domingo, 22 de mayo de 2022

"La loca de la casa" de Rosa Montero

Continúo anclado a merced del oleaje en el puerto de Rosa Montero. Maravillado por los tesoros que esconden las profundas aguas de estos mares, seguramente seguiré aquí, buceando por tiempo indefinido, como un Robinson en su paraíso. Termino de leer La loca de la casa, publicada en 2003, el sexto de Montero en lo que va de año, y me pregunto cómo es posible no haber llegado antes a esta maravilla. Es un libro de los que me atrapan porque va de libros, de autores, del oficio de escribir. Es un libro madre, vilamatiano y bolañesco, de los que se aprende, de los va con lápiz incorporado, de los que gustan a los aficionados a la literatura, a los que buscan en la trastienda de los libros, a los que sueñan con escribir el libro que acaban de leer, a los que transitan el camino, a los que logran completar la inmensidad del océano blanco.

Literatura, imaginación, locura y pasión. Estos son los temas fundamentales que aborda Rosa Montero en los diecinueve capítulos que componen La loca de la casa, expresión que utilizó la gran Santa Teresa para referirse a la imaginación, cualidad imprescindible de cualquier creador que se precie. 

Rosa Montero dialoga en estas páginas con los grandes de la literatura de todos los tiempos —Twain, Tolstoi, Conrad, Melville o Cervantes entre una interminable lista—  para mostrarnos los entresijos del proceso creativo. La autora madrileña nos habla a través de ellos, pero también desde su experiencia, de la memoria y de los recuerdos inventados, del daimon—momento de gracia e inspiración— de Kipling, de la atracción por el poder de escritores como Goethe, de los fantasmas de los escritores, como sus recurrentes enanos, del éxito y el fracaso de una obra, con Capote y Walser como ejemplos a los que el éxito y el fracaso se los llevaron por delante, de los hermanos escritores, de la vanidad y de los críticos, escritores frustrados que intentan vengarse de quienes sí han conseguido escribir, de la escritura como testimonio con los ejemplos de Josefo o Klemperer, del ansia de posteridad de los escritores. También aborda el tema de las mujeres y la literatura, de los escarceos amorosos entre la escritura y la locura, de la estrecha relación entre lectura y escritura, del papel de las esposas de algunos escritores, de los autores zorros y erizos, de los libros mamíferos e insectos, de las diferencias entre autor y narrador, con la bellísima historia que Cristina Fernández Cubas le contó a un amigo que a su vez le contó a Rosa Montero y con la que cierra el libro. Este diálogo interesantísimo está jalonado por diversos relatos en los que no sabemos dónde acaba la ficción y dónde empieza la realidad, como las tres versiones de su romance con el actor famoso M., o la desaparición de su hermana Martina durante tres días. Son historias en las que la loca de la casa brilla con luz propia. Porque sin ella no hay novela, no hay hermana Martina y no hay ningún famoso actor llamado M. 

Rosa Montero nos viene a decir que le escritura creativa es el punto intermedio entre la imaginación y la locura, que novelar es una forma de no volverse loco. Y yo creo que la lectura también tiene algo de eso. Recuerdo a uno de los personajes secundarios de Blanco nocturno de Piglia que estaba loca cuando no leía y no loca cuando leía. Seguramente uno lee y escribe para no volverse loco. Puede que Cervantes creara al personaje más loco y divertido de la historia de la literatura para evitar perder el juicio tras una vida de frustraciones y desengaños, «cuántos caminos anduvo Cervantes, —escribe Trapiello— cuánta polvorienta trocha, cuánto sudor de agosto y cuántos hielos de febrero, cuánta arruinada venta, soledad y campo». Y se sacó de la manga a don Quijote que estaba cuerdo mientras leía los libros de caballerías hasta que dejó de hacerlo y comenzó a confundir a molinos con gigantes —no loco cuando lee, loco cuando no lee—. Y si damos otra vuelta de tuerca y dejamos pasear a la loca de la casa como hizo en su día Paul Auster en su Ciudad de cristal, podemos pensar que fue el propio don Quijote quien haciéndose pasar por Cide Hamete Benengeli nos engañó a todos, como hace Rosa Montero con M. o con su hermana Martina. 

La loca de la casa es un libro entusiasta, divertido, inteligente, eléctrico y valiente  —como toda la prosa de Rosa Montero—, un libro de cabecera para leer, releer, subrayar y recordar. Es la sexta maravilla que descubro de Rosa Montero. Voy a por la séptima, titulada precisamente El peligro de estar cuerda. ¿Se puede pedir más?

domingo, 8 de mayo de 2022

"La carne", de Rosa Montero


Cae en mis manos una novela de Rosa Montero y la leo en un santiamén. Se titula La carne y la publicó en 2016. 

«La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir: Y el momento justo de la acción es tan confuso, tan resbaladizo y tan efímero que lo desperdicias mirando con aturdimiento alrededor»

Con estos mimbres comienza esta novela. Narrada en tercera persona, nos presenta la historia una mujer acomodada que ronda los sesenta, soltera, sin hijos, con una vida social y laboral interesante, que se enamora de un hombre mucho más joven que ella, un gigoló ruso al que recurre de vez en cuando para cubrir sus necesidades afectivas. Se llama Soledad Alegre. El nombre es un reflejo de su personalidad y de su vida. Lo mismo ocurre con el de su hermana gemela, Dolores Alegre, internada en un centro psiquiátrico. Soledad lucha porque su apellido se imponga en su vida, al contrario que su hermana ya rendida a su nombre.  

La tensión de la novela gira en torno a las sospechosas intenciones de Adam, el ruso veinteañero al que Soledad sucumbe, como le pasara a Aschembach con el joven Tadzio en La muerte en Venecia. «Aschembach ha sacrificado por Tadzio todo su prestigio, su carrera, su reputación. Incluso el respeto que se tenía a sí mismo, sólo por poder atisbar su belleza, sólo porque lo ama», le cuenta Soledad a Adam hablándole de lo que le está ocurriendo a ella. 

La historia principal tiene gancho e intriga, pero casi me parecen más interesantes los caminos secundarios que recorre la novela en forma de breves retazos biográficos de personajes reales como Philip K. Dick, Mark Twain o María Lejárraga, o inventados como Josefina Aznárez, en un ejercicio propio del mejor Bolaño. Estas breves pinceladas están relacionadas con la vida de la protagonista y con la exposición—La galería de los malditos— que organiza en la Biblioteca Nacional. Estas digresiones del narrador restan ritmo a la novela, pero al mismo tiempo le aportan frondosidad a la historia principal. A mí me gustan estos ejercicios metaliterarios (incluso aparece la propia Rosa Montero entrevistando a Soledad Alegre con motivo de la exposición), aunque imagino que otros lectores lo verán como hojarasca que hay que barrer rápidamente para llegar al desenlace.

La carne es una novela breve en la que Rosa Montero demuestra su inteligencia y su talento en cada frase y en cada párrafo. Es una novela que aborda temas universales como el paso del tiempo, el amor, la enfermedad, la vejez, la soledad. Puede que no sea su novela más redonda pero se lee muy bien. 

«Había llegado a esa edad en la que su biografía era irreversible. Ya no podría hacer otra cosa con su vida. Ah, si hubiera sabido que iba a ser vieja y que se iba a morir, habría vivido de otra manera. Pero antes lo ignoraba. Es decir, nunca lo supo de esta modo verdadero e irremediable. Y ahora ya era tarde» (p. 187)