martes, 17 de abril de 2018

"La muerte en Venecia", de Thomas Mann




Viajo a Venecia (lo sueño) con La muerte en Venecia de Thomas Mann en la mochila. Cuando llego a la ciudad me acuerdo de Sergio Pitol (gran lector de Mann) que perdió sus gafas en una de sus primeras visitas a la ciudad. Cuenta Pitol en El arte de la fuga:
“Se me escapaban los detalles, se desvanecían los contornos; por todas partes surgían ante mí inmensas manchas multicolores, brillos suntuosos, pátinas perfectas. Veía resplandores de oro viejo donde seguramente había descascaramientos en un muro. Todo estaba inmerso en la neblina como en las misteriosas Vedute de Venezia, coloreadas por Turner. Caminaba entre sombras. Veía y no veía, captaba fragmentos de una realidad mutable; la sensación de estar situado en una franja intermedia entre la luz y las tinieblas se acentuó más y más cuando una fina y trémula llovizna fue creando el claroscuro en el que me movía. A medida que la niebla me velaba aún más la visión e palacios plazas y puentes mi felicidad crecía”(p.30)




El vaporetto cruza la laguna lentamente desde Lido de Jesolo. A lo lejos comienza a dibujarse el perfil irreal de la ciudad. Abro el libro de Thomas Mann y leo:
“Y entonces volvió a ver el más prodigioso de los desembarcaderos, esa deslumbrante composición de arquitectura fantástica que la República Serenísima ofrecía a las respetuosas miradas de los navegantes; la liviana magnificencia del Palacio Ducal y el Puente de los Suspiros; las columnas de la orilla, rematadas por el león y el santo; el fastuoso resalto lateral del Templo encantado, con el portal y el gran Reloj en escorzo, y ante semejante visión pensó que llegar a Venecia por tierra, desde la estación, era como entrar en un palacio por la puerta de servicio, y que sólo como él lo estaba haciendo, en barco desde alta mar, debía llegarse a la más inverosímil de las ciudades” (p.26)


                          

Thomas Mann publicó La muerte en Venecia en 1912, cuando el mundo decimonónico burgués todavía no se había derrumbado, cuando la barbarie no había hecho acto de aparición en la civilizada Europa.  Mann tenía 37 años y su fama no dejaba de crecer (por entonces ya había publicado Los Buddenbrook) . En un viaje que realizó a Venecia en 1911 se le ocurrió la historia de un escritor cincuentón, ya consagrado, que decide viajar a la mítica ciudad italiana para descansar y recuperar la inspiración. El viaje lo cambiará todo.

El escritor alemán afincado en Munich (como Mann) Gustav von Aschenbach es el principal protagonista. La historia está narrada en tercera persona, siempre desde el punto de vista del escritor. Es una historia de amor y de muerte. El título lo dice todo. Eros y Thanatos, las dos caras de la misma moneda. El escritor, de recta moral burguesa, se abandona a los sentidos, a la belleza, al amor. Aschenbach tiene a su antagonista en el bello Tadzio, un adolescente polaco del que se enamora platónicamente. Un amor imposible que lleva al reputado escritor a un grado de patetismo que conmueve. 
Puede que Mann quisiera inmortalizar (tal vez ridiculizar) la última aventura amorosa de Goethe que en 1823, a sus 74 años, se enamoró de una joven de 17, Ulrike von Levetzou, a quien pidió matrimonio. El rechazo de la joven llevó al anciano escritor a una postración que sería el (feliz) origen de la Elegía de Marienbad:

«Ya perdí el Universo y me he perdido
a mí mismo -yo, amado de los dioses-
su Caja de Pandora me han vertido,
rica en gajes u horóscopos atroces.
Me tientan con la pródiga cascada
de los goces... y me hunden en la nada»

La muerte en Venecia se enmarca en un ambiente contradictorio: la belleza milenaria de la ciudad por un lado; por el otro, la epidemia de cólera que se mueve clandestinamente a través de sus canales. Venecia como ideal de belleza, encarnada en Tadzio; la epidemia (imposible escapar de ella) como el amor, como la muerte.

La novela tiene un ritmo lento, con continuas reflexiones sobre el mundo del arte y el trabajo del artista.
«Pues también desde una perspectiva personal, el arte es vida potenciada. Procura un goce más intenso, pero consume más deprisa. Imprime en el rostro de sus servidores las huellas de aventuras espirituales e imaginarias y, a la larga, engendra en el artista, por más que éste viva exteriormente inmerso en una paz conventual, cierta hipersensibilidad refinada, un cansancio y una curiosidad nerviosa que una vida colmada de gozos y pasiones turbulentas apenas conseguiría despertar» (p. 20).

(El arte es vida potenciada. Estoy seguro de haber leído esta frase en algún libro de Enrique Vila-Matas cuyo título no recuerdo)

Mann se recrea en la descripción de los pocos personajes que aparecen en la novela, sobre todo en Aschenbach y Tadzio. También es un maestro en la descripción de lugares, de ambientes; de los sentimientos del protagonista.
«Su espíritu empezó a girar, su formación cultural entró en ebullición y su memoria fue rescatando ideas antiquísimas que había recibido en su juventud y hasta entonces nunca había reavivado con fuego propio. ¿No estaba escrito que el sol desvía nuestra atención de las cosas del intelecto para dirigirla hacia las de los sentidos?» (p.57).

La muerte en Venecia es una novela para leer despacio, para detenerse a pensar. Para disfrutar de cada frase, cada párrafo. Para disfrutar de sus escasas noventa y cuatro páginas. Para leerla en Venecia (o imaginarlo).





                                          Gustav Mahler. Symphony Nº 5. BSO. Death in Venice






Traducción: Juan José del Solar

Elegía de Marienbad de Goethe. Última estrofa en la traducción de Guillermo Valencia

 Imágenes: Venecia de William Turner. 


2 comentarios:

  1. Pura literatura condensada y casi un tratado filosófico. Mucho, mucho para reflexionar en tan solo noventa páginas. La anécdota de Sergio Pitol (murió hace unos días) me hace renegar un poco menos de mis limitaciones de miope. Y a todo esto, ¿qué te parece la película de Visconti? Yo creo que se queda en lo superficial, pero claro es una impresión que me viene a la cabeza muchos años después de leer la novela y ver la película.
    Excelente reseña, por cierto.
    Un abrazo.

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    1. Ayer vi la película de Visconti, con la novela todavía fresca. Es una adaptación bastante fiel, aunque con algunas licencias, como el trabajo del protagonista o la muerte de su hija, que no aparecen en la novela. Me gustó la recreación del ambiente de la estirada aristocracia decimonónica veraneando en el Lido de Venecia, siempre con el paraguas en la mano. La banda sonora, con la música de Gustav Malher (el personaje de Aschenbach está basado el músico austriaco) es fantástica.
      Pero como bien dices, creo que le falta profundidad. Imagino que no tuvo que ser fácil llevar a la pantalla una novela intimista en la que casi todo lo que pasa está dentro de la cabeza del protagonista. Visconti lo intenta solucionar con una una voz en off y con el recuerdo de las conversaciones entre Aschenbach y un amigo, y con numerosos primeros planos de los protagonistas. La interpretación de Dirk Bogarde es buena, pero el personaje de la novela no parece tan afectado, aunque imagino que era necesaria esa sobreactuación para que el público comprendiera su lucha interior.
      La película me ha gustado aunque no tanto como la novela. Creo tenía demasiado reciente la lectura, de modo que estaba todo el rato comparando. Todavía no he visto una adaptación cinematográfica que supere a una novela.
      Bueno, corto el rollo que estoy como Lamet en “Qué grande es el cine”...
      Buen fin de semana.
      Un abrazo.

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