sábado, 6 de marzo de 2021

"La invención de la soledad", de Paul Auster


El pasado 21 de enero falleció mi padre. Desde entonces me dedico a bucear en las profundos mares de la memoria, buscando su rostro, sus gestos, sus palabras, para sacarlo a la superficie, para rescatarlo, antes de que el olvido se encargue de difuminar sus contornos lentamente. En esta tarea necesaria me ha sido de gran ayuda el libro de Paul Auster, La invención de la soledad. Lo compré en Madrid el 9 de mayo de 2005, en un viaje que apenas recuerdo. Sé que estuve allí porque lo dejé por escrito en la primera página del libro. Sí que me acuerdo de leerlo poco después, durante la convalecencia en el hospital de mi madre, que fallecería en septiembre de ese mismo año. Ya entonces me pareció un libro a tener en cuenta. Y lo vuelvo a rescatar. En La invención de la soledad, Paul Auster hace un ejercicio de memoria para recordar a su padre, fallecido repentinamente, lo que le lleva a rememorar otros momentos importantes de su existencia y reflexionar sobre la memoria, la escritura, la soledad y la vida. 

Saco el libro del estante, instintivamente, como si me estuviera esperando. Sé que lo necesito para mi propósito. Comienzo a leerlo. «Supe que tendría que escribir sobre mi padre […] Pensé: mi padre ya no está, y si no lo hago deprisa, su vida entera se desvanecerá con él». Las imágenes del padre de Auster se superponen a las de mi padre. «Descubrí que no hay nada tan terrible como tener que enfrentarse a las pertenencias de un hombre muerto. Los objetos son inertes y solo tienen significado en función de la vida que los emplea. Cuando esa vida termina, las cosas cambian, aunque permanezcan iguales. Están y no están allí, como fantasmas tangibles, condenados a sobrevivir en un mundo al que ya no pertenecen». En cada escena, en cada capítulo repito el ejercicio de memoria escribiendo en mi cuaderno. Miro sus fotografías y siento que todavía está aquí. ¡Hola Capitán!, me dice con una sonrisa. Las contemplo con absoluta atención, como si estuviera vivo. «El hecho de que muchas de estas fotografías eran totalmente desconocidas para mí, sobre todo las de su juventud, de daban la extraña sensación de que lo veía por primera vez y de que una parte de él comenzaba a existir ahora. Había perdido a mi padre: pero al mismo tiempo lo había encontrado». Esa es la parte que más quiero recordar, precisamente la que no forma parte de mis recuerdos directos. La de su juventud, cuando yo todavía no existía, ni siquiera formaba parte de un mínimo plan de futuro. Sobre esa época escribo en mi cuaderno, a partir de difusos fragmentos de recuerdos de conversaciones con él y con mi madre. La figura de mi madre reaparece en estos momentos con más claridad, como si mi padre hubiese encendido la luz en una habitación que llevaba tiempo en penumbra, la habitación en la que por fin se reencuentran. 

En la primera parte de La invención de la soledad, Auster narra en primera persona diferentes fragmentos de la vida de su padre. Se remonta a sus orígenes, al trágico episodio de principios del siglo veinte en el que su abuela mató a su abuelo de un disparo. Nos muestra el carácter solitario de su padre y la conflictiva relación con su madre que terminó en divorcio; nos habla de su trabajo, de su casa, de sus aficiones, de sus tics, de la relación que tuvo con sus hijos (con él y con su hermana). También pone al descubierto las dificultades que tiene el propio autor para escribir esta historia. «Mi necesidad de escribir era tan grande que creí que la historia se escribiría sola. Pero hasta ahora las palabras ha llegado con mucha lentitud […] He comenzado a sentir que la historia que intento contar es de algún modo incompatible con el lenguaje, y que su resistencia a las palabras es proporcional al grado de aproximación a lo importante, de modo que cuando llegue el momento de expresar lo fundamental (suponiendo que eso exista) no seré capaz de hacerlo». 

En la segunda parte del libro, titulada El libro de la memoria, cambia a un narrador en tercera persona. La lectura se hace más ágil, más ligera, y a la vez más intensa y reflexiva, como si el autor se hubiera liberado del peso del recuerdo del padre, como si hubiese rendido cuentas con él. Auster se aleja precisamente para hablarnos, de manera fragmentaria, de él mismo, de su vida, de su matrimonio, de sus viajes iniciáticos, de sus lecturas, de su hijo Daniel, de sus primeros encuentros con el arte y la literatura, con Carlo Collodi, con Van Gogh, con Vermeer, Emily Dickinson, con Mallarmé. Defiende la idea de que el único camino que conduce a la memoria pasa inexorablemente por la soledad y la escritura. Paradójicamente, ese estado de soledad desaparece en el momento en que uno comienza a transitarla, para reencontrarse con los recuerdos, modelados por la escritura, actividad esencial convertida en medio y fin. Paul Auster se propone encontrar rimas, en forma de coincidencias, en los acontecimientos de la vida y de los recuerdos, en un maravilloso ejercicio que pretende dar un sentido literario a la realidad, para hacerla más llevadera, más soportable.

Termino la relectura del libro de Paul Auster, un libro ya anclado definitivamente en mi vida, en el final de la vida de mis padres; pero mi viaje por los insospechados vericuetos de la memoria todavía no ha terminado. Auster marca una senda que sigo recorriendo, la de los caminos de la memoria que únicamente pueden ser transitados en soledad, con una pluma y una página en blanco. Escribe Irene Vallejo en El infinito en un junco que el acto de escribir alarga la vida de la memoria e impide que el pasado se disuelva para siempre. Encuentro una frase de Sartre que anoté en el primer cuaderno que empecé a escribir, allá por 2005: «El recuerdo es el único paraíso del que no podemos ser expulsados». 

La invención de la soledad termina con esta palabras: 
«Fue. Nunca volverá a ser. Recuérdalo».



                                                           Billie Holiday. Solitude


Traducción de Maria Eugenia Ciocchini


12 comentarios:

  1. Siento mucho lo de tu padre, Juan Carlos. perdí al mío hace más de dos años y medio, pero te puedo asegurar que ni un día pasa sin que me acuerde de él a cada rato.
    Cuando leí La invención de la soledad hace ahora veinte años, mi padre estaba muy vivo y no lo leí con el sentimiento con que tú lo has hecho. Veo además que las dos veces que lo has leído han estado cercanas a las pérdidas respectivas de tus padres. Yo aún tengo a mi madre. No debería esperar a perderla para releer el libro.
    Por cierto, Stoner, maravilloso.
    Un beso muy grande.

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    1. Gracias por tus palabra Rosa.
      Cada libro tiene su momento, y a "La invención de la soledad" le ha tocado acompañarme en dos de los más dolorosos de mi vida. La primera vez fue precisamente cuando descubrí a Paul Auster y ataqué sus libros por los cuatro costados. La segunda, más de quince años después, lo he elegido conscientemente porque sabía que me ayudaría a organizar y a profundizar en los recuerdos sobre mi padre. Esta segunda lectura ha sido totalmente diferente porque era una lectura interesada, y aunque me ha ayudado, tengo la sensación de que se me ha quedado corta.
      Acabo de leer tu reseña sobre "Stoner". Es estupenda. Me alegro de que te haya gustado tanto.
      Un fuerte abrazo.

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  2. Una entrada preciosa Juan Carlos. Siento mucho la pérdida de tu padre. Afortunadamente quedan los recuerdos, queda mucho en nosotros de ellos. Afortunadamente aunque no es un gran consuelo. Auster habla de los objetos, en mi caso recobran relevancia al recordarme a aquellos que pertenecieron. Aparecen también recuerdos que estaban tan escondidos que parecían ni existir. Una lectura muy apropiada para este momento, me alegro de que nos la hayas contado. Auster uno de mis autores favoritos que tengo muy abandonado. Habrá que ponerle remedio. Un fuerte abrazo.

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    1. Eso era precisamente lo que buscaba en el libro, esos recuerdos escondidos, que unas veces aparecen cuando menos te lo esperas, otras cuando ves un objeto o una fotografía. En este caso, conforme leía cada página, en mi mente aparecía algún recuerdo concreto sobre mi padre. Ha sido un ejercicio que me ha ayudado muchísimo, y tengo la sensación de que él, ellos, siguen ahí mientras los recuerde. La lectura como medicina del alma, como dicen los personajes de Morley.
      Gracias por tus palabras Ana.
      Un fuerte abrazo.

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  3. Hola, Juan Carlos. Lo primero de todo, darte el pésame. Mis padres viven, aunque tengo con ellos una relación complicada, casi diría que traumática. Recuerdo la lectura de "Ordesa" de Manuel Vilas, que fue recibida de manera desigual, pero creo que indaga con mucho tino en ese sentimiento de orfandad tardía.
    He leído el libro de Paul Auster, tuve la sensación de que le debió costar gran esfuerzo escribirlo y me dejó una sensación extraña, agridulce. No logré conectar del todo.
    La memoria de los seres queridos es lo más parecido que conozco a la inmortalidad, tanto que una de las cosas que más me angustia es el olvido, casi más que la muerte. Bueno, espero que sigas con tus lecturas y mucho ánimo.
    Un abrazo.

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    1. Gracias Gerardo. Tengo todavía pendiente "Ordesa", y puede que sea de mis próximas lecturas, porque tengo esa necesidad de seguir explorando este camino. Estoy contigo en lo que dices sobre "La invención de la soledad", incluso lo dice el propio Auster que ve una tarea casi imposible escribir sobre su padre. Imagino que se debe a que no tuvo una buena relación con él. Y se nota muchísimo porque corta de repente el relato sobre su padre y la segunda parte la dedica a escribir sobre su vida, la memoria y la escritura, y se le ve más suelto, com liberado, como si ya hubiera cumplido. Cuando lo leí por primera vez me interesó más la segunda parte, pero esta vez me interesaba más la primera, por eso, como le he dicho a Rosa, se me ha quedado corta.
      A mí también me angustia el olvido, me da miedo que este mundo del presente continuo en el que vivimos, en el que recordar es casi un tabú, se lleve por delante también mis recuerdos. Por eso los escribo, como si ahí quedaran a salvo. La escritura como extensión de la memoria que dice la gran Irene Vallejo.
      Seguiremos con las lecturas.
      Un fuerte abrazo.

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  4. Hola, Juan Carlos. No sabía de la pérdida de tu padre. Lo lamento muchísimo y te doy mi pésame más sentido. Encontrar auxilio en los libros, conocer cómo autores a quienes admiramos han superado situaciones semejantes es de muchísima ayuda. El sentimiento de pérdida, de orfandad, de soledad en que nos quedamos cuando desaparecen quienes nos dieron la vida es brutal. Muchos libros tratan el tema pero, seguro, no todos lo hacen con igual fortuna. Tomo nota del título que no conocía; de Auster últimamente leí (mejor dicho, escuché pues lo hice en audiolibro) "A salto de mata" y como todo lo que he leído de este escritor me gustó.
    Sobre el asunto de la pérdida me dispongo a comenzar el de Charo Jiménez titulado "Cenizas y rosas", ya te diré qué me parece pero viene avalado por buenos comentarios.
    Recordar es lo más humano que tenemos, y recordar a quienes se fueron es convertirlos en inmortales, es vencer a la muerte ('nadar sabe mi llama el agua fría').
    Un muy fuerte abrazo, amigo

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    1. Gracias por tus palabras, Juan Carlos, y por ese maravilloso verso de Quevedo (y perder el respeto a la ley severa), genio entre los genios. Leyendo tu comentario, me acuerdo de otros versos que están entre mis preferidos (y creo recordar que también entre los tuyos), y que vienen al caso. Son con los que termina Jorge Manrique sus célebres coplas: "dio el alma a quien se la dio, el cual la dio en el cielo, en su gloria, que aunque la vida perdió, dejonos harto consuelo su memoria".
      Un fuerte abrazo.

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  5. ¡Hola Juan Carlos! Siento muchísimo el fallecimiento de tu padre y quiero mandarte mucho ánimo y fuerza. Yo perdí a mi madre hace ya casi 8 años y pienso en ella cada día, pero me da rabia que algunas cosas, algunos recuerdos se vayan difuminando. Hay libros que nos marcan según nuestra situación de vida y momentos, recuerdo perfectamente cual fue el libro que estuve leyendo y que tanto me ayudó a evadirme durante mis noches de hospital con ella, los libros son maravillosos y hay un libro para cada situación, seguro.
    Sumergirme en series de televisión también me ayuda mucho.
    No he leído a Paul Auster ¿te lo puedes creer? es un autor que siempre me ha dado pereza, no sé porqué.
    Me he encantado tu pequeño homenaje a tu padre, tu sentida reseña.
    ¡Un beso muy grande!

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    1. Hola Marian, es cierto que los libros o el cine (y las series), nos ayudan a llevar mejor los malos momentos. Cada momento tiene su libro. El de "La invención de la soledad" era este. En un hospital, donde el tiempo pasa tan despacio, no hay mejor ayuda que una buena novela. Yo también recuerdo unas cuantas.
      Si algún día te animas a leer a Auster seguro que lo disfrutarás mucho, pero todo llegará si tiene que llegar. Yo me quedé pegado a sus páginas con "La noche del oráculo" que fue su primer libro que leí. Luego vinieron todos los demás: "El palacio de la luna", "Leviatán", "Brooklyn Follies", "El libro de las ilusiones" y tantos otros.
      Gracias por tus palabras, Marian.
      Un fuerte abrazo.

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  6. Pues mira que he leído unas cuantas novelas de Paul Auster pero "la invención de la soledad" no está entre ellas; me la anoto. Y, por otro lado, pocas palabras se pueden decir cuando las pérdidas son tan descomunales e intangibles. Un abrazo.

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    1. Si has leído algunas novelas de Auster, La invención de la soledad se disfruta mucho más, porque fue su primer libro publicado en prosa (es del 82), y es toda una declaración de intenciones que más tarde cumplirá con creces: su deseo de convertirse en escritor, buscando las rimas en los acontecimientos en forma de coincidencias, el azar como único Dios que decide.
      Gracias por el comentario.
      Un abrazo.

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