sábado, 23 de abril de 2022

"Misterioso asesinato en casa de Cervantes", de Juan Eslava Galán

Todo el mundo sabe el motivo por el que hoy se celebra el Día del Libro, pero no me resisto a repetirlo, a saber: que el 23 de abril de 1616 unió a dos grandes de la literatura, Shakespeare y Cervantes, Cervantes y Shakespeare, tanto monta. Así lo quiso el azar, haciendo alguna trampilla sin importancia. Me explico. Cervantes murió el 22 de abril y fue enterrado el 23. Shakespeare falleció en esa misma fecha, pero no en el mismo día, sino 11 días después, que era el desfase entre el antiguo calendario juliano de la Inglaterra anglicana y el nuevo gregoriano de la católica España. De ambos se han escrito ríos de tinta, ríos por los que a veces navego sin dejar de maravillarme de sus tesoros. Hace poco leí Hamnet, de Maggie O’Farrell, novela que gira en torno a las mujeres de la vida de Shakespeare. Hoy termino Misterioso asesinato en casa de Cervantes, de Juan Eslava Galán, una joya que tiene como protagonistas a las mujeres del autor del Quijote; y es que Cervantes vivió rodeado de mujeres en los años en los que vivió en Valladolid: su esposa Catalina de Salazar, su hija natural Isabel de Saavedra, sus hermanas Andrea y Magdalena, su sobrina Constanza de Ovando, su vieja amiga doña Juana de Gaitán y una prima de esta, doña Luisa de Montoya.

La novela de Juan Eslava Galán se basa en el trabajo de mi paisano, el tobarreño Cristóbal Pérez Pastor, quien transcribió y publicó el proceso que llevó a la cárcel de Valladolid a Cervantes y a su familia a mediados de 1605, tras el asesinato en la puerta de su casa del caballero Gaspar de Ezpeleta. Estuvieron un día y medio en la cárcel por orden del alcalde Cristóbal de Villarroel, más que suficiente para hacerles pasar un mal trago. Señala Andrés Trapiello que aquel proceso no perseguía sino encubrir al verdadero asesino que quedó impune. Eslava Galán reconstruye con maestría aquel acontecimiento para mostrarnos un fragmento de la vida de Cervantes y de la España de principios del siglo XVII. Reinaba Felipe III aunque el mando estaba en manos de su valido, el todopoderoso Duque de Lerma, quien fue capaz de mover los hilos para trasladar la capital a Valladolid para su enriquecimiento personal, lo que provocó que muchos de los que vivían en la corte madrileña, como Cervantes y su familia, se trasladasen también a la ciudad del Pisuerga. Aquí dio las últimas pinceladas a la primera parte de Don Quijote que sería publicada con enorme éxito a principios de 1605. 

La novela del escritor jienense está protagonizada por Dorotea de Osuna, una maravillosa detective encargada de resolver el caso del asesinato de Ezpeleta para limpiar el buen nombre de don Miguel de Cervantes y de su familia. Dorotea se mueve en los ambientes de la corte para la investigación, tanto en las alturas como en los bajos fondos, por lo que a veces necesita disfrazarse de Teodoro de Anuso —nótese el juego entre sendos nombres—. Dorotea es una mujer inteligentísima y valiente. La podemos ver hablado de literatura con Cervantes, de alta política con Duque de Lerma, de la vida misma con Constanza o la Duquesa se Arjona, o defendiéndose con la espada del ataque de un matarife a sueldo que trata de liquidarla cuando las pesquisas van dando resultados. 

Misterioso asesinato en la casa de Cervantes es una novela de intriga y de aventuras, inteligente y divertida, que defiende el papel de las mujeres en la sociedad patriarcal de la España del Siglo de Oro. Las mujeres de la familia Cervantes —motejadas como las "Cervantas" despectivamente en el proceso—se salían de la norma por lo que estaban en boca de la maledicencia de las que vigilaban tras los visillos. La acusación de indecencia de una de estas beatas fue lo que las llevó injustamente a la cárcel. Dorotea, prototipo de mujer libre e independiente, intenta incansablemente que se haga justicia en todos los frentes. «La mujer si no crece en ingenio es como el árbol esmirriado porque no se riega, y tengo para mí que si educáramos a las hijas con la misma liberalidad y afán con que procuramos educar a los hijos, mejor irían los gobiernos de las familias y de las naciones. Por eso en nuestra familia ha sido costumbre que las mujeres aprendan a leer y a escribir, para que sepan ser libres y valerse.—Eso tengo por muy sabio, don Miguel —contestó doña Dorotea—. Lo mismo hicieron mis padres conmigo y por eso no soy menos que mis hermanos, sino que cada uno de nosotros tiene las potencias que le dio la naturaleza sin que medie ni estorbe en ello ser hombre ni mujer» (p.101)

Juan Eslava Galán, genial y prolífico autor de Rey LoboLa lápida templaria o El comedido hidalgo,  reivindica en esta novela la importancia de los libros y de la lectura, y lo hace nada menos que por boca de Miguel de Cervantes. «Los libros no eran muchos y casi todos estaban fatigados de haber acompañado al escritor buena parte de su vida como su única hacienda y posesión.—Este es el verdadero tesoro que tengo al final de mis días y lo aprecio más que otro—dijo don Miguel—. Siempre he pensado que quien no lee tampoco alcanza conocimientos, y quien no alcanza conocimientos pasa por la vida como asno con anteojeras, solo siguiendo el camino que le marca el amo. Por el contrario, el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho. Conocer nunca estorba y siempre ayuda» (P.99)

¡Feliz Día del Libro!




                                  Fotografía de la Casa de Cervantes en 1876 del francés J. Laurent



Todas las imágenes pertenecen al libro Cervantes en Valladolid. 

martes, 12 de abril de 2022

"Hamnet", de Maggie O'Farrell



Una de las expresiones que menos me gustan es “fruncir el ceño”. No sé por qué, pero es una expresión que me produce cierto rechazo. Cuando en una novela sus personajes fruncen continuamente el ceño me llega un inexplicable malestar, un signo de que la novela no va por buen camino. Tengo la sensación de que esta expresión se utiliza más en las novelas anglosajonas porque no me imagino —tal vez me equivoque— a ninguno de los personajes de Cien años de soledad “frunciendo el ceño”. A lo que vamos. En Hamnet de Maggie O’Farrell se frunce demasiado el ceño. Más de diez veces, las suficientes para que la mandara al banquillo. Sin embargo, la novela es tan buena que no me ha quedado otra que tragarme de vez en cuando la dichosa expresión, abducido por una historia tan original y tan bien narrada. 

La originalidad estriba en que la novela gira en torno a la figura de William Shakespeare sin que su nombre aparezca en todo el relato. Su figura se muestra como el preceptor de latín, el hijo, el marido o el padre. En realidad la novela se centra en la vida de su esposa, Anne Hathaway, Agnes en la novela. La autora, con gran maestría, ofrece diferentes puntos de vista con un narrador omnisciente que se acerca y se aleja del relato con suma delicadeza y que demuestra una gran empatía con todos los personajes que aparecen, sobre todo las mujeres, quienes tienen un papel fundamental en la novela. 

Agnes, la gran protagonista, es una mujer fuerte que se sale de la norma. Es una mujer libre, con carácter, que sabe interpretar la realidad e intuir los acontecimientos, con conocimientos de botánica y de medicina. En esta época, finales del siglo XVI, a una mujer de estas características se la teme como a una bruja, pero también se la respeta y se acude en su ayuda en momentos de necesidad. Ella conoce al preceptor de latín, varios años menor que él, se enamoran y, contra el parecer de sus familias, logran casarse. Viven en Stratford, en la casa de los padres de él, y tienen tres hijos: Susana, Judith y Hamnet. Agnes, que intuye la angustia creativa de su marido, lo empuja a que se marche a Londres. El argumento de la novela gira en torno al fallecimiento del pequeño Hamnet y a cómo esta pérdida inspirará al padre para escribir una de sus obras más conocidas. Escribe F. E Halliday en su clásica biografía sobre Shakespeare que «la muerte de Hamnet había afectado profundamente a Shakespeare, tanto al hombre como al artista». Sin embargo, él se marchó rápidamente a Londres a seguir con su trabajo y ella es la que se quedó en casa, sola con su insoportable dolor. Cuatro año después Agnes ve, incrédula, el nombre de su hijo en una de las obras de su marido. 

Hamnet es una novela con analepsis constantes, es decir, con continuos saltos cronológicos que la hacen más dinámica, más cinematográfica. Imagino que no tardaremos en verla en la gran pantalla porque la figura de Shakespeare, el innominado, sigue siendo enorme cuatrocientos años después. Maggie O’Farrell nos está diciendo que no conoceríamos el nombre de Shakespeare de no haber sido por Agnes, reconociendo de esta manera el papel de las mujeres en la historia, situado tradicionalmente como objeto del deseo que empuja las acciones de los hombres y nunca como sujeto protagonista de su vida. 

No hace falta haber leído Hamlet, ni saber sobre la vida de Shakespeare para leer esta novela. Seguiría siendo buena si no supiéramos quien está detrás de Agnes, pero, sin duda, gana enteros cuando sabemos que detrás está nada menos que William Shakespeare. No era fácil el reto para Maggie O’Farrell y lo supera con creces con esta novela que llena los huecos de esta figura universal, que nos lleva hasta su intrahistoria, hasta los márgenes de su vida, de las vidas que la hicieron posible y que, sin duda, hicieron posible que fuera quien fue. 

Maggie O’Farrell, gran descubrimiento. 


Traducción de Concha Cardeñoso