El año pasado comencé la lectura de Luz de agosto de William
Faulkner. Leí entusiasmado hasta la página ciento cincuenta, pero tras un
parón de dos días me venció la pereza (uno de mis pecados capitales) y no volví
a retomarla. La famosa novela plagiada en Amanece
que no es poco quedaría aparcada hasta que llegaran tiempos mejores.
Justo un año después, vuelvo a intentarlo con Faulkner.
Esta vez la elegida es Mientras agonizo,
publicada en 1930. Del fracaso de Luz de agosto aprendí que a Faulkner
había que leerlo del tirón y con los cinco sentidos puestos en cada frase, con
el móvil apagado y a quinientos metros de distancia. Con esta idea en la cabeza
escalo Mientras agonizo en dos días.
Por supuesto, no salgo indemne de la lectura. Contento de haber leído a uno de
los escritores más influyentes del siglo XX, de recordar el aire faulkneriano
de Pedro Páramo de Juan Rulfo y, sobre todo, de La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa. Feliz de comprender,
al fin, por qué los habitantes de la maravillosa localidad cuerdiana tienen “verdadera devoción por Fuulkner”.
Mientras agonizo
es una de las novelas más desoladoras que he leído. La novela es una larga agonía
y una interminable odisea (con algunos momentos cómicos) en la que no hay
personaje plano, sin aristas, sin secretos, sin segundas intenciones. Ni siquiera
la protagonista Addie Bundren, cuya muerte y posterior traslado a la tumba en
un angustioso periplo son el centro de la narración. Addie Bundren está casada
con Anse y tiene cuatro hijos, Cash, Darl, Jewell (el hijo preferido y
seguramente el que más lamenta su muerte), Vardaman, y una hija, Dewey Dell. Es
una familia de campesinos pobres que malvive de lo poco que le proporciona sus
tierras. Los antagonistas son sus vecinos, Vernon Tull y su esposa Cora,
personajes aparentemente libres de pecado, fieles y honrados creyentes.
Mientras Addie Brunden agoniza, Cash, le construye al
ataúd con sus propias manos para
demostrar su habilidad como carpintero. Darl y Jewell, con el permiso
del padre, dejan a su madre en el lecho de muerte y se marchan para hacer un trabajo
por tres dólares. El pequeño Vardaman llega a casa con un enorme pez que
descuartiza. Dewey Dell la abanica mientras piensa en cómo abortar en la ciudad
aprovechando el futuro entierro de su madre. Y Anse se consuela en que, tras la
muerte de su mujer, podrá ponerse una dentadura nueva (y tal vez una nueva
esposa). Mientras tanto, Cora, al lado de la moribunda, se preocupa por unos
pasteles que le gustaría vender en la ciudad.
Toda la novela parece una broma macabra de Addie Bundren,
quien le hace prometer a su esposo que la enterrará en la ciudad de Jefferson,
a varias jornadas de camino de su casa. “Recordaba que mi padre solía decir que
la razón para vivir era prepararse para estar muerto durante mucho tiempo”
(p.158). Addie es una muerta en vida. Su vida es una agonía, su muerte es una
agonía y el traslado hasta su tumba es agónico. Su familia quiere cumplir con
su voluntad aunque tenga que luchar contra los elementos, como efectivamente
ocurre con el traslado del ataúd en el carro. Las fuertes lluvias han arrastrado
los puentes por los que tienen que cruzar, por lo que no les queda más remedio
que atravesar el río. La determinación de Anse y los hijos por cumplir el deseo
de la madre es admirable, aunque también sabemos de los motivos ocultos para
emprender tan descabellado viaje, en el que los buitres llegan a perseguir el
carro, atraídos por el olor putrefacto del cadáver de Addie.
Faulkner estructura la novela en cincuenta y nueve
capítulos con el nombre de los protagonistas. El narrador y el punto de vista
es el de cada uno de ellos (catorce en total), de modo que la agonía y el
posterior traslado de Auddie Bundren lo vemos a través de “monólogos interiores”,
de diferentes miradas, al tiempo que conocemos sus pensamientos y su visión de
lo que acontece. Darl es el que lleva el peso de la novela, el que hace las
veces de narrador omnisciente, el único que parece hacerse una idea cabal de lo
que está ocurriendo a pesar de lo disparatado y terrible del asunto. El
contrapunto a Darl es su hermano Vardaman, quien con su mirada de niño incapaz
de comprender, aporta una visión surrealista de la historia: “Mi madre es un
pez” (p. 82).
Faulkner también juega con el tiempo en la novela. El
avance lineal se ve interrumpido en ocasiones, con intervenciones clave como la
de Audie Bundren, quien lo hace después de muerta para mostrarnos su pasado
como maestra, su fracasado matrimonio con Anse, su pecado, su amargura y su
crueldad.
“Por la tarde, cuando terminaba la escuela y se habían ido
todos con sus naricillas sucias y mocosas, en lugar de irme a casa bajaba por
la colina hasta el manantial, donde podía sosegarme y odiarles tranquilamente
[…] solía estar deseando que cometieran alguna falta, para así poder zurrarles.
Cuando la vara caía, podía sentirla en mi propia carne; cuando les levantaba
cardenales y verdugones era mi sangre la que corría, y a cada golpe de vara
pensaba: ¡Ahora vais a saber quién soy! Ahora soy alguien en vuestras vidas
secretas y egoístas, soy quien ha marcado para siempre vuestra sangre con la
mía” (p.158)
O la del padre Whitefield que completa la entrada anterior desvelando el verdadero secreto y la hipocresía del personaje, considerado por Cora (que no acierta en nada) un dechado de virtudes.
O la del padre Whitefield que completa la entrada anterior desvelando el verdadero secreto y la hipocresía del personaje, considerado por Cora (que no acierta en nada) un dechado de virtudes.
Mientras agonizo
es una novela compleja en la que el lector ha de hacer el esfuerzo de leer
entre líneas para ver qué se esconde detrás de las palabras de cada uno de los
personajes. Es asombroso que William Faulkner la escribiera en tan solo seis
semanas mientras trabajaba como bombero y vigilante nocturno de la Universidad
de Mississippi. En una carta enviada a su editor Linscott a finales de mayo de 1946 escribe:
“Supongo que escribí El
ruido y la furia para divertirme. La anterior a esta había sido rechazada
por todos aquellos a los que se la envié y por lo tanto mis esperanzas de verla
publicada se vinieron abajo; de todos modos nunca había hecho nada pensando en
ganar dinero con la literatura. Escribí la primera sección, y encontré que me
convencía un poco más, escribí la segunda sección, y encontré que me complacía
más, etcétera, etcétera. No pensé que nadie le editaría ni que estuviera
correcta, hasta que Hal Smith, que
había intentado que Harcour se hiciera cargo de ella, se estableció por su
cuenta y la editó. De alguna manera lo mismo ocurrió con el libro Agonizo. Pedía a Smith quinientos
dólares de préstamo, le dije que le escribiría un libro, en realidad no me
esperaba el préstamo pero lo recibí, lo gasté, pasó el tiempo y recordé que
había prometido un libro, por fin me agarré a mí mismo por el cogote y le
escribí uno enseguida, me llevó seis semanas, por un pelo llegó en el prometido
telegrama”. Así de fácil era escribir una obra maestra para Faulkner.
He tardado tanto tiempo en leer un libro de San William Faulkner que espero no
ocurra lo mismo con el siguiente. También espero ir al cielo después de leer a Faulkner. Luz de agosto continúa a la espera. Por
poco tiempo. O eso espero.
Traducción de Jesús Zulaika
Escena de Amanece que no es poco, de José Luis Cuerda
Faulkner es difícil. Requiere demasiada atención y esfuerzo, pero la recompensa es enorme. Tengo varios aún pendientes porque la pereza nos tienta y nos lleva por senderos más luminosos y transitables, pero siempre se toma algún recodo de difícil tránsito, pero muy hermoso, que nos lleva hasta él.
ResponderEliminar"Mientras agonizo, tal vez sea la novela del autor que más me ha gustado por ahora.
"Amanece que no es poco" es una película que ya ha pasado a la historia del cine de este país. Me ha encantado volver a ver esa escena.
Un beso.
"Mientras agonizo" es una lectura exigente, pero menos de lo que me esperaba. Y como dices, la recompensa es enorme, como sucede con cualquier actividad que requiera un esfuerzo extra por la dificultad que entraña. Haciendo un símil con el montañismo, yo diría que Faulkner es un ocho mil, pongamos que es el Annapurna. "Mientras agonizo" estaría en el campamento base. (El Everest, seguramente sería Joyce). Estoy contento por haber llegado al campamento base de Faulkner. La experiencia merece la pena. Todavía sigo dando vueltas por aquí.
Eliminar"Amanece que no es poco" está por encima de esos picos. Es una película extraterrestre, en la que el sol sale por el oeste. Puede que esto sea un recuerdo inventado, pero creo que la primera vez que tuve constancia de la existencia de Faulkner fue cuando vi la película de Jose Luis Cuerda.
Un beso.
Qué buen sabor de boca deja leer un clásico de tal calibre. No conocía la intrahistoria de esta novela, es increíble que fuera gestada con esa ligereza, uno se imagina un esfuerzo tremebundo y resulta que a Faulkner le salio de una manera natural. Todo esto choca con su intrincada estructura y la atención que requiere para no perderse. En fin, fenomenal reseña Juan Carlos. Compensa con creces, sí, leer a los clásicos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo también me quedé a cuadros con el origen de la novela. En sus "Cartas escogidas", Faulkner, apenas si menciona "Mientras agonizo", como si se tratara de una obra menor, o como si la hubiese escrito sin esfuerzo alguno. Seguramente fue así. La genialidad de los genios.
EliminarUn abrazo.