martes, 20 de febrero de 2018

Tokio blues. Norwegian Wood, de Haruki Murakami



Me tropiezo con  unas notas sobre Haruki Murakami que escribí en el cuaderno de bitácora hace algunos años. Me cuesta reconocerme desde la distancia del tiempo. ¿Seré yo?

6 octubre 2010. Miércoles
Creo que he descubierto a un escritor que me acompañará durante los próximos meses. Se trata del japonés Haruki Murakami. Ayer oteaba a distancia libros que sabía que no iba a adquirir, hasta que mis ojos se fijaron en este autor. Su nombre lo había visto otras  veces, sin embargo nunca había tocado un libro suyo. Mi impulso fue fulminante. Agarré del estante la novela titulada Tokio blues. Norwegian Wood  y me dirigí rápidamente a la caja para pagarlo. El joven que me atendió, me comentó asombrado: “Murakami no para de vender libros. Es increíble. Ayer se agotó su última novela”. Hacía tiempo que no me enfrentaba a una sensación tan clara. No podía fallar.

Esta misma tarde he comenzado a leer la novela de Murakami. Las expectativas son muy altas. Watanabe, el protagonista, recuerda su juventud junto a su gran amor Naoko. Narra en primera persona cómo se conocieron y cómo fueron sus primeros encuentros, los cuales estuvieron marcados por  el suicidio de su amigo Kizuki, por entonces novio de ella.  Tokio es el escenario de estos recuerdos. Me gusta su manera de escribir. Rápida pero elegante; y tranquila al mismo tiempo. Hay ternura en Murakami:
“A partir de la noche en que murió Kizuki, fui incapaz de concebir la muerte (y la vida) de una manera tan simple. La muerte no se contrapone a la vida. La muerte había estado implícita en mi  ser desde un principio. Y éste era un hecho que, por más que lo intenté, no pude olvidar. Aquella noche de mayo, cuando la muerte se llevó a Kizuki a sus diecisiete años se llevó una parte de mí” (p.37).

No puedo dejar de escribir en el cuaderno la cifra de habitantes que tiene Japón en la actualidad: 127 millones. Viven en un territorio que es un poco mayor que  la mitad de España. Es un país en el que pocas veces me había parado a pensar. Impresiona la cifra.
“En clase no había hecho ningún amigo y en la residencia tenía simples conocidos. Como siempre me veían leyendo, los de la residencia pensaban que yo quería ser escritor, lo que jamás se me había ocurrido. A mí, en realidad no se me había ocurrido ser nada”  (p.43)

7 octubre 2010. Jueves
Anoche me quedé dormido con Murakami y su Tokio blues. En realidad, el título original de la novela  es Norwegian Wood, la famosa canción de los Beatles, convertida en banda sonora de la novela. Tokio blues es un añadido europeo, imagino que para recordarnos, de una manera algo estúpida, que la novela se desarrolla en Japón.
“Leía muchísimo más que yo, pero tenía por principio no adentrarse en una obra hasta que hubieran transcurrido treinta años de la muerte del autor. Sólo me fío de estos libros, decía. No es que no crea en la literatura contemporánea pero no quiero perder un tiempo precioso leyendo libros que no hayan sido bautizados por el paso del tiempo. ¿Sabes? La vida es corta”. (p.45).

18:20h
Hacía mucho tiempo que no leía una novela de un tirón. La historia de Watanabe y Naoko me tiene totalmente atrapado. Llevo dos días sin soltar el libro. Dice Rodrigo Fresán, uno de las grandes amigos de Roberto Bolaño: “Advertencia: Murakami – al igual que los Beatles- produce adicción, provoca numerosos efectos secundarios y su modo de narrar tiene algo de hipnótico y opiáceo”. ¡Toda la razón!

(Nota: Hoy le han concedido el Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa. ¡Ya era hora!)

Reiko es una mujer de treinta y siete años, compañera de habitación de Naoko en el sanatorio donde está ingresada por su propia voluntad. Watanabe las visita y pasa dos días con ellas en esa especie de comuna para “personas frágiles”. Reiko es una mujer que hace unas reflexiones  muy  interesantes:
“En este mundo hay gente que, a pesar de estar dotadas de un intelecto excepcional son incapaces de realizar el esfuerzo necesario para sistematizarlo, y su talento se acaba malogrando. He visto a personas a quienes les sucedió esto. Al principio uno piensa que son unos genios. Los hay, por ejemplo, que tocan de corrido una melodía complicadísima solo con echarle una ojeada a la partitura. Y lo hacen bien.
Una se siente abrumada: piensa que no le llega a la suela del zapato. Pero eso es todo. No son capaces de ir un paso más allá. ¿Por qué? Porque no se esfuerzan. Porque jamás les han inculcado el sentido de la disciplina. Porque las han estropeado. Desde niños han tenido tanto talento que han conseguido hacer las cosas sin esforzarse, diciéndoles lo extraordinarias que son. Y acaban concibiendo el tesón como una estupidez. Las melodías que los niños aprenden en tres semanas ellos las tocan en la mitad de tiempo, y el profesor, convencido de que el niño tiene talento, deja que aprenda la siguiente. Ningún profesor los ha enseñado a disciplinarse y, en consecuencia, pierden un elemento necesario en la formación del ser humano. Es una tragedia. En fin, yo también tenía todos los puntos para acabar así, pero mi profesor era muy severo e impidió la catástrofe” (p.202).

8 octubre 2010. Viernes.
Es sorprendente lo que me ha ocurrido con la novela de Murakami. Es una historia que gira en torno a la enfermedad  y a la muerte. Sus personajes son seres solitarios, melancólicos, supervivientes en la vorágine de un país como Japón. Sin embargo, la he leído (estoy a punto de terminarla) sin ningún tipo de angustia, todo lo contrario, la he leído de puntillas, casi sin enterarme, saboreando cada situación, cada diálogo. Quizás porque los personajes tratan de asumir que el dolor forma parte de la vida, porque la muerte les toca y no parece que lo haga de una manera tan terrible, tan dramática. Tal vez porque todos los personajes que aparecen son honestos hasta la médula, sin dobleces, sin hipocresía. Personajes que desde el primer momento parecen seres de una talla moral difícil de igualar. Y a pesar de todo, es gente corriente, personas de carne y hueso que intentan vivir como buenamente pueden, cada cual con sus problemas a cuestas. Personajes que, al final, también necesitan a alguien a su lado, necesitan ser queridos, necesitan compañía y comprensión. Es una novela muy intimista, y no sé por qué, pero tengo la sensación de que también es una novela bastante realista.
“Y así recuperaré mi vida cotidiana y volveré a darme cuerda todos los días
  (p.316)
He terminado Tokio blues de Haruki Murakami. El final es fantástico. 
Ya tengo en mente la próxima lectura: Kafka en la orilla
Rodrigo Fresán está en lo cierto. Murakami es adictivo y opiáceo.

Releo lo escrito y sigo con la duda. ¿Seguro que soy yo?


Traducción del japonés de Lourdes Porta

                                                     The Beatles. Norwegian wood


sábado, 10 de febrero de 2018

Cada noche, cada noche, de Lola López Mondéjar



Descubrí a Lola López Mondéjar una mañana de enero de 2012. Vagabundeaba  por los  puestos de las librerías de la Cuesta de Moyano, cuando me fijé en una novela titulada Mi amor desgraciado. Me la llevé a casa y la leí. Me gustó tanto que apunté el nombre de su autora en mi lista de escritores de los que hay que estar muy pendientes. En ello sigo. Hace dos años publicó Cada noche, cada noche, una secuela de Lolita de Nabokov, pero no la compré porque no quería leerla hasta no haber leído la obra del escritor ruso.  La excusa terminó hace poco. De manera que una me ha llevado a la otra y la otra a la una.




En Cada noche cada noche,  la autora juega con la literatura como ya lo hiciera Miguel de Cervantes en su día, que se encontró por azar en un mercado de Toledo con el manuscrito que contenía las aventuras de don Quijote. De nuevo es el azar quien provoca que Lola López Mondéjar reciba por error una serie de correos electrónicos de una mujer llamada Dolores Schiller en los que relata su historia.
Cada noche, cada noche transita el camino abierto por Jean Rhys en Ancho mar de Sargazos, novela en la que se da voz a uno de los personajes de Jane Eyre de Charlotte Brontë. El mismo camino por el que tiempo después pasó J.M Coetzee cuando escribió Foe haciendo lo propio con Daniel Defoe y su Robinson Crusoe. En el epílogo, Lola López Mondéjar agradece a ambos la ruta marcada.

¿Quién es la mujer de los correos que llegaron por error a Lola López Mondéjar? ¿Quién es  Dolores Schiller? Pues Dolores Schiller es la hija de Dolores Haze, la niña protagonista de Lolita de Vladimir Navokov. En el prólogo de la novela de Nabokov, se cuenta que Lolita murió en el parto junto a su hija, pero Lola López Mondéjar le enmienda la plana acusando de mentir a Humbert Humbert en lo referente a esto último. Murió la madre pero no la hija. De modo que rescata al personaje para darle vida en Cada noche, cada noche.
El título de la novela es toda una declaración de intenciones, pues es la frase de un fragmento de Lolita en el que Humbert relata que durante el largo viaje por los moteles de Estados Unidos la niña lloraba “cada noche, cada noche”,  cuando se fingía dormido.
Si en Lolita, la protagonista, la niña, apenas si aparece, debido que  a quien vemos es a la nínfula que ha creado la retorcida mente de Humbert, en Cada noche, cada noche, por fin, la vemos tal y como es, como una niña de doce años. Y esto es lo que más me ha gustado de la novela, escuchar su voz. Tras leer Lolita necesitaba escuchar la voz de esa niña que parece que no siente ni padece en la novela de Nabokov.

La novela de desarrolla en torno a tres ejes temporales:

Año 2009,  Nueva York. Dolores Schiller, enferma de cáncer, decide contar al mundo la verdadera historia de su madre, para denunciar el crimen de Humbert y el de quienes lo defendieron.
“Voy a morir y mi lengua se desata en una ácida verborrea muda en la que se atropellan mis recuerdos, y la omnipotencia de mi pensamiento, que se ejercita en la palabra, me hace osada, diosa.
Cumpliré, no obstante, con mi propósito de dar cuenta de la verdad, evitando el pleonasmo. Aunque el pleonasmo, a menudo, a fuerza de insistir, describa la verdad mejor que cualquier otro recurso retórico. Ya no dispongo de tiempo  para andarme por las ramas, solo los que viven una vida huera lo despilfarran, de modo que tendrán que acompañarme a trompicones, siguiendo el hilo discontinuo de mis notas y de mis recuerdos. De lo que entonces escribí y de lo que nunca hasta ahora he contado” (p.54)

Años setenta. Tras cotejar los diarios de su madre (y lo que su padre le ha contado) con la novela de Nabokov, llega a la conclusión de que su madre, Dolores Haze, a quien no conoció, es la Lolita de la novela. Comienza entonces una investigación en busca del paradero de Humbert (el tío Humbert del que le hablara su padre) y lo encuentra  en Montreaux, Suiza, la misma ciudad en la que vive Vladimir Nabokov. También había mentido en la novela respecto a su propia muerte. Dolores Schiller se reúne con él. Quiere mirar al monstruo a la cara.
“El rostro de Humbert me inquieta. Por más que intento comprender, no consigo penetrar en su mente perversa, en sus sentimientos más oscuros. ¿Qué arrogancia, qué inconmensurable orgullo llevan a un hombre a imaginar que una niña de doce años desea que la viole? Una ceguera cómplice se instala en quienes comparten con él esa absurda suposición. Los argumentos de quienes vieron en aquel horrible secuestro una historia de amor, de quienes encontraron en la niña una ninfa seductora capaz de enloquecer a un hombre, se desmoronan ante la evidencia. Todos inventan a las niñas tal y como desearían que fueran” (p.99)

Fin de los años cuarenta. Una niña, Dolores Hace, escribe un diario. En él refleja sus pensamientos más íntimos, el amor por su padre, la profunda pena tras su muerte, la difícil relación con su madre, el traslado de casa, la llegada a esa nueva casa de un inquilino, un escritor europeo que le cae bien, sus días en el campamento, la llegada de Humbert a recogerla, la noticia de la muerte de su madre, su secuestro, su reiterada violación, sus lágrimas cada noche.
MqD
Anoche vino un lobo grande y peludo. Un horrible lobo grande peludo y viejo. Y tuve miedo. Pensé que ese lobo era H., pero no puede ser él. No puede ser él, porque si lo fuera estaría en el infierno.
Seis por uno seis, seis por dos doce, seis por tres dieciocho, seis por cuatro veinticuatro, seis por cinco treinta, seis por seis treinta y seis. Treinta y seis, Treinta y seis” (p.143)

La autora  estructura la novela en capítulos cortos que en los que se intercalan los tres ejes temporales. Los espacios en los que se sitúa la protagonista son muy variados. Dolores Schiller, pasa por Nueva York, Florence, Ramsdale, Montreaux, Iguazú , Venecia o Zurich. El capítulo en que Dolores Schiller visita Iguazú es uno de los más bellos de la novela.

Lola López Mondéjar hace un ejercicio de alta literatura para escribir esta secuela de Lolita. Cada noche, cada noche es una novela  intensa y  descarnada en la que la están presentes la muerte y el deseo de justicia. Como también lo están la belleza y la inteligencia; la literatura, el cine y la música;  el arte y la historia.  La prosa de la autora es afilada, precisa, con garra. Uno no  sale indemne de su lectura.
Hay que ser valiente para ponerse frente a la obra de Nabokov. Y Lola López Mondéjar lo hace con solvencia. Cada noche, cada noche debería ir pegadita, lomo con lomo, a Lolita.

“Porque la historia del rapto de mi madre solo puede ser escrita y aplaudida en un mundo donde las mujeres no son consideradas seres humanos complejos. No, no se mesen los cabellos, relájense; esto último es también literatura” (p.175)

Y de la buena.
Imprescindible. 



jueves, 1 de febrero de 2018

Lolita, de Vladimir Nabokov




Lolita es un libro que llevaba mucho tiempo esperando en la estantería. Lo adquirí en  diciembre de 2013 en una edición extra de la editorial Anagrama en la que se publicaron sus cien joyas literarias. Lo compré porque era «uno de esos libros que hay que tener», pero sin intención alguna de leerlo.

Me había llegado por diferentes medios que debía leer la novela de Vladimir Nabokov porque era alta literatura, pero yo siempre hacía oídos sordos o me respondía con evasivas mentales del tipo «ya llegará su momento». Esa falta de interés venía  porque conocía el argumento y no me apetecía lo más mínimo leer la historia del perturbado Humbert Humbert.

Sin embargo, durante el mes de diciembre el azar puso Lolita en mi camino en tres ocasiones, y yo, que cada día soy más supersticioso, hice caso a las señales. 
La primera fue en el cine mientras veía La librería de Isabel Coixet. La novela de Nabokov tiene un papel en la película cuando la protagonista, una romántica-enamorada de los libros que se atreve a abrir una librería en un pequeño pueblo de la campiña inglesa, tras leer Lolita (y pedir la opinión de un aristócrata ermitaño y gran lector) decide confiar en la novela y hace un enorme pedido que provoca gran revuelo en la sosegada vida de los habitantes del bucólico pueblo.
La segunda señal me llegó a través de una noticia de un periódico en el que se comentaba (ante mi estupor) que la novela de Nabokov estaba en el punto de mira de un grupo de feministas norteamericanas que piden su prohibición por ser una obra que denigra a la mujer al tiempo que simboliza y exalta el machismo y el modelo patriarcal. El puritanismo censor vuelve a la carga.
La tercera apareció tras la visita a una librería en la que me hice con un ejemplar de Cada noche, cada noche, de Lola López Mondéjar, novela que resultó ser una secuela de la novela de Nabokov, de modo que no la podría leer sin haber leído previamente la del escritor ruso.
La decisión final, el casus belli de atacar Lolita, la tomé durante una tertulia literario-cervecera con mi amigo S.K. que me re-confirmó que era una obra maestra y que no podía dejar de leer ese libro que llevaba tanto tiempo en mi estantería criando malvas.


El incipit de Lolita es uno de los más famosos de la historia de la literatura.

«Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, cuando estaba derecha, con su metro cuarenta y ocho de estatura, sobre un pie enfundado en un calcetín. Era Lola cuando llevaba puestos los pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos siempre fue Lolita.
¿Tuvo Lolita una precursora? Naturalmente que sí. En realidad, Lolita no hubiera podido existir para mí si un verano no hubiese amado a otra niña iniciática. En un principado junto al mar ¿Cuándo? Aquel verano faltaban para que naciera Lolita casi tantos años como los que yo tenía entonces. Pueden confiar en que la prosa de los asesinos sea siempre elegante.
Señoras y señores del jurado, la prueba número uno es lo que los serafines, los mal informados e ingenuos serafines de majestuosas alas, envidiaron. Contemplen esta maraña de espinas»

El inicio completa el primero de los sesenta y nueve capítulos de que se compone la novela (más el prólogo de un falso doctor en filosofía que es quien corrige y edita las memorias del narrador, y un epílogo del propio Nabokov escrito en 1957, dos años después de la publicación de la novela).
Del incipit se pueden hacer varias consideraciones. 
Que el narrador está enamorado (obsesionado sería la palabra adecuada) de una niña llamada Dolores, cuya edad intuimos por lo que dice a continuación ya que confirma que no fue la primera. De modo que el narrador es un pederasta; y también un asesino, aunque todavía no sabemos a quién ha matado. Este asesinato será uno de los elementos que mantenga la tensión de la trama. También nos dice que está en la cárcel y su escrito va dirigido al jurado, pues la historia que va a narrar forma parte de su defensa. Por último, es evidente que es un tipo culto, un escritor de prosa cuidada y elegante, poco dada a vulgarismos y a expresiones fuera de tono. Es la prosa de un europeo cuarentón llamado Humbert Humbert, quien a lo largo de la novela relata sus escarceos sexuales con niñas preadolescentes (nínfulas las llama) hasta que se marcha a Estados Unidos y conoce a la niña que le hace perder la cabeza: Dolores Haze; su Lolita.

La novela se divide en dos partes. En la primera el protagonista nos ponen en antecedentes de sus preferencias sexuales. Reconoce su monstruosidad, que es un maniaco acosador, un violador de niñas, un obseso perturbado, un enfermo mental. Sin embargo, sufre porque las leyes y la moral establecida le impiden desatar su instinto depredador. Hasta que conoce a Lolita. Tras su conquista/secuestro comienza la segunda parte de la historia, una road movie que lleva a los protagonistas a un viaje hacia ninguna parte a lo largo y ancho de Estados Unidos. Siempre con miedo a ser descubierto, siempre con miedo a perder a Lolita.

Nabokov utiliza a Humbert Humbert como narrador, que se dirige tanto al jurado, como al lector, o a la propia Lolita. Todo lo que sabemos está dentro de su cabeza. Es un tipo narcisista y egocéntrico hasta el infinito, incapaz de sentir empatía o compasión por nadie, ni siquiera por su amada-secuestrada-violada Lolita. La pobre Lolita/Dolly es un fantasma para el lector. Poco sabemos de lo que piensa o de lo que siente. Tan solo que descubre su sexualidad plegándose y sometiéndose a los deseos sexuales de H.H; sabemos que llora cada noche y que desea escapar de las garras de su elegante y depravado padrastro.

Nabokov es un maestro que utiliza una artillería literaria impresionante. Tanto que logra que el lector, en ocasiones, sobre todo en la parte final, sienta cierta compasión o pena por Humbert Humbert, incluso a pesar de lo que nos dice el propio narrador, que reconoce su pecado y relata cómo se va hundiendo cada vez más en la miseria moral. En este sentido, podemos decir que su confesión da resultado, pues el objetivo del relato es demostrar al jurado (al lector y a la propia Lolita) que todas sus atrocidades, entre las que se incluye el secuestro, la violación y el asesinato, están justificadas en una enfermedad psicológica y en el amor que siente por Lolita. Tanto es así, que una conocida revista femenina la consideró «la mayor historia de amor del siglo XX». Si Humbert Humbert saliera de su tumba se aplaudiría a sí mismo por semejante proeza.

En la novela hay constantes referencias literarias y artísticas, pues H.H. es profesor de literatura y escritor. La primera de ellas es para el maestro de maestros, Miguel de Cervantes. «Y él, mon cher petit papa, me sacaba a navegar y a pasear en bicicleta, me enseñaba a nadar y a zambullirme y a esquiar en el agua, me leía Don Quijote y Les Misérables, y yo le adoraba y le respetaba…» (P.17).
Es evidente que Humbert Humbert no siguió las enseñanzas de nuestro caballero andante, presto a salvar a cualquier doncella de las garras de tipos como él. Pero ahí está el logro de Nabokov, que hizo una novela que apuntaba directamente a la línea de flotación de la moral establecida en occidente, y reivindicaba la libertad creativa por encima de todo. Lolita es un libro que siempre tendrá en pie de guerra a puritanos y fundamentalistas de toda índole, lo que dice mucho de la novela. 

Tenía razón S.K., Lolita es una obra maestra.



Traducción de Francesc Roca