jueves, 13 de agosto de 2020

"Ayer no más", de Andrés Trapiello



Continúo caminando por las páginas de los libros de Andrés Trapiello. Esta vez ha caído en mis manos Ayer no más, una novela publicada en 2012 en la que el autor leonés se atreve con un tema muy espinoso: la represión durante la guerra civil y el franquismo y la polémica Ley de Memoria Histórica.

El protagonista de la novela es Pepe Pestaña, un historiador de cierto renombre que regresa a la ciudad de León para enfrentarse al pasado de Germán, su padre, del que puso tierra de por medio en su juventud. Un día, Pepe y Germán se encuentran casualmente en una de las calles de León, y en ese momento, Graciano, el hijo de una víctima de la guerra civil, reconoce a Germán como uno de los que participaron en el asesinato de su padre. Han pasado setenta años. Pepe Pestaña presencia la escena y va cobrando fuerza la sospecha de que su progenitor participó en las matanzas de la retaguardia como miembro de un grupo armado de Falange.

La trama se desarrolla en León tras la aprobación de la Ley de Memoria Histórica por el gobierno de Rodríguez Zapatero en diciembre de 2007, y cuando el juez Baltasar Garzón decide comenzar a investigar los crímenes cometidos por el franquismo, durante y después de la guerra, apelando a la justicia universal y tratando de esquivar la Ley de Amnistía de 1977.

La novela gira en torno a estos temas que en su día hicieron correr ríos de tinta, enconando el debate político fundamentalmente en torno a tres posturas: si había que encontrar los restos de víctimas enterradas en cunetas y fosas comunes para devolvérselos a sus familiares; si había que dar una vuelta de tuerca y encontrar también a sus victimarios (es la palabra que Trapiello utiliza en la novela para designar a los asesinos de ambos bandos) y juzgarlos setenta años después como pretendía el juez Garzón; o por último, si había que pasar página y no remover un pasado que presumiblemente había quedado cerrado durante la transición. En la novela van apareciendo diferentes posturas al respecto, al tiempo que Pepe Pestaña y otros miembros del Departamento de Historia de la Universidad de León recogen los terribles testimonios de familiares de ambos bandos que fueron víctimas de la guerra y de la dictadura e investigan el lugar donde fueron enterrados.

Es una novela valiente en la que Andrés Trapiello reflexiona y enfrenta a sus personajes en torno a las distintas posiciones y critica a quienes se trataron de aprovechar de los familiares de las víctimas para lograr prestigio, dinero o poder, como es el caso de Mariví, una de las protagonistas. La novela se estructura en capítulos cortos en los que cada uno de los protagonistas va mostrando sus impresiones sobre lo que ocurre cuando el pasado aflora, desde Pepe Pestaña, su padre Germán, su esposa y sus hijas, Graciano, sus compañeros de la universidad y otros personajes que van apareciendo en escena. Todos miran los mismos hechos desde su perspectiva e interés. Germán, la esposa y las hermanas no entienden que Pepe haya regresado a León para remover el pasado de su anciano padre y arruinar así la reputación de quien fuera presidente de la Cámara de Comercio durante muchos años. En el departamento de la universidad destacan las diferentes posiciones de Pepe, partidario de investigar, de encontrar a las víctimas y conocer la verdad, pero no de juzgar a los victimarios, entre los que probablemente se encontraría su propio padre; de José Antonio, un historiador que es partidario de investigarlo todo ofreciendo nombres de víctimas y victimarios, pero sin un afán revanchista; de Mariví, su esposa, una mujer vengativa que quiere medrar a costa de las víctimas y castigar a sus asesinos; o de Raquel, una joven que aporta una mirada desintoxicada y distante del conflicto con la que Pepe tendrá una relación amorosa.

Ayer no más de Andrés Trapiello es una novela de obligada lectura, íntegra, honesta, libre de maniqueísmos, sin absolutos, llena de matices, de grises, de preguntas, de interesantes reflexiones acerca del conflicto que hundió a España al abismo más absoluto de la Historia: el de la banalidad del mal.

Imprescindible.




Anexo y aviso para navegantes:

Creo que no destripo la novela si incluyo algunos de los fragmentos que he subrayado. Casi todos ellos son reflexiones de los personajes sobre el oficio de historiador, sobre la guerra o sobre la Ley de Memoria Histórica. La trama de la novela, con la intensidad, la tensión del relato y el desenlace, quedan a resguardo para disfrute de futuros lectores.  

Pepe Pestaña:
«Los historiadores buscamos la distancia justa, ni muy lejos ni demasiado cerca. Demasiado lejos, y apenas comprendemos; y si nos acercamos mucho, podemos destruir los hechos que estudiamos. Decía Robert Capa que si una foto es mala es porque no te has acercado lo suficiente. El historiador es un espectador que sabe que el mundo no es ningún teatro y ha de mirar a la distancia justa, de frente y a los ojos. La nuca es sólo el lugar de los verdugos». (p.13)

Pepe:
«Me fui a Tenerife porque era el confín más alejado de él. Me afilié al Pce en la Universidad, en parte, porque sabía que era también lo más opuesto a él. Sé por qué dejé el Pce hace años, pero nadie sabe por qué he vuelto a León. Yo creí que lo sabía. Quizá para aprender a olvidar y a no depender siempre del pasado». (p.17)


Lisa, hermana de Pepe Pestaña:
«Está obsesionado con él, con él y con la guerra. Anda qué perra. De la guerra podrás saber mucho, le dije, pero de papá, ni idea». (p.22)

Pepe:
«Pienso a menudo que he vuelto a León buscando un resorte, la puerta de acceso de un enigma. Quizá la puerta del perdón. Así que cada vez que me tropiezo con alguna, me digo: esta es» (p.26)

Germán, padre de Pepe:
«Qué raro es este hijo mío. ¿Qué he hecho?¿por qué me aborrece? […] Tengo la conciencia tranquila Y porque la tengo tranquila, me gusta pasear y hacerlo con la cabeza bien alta. Ni me arrepiento ni me olvido» (p.28)

Pepe:
[León] Hubiese sido el rincón que hubiera escogido Lucrecio para acabar sus días. Las mayores riquezas, dice, son para el hombre vivir tranquilo con poco, pues de lo poco, bien se sabe, nunca falta. Por eso volví yo. Porque necesito poco ¿De verdad que ha sido por eso? No lo creo. Más bien al contrario, lo necesito todo. Saber es todo. (p.30)

Pepe:
«¿Habría podido vivir bajo el mismo techo sabiendo que mi padre había acabado con la vida de alguien? Lo más que admitía, como  tantos españoles de cualquier bando era esto: Podía llegar a sentirse culpable de algo muy grande de lo que él, tan insignificante, no era responsable: la Guerra, el Mal. Brindis al sol. Sólo años más tarde comprendí que tan malo es sentirse culpable por lo que no se ha hecho como sentirse libre de culpa cuando se es realmente culpable de algo…». (p.45)

Pepe:
«El error en el que hemos incurrido durante tantos años los historiadores a la hora de abordar la Guerra Civil ha sido, tal y como hemos repetido hasta la saciedad, el de interpretar los hechos a partir de dos bandos, buenos y malos, de dos posiciones, una progresista y otra reaccionaria. Sólo así se comprende que la conducta criminal de unos individuos se justificara o se condenara, dependiendo del bando o de las ideas. Eso ha enrocado a muchos españoles, durante décadas, incluidos historiadores, en cada uno de los bandos, en el “ tú más”, más que en el “yo también”. Ya no es legítimo concebir la historia como el movimiento que necesita del mal para lograr el bien. No podemos reducir las cosas concretas, los acontecimientos individuales, a funciones de un proceso general. A quien hubiese querido permanecer con las víctimas durante la guerra, lo habríamos encontrado en Madrid a lado de personas que resultaban sospechosas a veces sólo por llevar sombrero o tener un diente de oro, y en Sevilla únicamente por mostrar callos en las manos; a cualquiera que hubiese querido estar al lado de las víctimas la habría bastado con haberse negado a estar al lado de los victimarios de cualquiera de los dos bandos, por no hablar de aquellos que fueron a un tiempo víctimas y victimarios, cosa frecuente en una guerra civil, lo que nos llevaría a compadecerles como víctimas y a tener que exigirles responsabilidades como victimarios, y a no confundir la política con la Historia» (p.52)

Don Mamés, sacerdote, ante la confesión de Germán.
«Caridad cristiana, sí, pero a más no estamos obligados, y que para estar muertos, lo mismo da una cuneta que un cementerio…» (p.66)

Pepe sobre la nieta de Graciano:
«Cree saberlo todo, si no de la guerra, sí de sus consecuencias, y tener las ideas claras al respecto, sin la menor vacilación: buenos, malos… Se ha tomado la tarea de encontrar la tumba de su bisabuelo casi de forma deportiva, como quien conquista un Everest, pero su dolor apenas guarda relación con el de su abuelo. Es un dolor referido, ciertamente, pero le llega atenuado, y me alegro por ello porque el dolor no es bueno para nadie. Le diría no obstante que no podemos recordar en plural, sino como individuos, pero ella está convencida de lo contrario, de que los recuerdos son colectivos, y así habla de la guerra como si ella la hubiera hecho, con palabras que comparte con otros que creen recordar lo que ya no es fruto sino de su imaginación» (p. 88)

Marga, hermana de Pepe:
«No tiene derecho. Tenía en el móvil un mensaje de mamá. Casi ni se la entendía, venga a llorar. Ha llamado a papá asesino. Esta vez se ha pasado. Es mi hermano, pero eso no se lo vamos a consentir […] La culpa, como ha dicho papá, es de Zapatero, que tenía que ser de León, y de la Memoria Histórica, que ni es memoria no es histórica, porque la gente se inventa cosas, y dice que las recuerda, y a ver cómo demuestras tú que no fue así, setenta años después» (p.93)

Citín, marido de Lisa, cuñado de Pepe Pestaña.
«Alguien tenía que hacerlo. A nadie le gusta matar a nadie, pero entonces era eso, o que te mataran a ti. Y eso les hemos de agradecer, que lo hicieran por nosotros. ¿Y qué hubieses preferido, que hubiesen ganado los rojos?¿para matarnos a todos como a tío Odón? ¿Como al abuelo, que murió de pena? Olvídate de la guerra. Aquello pasó, y pasó. Punto». (p.95)

Raquel, compañera del Departamento de Historia:
«Un día estábamos hablando de Ian Gibson, el de Lorca. Dijo Mariví, qué suerte dar con un filón como el de Lorca. Eso sí que tiene que ser un chollo para toda la vida. Filón, chollo, eso es lo que la pone cachonda» (p.104)

Pepe:
«Están deseando caer sobre un caso como este: más que nunca. Mariví piensa que tiene la exclusiva de la República, de los republicanos muertos y de todas las fosas de León. Habla de ellas como de yacimientos mineros propios, aunque tenga ya tantos que no los pueda explotar. Pero prefiere mantenerlos cerrados a que los explote otro…» (p. 108)

Germán:
«Y abrir esas fosas como se está haciendo, no lleva a nada bueno, que no hacen sino avivar el odio y el ánimo de revancha entre los españoles» (p.111)

José Antonio, jefe del Departamento de Historia :
«La retaguardia es por definición tenebrosa. De ahí la aparición de un caso interesante: podemos poner frente a frente, por primera vez, al menos en León, a una víctima y a su victimario, lo que no permitirá recordar a todos que determinados delitos no pueden ser amnistiados ni prescribir» (p.116)

Pepe:
«No hay día en que a propósito de esta exhumación estelar no leamos informaciones o veamos reportajes en los que pare ce que el objeto dela búsqueda, dar con el paradero de los restos del poeta, le ha cedido protagonismo a la búsqueda festiva en sí misma, convertida así en su única finalidad. Los propios medios han acuñado el nombre del espectáculo, de la atracción: circo mediático. Al margen de las víctimas, que sólo persiguen cerrar su duelo en paz, se diría que a muchos se nos hubiese olvidado el origen de esas tragedias y sólo persiguiéramos el desenlace, como aquel que apura las últimas páginas de una novela, a veces leyéndolas con precipitación y saltándose algunas, con el único propósito de llegar a la palabra Fin. (p.122)

José Antonio:
«Los de El País, a mi modo de ver, como siempre; no sé muy bien a qué juegan, una de cal y otra de arena, lo nuestro y lo de Garzón y, para contrarrestar, lo de Savater y lo de alguno más como Trapiello, hace una semana, en “Opinión”. Es de León, a él no lo conozco, pero conozco a su hermano Pedro. No he leído Las armas y las letras, pero tampoco pienso: dicen que es el libro de un pedante, si una sola nota al pie y a vueltas con “la tercera España”. Ya me conozco a esos paniaguados como Madariaga. Los que hablan de la tercera España es porque no quieren hablar de la suya, o sea, la franquista. Habrá sido del Pce, pero de ese crédito no le queda nada […]
Es cosa probada que el gobierno de la República no tuvo nada que ver con la represión en la retaguardia de cárceles, checas y paseos, a la que intentó poner coto desde el primer momento, al contrario de lo que sucedió en el otro bando, donde la represión en la retaguardia estuvo planificada de antes incluso por las autoridades militares y políticas con la bendición de la iglesia. Y esto es lo que no puede hacer equiparables a los dos bandos» (p. 127-128).

Pepe:
«Se dirá que las víctimas de la República tuvieron ya su reparación durante el franquismo, pero no es esa la que reclaman, sino las del Estado y la de toda la sociedad, la de unos y otros, como deberían tener la del Estado y la de toda la sociedad las víctimas del franquismo, no sólo la de los partidos  de izquierda. Una placa en las Cortes, como en al Parlamento alemán, con todos los diputados asesinados por unos y por otros. Esto tan sencillo despierta recelos y desconfianzas cada vez que se expone, y da lugar a incalificables porfías» (p.133)

Medinagoitia, filósofo amigo de Pepe Pestaña:
«La diferencia entre unos y otros es que unos, los rebeldes, cometieron sus crímenes en secreto y los guardaron en secreto, y los otros no solo los cometían a la vista de todos, sino que se ufanaban en público de haberlos cometido. Tal vez porque no los consideraban crímenes y, en muchos casos, porque esperaban ser recompensados por ello. Pasada la guerra todos han querido persuadirnos de que no pudieron hacer otra cosa, y cada cual cree que en su bando los crímenes se cometieron en abstracto, de una manera indiferenciada, en nombre de la República o de Falange, de Comunismo, de la Anarquía o de la Iglesia, con lo cual, unos y otros, aceptando en principio que todos pudieron ser culpables, acaban teniéndose por inocentes, en tanto creen que los crímenes del bando contrario los cometieron los individuos diferenciados que debían pagar por ello. Así se explica que nadie haya querido juzgar y pedir responsabilidades jamás a los suyos, sino sólo a los contrarios. Esa es lisa y llanamente la justificación del mal. En cambio ante la ley ya es otra cosa. La responsabilidad es la responsabilidad» (139).

Pepe:
«Para mí la Historia es la posibilidad de conocimiento, no la de legitimar el presente, aunque no he perdido las esperanza de encontrar en el pasado algunas constantes en las que reconocer cierto orden que dignifique la vida. Y por supuesto sé que no hay un sentido único y tengo serias dudas de que la Historia debe ser justiciera, porque no creo en ninguna “Historia ideal” dispuesta por a Providencia». (p 142)

Marví, historiadora, esposa de José Antonio:
Los franquistas hicieron durante cuarenta años crímenes atroces, y nosotros les debemos a las víctimas una reparación que pasa necesariamente por conocer la verdad y el nombre de los verdugos» (p.217)

Clemente Lillo. Anciano periodista leonés.
«Pestaña es un buen historiador hijo de un fascista. Se ha dicho que la democracia la han traído a España los hijos de los fascistas. Es cierto. ¿Quiénes, si no, la iban a traer, los hijos de los demócratas? Nosotros, los demócratas, estábamos o muertos o exiliados o en silencio, tratando de salir adelante, haciendo cosas que no nos gustó hacer. Querrían confesiones arrebatadas, arrepentimientos, catarsis. Bastante he tenido con lo que he tenido» (p.227)

Pepe:
No pocos de los que vivieron aquellos años fingen lamentarse, porque han aprendido a hacerlo durante setenta años, pero en el fondo, apenas profundizas en el diálogo, aflora en ellos la justificación de los crímenes, creen habernos aleccionado para que los españoles no repitamos una nueva guerra “incivil”, pero se diría que volverían a hacer la antigua, unos para ganarla de nuevo, y los otros, convencidos de que esta vez no la iban a perder. ¿No hablaba Bergamín, en 1978, de la necesidad de matar a los directores de ciertos periódicos y al millón de lectores que tenían estos?» (p.232)

Pepe:
Como siempre creí en la inocencia de su amigo el poeta Luis Rosales respecto a la detención y muerte de García Lorca: el problema nunca fue lo que hiciera o dejara de hacer para evitar la detención de Lorca en Granada por los mismos días en que detenían a Lillo en León, sino que después de conocer la noticia de su asesinato siguiera llevando y durante tantísimos años la camisa azul  de los que le asesinaron» (p.236)

Graciano, hijo de una víctima asesinada durante la guerra:
«Se sirven de nosotros sin la menor consideración. Las víctimas les importamos bien poco. Sólo quieren lucirse a nuestra cuenta […] Nadie sabe lo que hemos sufrido durante tantos años. Yo sólo espero que nos digan dónde está enterrado padre, y después morir en paz. Pero Mariví dice que es importante denunciar a ese hombre, que se lo debemos a mi padre. Yo les he dicho que él no fue el que lo mató, pero dicen que eso da igual, y que a saber, que yo puedo estar confundido, que él estaba allí y que eso le convierte en cómplice de asesinato y el no querer confesar dónde está el cuerpo es suficiente motivo para condenarlo por encubrimiento» (p.243)

Pepe:
¿Te has preguntado alguna vez por qué razón desde el mismo 18 de julio la gente empieza como loca a asesinar? Se diría que todos seguían una consigna. Sin embargo, no fue necesario que nadie les dijese nada. Los asesinos sabían perfectamente lo que tenían que hacer, la revolución, y hacerlo cuanto antes era crucial para ellos. Así que unos y otros trataron de exterminarse sin pérdida de tiempo. Y no pienses que le importaron mucho esas muertes. Unos y otros las encontraban necesarias. La vida no valía nada para un revolucionario. Y ese fue el problema. Te puedo enseñar banderas de la Fai y de Falange, los mismos colores y las dos con una calavera bordada en ellas. Millán Astrai gritó “¡Viva la muerte!”¿Pero eso venía gritándolo también Durruti desde hacía años! Sólo unos pocos en la bando republicano trataron de detener, a menudo inútilmente y con riesgo de ser acusados de traidores o quintacolumnistas, aquella orgía sangrienta. No desde luego obispos, cardenales ni tantos políticos de los dos bandos. La historia necesitaba todas las muertes, las necesitaba el relato con final feliz de Berlín, Roma o Moscú que les habían contado» (p.249)

Pepe
«Si la ley de memoria histórica que se está debatiendo busca honrar y recordar a las víctimas de manera indiscriminada, sólo porque perdieron la guerra o padecieron al exilio sería una ley injusta (p.254)

Raquel
«La obligación de un historiador es como la de un juez: oír todas las partes y no dejarse influir ni engañar» (p.260)

Pepe:
Me acordé de una cosa que dice Hanna Arendt: “El que se venga no desea perdonar, sino poder hacer lo mismo que le han hecho a él, o sea, reproducir el mal, igual que el que perdona renuncia necesariamente a vengarse, porque también él habría podido ser culpable”. (p.264)

Pepe:
Hemos convertido los libros de Historia en una ficción, y ahora hemos de recurrir a la ficción para contar la historia. No deja de ser una paradoja. Al menos, nos quedan las novelas. Y como los males nunca vienen solos, esa novela la hemos de escribir quienes no vivimos la guerra, los que hemos sabido de ella por oídas o leídas, o sea, que tampoco será la gran novela de la Guerra Civil que todos esperan desde hace setenta años, el Guerra y paz español, el mesías de la literatura española».(p.278)

Pepe:
Se supone que en la novela encontramos un sentido que no tiene la vida. Pero no es verdad. Yo acabo de escribir una novela, donde todo ha sido presentado como una pura ficción, y ha causado más escándalo e indignación que todos mis libros de historia juntos, abarrotados de hechos irrefutables. (p.301)





10 comentarios:

  1. La mayoría de las víctimas no tuvieron juicios, ni sentencias. Muchas familias siguen pidiendo justicia. Y no sólo republicanos, o buena gente trabajadora de otra ideología, también militares que se negaron a participar en la sublevación y fueron asesinados sin más. Un tema doloroso pero que es necesario rescatar.
    Un saludo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En la novela se diferencia entre los que lucharon en el frente y murieron en un enfrentamiento cara a cara, y los que lo hicieron en la retaguardia, como bien dices sin juicios ni sentencias, en la zona tenebrosa de la guerra. Y por supuesto, también se aborda la Causa General de la dictadura contra los republicanos. Se relatan ejemplos de crueldad en sendas retaguardias y los protagonistas debaten en torno el concepto del alcance de la justicia setenta años después. Es una lectura que enriquece un tema del que creo que todavía hay mucho que decir.
      Un saludo.

      Eliminar
  2. Las generaciones tienen derecho al olvido y la guerra civil mejor olvidarla. Los que hicimos la transición del franquismo a la democracia como protagonistas decidimos olvidar y vivir. La memoria histórica fue un error que lo único que hizo es abrir heridas, pero heridas tienen todos, tenemos todos. ¿Por qué reabrirlas? Franco murió, ¿por qué esa necesidad de hacérnoslo presente cada díao de nuestra vida? La paradoja es que cuanto más se intente aniquilarlo, más vivo estará para todos. Olvido, olvido, no memoria. Las cosas vergonzosas y ambos bandos fueron miserables y vergonzosos, mejor olvidarlas. Un saludo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La tuya es una de las tres posturas que aparecen en la novela. Ese fue el pacto tácito de la transición, y funcionó durante unos años, hasta que hubo familiares de víctimas que pensaron que era el momento de dar un entierro digno a los suyos que durante tanto tiempo habían estado olvidados. Yo creo que el olvido colectivo no se puede imponer, ni siquiera en una dictadura. El individual es libre de usarlo.

      Eliminar
  3. Pues siguiendo tus pasos, esta será la próxima novela de Trapiello que leeré. Veo que en ella León es algo más que una suposición y se convierte en una certeza explícita. Y ese tema de la Memoria Histórica y la guerra, es algo que me gusta mucho.
    No sé lo que opina Trapiello al respecto y puede que lo descubra en esta novela, pero yo creo que lo que se cerró durante la Transición se cerró en falso. Era una herida infectada y llena de pus que cerró sin curar y ya va siendo hora de que la curemos para poder cerrarla y dejar que cicatrice definitivamente. La ley de Amnistía de 1977 favoreció a unos pocos antifranquistas que estaban en la cárcel y a montones de golpistas, represores y asesinos que tenían cargos políticos y militares.
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues sí, Leon y su provincia esta vez aparecen como protagonistas, y los lugares son reconocibles.
      Yo imagino que la postura de Trapiello se parecerá bastante a la del protagonista, Pepe Pestaña, que defiende la búsqueda de las víctimas de los familiares que así lo quieran, pero no la causa de Garzón y el revanchismo. Es una novela muy interesante. Es evidente que la transición no cerró bien esta herida, pues esta novela no habría sido escrita y ahora no estaríamos hablando de esto.
      Un abrazo.

      Eliminar
    2. Terminando la reseña. No sabes cuánto te agradezco la recomendación. Brutal y terriblemente clarificadora. Aunque no esté de acuerdo con todo lo que dice el autor (yo creo que Garzón hizo lo que debía y la pena fue que no pudo hacer más), pero lo que es innegable es la honestidad del autor, su valentía y su capacidad para provocar la reflexión y el que nos miremos en el espejo de nuestras propias memorias vicarias.

      Eliminar
    3. Me alegro de que te haya gustado. Siendo leonesa, la habrás sentido muy cercana. Efectivamente, es una novela honesta y valiente. Además de las diferentes posturas respecto a la Memoria Histórica, impresionan los testimonios de las víctimas, y por supuesto la trama central con la relación padre e hijo y ese final tan brutal. Estoy deseando leer tu reseña.
      Un abrazo.

      Eliminar
  4. Según José Bergamín, para cerrar la herida haría falta otra guerra solo que en esta deberían ganar los buenos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, José Bergamin estaba entre una minoría de los que querían una nueva guerra que imagino que esta vez pensaban ganar.
      La mayoría de los que la perdieron y sus descendientes, ni la querían, ni creo que la quieran. Es otra cosa lo que reclaman. Este debate aparece en la novela. Graciano que es el hijo de la víctima solo quiere que le digan dónde enterraron a su padre para llevarlo al cementerio. Eso pide. Nada más.

      Eliminar