Argentina es país de
escritores. Y de lectores. Los libros forman parte de su paisaje. No se
entiende sin sus librerías de la calle
Corrientes, ni sin su gaucho Martín
Fierro—«mi gloria es vivir tan libre como pájaro en el cielo»—, publicado
en 1872 por José Hernández. Y después,
Borges, Bioy, Cortázar, Arlt, Quiroga,
Sábato…, y el último de los grandes: Ricardo
Piglia.
Me fastidia descubrir a
un escritor justo después de su muerte. Murió el pasado 6 de enero. Me fastidia
no haberlo leído en vida, y más sabiendo que era un gran escritor. De hecho compré
Blanco nocturno en 2011. Pero no lo
leí. Lo dejé en la estantería para mejor momento. Murió Piglia y continué sin
leerlo. El momento le ha llegado cuando, a finales de agosto, comienzo a leer Los diarios de Emilio Renzi y descubro
que hay mucho nivel en la literatura de Ricardo Piglia. Utiliza su segundo
nombre —Emilio— y su segundo apellido —Renzi— para colarse en sus obras como
personaje literario. No me quedan excusas, así que leo Blanco nocturno. Se confirman mis
sospechas de que el escritor argentino es uno de los grandes. Es un escritor
nato. «Primero ser escritor, después empezar a escribir», anota en su diario con
20 años.
«Tony Duran era un
aventurero y un jugador profesional y vio la oportunidad de ganar la apuesta
máxima cuando tropezó con las hermanas Belladona. Fue un ménage à trois que escandalizó al pueblo y ocupó la atención
general durante meses. Siempre aparecía con una de ellas en el Hotel Plaza pero
nadie podía saber cuál era la que estaba con él porque las gemelas eran tan
iguales que tenían idéntica hasta la letra. Tony casi nunca se hacía ver con
las dos al mismo tiempo, eso lo reservaba para la intimidad, y lo que más
impresionaba a todo el mundo era pensar que las mellizas dormían juntas. No
tanto que compartieran al hombre sino que se compartieran a sí mismas ».
Así comienza Blanco nocturno, una novela policiaca
que se sale por completo del canon. Hay asesinato, comisario y ayudante, y también
hay investigación. Hasta ahí cumple. Nada más. Piglia utiliza el género como
excusa para poner al descubierto muchas de las corruptelas que se cuecen en la
trastienda de un pueblo, de un país: el dinero negro, sobornos, las presiones
de las grandes corporaciones, el poder al servicio del dinero, la deslealtad y
la traición. Y todo esto ocurre en los años
sesenta del siglo pasado en un pequeño pueblo perdido, cuyo nombre desconocemos, de La Pampa argentina.
Los personajes no tienen
desperdicio.
Tony Durán, un mulato norteamericano (de Puerto Rico) que llega al pueblo y lo revoluciona.
La familia Belladona, en torno a la que gira la novela. Es la familia fundadora del pueblo. Lo fundó el abuelo, italiano que emigró a Argentina tras luchar en la Primera Guerra Mundial. El padre es el dueño del pueblo, un pueblo que nos recuerda a Macondo. Piglia hace algún que otro guiño a García Márquez, por ejemplo cuando el comisario comienza a dejar mensajes anónimos por el pueblo, como sucede en La mala hora de Gabo. Se respira cierto realismo mágico en la novela.
Luego está la madre Belladona, quien sólo se dedica a leer—«loca cuando no lee y no loca cuando lee» (p.186). Tiene dos hijos —Luca y Lucio—que gestionan La Fábrica, y dos hijas, las gemelas —Sofía y Ada—, dos sofisticadas y viajadas bellezas rubias que son el centro de atención de todos.
Tony Durán, un mulato norteamericano (de Puerto Rico) que llega al pueblo y lo revoluciona.
La familia Belladona, en torno a la que gira la novela. Es la familia fundadora del pueblo. Lo fundó el abuelo, italiano que emigró a Argentina tras luchar en la Primera Guerra Mundial. El padre es el dueño del pueblo, un pueblo que nos recuerda a Macondo. Piglia hace algún que otro guiño a García Márquez, por ejemplo cuando el comisario comienza a dejar mensajes anónimos por el pueblo, como sucede en La mala hora de Gabo. Se respira cierto realismo mágico en la novela.
Luego está la madre Belladona, quien sólo se dedica a leer—«loca cuando no lee y no loca cuando lee» (p.186). Tiene dos hijos —Luca y Lucio—que gestionan La Fábrica, y dos hijas, las gemelas —Sofía y Ada—, dos sofisticadas y viajadas bellezas rubias que son el centro de atención de todos.
El comisario Croce es otro
de los grandes protagonistas. Es una especie de honrado Sherlock Holmes que resuelve los casos más por intuición que por
deducción. Y Saldías es su subalterno, su Watson,
que traiciona a su maestro, precisamente por ser poco deductivo. Y frente a
Croce está el odioso fiscal Cueto, el Moriarti
que maneja todos los hilos del pueblo desde la sombra.
Además hay un japonés,
Yoshio, que se enamora de Tony Durán,y dos jockeys rivales, uno de ellos
apodado “El chino”, y por supuesto, Emilio Renzi, el alter ego de Piglia que se
mete en la historia, como periodista que llega al pueblo desde Buenos Aires
para cubrir la noticia del asesinato y su investigación.
La estructura narrativa
de Blanco nocturno es compleja.
Sabemos que a la postre Renzi (Piglia) será el autor porque es quien investiga
las historia del crimen. Hay un narrador
omnisciente que nos va mostrando a historia a partir del comisario Croce que
nos ponen en antecedentes de lo ocurrido. Y la alterna con una conversación en
presente entre Emilio Renzi y Sofía Belladona. Ambas líneas continúan el relato de forma paralela,
incluso cuando el periodista llega el pueblo y el narrador deja a Croce y se coloca
junto a Renzi.
De todos los personajes
me quedo con el más secundario de todos, un personaje del que solo conocemos su silueta ya que no aparece directamente en la
novela. Me quedo con la madre de las
hermanas Belladona, un personaje ajeno a todo lo que
sucede, que vive fuera de la realidad, que sólo sale de la locura cuando lee
(el pueblo no tiene escuela pero sí manicomio) porque es la realidad la que la
vuelve loca. Al contrario que a Don Quijote, los libros la salvan de la locura.
«loca cuando no lee, no loca cuando lee». Me quedo con este fragmento de Blanco nocturno:
«Mi madre dice que leer
es pensar—dijo Sofía—. No es que leemos y luego pensamos, sino que pensamos
algo y lo leemos en un libro que parece escrito por nosotros pero que no ha
sido escrito por nosotros, sino que alguien en otro país, en otro lugar, en el
pasado, lo ha escrito como un pensamiento todavía no pensado, hasta que por
azar, siempre por azar, descubrimos el libro donde está claramente expresado lo
que había estado, confusamente, no pensado aún por nosotros. No todos los
libros, desde luego, sino ciertos libros que parecen objetos de nuestro
pensamiento y nos están destinados. Un libro para cada uno de nosotros. Hace
falta, para encontrarlo, una serie de acontecimientos encadenados
accidentalmente para que al final uno vea la luz, que sin saber, está buscando»
(p.251)
Muy grande, Ricardo
Piglia.
Hola, Juan Carlos.
ResponderEliminarEn esa nutrida nómina de escritores sobresalientes incluiría a Mujica Láinez, entre otros. Me parece que yo también conecto con la señora Belladona, igual que a ella, leer me devuelve la cordura. Y sí, tengo libros que compré hace años y ahí siguen, esperando su turno. No conozco a Piglia, pero me fío de tu criterio (este verano leí a David Trueba y me gustó) y lo anotaré para mi próxima visita a la biblioteca.
Saludos.
Sin duda. Mújica Laínez, Juan Gelman, Rodrigo Fresán..., la lista de escritores argentinos sobresalientes es muy extensa. Si no conoces a Ricardo Piglia te parecerá extraño verlo en esa lista rodeado de Borges o Mújica Láinezo o Cortázar, pero creo que no exagero si lo coloco ahí. Imprescindible leer "Los diarios de Emilio Renzi". Te gustarán seguro.
EliminarUn abrazo
Leí y me gustó bastante "Respiración artificial", concuerdo con lo que dices en tu reflexión sobre "Blanco nocturno" y coincide con la impresión que saqué de la única novela que le he leído. Acabé su lectura pensando en seguir leyéndole, así que tu propuesta podría ser mi segundo acercamiento a Piglia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo voy en sentido contrario. He comenzado la casa por el tejado, de modo que ahora mi objetivo es situarme en la casilla de salida y leer "Respiración artificial".
EliminarUn abrazo.