domingo, 21 de junio de 2020

"Los confines", de Andrés Trapiello



Últimamente leo a Andrés Trapiello con los ojos cerrados. Y no me equivoco. Me encuentro con una novela inesperada y maravillosa. Inesperada porque se trata de una historia de amor que ya le hubiera gustado firmar al mismísimo Tolstoi. Se podría pensar que he perdido el norte comparando a Trapiello con Tolstoi. Yo también lo pienso, pero bien perdido sea.
El amor entre Ana Karenina y Vronski es peccata minuta comparado con el de Max y Claudia. El primero es un amor contrariado que diría García Márquez, en el que las circunstancias los lleva a ser desdichados. El de los protagonistas de Los confines no lo es. Los amantes de Trapiello superan todo tipo de obstáculos. El amor se impone a las normas. Aunque tengan que abandonarlo todo para llegar hasta último confín.  Porque el de Claudia y Max es un amor de confín. No hay nada más allá. «Me has dado tanta fuerza que me sucede lo que a Antígona: que por ti, por esto que ha sucedido, estoy dispuesta a sostener metales al rojo vivo con las manos».
Ana Karenina y Vronski también se marcharon lejos para vivir su amor. Pero regresaron. Y Ana pagó muy caro el atrevimiento de desafiar las convenciones sociales. 
¿Lo pagarán también Claudia y Max?

«Yo creo que las novelas no se hacen ni con buenas personas ni con buenos sentimientos […] Ni desde luego con un final feliz, como el vuestro. Claro que tampoco con lo contrario. En realidad no sé cómo se hacen».


                                             Mercromina. En un mundo tan pequeño

jueves, 18 de junio de 2020

"Bartleby, el escribiente", de Herman Melville



Bartleby, el escribiente es una novela corta, en las antípodas de Moby Dick. Es su contrapunto. La acción frente a la inacción, el héroe contra el antihéroe, la épica con mayúsculas frente a la épica cotidiana. Bartleby es todo un ejemplo de asertividad. Bartleby es un subalterno subversivo. Si en Moby Dick el protagonista se empeña en buscar la mítica ballena hasta el último confín, en Bartleby, el escribiente el empeño del protagonista es llevar la inacción hasta las últimas consecuencias en un rincón de una oficina escondido tras un biombo.
La frase de la novela es «preferiría no hacerlo». Son las contagiosas palabras de Bartleby a cualquier petición de su jefe, que es el narrador que relata la inaudita historia de un empleado. ¿A quién se le ocurriría responder de este modo a su superior si este le solicita educadamente que revise unos papeles? A Bartleby. Sin embargo, a pesar de la sorpresa inicial ante la inesperada respuesta, el jefe no pierde la compostura y en vez de despedirlo, que sería lo habitual, trata de entenderlo y convencerlo con educación e inteligencia para que entre en razón. La rebelión de Bartleby es cotidiana y absurda, y más meritoria en tanto que el dueño del bufete es un buen tipo que finalmente decide dejarlo en la oficina a pesar de que no hace otra cosa que mirar por la ventana ante la protesta del resto de empleados. Es un pulso entre la extraña terquedad de Bartleby y la compasión del jefe. El aparente tono cómico de la novela va adquiriendo tintes trágicos conforme avanza. ¿Qué hay detrás de ese “preferiría no hacerlo” de nuestro protagonista?
Hay mucho Kafka en Melville. 

Nota: La portada requiere una explicación, aunque preferiría no hacerla.

Traducción: Julia Lavid.


                                                Xoel López. Hombre de ninguna parte
                                 


domingo, 7 de junio de 2020

"El buque fantasma", de Andrés Trapiello


El buque fantasma, publicada en 1992, es la segunda novela de Andrés Trapiello. Es una novela de iniciación política y sentimental situada en una ciudad de provincias en los años finales del franquismo. El protagonista es Martín, un joven de familia acomodada que sale de su pequeña ciudad para estudiar filosofía en V. El autor no menciona su nombre, pero tras esa V se adivina Valladolid.
Es el propio Martín quien, veinte años después, narra esos dos años de descubrimiento y desengaño, tanto del amor como de la lucha política. Martín cuenta sus peripecias con poesía pero sin nostalgia, desmitificando una época que el tiempo se encargaría de cubrir con una pátina de romanticismo. En los noventa parecía que todos habían corrido delante de los grises, todos habían luchado por la democracia, todos habían estado en cárceles franquistas.
«La gente, hoy, a nueve años del final del siglo, oye la palabra poesía, pliega y se va. Pero, ¿cómo, si no, recordar aquellos años?¿Cómo, si no es con la poesía, podrían conservarse aquellos recuerdos? […] Recuerdos, cine, fantasía, lo que no sirva más que para pasar el rato y hacerse uno no sé qué vanas y vagas ilusiones de que ha visto y vivido, sin tener que probar ni demostrar a nadie que ha visto y que ha vivido, pues todo en el recuerdo es verdadero». (p.138)

Martín, como buen filósofo, es un joven con inquietudes políticas y pronto se empieza a relacionar con un grupo de universitarios de una organización llamada Juventud Comunista.
«Pero, ojo, no hay que confundirlo con Juventudes Comunistas, que era una cosa distinta. Es más, nada podía ofender tanto a u miembro de Juventud Comunista como que lo tomaran por uno de Juventudes Comunistas, y a la inversa» (p.35). El objetivo de esta organización es repartir propaganda antifranquista. Martín lee a Lenin, a Marx y Los conceptos elementales del materialismo histórico de Marta Harnecker. Es un revolucionario, aunque su padre o su tío Narciso sean personas cercanas al régimen. Martín está llamado a poner en práctica sus lecturas, a luchar contra la injusticia y contra la dictadura.
«Yo creo que pasárselo uno bien y ser revolucionario a la vez no se podía. Podía ser uno revolucionario y luego feliz. A la vez no, me parece a mí, salvo los tres o cuatro ácratas y los tres o cuatro individualistas. (p.87)

Rei, hijo de un policía, es el líder de la organización. Martín se convierte en su gran amigo. Para ellos, jóvenes de 18 años, lo de repartir propaganda es un juego peligroso y clandestino que está íntimamente relacionado con el descubrimiento del amor.
«Supongo yo que eso es la juventud: no discernir entre el poder y el querer, entre el mundo y su representación, entre lo que se hace por generosidad y lo que hacemos por vanidad, entre ser hombres libres y ser gallitos de vistoso plumaje».
Martín descubre el amor en Dolly, una mujer mayor que él. Dolly se convierte en el personaje clave de la educación sentimental y política de Martín. Es el contrapunto pragmático a su romanticismo.
«—La verdad—decía siempre Dolly— está en las medias tintas, en los grises, en toda la amplia gama de penumbras. La mucha luz te ciega y en la mucha sombra no se ve. Dividiendo a la gente en clases sociales no se llega nunca a ninguna parte. Siempre habrá buenas y malas personas […] Al final uno no se relaciona con ideas y programas, sino con personas, que no son ni lo que quieren ser ni lo que pueden ser, sino lo que la vida les va dejando ser. En general olvídate de teorías. O ponen difícil lo que es fácil o fácil lo que es difícil. Con ver es más que suficiente, y a primera vista, mejor». (p. 159)

Finalmente la célula es desmantelada. Comienzan las torturas y las delaciones entre compañeros. Rei y otros terminan en la cárcel. La brutal realidad se impone. La dictadura conserva sus fuerzas. Fin del romanticismo. Fin de los ideales.
«— Lo peor de la cárcel —le contaba Rei a Celeste— es que tienes demasiado tiempo para pensar. Cuando piensas hacia un lado o hacia otro, hacia delante o hacia atrás, todo marcha; como pienses en círculo, estás perdido Aquí no haces sino dar vueltas y vueltas alrededor de un pozo seco. Eso te vuelve loco.» (p.140)
«La pirámide que había sido alguna vez, iba camino de convertirse en una elevada ruina, en la informa mastaba de ideales erosionados o derrumbados a sus pies» (p.141)
«La causa de que existan delaciones y delatores hay que buscarlas siempre en tres cuevas: el miedo, el interés o la maldad, descartada la ingenuidad, pues a la ingenuidad nada se la puede exigir por su misma falta de juicio» (p.149)
«En cierto modo me di cuenta en las cárcel de que vivíamos dentro de otra cárcel peor aún, más hermética, más opresora. La mitad de las cosas no podían discutirse y la otra mitad había que aceptarlas como venían del Comité Central» (p.191).
Martín, Rei y el resto navegan en un buque fantasma.

Martín se libra de milagro de la terrible experiencia de su amigo Rei. Y regresa a casa transformado y desengañado.
«Muchos creen que la lucha antifascista fue una lucha por la democracia. Por creerlo, pueden creerlo, si eso les hace ilusión. Todos los que yo conocí en esas escaramuzas estaban encuadrados en partidos cuyos programas soñaban con la dictadura del proletariado. Ahora bien, puede que hubiera otros demócratas que lo fueran de verdad. No digo que no. Pero no tuvimos la suerte de tratarlos o conocerlos» (p. 216)

Veinte años después recuerda aquellos años de juventud con poesía, pero sin nostalgia. 
 «Quedan de la vida, si algo queda, las hojas muertas, unas pocas imágenes amarillentas. Tal paseo al atardecer en una playa, la contemplación de un niño dormido. El zumbar de unas avispas sobre una raja de sandía tras un almuerzo campestre, un abrazo, dos o tres adioses, la vaga memoria de unos pocos libros, bagatelas, pavesas, nada, todo lo que a un buen conservador le parece insignificante. Eso que los poetas llaman verdad, no siempre con minúscula. (p.217)

No me equivoqué al seguir la estela de Andrés Trapiello.


                                                          L.E. Aute. A por el mar