viernes, 14 de septiembre de 2018

Apestoso tío Muffin, de Pedro Mañas



Hace dos semanas, mi sobrina Amaya, quien a sus nueve años es ya una lectora crítica y perspicaz, tras ver en el blog los aparatosos títulos de mis últimas lecturas, me recomendó (y me prestó) el último libro que había leído. Se titulaba Apestoso tío Muffin, de Pedro Mañas, y era la novela ganadora del Premio Anaya de literatura infantil y juvenil de este año. En un intento de reparar mi desportillado criterio lector, decidí hacer caso a Amaya (y a su perro Tim) y leer Apestoso tío Muffin.
Apestoso tío Muffin no es la primera novela de Pedro Mañas, ni éste su primer premio. Mañas publicó con Anaya su ópera prima titulada Klaus Novak, limpiador de alcantarillas en 2007, y al año siguiente publicó con Everest, Los O.T.R.O.S. (Sociedad Secreta), ambas premiadas. Después llegaron otras novelas y otros premios, como La formidable fábrica del miedo, Un carromato verde botella, Una terrible palabra de nueve letras y La vida secreta de Rebecca Paradise, ésta última Premio Barco de Vapor 2015 de SM. Pedro Mañas es filólogo, literalmente, amigo de las palabras. Señala en su Biografía insensata: «Voy conociéndolas poco a poco. Las revuelvo, las ordeno. Las arrugo y las despliego. Las lavo, las pongo a secar. Y cada vez resultan en una historia distinta, en un poema diferente, en una mentira más gorda que la anterior. Más gorda, pero (espero)… también más divertida».          

                                                       

«Posiblemente has oído cientos de veces que los imanes atraen el hierro, la miel atrae a las moscas, y los hechiceros atraen la lluvia disfrazados como fantoches.
Mr. Montgomery Muffin atraía la porquería.
No es broma. Mr. Muffin era algo así como un aspirador humano. Por donde quiera que pasase, la mugre salía disparada hacia él como si tuviera misteriosas propiedades magnéticas».
Este es el inicio del primer capítulo de Apestoso tío Muffin. Un narrador omnisciente que se deja ver, se dirige al lector para mostrar la historia de Mr. Muffin.
Mr. Muffin no tiene familia ni amigos. Vive solo en una vieja casa situada en una calle de reminiscencias tintinianas llamada Haddock Road. Es la misma casa a la que se fue a vivir tras la muerte de su madre. Allí vivía su abuela, quien lo criaría desde entonces  con un actitud ultraproteccionista, bajo la premisa del miedo.  Miedo a tocar nada en casa, por si le ocurría algo. Miedo a salir a la calle con los amigos, por si algo le pasaba. De modo que Mr. Muffin se convierte en un adulto solitario, tímido, temeroso y poco sociable, y para colmo, o más bien como consecuencia de lo anterior, huele como una mofeta.
Paradójicamente, Mr. Muffin es un tipo limpio que se baña dos veces al día, una por la mañana, antes de ir al trabajo, y otra por la noche, cuando regresa de la oficina de la fábrica de productos de limpieza en la que trabaja. Sin embargo, no puede evitar estar siempre sucio y desprender una horrorosa fragancia a pescado podrido que repele a los humanos y atrae a los gatos de la vecindad, que a la postre serán sus únicos amigos (su gata se llama Roña). Muffin es una especie de patito feo encerrado en vida de quien rehúyen sus vecinos y compañeros de trabajo. A un lado de su casa vive Mr. Cooper, que además es (mal, por trepa) compañero de trabajo; al otro, las señoras Findenburguer, dos viejas fisgonas que se mofan del pobre Muffin.
Sin embargo, dos hechos van a cambiar este estado de cosas. Por un lado, una niña que dice ser su sobrina, un día y sin previo aviso, entra en la casa de Muffin. Se llama Emma, y se convierte en una especie de hada madrina para el (falso) tío Muffin. La aparición de Emma supone un punto de inflexión en su vida, pues comienza a infundirle valor para enfrentarse con sus fantasmas, para enfrentarse con el mundo exterior.
El otro acontecimiento es la llegada de una nueva jefa a la empresa. Se llama Florence y es precisamente la sobrina de las Findenburguer. La flecha de Cupido ha sido disparada directamente al corazón de Muffin. Cuando la conoce, tiene suerte de que esté resfriada, de modo que no lo ve como un apestoso como el resto de los mortales. Pero el constipado se pasa y Muffin tiene el tiempo justo para lograr desprenderse de la hediondez que arrastra. La joven Emma le ayudará en semejante tarea inventando un producto limpiatodo. ¿Conseguirá Muffin desprenderse del mal olor?¿Logrará quitarse los miedos que le inculcó su abuela?¿De dónde ha salido Emma?. La respuesta a todas las preguntas en un desenlace estupendo, con intriga incluida.
La novela se compone de ciento cuarenta páginas y está dividida en trece capítulos, cada uno con una ilustración de Víctor Rivas
El tema fundamental de la novela es el miedo, el mal olor como metáfora del miedo a vivir, y por supuesto el remedio: el amor y la amistad.
 «El miedo, en cierto modo se parece a la suciedad. Al igual que la suciedad, el miedo se huele a lo lejos. Los dos se nos pegan al cuerpo y pueden alejarnos del resto del mundo. Y no importa cuánto luchemos contra ellos, porque siempre volverán. A ambos nos enfrentamos en una batalla interminable que durará toda nuestra vida» (p. 134)
Apestoso tío Muffin de Pedro Mañas es una novela bien escrita y muy divertida. Se lee en una sentada y oxigena cuerpo y mente. La novela trasmite un mensaje fundamental, apto para todas las edades: la vida con miedo no es buena vida.
Un gran descubrimiento, Pedro Mañas. Para seguirle la pista (por el bañerófono). Otro gran descubrimiento, las recomendaciones de Amaya (y de Tim).









                                           Ilustraciones de Víctor Rivas


                                                  Izal. La mujer de verde






martes, 11 de septiembre de 2018

Mientras agonizo, de William Faulkner



El año pasado comencé la lectura de Luz de agosto de William Faulkner. Leí entusiasmado hasta la página ciento cincuenta, pero tras un parón de dos días me venció la pereza (uno de mis pecados capitales) y no volví a retomarla. La famosa novela plagiada en Amanece que no es poco quedaría aparcada hasta que llegaran tiempos mejores.

Justo un año después, vuelvo a intentarlo con Faulkner. Esta vez la elegida es Mientras agonizo, publicada en 1930. Del fracaso de Luz de agosto aprendí que a Faulkner había que leerlo del tirón y con los cinco sentidos puestos en cada frase, con el móvil apagado y a quinientos metros de distancia. Con esta idea en la cabeza escalo Mientras agonizo en dos días. Por supuesto, no salgo indemne de la lectura. Contento de haber leído a uno de los escritores más influyentes del siglo XX, de recordar el aire faulkneriano de Pedro Páramo de Juan Rulfo y, sobre todo, de La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa. Feliz de comprender, al fin, por qué los habitantes de la maravillosa localidad cuerdiana tienen “verdadera devoción por Fuulkner”.

Mientras agonizo es una de las novelas más desoladoras que he leído. La novela es una larga agonía y una interminable odisea (con algunos momentos cómicos) en la que no hay personaje plano, sin aristas, sin secretos, sin segundas intenciones. Ni siquiera la protagonista Addie Bundren, cuya muerte y posterior traslado a la tumba en un angustioso periplo son el centro de la narración. Addie Bundren está casada con Anse y tiene cuatro hijos, Cash, Darl, Jewell (el hijo preferido y seguramente el que más lamenta su muerte), Vardaman, y una hija, Dewey Dell. Es una familia de campesinos pobres que malvive de lo poco que le proporciona sus tierras. Los antagonistas son sus vecinos, Vernon Tull y su esposa Cora, personajes aparentemente libres de pecado, fieles y honrados creyentes.

Mientras Addie Brunden agoniza, Cash, le construye al ataúd con sus propias manos para  demostrar su habilidad como carpintero. Darl y Jewell, con el permiso del padre, dejan a su madre en el lecho de muerte y se marchan para hacer un trabajo por tres dólares. El pequeño Vardaman llega a casa con un enorme pez que descuartiza. Dewey Dell la abanica mientras piensa en cómo abortar en la ciudad aprovechando el futuro entierro de su madre. Y Anse se consuela en que, tras la muerte de su mujer, podrá ponerse una dentadura nueva (y tal vez una nueva esposa). Mientras tanto, Cora, al lado de la moribunda, se preocupa por unos pasteles que le gustaría vender en la ciudad.

Toda la novela parece una broma macabra de Addie Bundren, quien le hace prometer a su esposo que la enterrará en la ciudad de Jefferson, a varias jornadas de camino de su casa. “Recordaba que mi padre solía decir que la razón para vivir era prepararse para estar muerto durante mucho tiempo” (p.158). Addie es una muerta en vida. Su vida es una agonía, su muerte es una agonía y el traslado hasta su tumba es agónico. Su familia quiere cumplir con su voluntad aunque tenga que luchar contra los elementos, como efectivamente ocurre con el traslado del ataúd en el carro. Las fuertes lluvias han arrastrado los puentes por los que tienen que cruzar, por lo que no les queda más remedio que atravesar el río. La determinación de Anse y los hijos por cumplir el deseo de la madre es admirable, aunque también sabemos de los motivos ocultos para emprender tan descabellado viaje, en el que los buitres llegan a perseguir el carro, atraídos por el olor putrefacto del cadáver de Addie.

Faulkner estructura la novela en cincuenta y nueve capítulos con el nombre de los protagonistas. El narrador y el punto de vista es el de cada uno de ellos (catorce en total), de modo que la agonía y el posterior traslado de Auddie Bundren lo vemos a través de “monólogos interiores”, de diferentes miradas, al tiempo que conocemos sus pensamientos y su visión de lo que acontece. Darl es el que lleva el peso de la novela, el que hace las veces de narrador omnisciente, el único que parece hacerse una idea cabal de lo que está ocurriendo a pesar de lo disparatado y terrible del asunto. El contrapunto a Darl es su hermano Vardaman, quien con su mirada de niño incapaz de comprender, aporta una visión surrealista de la historia: “Mi madre es un pez” (p. 82).

Faulkner también juega con el tiempo en la novela. El avance lineal se ve interrumpido en ocasiones, con intervenciones clave como la de Audie Bundren, quien lo hace después de muerta para mostrarnos su pasado como maestra, su fracasado matrimonio con Anse, su pecado, su amargura y su crueldad. 
“Por la tarde, cuando terminaba la escuela y se habían ido todos con sus naricillas sucias y mocosas, en lugar de irme a casa bajaba por la colina hasta el manantial, donde podía sosegarme y odiarles tranquilamente […] solía estar deseando que cometieran alguna falta, para así poder zurrarles. Cuando la vara caía, podía sentirla en mi propia carne; cuando les levantaba cardenales y verdugones era mi sangre la que corría, y a cada golpe de vara pensaba: ¡Ahora vais a saber quién soy! Ahora soy alguien en vuestras vidas secretas y egoístas, soy quien ha marcado para siempre vuestra sangre con la mía” (p.158)
O la del padre Whitefield que completa la entrada anterior desvelando el verdadero secreto y la hipocresía del personaje, considerado por Cora (que no acierta en nada) un dechado de virtudes.


Mientras agonizo es una novela compleja en la que el lector ha de hacer el esfuerzo de leer entre líneas para ver qué se esconde detrás de las palabras de cada uno de los personajes. Es asombroso que William Faulkner la escribiera en tan solo seis semanas mientras trabajaba como bombero y vigilante nocturno de la Universidad de Mississippi. En una carta enviada a su editor Linscott a finales de mayo de 1946 escribe:
“Supongo que escribí El ruido y la furia para divertirme. La anterior a esta había sido rechazada por todos aquellos a los que se la envié y por lo tanto mis esperanzas de verla publicada se vinieron abajo; de todos modos nunca había hecho nada pensando en ganar dinero con la literatura. Escribí la primera sección, y encontré que me convencía un poco más, escribí la segunda sección, y encontré que me complacía más, etcétera, etcétera. No pensé que nadie le editaría ni que estuviera correcta, hasta que Hal Smith, que había intentado que Harcour se hiciera cargo de ella, se estableció por su cuenta y la editó. De alguna manera lo mismo ocurrió con el libro Agonizo. Pedía a Smith quinientos dólares de préstamo, le dije que le escribiría un libro, en realidad no me esperaba el préstamo pero lo recibí, lo gasté, pasó el tiempo y recordé que había prometido un libro, por fin me agarré a mí mismo por el cogote y le escribí uno enseguida, me llevó seis semanas, por un pelo llegó en el prometido telegrama”. Así de fácil era escribir una obra maestra para Faulkner.

He tardado tanto tiempo en leer un libro de San William Faulkner que espero no ocurra lo mismo con el siguiente. También espero ir al cielo después de leer a Faulkner. Luz de agosto continúa a la espera. Por poco tiempo. O eso espero. 

Traducción de Jesús Zulaika

                                        

Escena de Amanece que no es poco, de José Luis Cuerda