domingo, 20 de enero de 2019

La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades




Leo el libro de Santiago Posteguillo titulado La noche en que Frankenstein leyó el Quijote. Es un libro en el que el autor utiliza la ficción para reconstruir diferentes escenas protagonizadas por escritores y libros a lo largo de la historia. En él relata desde la aparición del orden alfabético o la relación de los vikingos del medievo con la literatura, hasta el libro electrónico del siglo XXI, pasando por Cervantes, Shakespeare, Dumas, Dickens, Galdós o Conan Doyle. Son narraciones breves, de lectura sencilla y con cierto gancho, en las que Posteguillo muestra lugares poco comunes de la literatura.
El tercero de los relatos se titula El autor secreto. En él recrea la hipótesis según la cual el autor del Lazarillo de Tormes fue Don Diego Hurtado de Mendoza, un noble al servicio del emperador Carlos V, quien igual que sus amigos Garcilaso de la Vega y Juan Boscán, representó el ideal del perfecto cortesano, uniendo en su vida el manejo de las armas y las letras.
Santiago Posteguillo sitúa la narración en el año 1553, cuando Hurtado de Mendoza lleva de manera clandestina el manuscrito del Lazarillo de Tormes a una imprenta de Alcalá de Henares. Una vez dentro, mantiene una conversación con el viejo impresor, al que paga con dos bolsas de oro para que lo imprima de forma anónima y desaparezca del mapa. A continuación, el relato se desplaza a Roma dos años después. El gran inquisidor y el papa Julio III conversan sobre el proyecto de elaborar un índice de libros prohibidos.
«En España mismo se ha publicado, por ejemplo, ese insultante Lazarillo de Tormes, donde se hace mofa de todo y de todos—y el inquisidor iba tornándose rojo a cada palabra, a cada sílaba—, y en particular hace burla de clérigos y arciprestes y hasta de las mismísimas bulas papales con un escarnio tan impertinente como sacrílego que no podemos, que no debemos tolerar» (p.33).
En 1559 el Índice de libros prohibidos fue oficial. La vida de Lazarillo de Tormes estaba incluido. El libro fue prohibido en su forma original, pero se permitió su lectura corregida, es decir censurada. La Inquisición buscó a su autor. Sin embargo, el autor había hecho un gran trabajo, tan bueno, que incluso hoy en día no se conoce con seguridad la autoría de la primera novela picaresca. Muchos indicios apuntan a Diego Hurtado de Mendoza, aunque no son definitivos, pues otros estudios han dado nombres como López de Rueda, fray Juan de Ortega o Fernando de Rojas como probables autores.



Hace un siglo y tres minutos leí en el instituto el Lazarillo de Tormes. Recuerdo algunas escenas, sobre todo las que protagoniza con el ciego, pero no recuerdo bien el resto de la novela. De modo que, aprovechando que el Tormes pasa por Salamanca, decido rescatarla de la estantería y del olvido para el reto Nos gustan los clásicos. Y no me arrepiento de tal atrevimiento, pues en el inicio del prólogo encuentro motivos más que suficientes para seguir con la lectura:

«Yo por bien tengo que cosas tan señaladas y por ventura nunca oídas ni vistas vengan a noticia de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, pues podría ser que que alguno que las lea halle algo que le agrade, y los que no ahondaren tanto los deleite. Y a este propósito dice Plinio que no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena».

Tras las primeras páginas decido darle ritmo a la lectura e intento no detenerme en las muchas notas a pie de página que acompañan la edición. La decisión creo que es acertada porque me centro exclusivamente en disfrutar de la novela, como si se tratara de cualquier novela. El famoso e irracional miedo a no comprender el mal llamado castellano antiguo (el del siglo XII sí que lo es) desaparece enseguida.

Entro en el cronovisor con los ojos muy abiertos. Sus escasas noventa páginas se me quedan cortas.

La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades está narrada en primera persona por el protagonista en forma de epístola a un personaje de cierta importancia, pues se refiere a él en varias ocasiones como «Vuestra Merced». Lázaro le cuenta su periplo vital por tierras castellanas para explicarle la situación en la que se encuentra, marcada por la relación entre su mujer y el Arcipreste.
La novela se compone de siete tratados o capítulos en los que Lázaro le cuenta su triste vida, marcada por el hambre que ha sido su principal maestra, desde que siendo niño, se pusiera a servir. Primero a un ciego, después a un clérigo, más tarde a un escudero hidalgo y pobre. Los tres primeros capítulos se corresponden con cada una de estas servidumbres y se llevan el grueso de la novela. En ellos, se narran las célebres escenas en las que el pobre Lázaro se las apaña con su ingenio para que sus respectivos amos no lo maten literalmente de hambre, la cual, muy a su pesar, se incrementa con cada uno de ellos.
«Pensé muchas veces irme de aquel mezquino amo, mas por dos cosas lo dejaba: la primera, por no me atrever a mis piernas, por temer a la flaqueza, que de pura hambre me venía; y la otra, consideraba y decía: “Yo he tenido dos amos: el primero traíame muerto de hambre, y dejándole, topé con estotro, que me tiene ya con ella en la sepultura; pues si deste desisto y doy en otro más bajo, ¿qué será sino fenescer?”». (p.117).
A partir de tratado cuarto la novela cambia, pues aunque Lázaro sigue sirviendo a diferentes amos, el tema del hambre desaparece y su situación va mejorando paulatinamente.
El cuarto es un fraile del que apenas se cuenta nada, tan solo que siempre anda fuera del convento y que Lázaro lo abandona por no aguantar su trote y «por otras cosillas que no digo». En las notas a pie de páginas, Alberto de Blecua señala que estas palabras «podían dejar suponer lo peor de las relaciones de tal amo con su joven criado». Francisco Rico desmiente tal afirmación comentando que es una frase típica de acortamiento. Visto lo visto, que cada cual que elija.
El quinto amo es un buldero, es decir un vendedor de bulas o indulgencias, por las que los inocentes fieles pagaban por acortar su estancia en el Purgatorio. Lutero, entre otros, se encargaría de denunciar tales prácticas.
El sexto es un maestro de pintar panderos, de quien extrañamente tampoco se dice mucho. El séptimo un capellán, bajo cuya tutela pasa cuatro años ya convertido en aguador. Por fin, el pobre Lázaro ve la luz después de tantas penalidades. Su último amo es un alguacil, a través de quien logra el oficio de pregonero de vinos del que está muy orgulloso. Es su mejor momento, pues incluso se casa con la criada de un Arcipreste. Sin embargo, las malas lenguas dicen que amo y criada son amantes, cosa que Lázaro acepta con cristiana resignación para mantener esa situación tanto tiempo buscada, es decir, una situación de estabilidad, con un trabajo (algo infame, cierto es) y una mujer (barragana del Arcipreste, sí, pero esposa suya) en la que el hambre y los golpes no asoman en el horizonte. Resulta irónico cómo Lázaro, en el último párrafo de la novela se refiere a esa época: «en este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna» (p. 177). Su descenso a los infiernos terrenales fue tan terrible que esa situación le parece poco menos que el paraíso y por nada en el mundo quiere cambiarla. En definitiva, es lo que Lázaro le quiere explicar al importante personaje a quien va dirigida la larga carta.  

Hay obras maestras que hay que releer de vez en cuando. La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades es una de ellas. Una novelita incrustada cronológicamente entre La Celestina y Don Quijote que abrió un camino en la narrativa, el del realismo, todavía transitado. Fue rompedora, pues el protagonista no es un héroe idealizado, sino un marginado, un antihéroe cuyos avatares suponen una crítica mordaz a la sociedad de la época, sobre todo a la iglesia católica que era uno de sus pilares. No me extraña que Diego Hurtado de Mendoza, o quien fuera su autor, quisiera permanecer en el anonimato. «Con la iglesia hemos dado, Sancho», que diría Don Quijote más de cincuenta años después.







Nota. El retrato es anónimo y está atribuido a Diego Hurtado de Mendoza (Mueso del Prado). La viñeta es del genial Forges.




domingo, 13 de enero de 2019

III Edición Nos gustan los clásicos



Por tercer año consecutivo, el blog Un lector indiscreto (¡gracias Francisco!) convoca el reto Nos gustan los clásicos, y por vez tercera decido apuntarme, por seguir con la tradición. Javier Marías ha señalado más de una vez que no suele leer literatura contemporánea. No voy a ser yo más papista que el papa pero tengo la sensación de que este año voy a seguir sus pasos.
En el reto hay un pequeño cambio pues, en esta ocasión, los libros elegidos deben ser anteriores a 1980. Y en vez de siete, pueden ser ocho, a elección del participante. El año pasado llegué a quince, de modo que voy a participar con ocho, que no se diga.
Como en los dos retos anteriores, lo hago sin la lista de los libros que voy a leer, aunque intentaré que la literatura en español esté más presente. Estoy pensando, por ejemplo, en Calderón, en Galdós, en Baroja, en Borges, en Buero Vallejo o en Delibes. No descarto que caiga alguno de los autores que cité el año pasado, como Stendhal, las hermanas Brontë, Tolstoi o Twain. En fin, la lista puede ser enorme. En cualquier caso, iré leyendo lo que en cada momento el azar ponga en mis manos.

1.- Vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades. 1554.
2.- Antonio Machado. Soledades, galerías y otros poemas. 1907.
3.- Emilia Pardo Bazán. La tribuna. 1882.
4.- Calderón de la Barca. La vida es sueño. 1635.
5.- Gabriel García Márquez. Cien años de soledad. 1967.
6.-Samuel Beckett. Esperando a Godot. 1952.
7.-Carson McCullers. «El mudo» y otros textos. 1967.



martes, 8 de enero de 2019

Un hombre en la oscuridad, de Paul Auster




Leo la estupenda entrada que hace un mes publicó Ana en su blog Cuéntame algo… mejor escríbemelo sobre Un hombre en la oscuridad de Paul Auster. Es un libro que leí hace tiempo y me dejó buenas sensaciones, pero no recuerdo bien el argumento. Busco en mis cuadernos porque sé que tomé algunas notas. Finalmente aparecen. Me sorprende la fecha. Enero de 2009. Hace justamente diez años, poco después de que saliera publicada. Pensaba que no hacía tanto tiempo. Es algo que me ocurre con muchas novelas. Me cuesta situarlas cronológicamente, están descontextualizadas de mi tiempo.

«Estoy solo en la oscuridad, dándole vueltas al mundo en la cabeza mientras paso otra noche de insomnio, otra noche en blanco en la gran desolación americana. Arriba, mi hija y mi nieta están cada una en s habitación, también solas: mi hija única, Miriam, de cuarenta y siete años, que se acuesta sola desde hace cinco, y Katya, de veintitrés, hija única de Miriam, que antes dormía con un joven llamado Titus Small, pero ahora Titus ha muerto, y mi nieta duerme sola con el corazón destrozado»

El escritor neoyorkino es perfectamente reconocible, lo cual que se agradece. 
El protagonista de la novela es un escritor de setenta y dos años que acaba de salir del hospital. Vive con su hija y su nieta. Ambas han perdido a sus respectivas parejas hace relativamente poco tiempo, por lo que una inmensa tristeza embarga los días de la casa en la que viven. Para distraerse, el protagonista, cuyo nombre inicialmente desconocemos (es el hombre en la oscuridad), inventa historias que no escribe. Las imagina, y el lector sabe lo que se cuece en su cabeza. Su última invención la sitúa en Estados Unidos tras las últimas elecciones presidenciales, en las que George W. Bush Junior es reelegido presidente. El Estado de Nueva York no acepta unos resultados que considera fraudulentos por lo que se declara Estado independiente, camino que siguen otros Estados. El Gobierno Federal de Bush no acepta la secesión por lo que comienza una guerra civil que ya dura tres años. Las Torres Gemelas no han sido derribadas. Afganistán e Irak no han sido invadidos. La Historia cambia en la mente del protagonista. En este contexto, de repente, un tipo llamado Owen Brick aparece en el fondo de un foso. El nombre nos remite sospechosamente al protagonista ficticio de La noche del oráculo, llamado Nick Bowen, cuyos días acabarán también bajo tierra en el bunker de las guías telefónicas. Paul Auster reciclando historias y personajes.
Owen Brick aparece desconcertado pues la noche anterior había dormido tranquilamente en casa junto a su esposa Flora. Su mundo ha cambiado.
Sale del hoyo y le encomiendan una misión. Debe acabar con la guerra, y para hacerlo tiene que asesinar a quien en esos momentos está imaginando tal guerra, es decir, debe acabar con la vida del hombre de la oscuridad, August Brill, el escritor que no escribe, que ha sufrido un accidente y que vive con su hija y su nieta. Para eso, debe regresar a su mundo, al mundo en el que la Torres Gemelas han sido derribadas y Afganistán e Irak invadidos.

Paul Auster juega con la idea de Giordano Bruno de que si Dios en infinito, y sus poderes infinitos, entonces debe de haber un número infinito de mundos.
«No hay una sola realidad, cabo. [le dice un militar a Owen] Existen múltiples realidades. No hay un único mundo. Sino muchos mundos, y todos discurren en paralelo, mundos y antimundos, mundos y sombras de mundos, y cada uno de ellos lo sueña, lo imagina y lo escribe alguien en otro mundo. Cada mundo es la creación mental de un individuo» (p.83)

El narrador y protagonista, August Brill, además de imaginar esa Historia alternativa de los Estados Unidos, se dedica a ver películas junto a su nieta y a comentarlas. De entre ellas destacan El ladrón de bicicletas, Cuentos de Tokio, La gran ilusión o El mundo de Apu.
De manera que Paul Auster despliega dos niveles narrativos, uno ficticio y otro real, que se tocan en el personaje de August Brill, el insomne inventor de historias. Por un lado la realidad paralela inventada por Brill, narrada en tercera persona, a la que ha ido a parar Owen Brick.
Por otro, la historia de la vida familiar en primera persona. La suya con su esposa Sonia, la de su hija Miriam, y la de Katya y su novio, Titus Small, un joven escritor en ciernes que decide enrolarse en el ejército para ir a la Guerra de Irak, «para experimentar algo que no tiene nada que ver conmigo. Para estar en este podrido mundo y descubrir lo que se siente formando parte de la historia» (p.199)

La novela atrapa desde el principio. La idea de los mundos paralelos es buena. Me recuerda a Niebla de Unamuno. Auster mantiene la tensión hasta aproximadamente la mitad de la novela. Después se va desinflando porque uno de los dos mundos entra en vía muerta. Esperaba otro desenlace con la historia de Owen Brick. Uno más austeriano, más atrevido, más del estilo de la Trilogía de Nueva York.
A pesar de todo me gusta comenzar el año con Paul Auster.  



Traducción de Benito Gómez Ibáñez




                                                               Björk. I've seen it all