miércoles, 3 de julio de 2019

"Cien años de soledad", de Gabriel García Márquez




Recuerdo un artículo de Javier Marías en el que dudaba de la relectura de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Temía que le decepcionara, «encontrarla increíble, pinturera, exagerada, o irritarme cuando me cuente que no sé qué personaje levita». Yo no lo he dudado. El personaje que levita «doce centímetros sobre el nivel del suelo» es el padre Nicanor. Pero esto no es lo único increíble en Cien años de soledad. Cuando muere José Arcadio, un reguero de sangre atraviesa Macondo hasta el lugar en el que está su madre, Úrsula Iguarán. Aureliano Buendía sobrevive a su fusilamiento cuando la bala atraviesa su cuerpo sin rozar ningún órgano vital. Remedios la Bella sube al cielo, literalmente, tras su muerte. El último de la estirpe de los Buendía nace con con cola de cerdo como consecuencia del incesto cometido por sus padres. Estas son solo algunas de las muchas cosas increíbles, pintureras y exageradas que ocurren en Cien años de soledad. El mérito de García Márquez es hacer que el lector se crea todo esto a pies juntillas. Convierte lo increíble en verosímil. Y lo hace utilizando un narrador impertérrito, que no flaquea, que lo mismo te cuenta la levitación del párroco que el asesinato de los huelguistas (su ocultación y olvido). Hay una naturalidad pasmosa en la presentación de los hechos, en el tono, sin juicios morales, sin diferencias entre lo verosímil y lo inverosímil. Existe una espacie de resignación por parte de los personajes a las circunstancias dadas, como si todo lo que ocurre fuera inalterable, como si todo estuviera escrito. Que lo está. Como en El Quijote de Cervantes. 

Pocos inicios son tan célebres como el de Cien años de soledad.
«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos».
Comenzar a leer Cien años de soledad es como lanzarse por un tobogán. Ya no hay marcha atrás.
El íncipit es fundamental, porque supone el umbral desde el que el lector mira a la vez al pasado y al futuro. Esta forma se repite una y otra vez a lo largo de la novela, con lo cual parece que siempre estamos en el mismo lugar dando vueltas en círculo.
La matriarca, es consciente de ello. «Úrsula confirmó su impresión de que el tiempo estaba dando vueltas en redondo» (p.272). La vida es igual para todos.  No obstante, hay una avance lineal y cronológico en el que se desarrolla la vida (y milagros) de siete generaciones de los Buendía. Desde la creación de Macondo hasta su destrucción. De la nada a la nada. De la selva a la selva. El círculo se cierra. Esa idea de circularidad proporciona dinamismo al relato y destruye la línea que separa lo real de lo fantástico. Y surge a través de la repetición de los nombres de la familia en los descendientes: Aurelianos, Arcadios, José Arcadios, Amarantas y Úrsulas, crean una maraña de nombres en la que es fácil perderse, por eso es recomendable elaborar un árbol genealógico de la familia fundadora de Macondo. Yo hice este. 




La novela está estructurada en veinte capítulos que García Márquez no numera ni titula para acentuar esa idea de circularidad, de concentración del tiempo. Sin embargo, los diez primeros abordan la creación de Macondo y su desarrollo. Y los últimos diez, son los que narran su decadencia. De hecho, el capítulo diez, como punto de inflexión imperceptible, tiene un inicio muy parecido al primero:
«Años después, en su lecho de agonía, Aureliano Segundo había de recordar la lluviosa tarde de junio en que entró en el dormitorio a conocer a su primer hijo. Aunque era lánguido y llorón, sin ningún rasgo de un Buendía, no tuvo que pensar dos veces para ponerle nombre.
—Se llamará José Arcadio» (p.225).
De manera que en la primera parte, los protagonistas son los fundadores, José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, así como sus hijos y nietos, y en la segunda, los protagonistas son Aureliano Segundo (bisnieto), su esposa Fernanda del Carpio y sus descendientes.
  
Hay muchos temas en la novela de García Márquez, pero hay dos fundamentales. El primero es la soledad (el título no pudo ser más acertado) que está presente a lo largo del relato:
«El coronel Aureliano Buendía apenas si comprendió que el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad» (p.247)
 «Aureliano Segundo resolvió que había que llevarla a casa y protegerla, pero su buen propósito fue frustrado por la inquebrantable intransigencia de Rebeca, que había necesitado muchos años de sufrimiento y miseria para conquistar los privilegios de la soledad, y no estaba dispuesta a renunciar a ellos…» (p.271).
 «Y le vio otra vez la cara a la soledad miserable cuando todo acabó de pasar, y no quedó sino el luminoso espacio en la calle, y el aire lleno de hormigas voladoras, y unos cuanto curiosos asomados al precipicio de la incertidumbre» (p.327)

El segundo tema es el incesto como tabú. Se castiga con el destierro y con el terror de José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán (que son primos) a que sus hijos nazcan con cola de cerdo. Todos los Buendía tienen una atracción consciente o inconsciente. José Arcadio con Rebeca (son hermanos, pero no de sangre), Arcadio con Pilar Ternera (es su madre pero él no lo sabe), Aureliano José con su tía Amaranta… Ninguno de ellos se llega a consumar. Hasta que el incesto se concreta en los tataranietos Amaranta Úrsula y Aureliano Babilionia. El tabú se convierte en realidad cuando nace su hijo con cola de cerdo. Será el final de la dinastía y de Macondo.

Macondo en sus orígenes es un mundo idealizado, arcádico (el nombre del fundador no es casual) y natural. Es una especie de edén que perderá su inocencia cuando el patriarca José Arcadio Buendía coma de la fruta del árbol de la sabiduría de la mano del sabio Melquíades. La matriarca, Úrsula Iguarán es el centro de la familia. Es la que decide en la casa familiar, que reforma una y otra vez para darle vida. La casa es la metáfora de la familia y de Macondo. Cuando Úrsula muera, la selva comenzará a invadirla pese a los intentos de Fernanda del Carpio por evitarlo.
La Historia entra en Macondo de mano del progreso. Y por supuesto, de la política. De hecho Aureliano Buendía se convierte en el héroe con un historial épico. Promueve treinta y dos levantamientos armados para derrocar al gobierno conservador. No triunfa ninguno. Se pasa la novela guerreando en tierras lejanas. Conocemos sus peripecias a través de las noticias que llegan a Macondo. En realidad nunca salimos de Macondo porque Macondo es el lugar del que nunca sale el narrador. 
Finalmente, el apocalipsis entra en la novela a través de una serie de elementos típicos de la literatura apocalíptica. Por ejemplo, está escrita en libros ocultos que se revelan al final del mundo como ocurre con el libro escrito en sánscrito por Melquíades que leerá Aureliano Babilionia en un final epifánico y memorable. La numerología también está presente (en el título sin ir más lejos), y la historia está narrada desde el determinismo, es decir, todo transcurre hacia una destrucción inevitable en la que se dan cita las siete plagas: el insomnio, el olvido, las guerras, la decadencia del banano, el diluvio, la irrupción de la selva y el huracán bíblico.

Cien años de soledad es una novela en que la familia Buendía, Macondo, América Latina y la Historia Universal se funden en un todo. Es la novela total. 
Con pocos libros he disfrutado tanto como con Cien años de soledad. La primera vez fue una especie de revelación que me llevó a leer todo lo que había escrito García Márquez. La segunda, veinte años después, pienso que es una de las mejores novelas que he leído nunca. Gana con la relectura. 
Obra maestra imprescindible. 




                             
                         



                                         
                                             «Nubes de verano, guerras de Macondo...»
                                               Joaquín Sabina. Más de cien mentiras.
                 



8 comentarios:

  1. Tres veces he leído “Cien años de soledad” (1978, 1980 y 2007). Cada una la he disfrutado más y creo, ya hace años, que va siendo hora de meterme con la cuarta lectura.
    Tienes razón en que es la novela total. Por supuesto que es una de las mejores, si no la mejor, novela que nunca he leído. Desde que la escribió, a García Márquez le debían el Nobel que aún tardó quince años en llegarle. Solo por esa novela era merecedor del Premio, aunque creo que también lo hubiera sido por la “Crónica de una muerte anunciada”.
    Cierto: increíble, pinturera y exagerada, pero nos la creemos de principio a fin. Ese es el secreto del maestro.
    Escribí una entrada dedicada a ese comienzo de novela para inaugurar mi sección “Bienvenido nuevo mes literario”
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Al parecer todos los relatos y novelas anteriores fueron caminos que fue abriendo y que le llevaron hasta "Cien años de soledad". (la intrahistoria de su escritura es ya mítica). En "La hojarasca" aparece Macondo y la soledad como tema clave. En "El coronel no tiene quien le escriba ya aparecía la infancia y la vejez, pasado y futuro como elementos claves de su narrativa, o en "La mala hora" ya aparecía la historia de una dinastía familiar, los Asís que anticipaba la de los Buendía. Después de leer "Cien años de soledad" tuve unos meses de obsesión enfermiza con Macondo y con García Márquez. Aquello era prodigioso.
      Tienes razón en que el jurado del Nobel tardó demasiado tiempo. por lo que parece, suelen ser bastante lentos. Tanto que a veces ni llegan.
      García Márquez no lo tuvo fácil para seguir en ese nivel. Yo creo que no hizo nada tan grande, aunque tuvo el enorme mérito de escribir obras como "El otoño del patriarca", "Crónica de una muerte anunciada" o "El amor en los tiempos del cólera".
      Yo me quedo con "Cien años de soledad".
      Un beso.

      Eliminar
  2. Por curiosidad y tras mirar mi cuaderno donde anoto mis lecturas, hace 19 años que leí la obra magna de García Márquez. Casi te pillo.
    Qué voy a decirte, coincido contigo en todo excepto en una cosa: no me he atrevido con su relectura. No por la prevención esnob de Javier Marías, quiero elegir bien el momento para volver entrar en ese mundo único.
    Lo que parece exagerado... bueno, recuerdo el impacto que me produjo la escena del asesinato de huelguistas. Hasta que leyendo, me tope con una historia similar de nuestra querida España: en 1888, en Riotinto-Huelva. Nuestros tiempos pretéritos eran más proclives a historias extraordinarias. Mi suegro contaba de una vecina de su pueblo, que dio a luz un "perro" (el hambre y la endogamia tenían consecuencias, como retrató Buñuel en Tierra Sin Pan). Era una villa manchega y no Macondo, por eso la etiqueta de realismo (mágico) siempre me ha parecido tan atinada.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es una de las escenas de más terribles de la novela. Creo que es de las pocas en las que le tiembla el tono al narrador.
      Conocía la matanza de Casas Viejas y los sucesos de Yeste, pero desconocía ese episodio de Ríotinto. Acabo de leer un artículo sobre el tema y es impresionante las similitudes que hay respecto al que narra García Márquez en la novela. Las reivindicaciones obreras, la Riotinto Company Limited como encargada de explotar el yacimiento y a los trabajadores, las huelgas, las manifestaciones y la intervención del ejército que comenzó a disparar a quemarropa (con nada menos que Pavía al frente). El terror, la ocultación, la manipulación y el olvido. No se sabe cuantos muertos hubo. Entre 13 y... ¡300!. ¡Cuántos episodios habrán sido escamoteados a la memoria!
      La genialidad de García Márquez es que Macondo se encuentra en todas partes.
      Un abrazo.

      Eliminar
  3. Estoy en parte de acuerdo con Javier Marías: cambiamos tanto a lo largo de la vida que los libros no son los mismos; naturalmente, somos nosotros los que ya no somos los mismos y por lo tanto los libros tampoco lo son. Releo a veces y me pasa de todo: libros que habían pasado casi desapercibidos crecen; otros, al revés, se me caen de las manos y los abandono a las pocas páginas un poco irritado conmigo mismo por ese arrobo juvenil que ya no existe.

    "Cien años de soledad" lo leí casi de un tirón, un verano, con pasión y entrega. No lo he vuelto a leer, pero no por miedo, seguramente lo haré. Como dices, Gabo hace verosímil lo increíble y te lleva preso de una hipnosis literaria. Volveré sobre él.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estoy contigo en que los libros, extrañamente, también cambian con nosotros. Las relecturas hay que seleccionarlas bien. Muchas son fallidas. Pero lo mejor es que a las primeras de cambio, uno se da cuenta del error y de vuelta a la estantería. Intento hacer una o dos al año. No tengo un plan predeterminado, aunque cada vez tengo más claro que los clásicos son los que más aportan. No creo que me atreva con la relectura "El señor de los anillos" aunque lo disfruté mucho en su día, ni con Dean R. Koonz, ni con "San Manuel Bueno, mártir". Aunque sí que volveré a leer "El Quijote" y "Rojo y negro" y a Bolaño.
      Un abrazo.


      Eliminar
  4. Interesantes comentarios y respuestas del anfitrión que he leído ávidamente.

    He leído Cien años de soledad muchas veces y lo lamento. Por mi cuenta lo leí en tres ocasiones apreciando el valor indiscutible de esta novela extraordinaria. Mi desencanto con la misma fue cuando en una secuencia de cinco años esta novela entró en selectividad en Cataluña, no entera, sino solo algunos capítulos seleccionados -una estupidez propia de necios responsables de las PAU-. Llegábamos a final de curso a Cien años de soledad y mis alumnos, a los que no les gusta leer, tenían que comentar un capítulo al día o dos. Yo me la leía entera para darles el cemento que faltaba en su lectura fragmentaria. Las clases eran carentes de magia, la novela no les interesaba mucho en medio de un contexto de exámenes finales ya en ciernes. Eran lecturas forzadas y apresuradas, no disfrutadas. Y eso me saturó de la novela que me sé casi de memoria. No sé si podré volverla a leer en estado virgen de nuevo, me temo que no. Esa es mi historia.

    Por otra parte, en los comentarios se hace hincapié en las maldades de las compañías o el estado capitalista en el crecimiento de América Latina o en España. Lamentables sucesos sin duda, pero yo recordaría matanzas infinitamente más brutales -e ignoradas por el mundo progresista- por parte del comunismo. Solo dejo una encima de la mesa. El proceso de colectivización forzada en la URSS llevó a que Stalin utilizara el hambre como arma de guerra contra la supuesta burguesía campesina lo que hizo que seis millones de ucranianos murieran en las calles en medio de espantosos tormentos ocasionados por el hambre atroz. Que campesinos llegaran al canibalismo y a comerse a sus propios hijos. No fue un error sino un arma política para hacer avanzar la historia hacia la libertad del comunismo. Se destaca, pienso que comprensiblemente, la crueldad del capitalismo pero se olvida, creo que inconscientemente, el desprecio a la vida por parte del sistema comunista. O por lo menos gentes sensibles y solidarias no suelen recordar el otro lado.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Nada peor para la literatura que la lectura apresurada y no disfrutada. Es una pena que que uno llegue a hartarse de cualquier obra maestra por exceso. No me extraña que no quieras volver a leerla, aunque estoy seguro que tus alumnos agradecían ese cemento que diera sentido al disparate de la lectura fragmentada de una novela como "Cien años de soledad".

      Respecto a lo que mencionas sobre el olvido de unas matanzas y el recuerdo de otras, no comparto del todo lo que dices. Creo que el poder que las ejecuta, sea cual sea, y en nombre del sistema que sea capitalismo/comunismo/fascismo, intenta por todos los medios hacer como que nunca han ocurrido. Es lo que denuncia una y otra vez el superviviente de la masacre en la novela. O lo que denunció Solzhenitsyn. Evidentemente, Stalin fue un especialista en el borrado de memoria del gulag o del horror de la colectivización forzada. Pero no creo que se olvide su crueldad. Hasta los propios soviéticos, cosa extraordinaria, la denunciaron tras su muerte.
      García Márquez simpatizó con el comunismo (como Neruda o como tantos otros intelectuales). De hecho creo que el famoso puñetazo de Vargas Llosa que lo tumbó a las puertas de un cine tenía un trasfondo ideológico.
      Un abrazo.

      Eliminar