martes, 31 de agosto de 2021

"Kathleen", de Christopher Morley



Regreso este verano a las páginas de Christopher Morley, en esta ocasión para leer Kathleen. Tras la lectura se confirma mi impresión de que la ficción literaria, el arte en general, tiene más fuerza que la propia realidad. La literatura individualiza la parte, la extrae de la cotidianidad y le da una relevancia que de otra manera pasaría desapercibida. La semana pasada vi una película titulada La mujer del cuadro (1944) de Fritz Lang, en la que el protagonista— Edward G. Robinson— se enamora del retrato de una mujer —Joan Bennet—, a la que poco después conoce y trata de seducir sin saber de ella más allá de lo que hay en el cuadro. El resto de la película es magnífica, con varios giros de guion propios del mejor cine negro. Comento esto porque el asunto tiene que ver con la novela de Christopher Morley, con el arte como protagonista e instigador de las acciones humanas. 

Kathleen es una novela corta, leve y fresca, con un argumento original. Es una comedia de enredo con tintes detectivescos (Conan Doyle y Mark Twain eran sus autores de cabecera) que tiene como trasfondo la creación literaria. La trama gira en torno a un grupo de estudiantes de Oxford que se reúnen en un club de escritura llamado los Escorpiones. Forbes, uno de los alumnos, propone escribir una novela a partir de una carta que ha encontrado olvidada en una librería. La carta la firma una chica llamada Kathleen y está dirigida a su amigo Joe. Durante el último trimestre, los Escorpiones darán vida en la ficción a los personajes de la carta, los hacen suyos, hasta el punto de que se enamoran del personaje que han creado y del que solo conocen su nombre. «Para cuando Carter y King acabaron sus capítulos y los leyeron en voz alta, los Escorpiones ya eran rendidos admiradores de Kathleen. A mitad del trimestre se había convertido en una verdadera obsesión» (p.29) Cinco de estos estudiantes, encabezados por Johnny Blair, el norteamericano estudiante en Oxford (como el autor), deciden buscarla. Quieren conocer a la heroína que tanto ha estimulado su imaginación. Esta es la mejor parte de la novela en la que Morley consigue sacar más de una carcajada al lector viendo cómo se las ingenian los cinco románticos gamberros que se han propuesto entrar en la casa y la vida de Kathleen. Se llevarán una sorpresa cuando comprueben que mucho de lo que salió de su imaginación poco tiene que ver con la realidad. Mayor será la de la familia de Kathleen cuando se vean rodeados por estos cinco estrafalarios desconocidos que ponen patas arriba un tranquilo día de descanso.

Hay poquísima información sobre este autor en Internet, y cuando busco el año de la publicación de la novela (en Wikipedia ni aparece) encuentro dos fechas: 1913 (en Lecturalia), y 1920 (en la propia editorial Periférica). Me inclino por la primera de las fechas. Tal vez me equivoque, pero tengo la sensación de que es una novela de iniciación. Es extraño que haga ninguna referencia a la Gran Guerra, cosa que sí que hace en La librería encantada. Es posible que la escribiera en 1913 (la trama se desarrolla un año antes) y la publicara en 1920. En Kathleen se percibe la candidez de los inicios de Christopher Morley, y se intuye el talento que desplegará poco después. Evidentemente, Kathleen no llega al nivel de La librería ambulante y La librería encantada . Creo que historia daba más de sí, que Morley se queda a medio, que podría haber logrado una novela con más sustancia. Aunque seguramente escribió lo que pretendía escribir: una novela leve, despreocupada y entretenida, como un juego de niños en el que vida y literatura, realidad y ficción se funden y se confunden. 
Lectura refrescante y divertida para pasar un buen rato.


Traducción de Ángeles de los Santos.

miércoles, 18 de agosto de 2021

"La librería", de Penelope Fitzgerald



«—¿Por qué cree que abrir una librería es inverosímil?—le gritó al viento— ¿La gente en Hardborough no quiere comprar libros?                                                                                                                                        —Han perdido el deseo por las cosas raras—dijo Raven mientras seguía limando—[…] Y no me diga usted que los libros no constituyen una rareza en sí mismos». (p.21)

Penélope Fitzgerald publicó La librería en 1978. Fue una escritora que comenzó a escribir cuando estaba cerca de los sesenta. Le dio tiempo a escribir ocho novelas y a conocer el éxito. Fue finalista del Booker Prize con La librería y lo ganaría al año siguiente con A la deriva. Señala Terence Dooley, su yerno y albacea, en el posfacio: «Qué extraña y maravillosa ironía supone que los dos libros que Penelope escribió para exorcizar en parte los fracasos de su época de madurez, La librería y A la deriva, finalmente la pusieran en el camino hacia el éxito, hacia el estrellato literario»

La librería es una novela con tintes autobiográficos que rememora la época en la que la escritora trabajó durante tres años en la librería de un pequeño pueblo costero del este de Inglaterra. Pero es fundamentalmente una historia de ficción inspirada en El cura de Tours, de Balzac, obra que recrea las intrigas de una población pequeña y la mezquindad de sus habitantes basada en la lucha de clases y el poder de las influencias. En la novela de Balzac, la malvada señora Gamard deja al pobre cura sin casa y sin su biblioteca. Aquí están las líneas maestras de La librería.

Corre el año 1959 cuando Florence Green decide abrir una librería en un pequeño y ficticio pueblo de la costa británica del Mar del Norte llamado Hardboroug. Cumple con el sueño romántico de muchos de los amantes de los libros.—¿Quién no ha tenido alguna vez este sueño descabellado?— Sin embargo, no lo tendrá fácil. La todopoderosa señora Gamart (nótese la leve diferencia con la malvada de Balzac) se empeñará en hacerle la vida imposible por un estúpido capricho. 

Se suele decir que una novela llega donde no llega una película. Y suele ser cierto, salvo en contadas ocasiones. Creo que La librería es una de ellas. La adaptación cinematográfica de Isabel Coixet es bastante fiel, aunque con algunas licencias que, en mi opinión, mejoran la historia. Incluso diría que Coixet llega con el personaje de Florence Green donde no llega Fitzgerald. Digamos que la hace más humana, con una Emily Mortimer que lo borda. Esto se deja entrever en su relación con la niña que le ayuda en la librería y sobre todo con el señor Brundish. En la novela, Florence Green apenas deja notar su amor por los libros, y la librería es exclusivamente un negocio como otro cualquiera. «Yo soy solo una comerciante», dice. En la película se aprecia ese sueño que antes mencionaba y el amor por los libros de Florence Green. Tampoco se vislumbra en la novela esa relación especial, casi amorosa, que surge con el señor Brundish, el viejo ermitaño que vive aislado rodeado de libros. En la novela aparece Lolita de Nabokov como libro clave de la historia, pero no menciona Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, ni Florence Green llora sobre las páginas de El vino del estío tras la muerte del señor Brundish, en una de las escenas memorables de la película. El homenaje de Coixet a Bradbury es todo un acierto que refuerza la pasión de los protagonistas por los libros. Incluso el final es diferente. Es más novelesco el de la película que el del libro, por la justicia divina que desprende. 

La sensación que me deja la novela es que es austera, tanto en el tono como en el lenguaje. Demasiado fría, demasiado inglesa. Tal vez demasiado realista. Mientras que la película de Isabel Coixet introduce el punto romántico, con los personajes más contrastados, que creo que hace la historia más redonda.  No sé si mi opinión sería la misma si hubiese leído el libro antes de ver la película. Tal vez la crítica iría hacia Isabel Coixet por tomarse tantas licencias. El caso es que no fue así. Y entre el el libro y la película, aunque el libro tiene un buen rato de lectura, me quedo con la película. 

                                                   

Traducción de Ana Bustelo

jueves, 12 de agosto de 2021

"Patria", de Fernando Aramburu

Patria de Fernando Aramburu se convirtió en todo un fenómeno editorial desde su publicación en septiembre de 2016, y yo, que desconfío por sistema estos fenómenos, me propuse leerla cuando bajara el soufflé, cuando todo el mundo se olvidara un poco de ella, como suele ocurrir con la mayoría de las novelas. No estoy seguro de que esto haya ha sucedido, sobre todo debido al estreno de la serie (que no he visto), la promoción y la polémica de la portada. Pero no estaba dispuesto a esperar más. El día llegó, y felizmente, porque hace tiempo que no devoraba una novela de más de seiscientas páginas en dos días. Ahora entiendo el éxito de la novela de Fernando Aramburu. Más que merecido. Entiendo que todavía no se haya olvidado. 

El tema es bien conocido. Dos familias, amigas íntimas, euskaldunas de toda la vida, nacionalistas ambas, separadas por el conflicto vasco, es decir, por la guerra de ETA contra el Estado español. No obstante, el problema en su origen no es de tipo político, sino económico: un empresario, el Txato, decide no pagar a ETA el impuesto revolucionario. Al tiempo, Joxe Mari, el hijo de su amigo Joxian, se ha echado al monte y se ha metido en ETA convertido en nuevo gudari/terrorista. Uno de los ganchos de Fernando Aramburu en la novela es si fue él quien apretó el gatillo que se llevó por delante la vida de su vecino. 

La historia comienza poco después de que una ETA desmadejada deje las armas de manera permanente. Esto lleva a Bittori, la viuda del Txato, a volver al pueblo para enfrentarse con el pasado, ahora sin tanto miedo, para mirar a la cara a sus viejos amigos/enemigos, a la familia del asesino de su marido, para tratar de averiguar detalles, para saber si realmente fue el hijo de Miren quien lo mató en la puerta de su casa una tarde lluviosa. Va al pueblo para que Joxe Mari le pida perdón, desde la lejana cárcel en la que lleva ya diecisiete años perdiendo el pelo. Bittori es la gran protagonista de Patria, la mujer valiente que se atreve a dar el paso.

Este es uno de los mensajes de la novela: la reconciliación y la paz en Euskadi pasan por el reconocimiento del dolor causado a las víctimas por parte de los victimarios y por que estos pidan perdón. Evidentemente, esto no gusta en el mundo abertzale, y algunos están criticando la novela y la serie —artefactos de ficción, por si no se habían enterado— llamándola fascista e idioteces por el estilo. Imagino que ni la han leído, ni lo harán. 

Aramburu trata de hacer un retrato más o menos fiel, incluso equidistante, del conflicto. No solo cuenta el inmenso dolor de las víctimas, señaladas y apartadas socialmente, asesinadas y finalmente expulsadas de su pueblo, sino que entra en el mundo de los victimarios recreando cómo un joven entra en ETA y actúa, y cuáles son las consecuencias para él (cárcel con tortura incluida) y su familia. Y ahí aparece su madre, Miren, que se fanatiza al máximo para apoyar a su hijo: todo por la patria—paradojas de la vida, el lema que sus enemigos lucen en sus cuarteles es también su máxima—. La patria es Euskal Herría, la tierra prometida. Todo por la patria, incluso matar a quien le enseñó a montar en bici, convertido en un enemigo de la patria por no pagar el impuesto revolucionario. El Txato es un empresario al que le va bien, y ETA, además de ser independentista, tiene una vena marxista, así que, el Txato, aunque nacionalista (se sobrentiende que del PNV) y euskaldún, es un enemigo de clase. Y esto también se ve reflejado en la novela: hay un invisible rencor de clase entre las dos familias. Amigos desde la infancia, el Txato prosperó montando una empresa de transportes, mientras que el Joxian, pusilánime, no se atrevió a dar el paso y continuó trabajando en la fundición. Los hijos de El Txato, Xavier y Nerea, con estudios universitarios y bien situados. Los hijos del Joxian, sin estudios universitarios: Joxe Mari en ETA y en la cárcel, Arantxa trabaja en una zapatería y Gorka escribe y es locutor de radio. 

Los hijos juegan un papel fundamental en la novela. Aramburu cuenta y les hace contar su historia. Cómo viven ahora y cómo vivieron antes y después del atentado del Txato. Entre todos equilibran la novela. Joxe Mari, es el etarra radicalizado, mientras que Arantxa primero, y Gorka después, zafándose de la presión social del entorno, se posicionan en contra del fanatismo violento del hermano y del mundo del nacionalismo radical. La lectura—siempre la lectura— los salva de quedar atrapados en sus redes. Me quedo con Arantxa, a quien la justicia divina le hace pagar, injustamente, por los crímenes de su hermano, el fanatismo de su madre y la cobardía de su padre, que no se atreve a mover un dedo. Xabier y Nerea, hijos de el Txato y Bittori también se equilibran como opuestos. Ella, la hija frívola, se niega a ser la hija de un asesinado por ETA y lo oculta. Quiere seguir viviendo como si nada hubiera pasado. La vida sigue. Él, todo lo contrario, hijo abnegado y siempre pendiente de la madre, el atentado lo ha dejado tocado, triste, solitario e incapacitado para la felicidad. La historia personal de los cinco hijos y de los cuatro padres componen Patria. Los secundarios tampoco desmerecen la novela, sobre todo Don Serapio, el cura del pueblo, partidario de la lucha armada, tipo repelente capaz de decirle a Bittori, la víctima, que no vuelva por el pueblo para no reabrir heridas. Nada menos. 

El lenguaje utilizado por Aramburu es certero y fluido, con un narrador en tercera persona que es sustituido constantemente por la voz, interna y externa, de los nueve personajes protagonistas, por lo que el lector está pegadísimo a ellos. Son personajes con voz propia, perfectamente perfilados. La estructura también es dinámica, con ciento veinticinco capítulos cortos en los que no existe una evolución cronológica lineal de los acontecimientos, sino que hay un continuo ir y venir de los distintos personajes desde el presente hacia el pasado y viceversa hasta formar el puzle, un todo verosímil y coherente que atrapa, y de qué manera, desde la primera página.  

Nunca es tarde para leer una gran novela como Patria de Fernando Aramburu. Imprescindible. 



Gracias a Pilar, que me prestó el libro y me dio el empujón definitivo para leerlo.