martes, 3 de julio de 2018

El dolor de los demás, de Miguel Ángel Hernández




El pasado mes de mayo fui a la presentación de El dolor de los demás, la última novela de Miguel Ángel Hernández. El acto se celebró en el hemiciclo de la Facultad de Letras, espacio vital importante para un autor cuyo trabajo como profesor de Historia del Arte se desarrolla entre los muros del vetusto edificio. A Miguel Ángel Hernández lo acompañaba en la presentación, el escritor Leonardo Cano. La sala estaba abarrotada. Entre el público (imagino que familiares, amigos y colegas en su gran mayoría) pude distinguir a algunos autores laureados últimamente, como Manuel Moyano, finalista del Premio Herralde con El imperio de Yegorov, o Ginés Sánchez, ganador del Tusquets con Los gatos pardos. Creí reconocer en el asiento contiguo a Cristina Morano, autora del mítico poemario Las rutas del nómada.
Los escritores, Cano y Hernández, comenzaron a hablar de la novela. Pensé en tomar notas, pero finalmente, una especie de pudorosa pereza me impidió sacar el cuaderno. Sí que hice un par de fotografías (discretamente) con el móvil.



Recuerdo que el autor dijo que escribir esta novela le había costado la salud física y psicológica. Que la novela, en parte, se la debía a Sergio del Molino, pero también a su amigo Leonardo Cano. Que pasar de escribir novelas como Intento de escapada o El instante de peligro, cuyo tema y trasfondo era la Historia del Arte, a una cuyo argumento giraba en torno al asesinato de una chica en una pedanía de la huerta murciana, fue todo un reto, pero tras escribirla se dio cuenta de que en realidad seguía la misma línea narrativa que las obras anteriores.
Comentó que la trama, los protagonistas y los lugares que aparecían en El dolor de los demás estaban tomados de la realidad, por tanto se trataba de una novela autobiográfica de no ficción. De hecho, muchos de los presentes en la sala (como el propio autor o el presentador) eran protagonistas de la novela.
La charla entre Cano y Hernández era distendida e interesante, sin embargo no me apetecía seguir escuchando porque tenía la sensación de ya sabía demasiado de una novela que acababa de comprar y quería leer, así que me marché en un punto de inflexión antes de que terminara el evento.
Al salir pensé que de momento no leería esa novela de autoficción situada en la huerta murciana que prometía ser bastante dura. De manera que quedó en el estante, al lado de El instante de peligro, la novela de Miguel Ángel Hernández que hace unos meses me dejó tan buenas sensaciones.




El pasado viernes, en cuanto salí del trabajo, me fui huyendo de los primeros calores estivales en dirección a la playa. El día anterior había terminado de leer El vino del estío de Ray Bradbury y todavía no había elegido la próxima lectura. Sin pensarlo mucho saqué dos libros de la estantería y los metí en la mochila. El primero se titulaba Dos damas muy serias, de Jane Bowles. El segundo El dolor de los demás, de Miguel Ángel Hernández. El sábado por la mañana, sentado frente al mar bajo una sombrilla, comencé a leer el libro de Jane Bowles, pero tras las primeras páginas llegaron los bostezos.  Me despejé con un baño y poco después decidí echarle un vistazo al libro de Miguel Ángel Hernández. Fue lo peor (o lo mejor) que pude hacer, porque me quedé atrapado como una mosca en una telaraña. Ayer por la tarde terminé de leerlo.

Las páginas de El dolor de los demás me hicieron olvidarme de todo lo que me rodeaba. En poco tiempo su lectura comenzó a provocarme un fuerte desasosiego. Me pasaba lo mismo que al protagonista y autor de la propia novela, que en la página 151 escribe: «Nunca he tenido una urgencia tan grande al escribir. Durante la redacción de mis anteriores novelas disfrutaba de cada momento frente al teclado. Sentía el placer del texto. Mientras trabajaba en este libro, sin embargo, la historia me incomodaba. Escribir no era exorcizar los demonios; era convocarlos. Quizá por eso escribía a toda prisa—lo hago ahora—. Para llegar al final de la historia cuanto antes».
Eso mismo me ocurría como lector. Me incomodaba la historia, tal vez porque se trataba de un asunto demasiado real, incluso demasiado cercano. Sin embargo, no fui capaz de cerrar el libro y aparcarlo como había hecho con el de Jane Bowles. Estaba atrapado en la telaraña de la literatura de Miguel Ángel Hernández.

Sólo después de leer la novela comprendí muchas de las palabras que se dijeron en la presentación. Así, Miguel Ángel Hernández, sigue la estela de Sergio del Molino (y no de Truman Capote, como le comentará Vicente, uno de los personajes secundarios del relato) novelando la realidad, en este caso una realidad terrible. El autor nos mete de lleno en una historia que le tocó muy de cerca. Veinte años atrás, una Nochebuena, su mejor amigo asesinó a su hermana. Después se suicidó tirándose por un barranco.

Este es el inicio de la novela, y la excusa del autor para realizar un viaje al pasado y reencontrarse consigo mismo (literalmente). La novela avanza al tiempo que la investigación que el protagonista se propone realizar. Vemos cómo se enfrenta a ese pasado del que había puesto tierra de por medio, y cómo se enfrenta al miedo y a las dudas que le provocan resucitar una historia que podría reabrir viejas heridas. Este proceso de autoconstrucción de la novela («la novela escribiéndose a sí misma») está acompañado en cada capítulo del recuerdo del protagonista (narrado en segunda persona, a cierta distancia, como si el presente le hablara al pasado) de todo lo que ocurrió aquella fatídica Nochebuena, como si se tratara de las pesadillas recurrentes que tiene mientras investiga el caso y escribe la novela.
«Era mi propio sentido de culpa el que hablaba a través de ellos. Los muertos volvían porque yo abría sus ataúdes, porque mi escritura y mi recuerdo los resucitaba. La novela se había convertido en una especie de ouija. Había traído de vuelta a los fantasmas» (p.113)

Las dudas morales del protagonista sobre la investigación recorren toda la novela, fundamentalmente porque no sabe hasta dónde llegar, dónde situar el límite.
«En cualquier caso, ¿necesitaba realmente saberlo?¿Era interés legítimo o mera curiosidad morbosa?¿Qué derecho, me pregunté, tenemos a conocer la vida de los otros? Yo no era policía, ni detective, ni periodista; era tan solo un escritor—en realidad, un historiador del arte que se creía escritor—que jugaba a investigar el pasado. ¿Por qué precisamente habría de permitírseme mirar por el ojo de la cerradura, ser un espectador privilegiado de aquella tragedia?¿Qué potestad tenía yo sobre los demás» (p.285)
No cabe duda de que trata de abordar el tema de la manera más delicada posible, para no hacer daño, para comprender, o para «naufragar ante el dolor de los demás». Sin embargo, el protagonista no cesa en su tarea de investigar y de escribir, movido por una serie de austerianos azares, a pesar de que intuye que podría resucitar ese dolor. Finalmente, la literatura se impone a la vida. La prueba palpable es la novela que tenemos entre las manos.

Una parte importante de la novela es el viaje interior del protagonista, un viaje espacio-temporal, un viaje a otro mundo.  Desde la ciudad a la huerta (espacio fundamental en la narración), desde el presente hasta el pasado, desde el SOS 4.8 hasta la misa del domingo, desde Los Planetas hasta J.S. Bach, desde Emmanuelle Carrère y Enrique Vila-Matas hasta Michael Ende y Dean R. Koontz, desde Pierre Nora hasta las esculturas de su hermano José Hernández, desde el mundo adulto hasta el mundo de la adolescencia. En este viaje de ida y vuelta, hay un intento de reconciliación interior del protagonista, de eliminar esa dicotomía, de aceptación de sí mismo, pasado y presente unidos en un todo indisoluble.
«Lo único que me resultó sincero fue mi reencuentro con el pasado. La atmósfera del Yeguas, las conversaciones con mis hermanos, los paseos por la huerta, el recuerdo de un tiempo que yo había olvidado. Comencé a intuir que esa era a verdadera historia sobre la que estaba escribiendo» (p.237)

Si El instante de peligro me dejó buenas sensaciones, El dolor de los demás de Miguel Ángel Hernández me parece una novela inteligente, inquietante y valiente. Una tela de araña extraordinaria de la que no es fácil despegarse, ni siquiera al final de la lectura.





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MURCIANO TOTAL. El Internacional y la Mala Racha




6 comentarios:

  1. Me resulta similar a la última novela de Sergio del Molino, una mezcla de periodismo y biografía. No conocía al autor, parece que hay una generación con propuestas similares (Andrés Barba, Gómez Bárcena, el propio del Molino) o lo mismo es impresión mía, porque soy consciente de que leo poco para lo que se publica. El tiempo dirá.
    Un abrazo.

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    1. Miguel Ángel Hernández reconoce esa deuda con Sergio del Molino (de hecho creo que son buenos amigos en el mundo real) que aparece también como protagonista en la novela. Al parecer fue el propio Del Molino quien le comentó a Hernández que ahí tenía una novela cuando le contó lo ocurrido con su amigo de la infancia veinte años atrás.
      Creo que esa es una de las tendencias: la “autoficción”, en las que como bien dices se une la biografía con la investigación. En el caso de Miguel Ángel Hernández es muy interesante cómo afronta el proceso de escritura en la propia novela. A mi me recuerda a Vila-Matas y a Auster, incluso a Bolaño, lo cual es un punto a su favor.

      Yo tampoco leo apenas nada de lo que se publica, y menos este año que estoy buceando casi siempre en el pasado. Aunque de vez en me gusta asomar la cabeza para ver qué se cuece, y la verdad es que me suelo llevar gratas sorpresas como es el caso.
      Un abrazo.

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  2. La he leído esta Navidad. Me habían llegado muy buenos comentarios y ha superado todas las expectativas. Cómo a ti, me enganchó y no podía dejar de leer. Me ha gustado mucho esa forma envolvente de contar la historia, el ir descubriendo distintos aspectos de un mismo suceso. Un suceso del que puede parecer que tenemos toda la información por ser un protagonista cercano, pero del que tantos otros también son partícipes. Creo que el título está muy bien elegido. Un abrazo.

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    1. Ha pasado tiempo desde que la leí y recuerdo que me gustó muchísimo. Es una gran novela. Precisamente ahora estoy leyendo un librito que acaba de publicar Miguel Ángel Hernández titulado “El don de la siesta” que es una pequeña joya. Cada vez me gusta más este autor.
      Feliz año nuevo. Un abrazo.

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  3. En realidad me iba a poner con esta novela en breve porque un grupo de amigos que ya la han leído han quedado para ir al Yeguas a tomar cervezas y experimentar de primera mano la atmósfera de la novela. Lo cierto es que me ha parecido tan extraordinario el hecho de utilizar como reclamo para juntarnos de cañas ir a un bar de la huerta murciana, escenario en el que se desarrolla la novela, que no quería acudir al evento sin documentarme debidamente.

    Tras leer esta reseña y los comentarios posteriores, me pongo con ella hoy mismo. Un abrazo.

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    1. ¡Qué bien pinta ese plan! Yo me apuntaría de cabeza. Seguro que esas cañas en el Yeguas entran mejor con la novela fresca. Recuerdo que poco después de haberse publicado, ya hubo gente que se animó a visitar los lugares de la huerta en los que se desarrolla la novela, como Los Ramos, el Cabezo de la Plata (donde creo recordar que tiene lugar el trágico acontecimiento en torno al que se desarrolla la narración), o el ya literario Bar del Yeguas (¡quién se lo iba a decir al dueño!), redescubierto por el narrador en ese viaje hacia el pasado, y en el que pasará tantos ratos. Yo estuve tentado de ir en su día, después de leer la novela, pero lo fui posponiendo, y al final se enfrió el asunto.
      Espero que disfrutéis de la novela y de esas cervezas en El Yeguas. Y que esta sea la primera de otras rutas cañeronovelescas.
      Un abrazo.

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