sábado, 31 de octubre de 2020

"Kokoro", de Natsume Soseki



El mes pasado, en la reseña de Stoner de John Williams, me preguntaba cuántos libros extraordinarios se me habrían escapado, cuántos de esos libros me quedaría sin leer. Era difícil en aquel momento pensar que podía encontrarme con una novela tan buena como Stoner. Y ahí llegó la recomendación de Joselu, autor del blog Profesor en la Secundaria. Debía leer Kokoro de Natsume Soseki. Ni qué decir tiene que le agradezco muchísimo haberme puesto delante esta maravillosa novela, oro puro, que se publicó en 1914 y que es considerada la obra cumbre de las letras japonesas. 

Kokoro se desarrolla en Japón en los años previos a la muerte del emperador Meiji en 1912, que fue quien llevó a cabo la profunda transformación de la sociedad japonesa occidentalizando y modernizando el país. Este es el trasfondo que no es ajeno a la trama, pero la novela va por otros derroteros más intimistas. Es una novela que apunta a la esencia del ser humano, a sus comportamiento, a su moral, a la frágil línea
que separa el bien del mal, a la amistad, al amor, a la felicidad, a la culpa, y lo hace a través de la introspección psicológica de sus personajes.

Soseki nos pone frente a dos personajes, el narrador, un joven estudiante universitario, y Sensei, un hombre mayor. El joven estudiante nos cuenta en primera persona cómo conoce a Sensei, cómo se acerca a él y cómo se convierte en su maestro espiritual, aunque Sensei, que es un hombre culto, no quiere saber nada del mundo y vive de espaldas a la sociedad. Está casado y no tiene hijos. El joven narra su acercamiento paulatino y la fuerte influencia espiritual que Sensei ejerce sobre él. Sin embargo, el joven no termina de comprender esa amargura que arrastra, ese pesimismo, esa enorme peso que en ocasiones transmite su maestro. Esa misteriosa carga de Sensei es el gancho que Natsume Soseki pone al lector para mantenerlo atrapado. Como gran escritor, va dejando pequeñas pistas aquí y allá, para que el lector se vaya haciendo una idea. Pero cuando llega el momento de la verdad, te deja tocado, incluso si has llegado a imaginarlo. Hasta ese instante, el joven narrador muestra la relación con sus padres a su regreso al pueblo tras graduarse en Tokio, el choque entre el mundo rural y el urbano, entre las viejas tradiciones japonesas y los nuevos comportamientos occidentalizados. La tercera parte de la novela es de lo mejor, cuando Sensei le escribe una carta al joven para contarle su vida y desvelarle el terrible secreto de su vida. 

Leía a Soseki y me parecía que estaba leyendo a Delibes, y en vez del Japón de principios del siglo veinte, veía la España de los años setenta. Me ha parecido una novela muy cercana, con situaciones y personajes perfectamente reconocibles en nuestro entorno. Natsume Soseki utiliza un lenguaje sencillo pero extraordinariamente preciso para mostrarnos los entresijos de las relaciones humanas, el interior mismo del ser humano. La estructura del libro es fundamental para atraparnos en su red. Se divide en tres partes y en capítulos cortos. Me quedo asombrado cuando leo en la Introducción de Fernando Cordobés que Soseki lo publicó por entregas en su periódico, y que la tercera parte la alargó más de lo que tenía previsto por motivos extraliterarios. 

 «A primera vista somos todos buenas personas, al menos, somos lo que se entiende por personas normales. ¡Lo aterrador de asunto es que, a la hora de la verdad, cualquiera puede convertirse en alguien malo!» (p.90)  

Kokoro de Natsume Soseki es una novela enorme, aparentemente sencilla pero con una gran carga de profundidad. Kokoro es una forma de entender el mundo. Una obra maestra de las que dejan huella.  



Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés
 

miércoles, 14 de octubre de 2020

"Infortunios de Alonso Ramírez", de Carlos de Sigüenza y Góngora



Infortunios
de Alonso Ramírez de Carlos de Sigüenza y Góngora fue una obra escrita y publicada en 1690 en el Virreinato de Nueva España, siendo a la sazón virrey el Conde de Galve, hermano del Duque del Infantado, personaje poderoso en la España de Carlos II. La obra narra la historia en primera persona de Alonso Ramírez, portorriqueño que viajó por el Caribe, Nueva España y Filipinas, fue capturado por piratas ingleses y hecho prisionero durante dos años y medio (desde marzo de 1687 hasta octubre de 1689), al cabo de los cuales, tras muchas penurias, fue liberado para regresar a Nueva España atravesando el Atlántico, dando así la vuelta al mundo.  Este es, muy resumido, el relato de Infortunios

Durante mucho tiempo la crítica consideró esta obra como origen de la ficción novelesca sudamericana. Sin embargo, esto cambió en 2007, cuando Fabio López Lázaro, Profesor de Historia de la Universidad de Hawái, publicó la prueba de que Infortunios era una relación histórica verídica basada en un personaje real. En 1996, Antonio Lorente Medina, Catedrático de Literatura Hispanoamericana de la UNED, ya defendía esta hipótesis, debido a que estaba demostrado que todos los personajes aparecidos en el relato eran reales y no inventados. Al parecer, Alonso Ramírez pulió los pasajes inconvenientes de su biografía y destacó los que le favorecían en la relación que le hizo a Carlos de Sigüenza. Las investigaciones de López Lázaro, Buscaglia y Lorente Medina, pusieron al descubierto la verdadera peripecia vital de Alonso Ramírez y los motivos por los que simplificó y distorsionó la verdad, al tiempo que incluían las razones (políticas y económicas) por las que el Virrey Galve decidió que se escribiera y publicara tal versión de los hechos. 




Sabemos por Infortunios que Alonso Ramírez nació en San Juan de Puerto Rico, puede que en 1662-63 (“corriendo el año 1675 y siendo menos de trece años de mi edad”, señala). Su padre era Juan de Villanueva y su madre Ana Ramírez, el primero andaluz, la segunda portorriqueña. Era una familia de pocos recursos, por lo que pronto el joven Alonso decidió salir a buscarse la vida, primero en la Habana, después en el Virreinato de Nueva España. Los primeros meses fueron de hambre y penuria, hasta que logró algunos trabajos y algún dinero, lo que le permitió regresar a la ciudad de México donde se casó con Francisca Xavier, doncella de la familia Poblete. Esta falleció en el parto, por lo que Alonso Ramírez, decidió hacer una especie de penitencia marchando a Filipinas (“quise darme pena de este delito”). Eso narra Infortunios, aunque señala Lorente Medina que las razones de su viaje a Filipinas fueron “la abundancia de aquellas islas y el considerable tráfico de la zona”, es decir, que se marchó para prosperar. Se afincó en Cavite y fue marinero y mercader durante tres años de bonanza, favorecida por la pujanza de ciudades como Batavia. Durante estos años fue protegido del gobernador, lo que le llevaba a veces a realizar gestiones comerciales, que a la postre le costarían el asalto de piratas ingleses, cosa que ocurrió el 4 de marzo de 1687. En Infortunios describe las pésimas condiciones de la fragata que fue capturada. Se dice que era una fragata real, cuando en realidad era un champán de carga (Nuestra Señora de Aránzazu y San Ignacio). Buscaglia ha demostrado que estaba capitaneada por D. Felipe Ferrer y que Alonso Ramírez era un marinero o un carpintero de ribera. El apresamiento es corroborado por fuentes coetáneas, como el Diario de las Novedades de Filipinas del jesuita Antonio Jaramillo, y por el New Voyage around the world, diario escrito por William Dumpier, cabecilla de los piratas, y publicado diez años después. Las tres fuentes describen los mismos sucesos sin grandes diferencias de detalle excepto en la datación de la captura, lo cual se explica por el diferente calendario (gregoriano y juliano) que seguían españoles e ingleses respectivamente. El barco pirata se llamaba el Cygnet y rindió al Nuestra Señora de Aránzazu tras un intenso fuego cruzado que duró más de dos horas. Diez días después, los marineros del Aránzazu fueron liberados, pero algunos se quedaron con los piratas, entre ellos Alonso Ramírez. El motivo es que estos piratas ingleses ofrecían buenas condiciones a los que se unieran a la causa. En Infortunios, Alonso habla de la captura como el origen de sus penurias y humillaciones, lo que se contradice con el regalo final que le hicieron los piratas de una fragata y un valioso cargamento. Ninguno de los marineros que fueron liberados hablaron de la crueldad de los piratas. Tan sólo lo haría Alonso Ramírez, por lo que señala Lorente Medina que “su texto resulta sospechoso”. 

Su siguiente hito vital fue su experiencia pirática. Los capitanes piratas aprovecharon la guerra entre la compañía inglesa y Siam para ofrecer patentes de corso a ambas partes. De este modo actuaron impunemente y se beneficiaron de la captura de barcos enemigos y de la venta posterior de su carga en el mercado negro. La identificación de los piratas citados en Infortunio revela que Alonso Ramírez vivió sus aventuras en dos barcos distintos: primero en el Cynget, junto a Dampier, más tarde en el Good Hope, junto a Dankin y el maestre Bel, compañeros del Cynget, que habían capturado el barco en Bengala. Al parecer hubo un motín a bordo del barco por parte de los holandeses Cornelius Paterson y Hendick, identificados en Infortunios como Cornelio y Enrique. En el interrogatorio sobre el motín pesó más el testimonio de Alonso Ramírez que el de los dos holandeses que eran veteranos de la tripulación. Además dejaron a Alonso tener a su esclavo Pedro. Estos hechos demuestran que Alonso Ramírez fue más un pirata y que un prisionero. 

Por último, cabe señalar el hito de la liberación y su llegada a México. Alonso Ramírez también distorsionó el episodio de su liberación. En realidad lo que ocurrió fue una liquidación de la compañía pirata y a Alonso le correspondió un valioso cargamento. Su regreso a América no fue fruto del azar y las circunstancias, sino que estaba perfectamente planeado. Alonso quería vender su cargamento en territorios ajenos al Imperio Español. De hecho no menciona en Infortunios que pasó cerca de Puerto Rico y de La Española, y su objetivo era dirigirse a Stan Creel Town, en Belice. El problema es que encalló su fragata poco antes de llegar, en la península del Yucatán novohispana. Tras este incidente no le quedó más remedio que adaptarse a las nuevas circunstancias, granjeándose la amistad del sacerdote Cristóbal de Muros y del encomendero Melchor Pacheco, que lo apoyaron hasta que el virrey tuvo noticias del asunto y lo mandó llamar para que relatara a Carlos de Sigüenza y Góngora sus aventuras, quien escribió la relación tal y como nos ha llegado. Alonso Ramírez también tuvo enemigos, como Ceferino de Castro, alcalde de Valladolid, que se apropió de la fragata y de su cargamento aplicando la Bula de Cruzada por considerarlo pirata y contrabandista. Fue el único que acertó en el blanco. Pero con la ayuda de Muros, primero y de Sigüenza y Góngora después, recuperó su fragata y su cargamento y logró eludir la verdad de su vida con la publicación de los Infortunios
Lorente Medina lo describe como un hombre de notable inteligencia, paciente, tenaz y vitalista. En vista de todo lo que hizo es evidente que lo era. 






Bibliografía:
Carlos de Sigüenza y Góngora. Infortunios de Alonso Ramírez. 
Antonio Lorente Medina. Letras Hispanoamericanas Coloniales 
José Miguel Oviedo. Historia de la Literatura Hispanoamericana.

sábado, 10 de octubre de 2020

"La librería ambulante", de Cristopher Morley


Corría el año 1917 y el mundo contemplaba con horror cómo la humanidad alcanzaba las cotas más altas de barbarie en las infinitas trincheras de Europa, en los mataderos de Verdún y Somme. Una enorme grieta que llevaba directamente al infierno había engullido a la todopoderosa y envanecida civilización occidental. El progreso había mostrado su cara más terrorífica. Hubo algunos escritores que tuvieron fuerza para no mirarla directamente e imaginaron que la vida podía seguir siendo como hasta entonces, una vida feliz y despreocupada. Entre ellos estaba el escritor norteamericano Christopher Morley, quien ese mismo año publicó La librería ambulante, una novela que estaba en las antípodas del conflicto. Morley hizo exactamente lo mismo que Franz Kafka el día que estalló la guerra en Europa. Ese día caluroso del verano de 1914, Kafka escribió en su diario. «Ha estallado la guerra. Por la tarde fui a nadar». Sin embargo, el escritor praguense, desde el centro de la grieta no pudo más que imaginar el mundo que se avecinaba y un año después publicó La metamorfosis. Morley, que era tres años mayor que Kafka, sí que pudo nadar tranquilo. El mundo imaginado por Morley era Hobbiton. El de Kafka era Mordor. 

 Hace casi dos meses que publiqué la reseña de La librería encantada. Se trataba de la segunda parte de La librería ambulante, que no había leído previamente. Decía que seguramente había sido un acierto comenzar la casa por el tejado, pero no me queda otra que desdecirme. En este caso hay que empezar por el principio, por La ambulante, para disfrutar más de la historia de una quijotesca pareja que a esas alturas del año 1917 todavía creía en la bondad del ser humano y en la literatura como bálsamo. 

He leído varias opiniones que señalan que La ambulante es mejor que La encantada. No estoy del todo de acuerdo. La ambulante creo que gusta más porque es más fresca, está narrada por el maravilloso personaje de Helen McGill, tiene el movimiento de un Rocinante tirando de El Parnaso, que es nombre de la librería rodante, y tiene una historia de amor en ciernes que se resuelve al final de la novela. Es más ligera, más despreocupada, más idealista, con el mundo rural como espacio literario, con la igualdad de género como reivindicación de la protagonista, Helen McGill, que a sus cuarenta años decide romper con la vida doméstica al cuidado de su hermano (un afamado escritor de novelas pastoriles) para irse en busca de de aventuras, reafirmando su libertad y su independencia al comprar el negocio de la librería ambulante al señor Mifflin, alter ego de Morley, sin duda. Y por supuesto, tiene los libros como protagonistas salvadores que viajan en la librería móvil recorriendo los pedregosos caminos del campo estadounidense. Sin embargo, la segunda, La encantada, se desarrolla en la ciudad de Nueva York, tiene más empaque librero, las conversaciones en torno a los libros son extraordinarias, tiene más sustancia histórica, con el trasfondo de la Gran Guerra que en La ambulante ni se menciona, incluso tiene más emoción, con la trama detectivesca y el libro de Carlyle como protagonista. Entiendo que la primera guste más, pero no creo que sea mejor. En realidad da exactamente igual porque las dos novelas de Cristopher Morley son maravillosas. 

«Cuando le vendes un libro a alguien no solamente le estás vendiendo doce onzas de papel, tinta y pegamento. Le estás vendiendo una vida totalmente nueva. Amor, amistad y humor y barcos que navegan en la noche. En un libro cabe todo, el cielo y la tierra, en un libro de verdad, quiero decir». (p.42)



Traducción de Juan Sebastián Cárdenas