miércoles, 30 de septiembre de 2020

Quino. In memoriam.

    


Leo en la prensa que ha muerto Quino y me duele porque siento que se ha ido uno de mis autores clave. Tendría unos ocho o nueve años cuando empecé a leer las tiras de Mafalda en esos cómics apaisados de diferentes colores editados por Lumen, que comenzaban en el número cero y terminaban en el diez, en total once números que todavía conservo. Los siete primeros están publicados entre 1985 y 1988. Mi hermano los trajo a casa y no tardé en apropiarme de ellos. Me gustaban porque eran cómics protagonizados por niños que no eran para niños. Más tarde terminaría la colección adquiriendo los cuatro números que me faltaban. Los he leído tantas veces que están están desvencijados, sobre todo los primeros números. Cada época tenía mis preferidos, tanto en números como en personajes. Conforme iba cumpliendo años, mis favoritos iban avanzando en número. Ahora, los que más me gustan son los tres o cuatro últimos, los publicados en los años previos a la dictadura argentina que ya parece anunciarse en algunas tiras, porque en ellos Quino es mucho más Quino. Son los números en los que ya aparecen dos de los grandes personajes: Guille, el hermano de Mafalda, y Libertad, su amiga chiquita y reivindicativa. Los sigo leyendo porque tengo la sensación de que son intemporales, y sobre todo porque no me canso de leerlos. Continúo riéndome con la pereza imaginativa de Felipe, con la racanería heredada de Manolito, con el ensimismamiento idealista de Miguelito, la personalidad cosmopolita y beatlemaniaca de Mafalda, la tradicional casamentera de Susanita. 

Continúo quitándome el sombrero ante el ingenio de Quino, de este genio de la viñeta que nos acaba de dejar. 


Aquí dejo algunas fotografías de su libro De viaje con Quino:
                                           








                                              
                                                               The Beatles. She loves you 

domingo, 20 de septiembre de 2020

"Stoner", de John Williams


                                              

Stoner es una novela extraordinaria, una obra maestra, de lo mejor que he leído en mucho tiempo. Me pregunto con cierto fastidio cómo se me había escapado esta novela, cómo he tardado tanto en hacerme con ella, cómo no la había leído antes. Me pregunto con impotencia cuántas novelas como Stoner se me habrán pasado. Me ocurre como al protagonista, William Stoner, quien «a veces, inmerso en sus libros, le venía a la cabeza la conciencia de todo lo que no sabía, de todo lo que no había leído y la serenidad con la que trabajaba se hacía trizas cuando caía en la cuenta del poco tiempo que tenía en la vida para leer tantas cosas, para aprender todo lo que tenía que saber» (p.29) 

Conocí Stoner por casualidad hace un par de años, en un blog cuyo nombre no recuerdo. Tampoco recuerdo qué me llamó la atención de la reseña que leí, ni de qué modo pasó a esa lista imaginaria de lecturas pendientes. Tampoco sé qué misterioso mecanismo decidió que había llegado su momento. Simplemente, hace unos días, compré la novela y sin cuarentena alguna me puse con ella. Cuando empecé a leerla, ya no pude soltarla ni un minuto. La leí del tirón, con los ojos bien abiertos, sin saltarme una sola frase, ninguna palabra, porque era evidente que no sobraba ninguna. 

Stoner es una novela maravillosa en la que apenas ocurre nada, lo cual maravilla todavía más. Está tan bien escrita que vuelvo una y otra vez sobre sus páginas en busca del enigma que esconde. Y creo que lo voy intuyendo. Intuyo que John Williams era un auténtico genio. Sabía cómo atraparnos con su lenguaje aparentemente sencillo con el que narra una historia aparentemente sencilla. El protagonista, William Stoner, es un tipo normal, que lleva una vida normal, como la del común de los mortales. El autor consigue hacer un héroe de este antihéroe. Stoner es todo lo contrario al arquetipo norteamericano. Su triunfo no es triunfar como allí se entiende, sino vivir una vida que jamás habría imaginado. Y todo gracias a la educación, a la universidad, a los libros, a la literatura, al estudio, al esfuerzo. Todo gracias a una epifanía, a una revelación que este joven campesino, estudiante de la facultad de agricultura, tuvo en una clase de literatura cuando su profesor leyó un soneto de Shakespeare. Ese soneto lo cambió todo. Ahí está la clave del misterio. A Don Quijote los libros le dieron la vida. A William Stoner también. De eso va Stoner, de cómo la literatura nos salva, de cómo la literatura nos da vida.  Maravillosa.

«Tú tampoco te escapas, amigo. Para nada. ¿Quién eres tú?¿Un sencillo hombre de campo, como te finges? Oh, no. Tú también estás entre los enfermos, tú eres el soñador, el loco en el mundo de los locos, nuestro Don Quijote del El Medio Oeste sin su Sancho, retozando bajo el cielo azul. Eres lo bastante listo. Pero tienes el mal, la vieja enfermedad» (p.33)


                                                              The National. Sorrow



Traducción de Antonio Díez Fernández