martes, 18 de mayo de 2021

"La hija de Homero", de Robert Graves



Escribe Jesús Marchamalo en Las bibliotecas perdidas que Robert Graves trabajaba en su casa de Mallorca en una habitación en la que, salvo los interruptores de la luz, todo estaba hecho a mano, porque era importante para su actividad creativa saber que estaba rodeado de cosas construidas de forma artesanal. Lo imaginas en ese espacio anclado en el tiempo, dando vueltas a una historia que gira en torno a la teoría del británico Samuel Butler, traductor al inglés de La Odisea, quien, a finales del siglo XIX, tuvo el atrevimiento de defender que La Iliada y La Odisea estaban escritas por manos diferentes. Esta última no la habría escrito Homero, pues, tras un análisis pormenorizado, llegó a la conclusión de que fue escrita por una mujer, poniendo en pie de guerra a la crítica literaria victoriana, en una época en que las mujeres todavía eran una rara avis en la literatura y las artes. 

La hija de Homero, escrita y publicada a la par que Los mitos griegos (1955), retoma la teoría de Samuel Butler y reconstruye con audacia la historia de esa mujer que escribió La Odisea. Su nombre, en la ficción de Graves, es Nausícaa, hija de Alfides, rey de los elimanos, pueblo griego establecido en la costa occidental de Sicilia, lugar donde se desarrolla la trama. La novela narra la historia de la desaparición de su hermano y la búsqueda por parte de su padre, cuya ausencia será aprovechada por un numeroso grupo de nobles que pretenden hacerse con el trono. Nausícaa es el medio para legitimar la rebelión, por lo que la presionan para que decida contraer matrimonio con uno de ellos a través de un banquete continuo a costa de su hacienda. Nausícaa, narradora en primera persona, tendrá que desplegar su inteligencia para frenar las perversas intenciones de los pretendientes. 

La novela no requiere la lectura previa de La Odisea, pues es una obra de amores e intrigas palaciegas, con el mundo mediterráneo de la antigüedad como telón de fondo, situada a mediados del siglo VIII antes de Cristo. La hija de Homero contiene un discurso feminista, con Nausícaa como auténtica heroína que rompe estereotipos por partida doble: frenando y dando su merecido a los pretendientes, con la ayuda Atón, un joven naufrago que aparece en la playa; y sobre todo, inmortalizando la epopeya homérica para convertirla en la primera novela griega, como señala Graves al final de Los mitos griegos

No obstante, hay un tercer nivel en la narración. Si se conoce La Odisea, la lectura adquiere otra dimensión y se hace más rica, pues muchos de sus componentes se encuentran en La hija de Homero: Nausícaa es el nombre de la narradora y protagonista, Euriclea, el de la viaja nodriza, Eurímaco y Antinoo, el de los subversivos pretendientes, Argos, el del perro de su desaparecido hermano, Eumeo el del porquerizo, Demódoco y Femio, de los bardos, Méntor, el del hermano del rey… La novela contiene elementos que nos remiten directamente al poema homérico para mostrarlo desde una perspectiva novedosa. Nausícaa quiere ser inmortal, como Homero, y para ello toma la epopeya de Ulises que cantan los bardos y la reinterpreta añadiendo el final que todos conocemos basado en su experiencia personal, de manera que enlaza realidad y ficción, historia y mito. La hija de Homero contiene por tanto una reflexión acerca de la creación literaria, sobre cómo los novelistas convierten sus vivencias en material narrativo. Con otra vuelta de tuerca, hasta podemos aventurar que La Odisea de Nausícaa, la hija de Homero, fue la primera novela de autoficción de la historia. El juego de Robert Graves es genial.

Muchos siglos después, cerca del lugar donde Nausícaa escribió La Odisea, en la localidad siciliana de Milo, frente a la fumarola del Etna, viviría otro de los grandes aeda que mantuvo viva la llama de Homero. Él era otro de sus hijos, y hoy lloramos su muerte. 


Battiato e Alice. Summer on a solitary beach.


Traducción de Floreal Mazía


lunes, 10 de mayo de 2021

"Dioses y héroes de la antigua Grecia", de Robert Graves



Siguiendo la estela de Homero, entre un tumbo y otro tumbo, encuentro en mi biblioteca un libro titulado Dioses y héroes de la antigua Grecia, de Robert Graves. Lo publicó en 1960, como una especie de apéndice de su extensa obra dedicada a compilar Los mitos griegos (1955). Cuenta Lucía Graves en el prólogo de la novela La hija de Homero, que su padre buscaba en los orígenes de la cultura europea el origen del comportamiento de su generación, una generación que vivió las dos guerras mundiales. Robert Graves, que participó en la primera, como su colega J.R.R.Tolkien, y fue gravemente herido en la batalla de Somme (estuvo oficialmente muerto durante 48 horas), decidió retirarse del mundo urbano (in)civilizado que conocía para bucear en la antigüedad en busca de los valores perdidos en el subconsciente. Ahí se encontró con Deià, un pueblo mallorquín entre el mar y la montaña que recordaba al paisaje griego, un lugar mediterráneo, rural y primitivo donde los antiguos ciclos agrícolas seguían estando presentes. 

Dioses y héroes de la antigua Grecia es un librito corto (115 páginas), compuesto de relatos breves pero intensos con los que atrapar a los lectores y llevarlos directamente al Olimpo. Son relatos independientes, unidos por hilo de oro divino casi imperceptible, que tienen como protagonistas a dioses y héroes cuyas historias se convirtieron en mitos. Unos mitos que se fueron transmitiendo de manera oral hasta que pasaron a formar parte de las obras de Homero, Hesíodo y tantos otros poetas griegos. Estos, a su vez, fueron recogidos por los romanos que adoptaron a los dioses griegos pero con nuevos ropajes, y sus escritores también los utilizaron como material narrativo, como Ovidio, que intentó reunir la extensa historia mitológica en su magna obra Las metamorfosis. Robert Graves, salvando las distancias, hace algo similar en Los mitos griegos y en Dioses y héroes de la antigua Grecia, y nos dice que lo hace para rescatarlos del desprestigio y la desvalorización a que los había sometido la Iglesia en los últimos dos mil años para destacar así la superioridad espiritual de la Biblia. 

A diferencia de los relatos bíblicos, los mitos griegos no son solemnes, sino todo lo contrario, son mitos pendencieros y divertidos, como eran los propios griegos de la antigüedad. Los dioses, aunque con poderes sobrenaturales, tenían forma humana, se comportaban como los humanos y se relacionaban con ellos, decidiendo, muchas veces de manera caprichosa, el destino de sus vidas. Eran celosos y vengativos, y a una buena acción de un mortal podían no responder con una recompensa sino con un castigo, como les ocurrió a los feacios que finalmente llevaron a Ulises hasta Ítaca. Estos dioses no eran de fiar, tan pronto planchaban un huevo como freían una corbata, pero, con mucho, prefiero el casco de Atenea a las llaves de San Pedro. 

El autor de Yo, Claudio, nos presenta a los dioses del Olimpo para, a partir de ahí, narrar multitud de historias en las que ellos mismos participan, y que más o menos conocemos aunque sea de oídas; como las de Orfeo y Eurídice, Sísifo, el rey Midas, el rapto de Europa, Perseo y Medusa, Teseo y el minotauro, Jasón y el vellocino de oro, las doce pruebas de Hércules..., así hasta veintisiete relatos narrados con la maestría de Robert Graves. El libro termina con el destronamiento de los dioses del Olimpo y la llegada del cristianismo: «Juliano de Constantinopla, el último emperador romano que adoró a los dioses del Olimpo, murió luchando contra los persas en el año 363 después de Cristo. Las tres parcas, entonces, informaron a Zeus que su reinado finalizaba y que él y sus amigos debían abandonar el Olimpo. Furioso, Zeus destruyó el palacio con un rayo y se fueron todos a vivir entre la gente humilde del campo, esperando tiempos mejores. Los misioneros cristianos, no obstante, los persiguieron con la señal de la cruz y transformaron sus templos en iglesias, que repartieron entre los santos más importantes. Y así, los mortales pudieron volver a contar el tiempo por semanas como les había enseñado el titán Prometeo. Los dioses del Olimpo se vieron obligados a esconderse en bosques y en cuevas, y nadie les ha visto desde hace siglos». 

De momento, sigo navegando en el cómodo barco de Robert Graves (leyendo La hija de Homero), y no hay duda de que seguiré dando un tumbo y otro tumbo por los infinitos mares de la antigüedad en busca de aquellos dioses escondidos. 



Traducción de Carles Serrat