Una tarde, mientras paseaba por la Feria del Libro sin detenerme demasiado en los puestos, encontré, ante mi sorpresa, un extra en color de la novela gráfica El Eternauta. Pensaba que tras la muerte de su creador, Héctor Germán Oesterheld, el superhéroe argentino había sido enterrado con él.
Descubrí El Eternauta el verano que viajé a la Argentina, pero no lo descubrí allí sino, extrañamente al regresar. Lo recuerdo perfectamente. Fue un domingo en la playa. Mar en calma, aguas cristalinas, la arena dorada. Estábamos bajo la sombrilla cuando Esther me habló del artículo que estaba leyendo en El País Semanal. Trataba sobre la tortura y asesinato de un argentino por parte de los militares de la dictadura de Videla y sus secuaces. Se llamaba Héctor Germán Oesterheld. Su delito era haber escrito y publicado veinte años atrás una novela gráfica titulada El Eternauta. El articulo lo firmaba uno de los grandes de la literatura española, Manuel Rivas. La historia era conmovedora y aterradora. Oesterheld fue secuestrado junto a tres de sus hijas y trasladado a centros de tortura. Su esposa y otra hija lograron escapar. La última de las torturas a que fue sometido el autor de El Eternauta fue la más espantosa. Antes de ser asesinado, los verdugos le enseñaron unas fotos en las que aparecían sus tres hijas muertas. También habían sido torturadas. Después lo asesinaron. Su cuerpo nunca apareció.
Todo esto lo narraba Rivas tras entrevistar Elsa, la esposa de Oesterheld, que vivía en Galicia, la que había sido tierra de sus padres.
Me costaba entender tal ensañamiento por una novela gráfica, por un cómic, por un TBO.
Debía leer ese libro, necesitaba leer El Eternauta, de modo que pocos días después fui a la tienda de cómics de la calle Vinader y compré una edición especial por el 50 aniversario de El Eternauta. Casi 400 páginas de la historia que llevó a Oesterheld y a sus hijas a la muerte.
La historia.
Un hombre aparece repentinamente de la nada en el estudio de Oesterheld en Buenos Aires. Corre el año 1957. Durante toda la noche ese hombre llamado Juan Calvo le cuenta cómo ha llegado hasta ahí. Todo comienza una noche en que empieza a nevar. Juan Calvo juega en casa tranquilamente a las cartas con los amigos. Pronto se percatan de que la nieve que cae no es una nieve normal. Caen copos radiactivos de una nieve fluorescente que mata al mínimo contacto con la piel. No tardan en darse cuenta de que están solos. Y lo peor. Descubren que esa nieve es el arma utilizada por los extraterrestres que han invadido La Tierra.
Juan Calvo, El Eternauta, es el héroe que luchará contra ellos; se convierte así en defensor de la vida, la libertad y la dignidad en la lucha contra los invasores que quieren aniquilar la vida en La Tierra. Los extraterrestres invasores son unos monstruos asesinos: los Ellos y los Manos.
Fue precisamente en el espejo de El Eternauta en el que se vieron reflejados los militares de la dictadura argentina. Ellos eran los Ellos, ellos eran los Manos. No les gustó esa imagen. Tenían que acabar con el autor de ese espejo. Y lo hicieron, acabaron con Héctor G. Oesterheld. Pero no con el espejo.
El Eternauta comenzó a publicarse en 1957 en forma de tira de periódicos y estuvo publicándose durante años con un éxito enorme.
Desde que comencé a leerlo no pude separare de él ni un solo minuto. Una obra maestra, un libro de obligada lectura, de obligada relectura. Por eso la sorpresa de encontrar una secuela de El Eternauta en la Feria del Libro. La compré, por supuesto. Se trataba de un homenaje que Solano, compañero dibujante de El Eternauta, le hizo a Oesterheld en el año 1997 con motivo del vigésimo aniversario de su desaparición.
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