Fractura se publicó el año pasado. Desde entonces tenía intención de leerla. Ya
dije aquí que Andrés Neuman es un
escritor del que intento no despegarme. Pero como ocurre con muchos de mis
propósitos lectores lo fui postergando. Hasta que el azar me puso el libro
delante.
Una tarde entré
en una librería. Serían las seis. Fractura
no estaba en mi mente. La librería estaba vacía. Intuí a dos dependientas. En
otra estancia se escuchaba algún murmullo. Tras pasar un buen rato ojeando
títulos que no me convencían despegué la mirada de los anaqueles, y casi me doy
de bruces con el hombre que estaba sentado detrás de una pequeña mesa. Era
Andrés Neuman. Ante mi sorpresa, extrañamente lo saludé como si lo conociera de toda la vida.
Le dije algo así como: «¡Hombre tú por aquí!». «Te estaba esperando», fue su
rápida respuesta. De modo que seguimos la conversación. La señal estaba clara. Fractura
se había cruzado en mi camino. Segunda sorpresa. Los
murmullos que provenían de la otra estancia eran de Andrea y Borja, mi sobrina
y su pareja. Tras escucharnos, pensaron que Neuman y yo éramos amigos. No
deshice el entuerto y continuando con la impostura los presenté. Andrés
recomendó a Andrea Sin destino de Imre Kertész. Nos contó cómo lo conoció
en una conferencia en una ciudad centroeuropea antes de que le dieran en Nobel.
Andrea finalmente no le hizo caso y salimos de la librería con tres ejemplares
de Fractura dedicados por el autor. Nos
fuimos con la sensación de haber conocido a un gran tipo. A un gran escritor.
Fractura es una novela cosmopolita y viajera, igual que su protagonista, Yoshie
Watanabe.
Fractura es una novela poética por la belleza que desprende el cuidado lenguaje de Andrés Neuman. Fractura es una novela que nos muestra el amor a distintas edades.
Fractura es una novela que aborda multitud de temas utilizando una amplia gama de matices. No hay absolutos.
Fractura es una novela poética por la belleza que desprende el cuidado lenguaje de Andrés Neuman. Fractura es una novela que nos muestra el amor a distintas edades.
Fractura es una novela que aborda multitud de temas utilizando una amplia gama de matices. No hay absolutos.
Uno de esos temas,
tal vez el más importante, es el del papel de la víctima, de cualquier
víctima que ha sobrevivido al horror, al holocausto, al genocidio, a la
guerra, a las bombas.
Yoshie Watanabe
es víctima por partida doble, si eso es posible. Pero no quiere vivir con ese
estigma. Vivía en Nagasaki. El 6 de agosto de 1945 su padre lo llevó a Hiroshima
para hacer unas gestiones. En Nagasaki quedaron su madre y sus dos hermanas. Un
muro le dio una segunda vida. Su padre no corrió la misma suerte. El destino se
empeñó en salvarlo de nuevo, cuando tras caminar errante entre la desolación, perdió
el último transporte que lo llevaba de regreso junto a su madre y sus hermanas.
Tres días después murieron con la segunda masacre. La reconstrucción que hace
Neuman del 6 de agosto de 1945 es la mejor que he leído. Esta es una pequeña
muestra:
«Sólo en ese
momento se dio cuenta de los gritos a su alrededor, del fuego, de las
crepitaciones, de los crujidos. Había más mucho más. El foco se había ampliado
de golpe. Ensordecido por todas las cosas rotas, Yoshie vagó en busca de
asistencia. Quería que lo ayudasen a mover el árbol. Los edificios ya no
estaban ahí. Sólo se mantenía algún otro, en equilibrios no previstos por su
arquitectura. De la ciudad rememora Watanabe, quedaba el hueco. Su plano
borrado. Hiroshima era una cicatriz del tamaño de Hiroshima […] En su camino en
busca de la ayuda que nadie podía darle, vio sombras de carbón. Siluetas en los
muros. Vio quemadas cosas que ni siquiera sabía que podían quemarse. Nada había
conservado sus colores, como si el hongo se los hubiera llevado. Escombros y
cuerpos se confundían. Todo era pedazo. Una especie de rompecabezas, visualiza
hoy Watanabe, concebido para no armarse. Vi la misma expresión en todas las
caras junto a las que iba pasando. Un mismo cadáver repitiéndose» (p.101).
«Cuando piensa en
sus lazos con Hiroshima y Nagasaki, el señor Watanabe tiene la sensación de
haber muerto dos veces y haber nacido tres. Por eso, según el día, se siente el
hombre con mejor o peor fortuna del mundo» (p131)
Estos
acontecimientos los recordará Yoshie Watanabe sesenta y seis años después, cuando
el 11 de marzo de 2011 un terremoto provoca un tsunami que a su vez causa el
mayor desastre nuclear después de Chernóbil. Andrés Neuman escribe con una
sutiliza admirable. Un ejemplo: el anciano Watanabe regresa a su casa para ver
los desperfectos causados por el terremoto.
«Inspeccionando
su biblioteca, Watanabe comprueba que se han deslizado unos pocos ejemplares de
los anaqueles superiores. ¿existirá algún patrón en esos movimientos
literarios? ¿Confirmarán una especie de antología sísmica?¿habrá autores más
propensos a descolocarse? Se detiene a cotejar si esos libros se corresponden
en alguna medida con sus preferencias. El resultado lo sorprende» (p.25).
De modo que la
novela muestra la historia de Yoshie Watanabe, desde su infancia hasta su vejez.
Tras la adolescencia en Tokio, siente que debe que poner tierra de por medio
para intentar cerrar unas heridas que nunca se cerrarán por completo. La
distancia como alivio. El kintsugi como
metáfora. Las fracturas de la vida cerradas con el oro del amor.
Su vida transcurre
entre París, Nueva York, Buenos Aires y Madrid. Sin embargo, al final regresa
a Tokio, donde el desastre de Fukushima también sacude su cerebro. Y el de las cuatro mujeres que vivieron con él. Afloran los recuerdos.
Un narrador
onmisciente muestra a Watanabe, con un libro de Kenzaburo Oe bajo el brazo, viajando hasta los pueblos abandonados
tras el desastre de Fukushima en una especie de reencuentro con su pasado
nuclear, con su memoria. Para cerrar el círculo. Para comprobar su
inmortalidad.
A las cuatro mujeres,
el tsunami las lleva a echar la vista atrás. A recordar sus vidas cuando Yoshie
Watanabe formó parte de ellas. Violet en París durante los años 60, Lorrie en
Nueva York en los 70, Mariela, en el Buenos Aires de los 80, y Carmen en el
Madrid de los 90, hasta el regreso a Tokio de Yoshie en los primeros años del
nuevo milenio. Se trata de un viaje por la historia política y sentimental de
la segunda mitad del siglo XX. En este caso narrado en primera persona a partir
de monólogos en los que autor utiliza un lenguaje coloquial con expresiones
propias de cada país. El lenguaje como parte del relato que Neuman maneja con
precisión de orfebre. Cuatro voces extraordinarias que en cierto modo nos remiten a la Menchu de
Cinco horas con Mario.
Además de reconstruir
su momento vital y el contexto socio-político y cultural del país, Violet, Lorrie, Mariela y Carmen reflexionan
sobre la felicidad, sobre la juventud, sobre la protesta («Discrepar y
protestar. Yoshie me lo decía a menudo. Que en Francia la protesta es una forma
de felicidad» p.49 ). Sobre la memoria histórica de los pueblos («Para ser
justos, nosotros también teníamos nuestros problemas de memoria. Nuestro propio
silencio de posguerra» p.55). Sobre la maternidad («Si hubiera sabido cuanto
alivio hay en cuidar a otros, hasta qué punto la vida propia se clarifica y se
reordena gracias a las vidas de las que nos hacemos responsables, habría tenido
hijos mucho antes» p.85). Sobre el paso del tiempo («Éramos tan jóvenes que me
dan ganas de llorar. Por no haber sabido que lo éramos. Por haber creído que
toda esa fuerza era nuestra. Nos sentíamos tan bien hechos que, cada poco
tiempo, necesitábamos acariciarnos para confirmar que era verdad. Que nuestros
cuerpos incansables seguían ahí» p.65). Sobre la vejez («Fui decididamente
joven la mitad de mi vida. Y, al día siguiente me di cuenta de que estaba
envejeciendo» p.161. «Mi idea de vejez es otra. No depender de nadie para comprar
comida o ir al baño. Mientras pueda hacerlo me importa una mierda cuántos años
tengo» p.165); Sobre política, economía y energía nuclear, sobre sexo y amor, sobre música, cine y literatura (Ari, el hijo de Mariela, le presta a Yoshie El Eternauta de Héctor Germán Oesterheld). Es una reflexión sobre la vida. Cada mujer con un punto de vista
diferente. Desde culturas diferentes. Cuatro momentos históricos y vitales distintos que completan un cuadro magnífico.
Jorge Pinedo,
periodista argentino obsesionado con los desastres nucleares, será el encargado
de seguir el rastro de nuestro personaje y de las cuatro mujeres. Será el encargado
de armar el puzzle. De darle forma al cuadro.
La forma es importante.
Se desarrolla en once capítulos. Los impares ponen el foco en Watanabe. Los
pares en las Violet, Lorrie, Mariela y Carmen. La aparición del periodista
rompe la alternancia en el capítulo nueve. El diez es el desenlace. El once un
epílogo poético, maravilloso, profético, terrible.
«El agua rasga el
saco de las nubes, las abre con su filo, corre entre los timbales de los
truenos y el cortocircuito de los relámpagos, cose su trayectoria, dando
puntadas en el cielo nocturno, cae de cara al mar igual que un saltador desde
su trampolín».
Andrés Neuman. Suya es la literatura.
Palabra de Roberto Bolaño.
Palabra de Roberto Bolaño.