«Unas millas al
sur de Soledad, el río Salinas se ahonda junto al margen de la ladera y fluye
profundo y verde. Es tibia el agua, porque se ha deslizado chispeante sobre la
arena amarilla y al calor del sol antes de llegar a la angosta laguna».
Así comienza De ratones y hombres. John Steinbeck regresa a la infancia, a su lugar de
nacimiento en Salinas, California. En este lugar mítico y recurrente para
el autor (al que regresará años después en Al este del Edén) se desarrolla
esta novela que publicó en 1937. Tras unas breves pinceladas de su paraíso
particular, Steinbeck nos muestra la historia de dos personajes que
vagabundean en busca de trabajo en Estados Unidos. Corren los años 30. El seísmo
de la Gran Depresión se ha llevado por delante las ilusiones de cientos de miles
de personas. La opulencia de los años previos ha sido reducida a escombros. La
pobreza se instala (para quedarse) en el país más rico del mundo. Algunos de
los que se quedan sin nada, no resisten la caída y se quitan de en medio. Otros
sobreviven convertidos en braceros nómadas, desarraigados y solitarios que
trabajan a cambio de cama, comida y un sueldo mísero para gastar en tabernas y
burdeles el día de descanso.
John Steinbeck
retrató como nadie la vida de estos parias en Las uvas de la ira y en De
ratones y hombres. Esta última es una novela corta, directa y de fácil
lectura, con pocas digresiones, mucho diálogo y un lenguaje accesible. Al
contrario que su coetáneo y compatriota William
Faulkner, John Steinbeck apuesta por un narrador omnisciente y una estructura
clásica, con su exposición, nudo y desenlace, y con unos personajes
arquetípicos, reconocibles en la historia de la literatura. No obstante, De ratones y hombres es una novela de
una gran intensidad emocional que ha envejecido muy bien, hasta convertirse en
un clásico.
George y Lennie
son los protagonistas, dos trotamundos sin techo que intentan ganarse el pan
honradamente cargando sacos en los ranchos por los que transitan. Viven en
barracones con otros peones y trabajan de sol a sol. George cuida de Lennie,
quien sufre una discapacidad intelectual que le lleva a meterse problemas con
los otros trabajadores. Lennie es un niño en un cuerpo de hombretón cuya fuerza
no es capaz de calibrar. Como a los niños, le encanta acariciar a los animales,
sobre todo a ratones, perros y gatos. Pero su fuerza descontrolada termina
aplastando a los animales con sus enormes manos, para enfado de George.
George y Lennie viven
con la ilusión de ahorrar dinero para comprar un terreno y dejar esa vida errante. No buscan la riqueza del sueño americano como los protagonistas de El tesoro de Sierra Madre, o como el de La perla del propio Steinbeck. Se conforman
con poco, con echar raíces en una pequeña granja que les proporcione lo
suficiente para vivir sin tener que estar de un lado a otro, para vivir libres
de la explotación de terratenientes sin escrúpulos.
«—Háblame de esa
casa George—rogó Lennie.
—Claro, vamos a
tener una casita, con una habitación para nosotros. Una buena estufa de hierro
y en invierno mantendremos el fuego siempre encendido. No es demasiada tierra,
de modo que no tendremos que trabajar mucho. Quizás seis o siete horas al
día. Pero se acabó de cargar sacos de
cebada durante once horas al día. Y cuando llegue la cosecha, allí estaremos
nosotros para recogerla. Así sabremos qué resulta de lo que sembramos» (p.51).
Al quimérico
proyecto se une Candie, el barrendero del barracón, un viejo manco, que sueña
con acabar sus días lejos de allí. En el establo del rancho vive Crooks, un hombre negro con el que apenas nadie habla. Es el paria de los parias
que deja entrever el racismo instalado hasta la médula en la sociedad
estadounidense. Un día que George ha ido al pueblo, Lennie, con su inocencia
libre de prejuicios racistas, entra en su habitación- establo y le hace
partícipe de su plan. Pero Crooks, personaje que vive su soledad entre libros,
es más realista:
«Está loco—volvió
a decir desdeñosamente Crooks—. He visto más de cien hombres venir por los
caminos a trabajar en los ranchos, con sus hatillos de ropa al hombro, y esa
misma idea en la cabeza. Cientos de ellos. Llegan y trabajan y se van; y cada
uno de ellos tiene un terrenito en la cabeza. Y ni uno solo de esos condenados
lo ha logrado jamás. Es como el cielo. Todos quieren su terrenito. He leído
muchos libros aquí. Nadie llega al cielo, y nadie consigue su tierra. La tienen
en la cabeza, nada más. No hacen más que hablar de eso, siempre, siempre, pero
sólo lo tienen en la cabeza» (p.65).
Las advertencias
de Crooks no hacen mella en el ánimo de Lennie, ni en el del viejo Candie, ni
siquiera en el de George, que intenta por una vez alejarse de la cruda realidad
para creer en ese humilde paraíso terrenal.
¿Lograrán reunir
el dinero para alcanzar su sueño?¿Se meterá Lennie en algún lío con los trabajadores del rancho?¿Conseguirán
salir del círculo vicioso de pobreza y vagabundeo?
John Steinbeck
pone todo su genio al servicio de un desenlace memorable.
«—¿Viajáis
juntos?—Era amistoso su tono. Invitaba a la confidencia sin exigirla.
—Claro—repuso
George— Nos cuidamos el uno del otro—.Indicó a Lennie con el pulgar—. Él no es
muy inteligente. Sin embargo trabaja como un diablo. Es un buen tipo pero no
tiene sesos. Hace tiempo que lo conozco.
Slim miró a
George, a través de él, más allá de él.
—No hay muchos
hombre que viajen juntos—musitó—No sé por qué. Quizá todos tienen miedo de los
demás en este condenado mundo.
—Es mucho mejor
viajar con un amigo—opinó George» (p.32)
Aparentemente es
Lennie quien depende, cual perrillo, de George. Sin embargo, a la
postre es evidente que George también necesita a Lennie. Ambos saben que el
otro nunca les va a fallar. Es una unión indivisible en la que George es el
cerebro, la razón, la astucia; y Lennie el corazón, la esperanza, y también la
fuerza.
John Steinbeck
nos regaló una de esas grandes parejas de la historia de la literatura. Encarna Pérez Abellán, compañera y gran
lectora que en su día me recomendó a Steinbeck, en un artículo titulado De milanas y hombres, compara con
acierto al personaje de Lennie con el de Azarías, inolvidable protagonista de Los santos inocentes de Miguel Delibes (cuyo rostro será
siempre el de Paco Rabal). Escribe Encarna:
«Hay personajes que transitan por la narrativa
del siglo xx que tienen la capacidad de evocar a otro, a otros, como
reivindicando un aire de familia que la distancia y el trazado particular de
sus caminos no parecen—ni pueden— impedir. Son personajes itinerantes,
auténticos viatores renovados, deudos de don Quijote y Sancho si su
desplazamiento se hace en compañía. Algunos de ellos, además, logran acomodar
en sí, sin caer en la reiteración que les negaría una identidad original, los
matices precisos de otros hasta construir una entidad vigorosa, autónoma y
además universal, por reivindicar pulsiones y actitudes inmanentes.
George y Lennie,
protagonistas de una de las novelas más entrañables de John Steinbeck (De
ratones y hombres, 1937) son un formidable ejemplo».
Carteles de las versiones cinematográficas de De ratones y hombres. La primera, dirigida por Lewis Milestones, es de 1939. (En España se tituló, desafortunadamente, La fuerza bruta). La segunda, de Gary Sinise, es de 1992. (Esta vez se conservó el título original).
Vi la segunda película que me gustó mucho. Maravillosa novela. La leí hace unos años y me dejó impactada. Como años antes me había dejado "Las uvas de la ira". No obstante, mi Steinbeck particular y propio es el de "Al este del edén". Creo que lo leí por primera vez a los dieciséis años. Después lo he leído otras dos veces. Me parece sublime y, por mucho que me guste la película, poco tiene que ver con la novela. Me fascina el mito de Caín y Abel y nadie, que yo sepa, lo trata como el autor en esta novela.
ResponderEliminarPor cierto, pasé por el valle de Salinas, con una inmensa emoción.
Me ha resultado curiosa la comparación con Azarías.
Muchas gracias por esta reseña y el recordatorio correspondiente.
Un beso.
Hola Rosa, es la tercera novela que leo de Steinbeck. Leí “Al este del Edén” hace unos meses y me pareció extraordinaria. Una obra maestra. “De ratones y hombres” también me parece un novelón, a pesar de su menor extensión. Más directa y menos filosófica que la primera. Todavía tengo pendiente “Las uvas de la ira”. Curiosamente es la única adaptación al cine de Steinbeck que he visto, y es espectacular.
EliminarLennie (con sus ratones) y Azarías (con su Milana) son dos personajes cortados por el mismo patrón. Imprescindible leer el estupendo artículo de Encarna Pérez Abellán (está enlazado).
Un abrazo.
Me parece muy interesante el paralelismo entre Lennie y Azarías. Le echaré un vistazo al artículo que citas. Esta novela la veo en la línea de "La perla", más breve y directa que otras novelas de Steinbeck concebidas con mayor ambición. A mí me gusta mucho, tiene un ritmo muy cinematográfico. A ver si encuentro la última adaptación en Internet.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo tampoco he visto ninguna de las dos adaptaciones. Cierto que es una novela muy visual, muy cinematográfica. Ambas se llevan muy buena nota en Filmafinity, (una décima más la de 1939 que la de 1992). También intentaré verlas. Seguro que son tan buenas como la novela. Cómo es el caso precisamente de “Los santos inocentes”, en que libro u película son obras maestras. Merece la pena leer el artículo.
EliminarSeguiremos leyendo a Steinbeck.
Un abrazo.
Hola, tengo que seguir leyendo al autor. Comencé con Viajes con Charley, pero debería haber comenzado con alguna de sus novelas. La apunto a ver si la consigo para leerle en estos días. Gracias por la reseña, muy interesante. Besos!
ResponderEliminarHola, he leído que Steinbeck recibió muchas críticas por “Viajes con Charley” porque, al parecer se inventó gran parte del viaje por los Estados Unidos que narra.
EliminarSeguro que disfrutas mucho con sus novelas. Steinbeck no defrauda.
Un abrazo.
Esta novela es simplemente maravillosa y entrañable. Un abrazo.
ResponderEliminarHola Rocío. Sí que lo es.
EliminarSteinbeck era un maestro creando personajes (Lennie y George son buena prueba de ello), y sobre todo denunciando la situación de miseria y explotación a la que eran sometidos muchos trabajadores durante los terribles años 30.
Bienvenida al blog.
Un abrazo.
Los años 30 en Estados Unidos dieron obras que han perdurado en el tiempo. Es una época con la que disfruto mucho y, como comentas, envejece muy bien, incluso no envejece. Debo reconocer que de esta época soy más aficionada al cine, pero me pondré al día también con la literatura. Me llama la atención como hemos cambiado tanto en las formas y tan poco en el fondo. Un abrazo.
ResponderEliminarEs curioso cómo en las épocas de crisis se agudiza el ingenio, como es el caso de los Estados Unidos de los años 30. Una década perdida y terrible para muchos se convierte en una edad de oro para el cine y la literatura. Algo parecido ocurrió con nuestro siglo XVII.
EliminarEs cierto lo que dices, avanzamos tres pasos y retrocedemos cuatro, y de nuevo a empezar, pero con el mano-móvil parecemos más sofisticados.
Un abrazo Ana.