sábado, 23 de noviembre de 2019

"La noche del oráculo", de Paul Auster



Si tuviera que elegir un libro de Paul Auster sería La noche del oráculo. Seguro que muchos de los fanáticos austerianos que andan sueltos me dirán que Mr. Vértigo, El libro de las ilusiones o El palacio de la luna le dan varias vueltas, cosa bastante discutible. Me sigo quedando con La noche del oráculo. Fundamentalmente por un motivo: fue el primero. Y los primeros nunca se olvidan. Los que vinieron después fueron fantásticos, pero el lugar de honor en mi memoria sentimental  lo ocupa La noche del oráculo. El azar (¿el destino?) lo puso frente a mis ojos en una revista del Círculo de Lectores e hice algo que nunca había hecho: lo compré exclusivamente por su portada. Jamás me había fijado en este autor que resultó ser una mina de oro.

Lo releo quince años después. El libro sigue siendo el mismo. Nada ha cambiado. Ahí están todos. Sidney Orr recién salido del hospital, paseando por las calles de Nueva York, entrando en El palacio de papel para comprar el cuaderno azul fabricado en Portugal que logra que vuelva a escribir para dar vida a maravillosos personajes: Nick Bowen que, imitando al Flitcraft de Hammet, un día decide dejarlo todo para empezar una nueva vida. El taxista Ed Victory, empeñado en terminar con el extraño proyecto de la Oficina de Preservación Histórica situada en un búnker antiatómico subterráneo. Rosa, nieta de la célebre escritora Silvia Maxwell, que encuentra un viejo manuscrito de su abuela titulado La noche del oráculo que narra la historia de un soldado de la Primera Guerra Mundial cuya ceguera le confiere el don de la profecía. También está Grace, la bella y enigmática esposa de de Sidney Orr, John Trause, el escritor consagrado y viejo amigo de la familia, Mr Chang, el peculiar dueño de la papelería en la que Sidney Orr compra el cuaderno azul que ser convertirá en un oráculo.

La novela de Paul Auster es una muñeca matrioska. Hay varias historias en diferentes planos,  una dentro de la otra, con narradores distintos. Orr que inventa a Bowen que lee a Maxwell. Hasta ahí nada nuevo. Cervantes ya nos coló en El Quijote la historia de Marcela o la del curioso impertinente o la del cautivo. Auster, gran admirador de Cervantes, da un paso más intentando que unas historias influyan en las otras, que se interrelacionen y que interactúen. Que haya una causalidad. Muchas veces hemos visto cómo la ficción se construye a partir de la realidad del autor, y este recurso lo utiliza con frecuencia Paul Auster, pero también va más allá en este sentido y le da la vuelta al calcetín: su apuesta es que la ficción influye en la realidad, la predice e incluso la determina. La ficción funcionaría por tanto como un oráculo. La clave está en las palabras que John Trause le dice a Sidney Orr:
“Los pensamientos son reales –sentenció-. Las palabras son reales. Todo lo humano es real, y a veces conocemos las cosas antes de que ocurran, aun cuando no seamos conscientes de ello. Vivimos en el presente, pero el futuro está siempre en nosotros. Puede que el escribir se reduzca a eso, Sid. No a consignar los hechos del pasado, sino a hacer que ocurran cosas en el futuro” (p.245).


Nunca debe subestimarse el poder de los libros. 


                                              George Gershwin. Rhapsody in blue

Traducción de Benito Gómez Ibáñez