Descubrí a Basilio Pujante gracias a mi amigo S.K., quien además de hablarme bien de él, me regaló su ópera prima: Recetas para astronautas. El libro, un in crescendo de microrrelatos que poco a poco van perdiendo el prefijo, me dejó clarísimo que Basilio Pujante era un gran escritor. Ya el microrrelato que abre el libro, me demostró que estaba ante un autor ingenioso de mucho talento. Historia Universal en un Telegrama tiene este sonido: «Big Bang. Stop. Big Boom. Stop». ¡Fabuloso!
Hace unos días, en mi desescaladada literaria, tropecé, literalmente, con el nuevo libro de Basilio Pujante titulado El peso del hielo, publicado por la editorial Boria. Ya está bien de desempolvar tanto clásico, por fin aire fresco, me dije, contentísimo. No tardé en beberme con avidez los once relatos que componen el libro, como unos días más tarde haría con la primera caña que me tomaba en una terraza, al sol, sesenta y cinco días después de tanto encierro y tanta lluvia.
Los protagonistas de El peso del hielo nos ofrecen un rico mosaico de historias: un niño que participa en un concurso de reciclaje para ganar una bicicleta verde; un escritor que descubre durante su luna de miel en Japón que su matrimonio tiene los días contados, al tiempo que investiga el motivo de que su libro se venda en una librería del Jimbocho tokiota; un niño que sufre acoso en el colegio hasta que descubre que hay vida más allá de los matones; un aprendiz de escritor que encuentra a un viejo escritor olvidado que le pasa el testigo de su genio; un partido de fútbol del equipo del colegio en el que un niño sudamericano se convierte en el ídolo de sus compañeros; un profesor que sufre acoso en las redes sociales tras suspender a un famoso youtuber; unos personajes que están a punto de embarcar en un avión con destino a Madrid; una historia de amor imposible que traspasa las fronteras del tiempo; un padre que duda de lo que ha visto bajo el agua de una piscina; un grupo de publicitarios que se ven atraídos por el aura de su jefe.. Hay una excepción: el relato número once abandona el realismo (¿lo abandona?) para mostrarnos una historia ¿futurista y distópica? en la que los libros han desaparecido, hasta que llega al pueblo un hombre que lee en la calle, ante la curiosidad y el estupor de sus habitantes.
Conforme voy leyendo, cada relato me entusiasma más que el anterior. En ellos hay ternura, nostalgia, rabia, poesía, denuncia, intriga, amor, desamor, dolor, alegría, y literatura. Todos son buenísimos, pero me quedo con dos que me han parecido extraordinarios. El primero se titula Historia meridional y es una verdadera clase magistral de la Historia de España del siglo veinte narrada a través de dos personajes, Luis y Luisa, cuyo destino amoroso se ve truncado por el inicio de la guerra civil. El segundo, es El hombre que lee, una defensa de los libros y de la literatura en un mundo que cada vez se parece más al que describe, y un guiño a uno de los grandes libros del siglo veintiuno: 2666 del genial Roberto Bolaño.
Basilio Pujante, como todo gran cuentista, basa sus relatos en la singularidad de sus historias. Son relatos peinados y repeinados, cuidados hasta el detalle. Es evidente que sabe lo que hace, y lo hace con la maestría de quien lleva toda la vida escudriñando palabras. Sabe que tan importante es la forma como el contenido, acierta con el tono que el narrador utiliza en cada uno de los relatos, y logra que no levantemos la mirada de las páginas hasta la última palabra.
La literatura está en manos de autores como Basilio Pujante. Bolaño dixit.