de su talento, Marie trabajó para salir de Polonia (por entonces parte del Imperio Ruso) y poder estudiar en París. Se casó con otro científico brillante, Pierre, con quien tuvo dos hijas, Irène y Ève. Vivió la terrible pérdida de su marido, aplastado por un carro de caballos. Se volvió a enamorar de un científico pazguato que estaba casado, y la sociedad francesa le mostró su parte más mezquina. Salvó vidas durante la primera guerra mundial poniendo en práctica sus investigaciones sobre rayos X. Fue la primera mujer que recibió el premio Nobel, y lo recibió dos veces, el de Física en 1903 y el de Química en 1911. Fue la primera mujer catedrática de la Sorbona, y durante muchos años, la única. Y después, cuando ya no podía celebrarlo, fue la primera mujer aceptada en al Panteón, el portentoso mausoleo reservado a los “grandes hombres de Francia”, aunque no era hombre y había nacido y crecido en Polonia. Descubrió el radio y el polonio, y descubrió la radiactividad (la palabra es suya). La radiactividad finalmente la mató en 1934 a la edad de 67 años. Sus notas, manuscritos y todo el material conservado siguen siendo radiactivos y se conservan en recipientes de plomo. Su hija Irene seguiría los pasos de sus padres y recibió el Premio Nobel de Química un año después de la muerte de su madre. También la radiactividad se la llevaría por delante en 1956. Sin embargo, Ève (cuyo marido sería Premio Nobel de la Paz), alejada de la radiactividad, viviría 102 años.
A través de la figura de Marie Curie, Rosa Montero nos habla del lugar de las mujeres en la sociedad de finales del XIX y principios del XX, o mejor dicho, «de la falta de #LugarDeLasMujeres». Las obreras trabajaban el doble y cobraban la mitad que sus maridos. Las de clase media lo tenían complicado y podían ser institutrices o damas de compañía, o «escoger algunas de las tres ocupaciones tradicionales: monja, puta o viuda, los únicos que las mujeres han podido ocupar para regir sus vidas por ellas mismas […] Fuera de esos lugares, las mujeres, si querían moverse libremente por el mundo, tenían que disfrazarse de hombres» (p.55).
Rosa Montero nos habla también de la memoria y de la necesidad de poner orden en ella a través de la escritura, del poder de la literatura, del poder de los libros, de la ambición, de la libertad, de la búsqueda de la felicidad.«Para vivir tenemos que narrarnos; somos un producto de nuestra imaginación. Nuestra memoria en realidad es un invento, un cuento que vamos reescribiendo cada día (lo que recuerdo hoy de mi infancia no es lo que recordaba hace veinticinco años); lo que nuestra identidad también es ficcional, puesto que se basa en la memoria […] Por eso, cuando alguien fallece, como bien dice la doctora Heath, hay que escribir el final […] Contarnos lo que fuimos el uno para el otro. Decirnos todas las palabras bellas necesarias, construir puentes sobre las fisuras, desbrozar el paisaje de la maleza. Y hay que tallar ese relato redondo en la piedra sepulcral de nuestra memoria. Marie no pudo hacerlo, claro está, y por eso escribió ese diario. Yo tampoco pude, y por eso escribo este libro » (p.117). «El arte en general, y la literatura en particular, son armas poderosas contra el Mal y del Dolor. Las novelas no los vencen (son invencibles), pero nos consuelan del espanto. En primer lugar porque nos unen al resto de los humanos: la literatura nos hace formar parte del todo y, en el todo, el dolor individual parece que duele un poco menos […] Los humanos nos defendemos del dolor sin sentido adornándolo con la sensatez de la belleza. Aplastamos carbones con las manos desnudas y a veces conseguimos que parezcan brillantes» (p.119). «Sólo siendo absolutamente libre se puede bailar bien, se puede hacer bien el amor, se puede escribir bien» (p.143).
Rosa Montero deja unas páginas hermosas y conmovedoras recordando a su marido. «Pablo, qué pena que olvidé que podías morirte, que podía perderte. Si hubiera sido consciente te habría querido no más. Pero mejor. Te habría dicho muchas más veces que te amaba. Habría discutido menos por tonterías. Me habría reído más. Y hasta me habría esforzado por aprenderme el nombre de todos los árboles y por reconocer todas las hojitas. Ya está. Ya lo he hecho. Ya lo he dicho. Y en efecto, consuela» (p.174).
La ridícula idea de no volver a verte de Rosa Montero es un libro extraordinario que todo el mundo debería leer, un libro luminoso y optimista que trasmite ganas de vivir, un libro que hace que te sientas más vivo que nunca.
Dos #Coincidencias. Mientras leía este libro, Rosa Montero publicaba su última obra titulada El peligro de estar cuerda (próximo objetivo). Mientras leía este libro, Rosa Montero se acercaba a los micrófonos del programa Un libro una hora de la Cadena Ser, para narrarnos La ridícula idea de no volver a verte. Maravillosa.
«No tenemos necesidad de otros mundos. Un solo mundo, nuestro mundo nos basta, pero no nos gusta cómo es. Buscamos una imagen ideal de nuestro propio mundo, partimos en busca de un planeta, de una civilización superior a la nuestra, pero desarrollada con un prototipo: nuestro pasado primitivo […] ¡Se ha establecido el contacto! El microscopio ya puede mostrarnos nuestra horrible fealdad, nuestra locura, nuestra vergüenza» (p.88)
Solaris llevaba muchísimos años esperando en mi biblioteca. Me hice con él en una época en que me dio por la literatura del tipo Un mundo feliz y 1984. El siguiente en la lista era Solaris. Sin embargo, el libro de Stanislav Lem quedó aparcado, aunque no olvidado, hasta mejor momento. Y el momento llegó cuando Rosa Montero me abrió una ventana hacia el futuro con Lágrimas en la lluvia.
Solaris es un planeta que gira en torno a dos soles, uno rojo y otro azul. Está cubierto de un inmenso océano gelatinoso –recuerda a un enorme cerebro– que parece tener algún tipo de inteligencia. Las descripciones que hace el autor de Solaris son pura poesía. Juega con sus asombrosas formas maleables. Los científicos, fascinados, llevan décadas estudiándolo sin encontrar resultados. «Se obstinó en afirmar que el océano vivo no desdeñaba en modo alguno a los hombres, pero que no había notado que estaba allí, como un elefante no ve ni siente las hormigas que pasean por su lomo» (p.195)
El psicólogo Kris Kelvin, narrador de la historia en primera persona, llega a la estación espacial de Solaris para averiguar qué está pasando. Kris se encuentra a dos científicos al borde de la locura, Snaut y Sartorius, cuyo rostro enjuto recuerda a Don Quijote al narrador (la mención suma enteros). Sufren apariciones de personas de su pasado unidas a un fuerte sentimiento de culpa. Un tercero, Gibarian no lo ha soportado y se ha quitado de en medio. Esos monstruos no son otros que los que llevan dentro los protagonistas, los que todos llevamos dentro. Kelvin estudia la literatura científica y pseudocientífica sobre Solaris (hay una gran biblioteca en la estación), intentando averiguar la naturaleza de esas visiones fantasmales. También Kelvin tiene una aparición de su pasado, su mujer Harey, quien se suicidó tras su separación. La historia de amor entre ellos es extraordinaria –Romeo y Julieta también tiene su referencia–, tanto que en las dos adaptaciones cinematográficas—la de Tarkovsky del 72, y en la de Sorderbergh en 2002—este tema lo ocupa prácticamente todo. Sin embargo, en la novela es uno más de los muchos que cristalizan en la estación espacial de Solaris.
El viaje a Solaris es al tiempo un viaje al interior de uno mismo. «Tal vez valga la pena quedarse. Sin duda no aprenderemos de él, pero sí a cerca de nosotros» (p.93) le dice Snaut a Kris Kelvin. Solaris es una inquietante novela de suspense, una fábula filosófica sobre la incapacidad del conocimiento científico y sobre la límites de la compresión humana. Solaris es una obra maestra de la ciencia ficción. Es una novela llena de intriga e ingenio, por momentos una obra de terror que suscita un escalofrío. Es también una historia de amor desgarrador.
Intuía que la lectura de Solaris no iba a ser una lectura más, y efectivamente, así ha sido. Su lectura produce una agradable sensación de incomodidad, una inquietud fascinadora que atrapa de tal manera que uno ya no quiere regresar a la Tierra.
Stanislav Lem ha sido un grandísimo descubrimiento. Para seguir su estela.
Leí Stoner (1965) hace dos años y El hijo de César (1973) el año pasado. Desde entonces he ido a la caza y captura de Butcher´s Crossing (1960), la segunda novela de John Williams, publicada por Lumen en 2014 y de la que es misión imposible hacerse con un ejemplar, salvo que te rasques bien el bolsillo para comprarla en el mercado de segunda mano. Tras un año y medio de paciente espera, pude hacerme con ella al módico precio de treinta y cinco florines de oro más gastos de envío, una cifra razonable si tenemos en cuenta que en estos momentos el ejemplar más económico dobla este precio. Imagino que la tirada de Lumen, incomprensiblemente, fue más bien escasa.
Tras leer Butcher´s Crossing puedo decir que tanto la espera como el desembolso han merecido la pena. John Williams se consolida en el Olimpo de mis escritores favoritos. Todavía me queda por leer Solo la noche, su primera novela, publicada en 1948 y de la que el propio autor renegaría años después. Esta novela no está publicada en España, pero sí en español por una editorial argentina. No está en nuestras librerías, pero se puede conseguir en el país de la plata. Veremos si se convierte en mi próximo objetivo a pesar de las advertencias del propio autor.
La historia de Butcher´s Crossing se sitúa en 1870 y gira en torno a William Andrews (nótese que tiene el mismo nombre de pila que Stoner), un joven estudiante de Harvard que abandona su acomodada vida en la ciudad para seguir la estela de Thoreau y buscarse a sí mismo en la naturaleza salvaje. Andrews viaja miles de kilómetros hasta un lugar de Colorado situado a los pies de las Montañas Rocosas, llamado Butcher´s Crossing, un pueblo de mala muerte habitado por cazadores, comerciantes de pieles y prostitutas. William Andrews quiere ir, como Tocqueville hiciera cuarenta años antes, en busca de lo que poco queda de las soledades americanas. Para conseguirlo financia una cacería de bisontes de invierno, una especie en peligro ya por aquellas fechas, cuyas pieles están más que cotizadas. El jefe de la expedición es Miller, un cazador curtido obsesionado con cazar una manada de bisontes que hace años vio en un recóndito valle de las montañas. Le acompaña el manco Charly Hoge y su inseparable Biblia. La mezcla de Miller y Hoge son el vivo retrato del Capitán Ahab de Melville. El cuarto personaje es Schneider, un tipo pragmático que sirve de contrapunto de la obsesión cazadora de Miller. El último personaje de la novela es Francine, una prostituta de la que Andrews se enamora en el pueblo antes de partir a las montañas y a la que no podrá olvidar durante el largo viaje.
Hay tres escenas clave en la novela. La interminable y repulsiva matanza de bisontes que deja bien clara la obcecación enfermiza de Miller a pesar de los avisos de Schenider; la repentina y violenta tormenta de nieve que obliga a los protagonistas a improvisar un refugio a vida o muerte en cuestión de minutos, exactamente igual que Dersu Uzala en la película de Akira Kurosawa; y el arriesgado cruce del río, crecido por el deshielo, que recuerda al que realizan los hijos de Addie Brunden portando el ataúd del padre en Mientras agonizo de Faulkner.
El argumento de Butcher´s Crossing es sencillo, la narración lineal, la prosa serena, precisa, hipnótica. Es asombroso como John Williams lo mismo puede atraparnos con una historia sobre un profesor universitario, un emperador romano o un estudiante que se une a un grupo de cazadores de bisontes en las Montañas Rocosas. Esa es la grandeza de este escritor, que hipnotiza con su escritura. Butcher´s Crossing no llega al nivel de Stoner o de El hijo de César, pero John Williams ya apuntaba maneras con esta novela.
Termino la tercera novela de la serie de Rosa Montero protagonizada por la detective replicante Bruna Husky, titulada Los tiempos del odio. Puede que sea fruto de la emoción del momento pero creo que es la mejor de las tres, sin desmerecer las dos anteriores que son fantásticas.
La historia comienza cuando un grupo terrorista comienza a secuestrar a personas influyentes para ejecutarlas, con los verdugos decapitando a sus víctimas delante de las cámaras para aterrorizar al mundo. Uno de los secuestrados es el ilustre policía Paul Lizard, el amor de la detective Bruna Husky.
Sin amor no merece la pena vivir. Esta frase es el subtítulo de la novela y el inicio de la misma. Es el amor el que empuja a Bruna Husky a buscar a Lizard, a mover cielo y tierra para encontrarlo antes de que lo ejecuten, porque la detective comienza una búsqueda contra reloj a la que se unirán dos personajes memorables: Aznárez, la hermana desconocida de Lizard y Ángela Gayo, una mujer obsesionada con el policía que tiene una mente matemática prodigiosa.
La búsqueda de Lizard se va haciendo más compleja a medida que Bruna va tirando del hilo de la investigación hasta colocarse en el centro de un conflicto político de alcance mundial. Por un lado, la ultraderecha, representada por el todopoderoso Jan Lago, trata de aprovechar los atentados para derribar al gobierno de los Estados Unidos de la Tierra con la excusa de que no es capaz de proteger a su población. Por otro, el gobierno comunista totalitario de la plataforma flotante Cosmos apoya las reivindicaciones políticas de los terroristas convirtiéndose en sospechoso de estar detrás de los secuestros. De modo que la investigación de Bruna se encuentra en el centro de una conflicto que está a punto de estallar entre los EUT y Cosmos, una guerra que provocaría el fin de la humanidad dado el enorme poder destructivo de sendos estados.
Rosa Montero toma elementos del pasado reciente para situarlos en un mundo futuro. Las reivindicaciones del grupo terrorista nos recuerdan a las de Sendero Luminoso; las ejecuciones nos remiten a la crueldad del ISIS; el conflicto entre los EUT y Cosmos a la Guerra Fría entre EEUU y la URSS; Jan Lago, lider de la ultraderecha, nos lleva directamente a pensar en Donald Trump (u otros por el estilo). La autora suele decir que las novelas de la serie futurista de Bruna Husky son las más realistas de su producción literaria.
Me quedo con dos momentos geniales de la novela. Es primero es la salida nocturna de las tres protagonistas en bicicleta por las afueras de Madrid justo cuando estalla la guerra, escena que me ha parecido una mezcla entre E.T. El extraterrestre y los paisajes apocalípticos de La carretera de Cormac McCarthy. El segundo es el vilamatiano cameo metaliterario de Rosa Montero, de cuyas células epiteliales nacería mucho tiempo después un clon suyo llamado Bruna Husky. Esto confirma que Bruna es su criatura más querida, su alter ego del futuro.
En Los tiempos del odio, Rosa Montero despliega todo su arsenal literario para ofrecernos una novela pertrechada a lo John le Carré, cuyo ritmo va aumentando paulatinamente; aunque sabe frenar para dar un respiro y acelerar para que no decaiga la tensión narrativa; sabe llevarnos en volandas hasta el final para acabar entusiasmados y casi sin aliento.
Seguiré leyendo a Rosa Montero a la espera del reencuentro con la sin par Bruna Husky.
Continúo anclado en el futuro con Rosa Montero y la segunda entrega de las aventuras de Bruna Husky titulada El peso del corazón. En el mundo de Rosa Montero se puede encontrar uno con Henning Mankell y Ursula K. Le Guin tomando una cerveza en la barra del bar de Oli. Cerca de ellos, ajena a la conversación, está uno de los personajes más memorables del siglo veintidós. Se llama Bruna Husky y es detective, una tecnohumana, una rep de combate fuerte, rápidísima, bella, inteligente, sensible. Le quedan tres años, diez meses y catorce días de vida. El Tumor Total Tecno acaba con la vida de los replicantes al cumplir diez años desde su activación. Esa es la angustia de Bruna. Continuamente cuenta los días que le quedan para morir, lo que la hace ser más consciente de la vida, de la belleza, de lo maravilloso que supone estar vivo.
La unificación de los Estados Unidos de la Tierra llegó tras el primer encuentro con seres extraterrestres procedentes del planeta Gnío en 2090 y el surgimiento de dos mundos flotantes en la estratosfera terrestre: Cosmos en 2087 y Labari en 2088, sendos estados totalitarios, el primero comunista, el segundo fundamentalista religioso. Los EUT son un sistema democrático capitalista, donde la miseria también campa a sus anchas, sobre todo en las Zonas Cero, los lugares más contaminados del planeta, los vertederos del mundo. En las Zonas Verdes los residentes pagan un impuesto por respirar aire limpio. Las Zonas Cero están separadas del resto por una valla que es asaltada habitualmente por quienes tratan de huir de la miseria y la muerte.
Bruna Husky vive en Madrid, una ciudad que lo único que conserva del pasado es el nombre de sus calles y de sus parques. El Retiro es un parque pulmón, un lugar protegido lleno de árboles artificiales, con grandes plumas que imitan a las las ramas haciendo su labor de limpiar el aire. La energía nuclear está prohibida en el planeta desde 2059 tras dos catástrofes nucleares. La Tierra lleva medio siglo sin radiactividad. Rosa Montero teje la urdimbre de El peso del corazón en torno a la energía nuclear, una novela que deja entrever una crítica a la utilización de esta energía por los tremendos daños humanos y medioambientales que provoca, en la línea de Fractura de Andrés Neuman.
«Un diamante robado, una viuda falsa, una esposa muerta, un accidente fingido, dos cadáveres reales, un brazo amputado, un informe de alerta sanitaria escamoteado y radiactividad por todas partes, Intentó pensar en el enigma, atar entre los múltiples cabos de las misma manera en que colocada entre sus gigantescos puzles procuraba adivinar el dibujo fragmentado y disperso» (p. 100). En este fragmento se encuentran los ingredientes de la trama. La investigación lleva a Bruna hasta la tierra flotante de Labari, un reino fundamentalista religioso construido con la tecnología más avanzada para convertirse, paradójicamente, en una copia perfeccionada de un reino medieval, con su monarca absoluto, su sistema de castas, su falta de libertades, su credo único o su sistema ultrapatriarcal que invisibiliza y esclaviza a las mujeres.
Rosa Montero construye una historia con un ritmo trepidante que, como toda novela negra que se precie, se acelera en los capítulos finales. Los personajes que acompañan a Bruna son maravillosos y son los que la hacen evolucionar. Junto a la nariguda mascota Bartolo, el viejo archivero Yiannis, su enamorado policía Lizard, y su memorista Pablo Nopal, aparecen otros nuevos que van humanizando más a Bruna: la niña rusa a la que rescata y adopta en la Zona Cero; Clara, una hermana hecha a su imagen y semejanza; Daniel, el sobón, con quien tendrá una aventura extrasensorial. Vemos cómo la solitaria y angustiada Bruna se ve rodeada de más sintientes (humanos, reps y alienígenas) que la quieren. Porque Bruna es un personaje al que se quiere. A mí ya me tiene entre sus tecnohumanos brazos. Tanto que ya he comenzado a leer la tercera de la serie, titulada Los tiempos del odio. La pena es que será la última, si la gran Rosa Montero no le pone remedio.
Gracias a Rosa Montero por su amabilidad. Tan maravillosa como su Bruna Husky.
He leído pocos libros de ciencia ficción, sin embargo he visto unas cuantas películas. Para mí es un género más cinematográfico que literario. El cine ha dejado momentos inolvidables, como el mítico final de Blade Runner con el memorable parlamento en el que replicante protagonista se despide antes de morir. «“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos–C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tanhauser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”. Y entonces inclinaba la cabeza y moría tan fácilmente. Tan fácilmente. Como un aparato eléctrico que alguien desenchufaba. Sin sufrir el tormento del TTT. Pero sus poderosas palabras reflejaban maravillosamente la inconsistencia de la vida… De esa sutil y hermosa nimiedad que el tiempo se deshacía sin dejar huella. Inclinaba la cabeza el rep de Blade Runner y moría, mientras la lluvia resbalaba por sus mejillas ocultando quizá sus últimas lágrimas» (p.241). El fragmento pertenece a la maravillosa novela Lágrimas en la lluvia de Rosa Montero, mi última lectura.
Nunca es tarde si la dicha es buena. Mi descubrimiento de Rosa Montero tuvo lugar el pasado mes de diciembre cuando acudió a la Biblioteca Regional para hablar de sus libros de ciencia ficción. Fue un flechazo. Rosa Montero es inteligente, rapidísima, divertida, comprometida, vitalista, fascinante. Quedé rendido a sus pies. Me faltó tiempo para comenzar a leer la serie de la detective Bruna Husky. La primera se titula Lágrimas en la lluvia. En la charla contó que escribió su primera obra de ciencia ficción cuando tenía ocho años. Entre los cinco y los nueve estuvo enferma de tuberculosis y su tío le llevaba comics de Flash Gordon y de El príncipe valiente. Esas lecturas la llevaron a enamorarse de la ciencia ficción y del mundo artúrico: pasado y futuro sin solución de continuidad. Otro hito que marcaría su imaginario fue ver en vivo y en directo el Sputnik en el cielo de Madrid. Corría el mes de octubre de 1957 cuando por primera vez un ser humano salía de la atmósfera terrestre. Y ahí estaba la pequeña Rosa Montero mirando al cielo. En esos ojos estaba la semilla de Lágrimas en la lluvia.
El personaje de Bruna Husky es memorable. Dice la autora que es el que más se parece a ella en su manera de estar en el mundo. Fue el nombre que puso a su avatar en la desaparecida web Second Life, porque los huskys son sus perros favoritos, y Bruna se llamaba su perra. La historia de Lágrimas en la lluvia se sitúa a principios del siglo XXII reutilizando el mito de los replicantes de Philip K. Dick. Los tecnohumanos de Rosa Montero son clones exactamente humanos que tienen conciencia de la muerte y de la vida. Bruna Husky es una tecno que siempre está contando los días que le quedan de vida porque los tecnos tienen una peculiaridad insalvable: tan solo viven diez años. Está obsesionada con la muerte, lo que le permite tener conciencia de cada momento de la vida. Bruna es rápida como un lince y fría como el acero, una máquina perfecta para el combate en la que vamos vislumbrando una grieta por la que va a apareciendo su enorme humanidad.
Madrid, año 2109. España es una región autónoma dentro de los Estados Unidos de la Tierra, un sistema liberal democrático unificado. Fuera de ella han surgido dos mundos artificiales, dos plataformas flotantes que orbitan en torno a la Tierra: Cosmos y Labari, con sistemas sociopolíticos totalitarios: el primero es un sistema comunista; el segundo una dictadura fundamentalista religiosa. En este contexto se sitúan la aventuras de la detective Bruna Husky, que está acompañada de unos secundarios de lujo: El viejo humano Yiannis, archivero de los Archivos Centrales de los EUT, una especie de Wikipedia única y oficial; Paul Lizard, policía rocoso con el que tendrá una relación especial; Pablo Nopal, escritor encargado de crear la memoria de Bruna; Mirari, violinista experta en falsificaciones; Oli, la enorme dueña del bar al que es asidua Bruna y Yiannis; Maio, músico extraterrestre ultrasensorial refugiado en la Tierra. Bartolo, una mascota alienígena, mezcla de un perrito, peluche y un loro narizón. En los nombres del policía y del escritor se atisba el del periodista Pablo Lizcano, pareja durante muchos años de Rosa Montero y fallecido en 2009. A él está dedicado el libro.
La trama gira en torno a una conspiración de un grupo supremacista de ultraderecha que pretende hacerse con el poder para acabar con los tecnohumanos. Bruna Husky, la Philip Marlow del siglo veintidós, tendrá que resolver este complicado rompecabezas. La ambientación futurista es más que verosímil, tanto que parece una novela realista del próximo milenio con tintes de novela negra. Es una novela con ritmo que en ningún momento pierde fuelle: tiene acción, humor, intriga y amor, en un trasfondo político perfectamente reconocible. Rosa Montero construye un mundo paralelo y coherente, un mundo realmente posible.
Termino de leer Lágrimas en la lluvia y seguidamente engancho con el segundo de la serie titulado El peso del corazón. Vuelvo a encontrar el famoso hilo de oro y no estoy dispuesto a soltarlo. Ese hilo se llama Rosa Montero.