Andrés Neuman acaba de publicar su última novela titulada Fractura. La tengo en el punto de mira,
porque desde leí El viajero del siglo,
Neuman es uno de mis escritores favoritos. Después continué con su ópera prima,
Bariloche y más tarde leí Estar solos. Me parecieron dos obras
extraordinarias, pero no tanto como la primera. Todavía recuerdo El viajero del siglo como una de mis
mejores lecturas (de todos los tiempos), de modo que hago una prospección por
mis cuadernos hasta que doy con las escasas notas que tomé mientras lo leía.
15 junio 2011.
Miércoles.
Aprovecho la
tarde para comenzar a leer una novela que compré ayer. Se trata de El viajero del siglo de Andrés Neuman,
un escritor argentino afincado en Granada desde hace años, ciudad en la que se
licenció en Filología Hispánica y continuó como profesor. A sus 22 años
escribió Bariloche, publicada por
Anagrama. Roberto Bolaño, tras
leerla escribió :
«Tocado por la gracia. La literatura del siglo XXI pertenecerá a Neuman y a unos pocos de sus hermanos de sangre».
«Tocado por la gracia. La literatura del siglo XXI pertenecerá a Neuman y a unos pocos de sus hermanos de sangre».
He leído más de
sesenta páginas de la novela, que fue el Premio Alfaguara de 2009, y creo que
Bolaño tenía toda la razón.
Hans es un viajero
que recala en Wandernburgo, una ciudad que se mueve continuamente. Cada día,
sus casas y sus calles cambian de lugar. En una de sus plazas, conoce a un
organillero y tienen esta conversación:
“Siempre he
creído que el amor es puro movimiento, una especie de viaje (y si el amor es ya
un viaje, razonó el viejo ¿para qué necesitas irte?), buena pregunta, bueno,
por ejemplo, para volver, para estar convencido de dónde querías estar, ¿Cómo
vas a saber si estás en el lugar indicado si nunca te has ido?? (Yo sé que amo
Wandernburgo por eso, contestó el organillero, porque no quiero irme), sí, sí
¿pero y las personas?,¿con las personas es lo mismo’, para mí no hay mayor alegría
que volver a ver a un amigo que no veía desde hace tiempo, quiero decir, uno
también regresa a los lugares porque los ama ¿no?, y un amor puede ser como
volver de viaje» (p.68)
17 junio 2011
El amor es
precisamente lo que impide al viajero Hans continuar con su viaje.
El viajero del siglo es una novela seria, y como tal hay que tomársela.
Es una novela divertida, entretenida, didáctica y emocionante. Los debates
literarios, filosóficos y políticos del Salón de los Gottlieb no tienen
desperdicio. Están en el centro del relato. Tradición y modernidad, cambio y
permanencia, pasado y futuro se enfrentan en las figuras del profesor Mietter y
del joven Hans. En estos debates apasionados, salta la chispa entre Sophie,
hija del anfitrión y verdadera organizadora de los encuentros de los viernes
por la tarde, y Hans, joven traductor y viajero de edad incierta que parece
haber visitado todas las ciudades del mundo y estudiado todos sus libros. Ella
está prometida y él está de paso por la italocalvinesca
ciudad de Wandermburgo, «ciudad móvil situada aproximadamente entre los
antiguos estados de Sajonia y Prusia. Capital del antiguo principado del mismo
nombre. Latitud Norte y longitud Este, indefinidas por desplazamiento […] Pese
a los testimonios de cronistas y viajeros, no se ha determinado su ubicación
exacta».
18 de junio
Tras muchos
juegos de palabras y de miradas, Sophie cede al cortejo intelectual de Hans. Una
de las tardes en que Hans la visitó:
«Sophie se
impulsó hacia delante.
Quedó erguida, en
equilibrio.
Inclinó el torso
por encima de la mesita.
Acercó la cara a
su cara.
Le atropelló los
labios.
Le ofreció una
lengua tibia y decidida que desordenó su boca.
Breve, Ondulante.
Retiró la cara.
Se balanceó hacia
atrás. Y volvió a quedar inclinada
En su asiento
mirándolo sin inmutarse» (p.236)
Durante
doscientas treinta y seis páginas, el lector espera este momento y Andrés Neuman
lo ejecuta de una manera magistral.
19 junio 2011
Cada vez me gusta
más El viajero del siglo. La historia
se sitúa en el primer tercio del siglo diecinueve, en la Europa postnapoleónica,
en la que los ideales de la Ilustración tratan de ser borrados por las potencias
de la Restauración absolutista y la Santa Alianza. Son los años en los que vive
sus aventuras el joven Julien Sorel de Stendhal, años en los que el Romanticismo
está en todo su esplendor.
Hans y Sophie
viven momentos felices en la posada. Traducen libros y hacen el amor. Ella está
comprometida con un aristócrata, pero su cuerpo, su corazón y su mente están con
Hans. El viajero tunante atrapado por la ciudad viajera, por el amor de Sophie.
20 de junio
«Es un
paréntesis, ¿no?, susurró Hans, el
verano, digo. Como si el resto del año fueran el texto y el verano un
comentario, una frase aparte. Sí, contestó Sophie pensativa, ¿Y sabes qué dice
esa frase?, dice “no duró mucho”. Es raro, dijo Hans, siento que el tiempo estuviera
detenido, y a la vez me doy cuenta de lo rápido que se va. ¿eso será quererse?,
dijo ella mirándolo. Será, sonrió él. A veces, dijo Sophie, me extraña pensar
en el futuro como si no fuera allegar. No te preocupes, dijo Hans, el futuro
tampoco piensa mucho en nosotros. ¿pero y después? Preguntó ella ¿cuándo el
verano se acabe?» (p. 408).
21 junio 2011
Hay libros tan
buenos que tras leerlos te impiden abrir otro. Esto es lo que te ha ocurrido
con El viajero del siglo de Andrés
Neuman. Tu mente está presa de unos personajes que no dejan paso. Hans, Sophie,
“El organillero”, Franz, su perro, Álvaro de Urquijo (un liberal español
exiliado en tiempos de “El Deseado”). Y por esta mágica ciudad que se te antoja
una especie de Macondo alemana. Tratas de leer otro libro pero lo encuentras pequeñito, sin sustancia. Sabes que tendrá que pasar un tiempo para que el olvido
haga su trabajo.
Vuelves a un
párrafo de El viajero del siglo que
te parece salido de alguna obra de Vila-Matas,
pero cambiando las diligencias por los autobuses urbanos:
«Me gusta, por
ejemplo ir en las diligencias y observar a los desconocidos que viajan conmigo,
me gusta inventar sus vidas, adivinar por qué se van o por qué llegan. Me
pregunto si nos pasará algo que nos unirá por azar o si nunca volveremos a cruzarnos,
pienso que esa intimidad es única, que podríamos seguir callados o confesarnos
cualquier cosa […] Es igual que con los libros, los ves apilados en una
librería y te gustaría abrirlos todos, saber al menos cómo suenan. Piensas que
podrías estar perdiéndote algo importante, los ves y te intrigan, te tientan,
te hablan de lo pequeña que es tu vida y de lo inmensa que podría ser» (p.120).
18 noviembre 2011
Lo mejor de pasar
la tarde en la Biblioteca Regional es que no sabes qué libro puede caer en tus
manos. Comienzas a leer una biografía sobre Karl Marx que publicó en el año 2000 el periodista británico Grahan Turner con el objetivo de
desmitificarlo, de librarlo de las atrocidades que otros cometieron en nombre
de sus ideas o en contra de ellas. Dice que tan solo once personas asistieron
al entierro de Marx el 17 de marzo de 1883. «Su obra perdurará durante muchos
siglos», predijo su compañero y amigo Friedrich
Engels en la oración pronunciada junto a su tumba en el cementerio de
Highgate de Londres.
Karl Marx nació
en la ciudad alemana de Tréveris en 1818, y fue educado en su casa hasta que en
1830 entró en la escuela superior gracias a la amistad que tenía su padre con
el director. Con 17 años comenzó a estudiar en la Universidad de Bonn. Tras un
año de altercados motivados por la afición del joven Marx a las reuniones
políticas, a las tabernas y a las peleas, su padre, Heinrich Marx autorizó el
traslado de su hijo a la Universidad de Berlín, un lugar más dado al trabajo
que a la juerga. Por aquellas fechas ya estaba enamorado de la que sería su
única mujer, Jenny Von Westphalen, hermana de su amigo de
instituto Edgar, hija de un barón y oficial de alta graduación del gobierno
prusiano. Jenny era considerada en su ciudad como «la niña más linda de
Tréveris»o «la reina del baile». Señala Turner, que «puede sorprender que una
princesa de 22 años perteneciente a la clase dirigente prusiana se enamorase de
un tunante burgués y judío, cuatro años más joven y no de un noble de uniforme
lleno de entorchados y con rentas propias; pero Jenny era una chica inteligente
y de ideas liberales que encontraba irresistible la arrogancia intelectual de
Marx. Tras dejar plantado a su novio oficial, un respetable y joven alférez,
comenzó a salir con Karl en las vacaciones de 1836».
Releo el párrafo
y me viene a la mente El viajero del
siglo de Andrés Neuman. Todo parece encajar. La época y el país en que
transcurre la novela coincide. Sophie, como la joven Jenny, pertenece a una
familia aristocrática, también es inteligente y liberal, y esta prometida a un
noble, pero poco a poco es desarmada por el joven Hans, cuya arrogancia
intelectual logra enamorarla. Hans, como el joven Karl es un tunante que ha
leído todos los libros del mundo y le encanta debatir de política, filosofía y
literatura. Casualmente (o no) la hermana de Karl Marx, que fue íntima amiga de
Jenny se llamaba: ¡Sophie!. Además de la filosofía y la política, el joven
Marx tuvo un profundo interés por la literatura, sobre todo por Shakespeare. Dice su cuñado, Paul Lafargue, autor del mítico Derecho a la pereza, que su admiración
por Shakespeare no tenía límites, que estudió en detalle sus obras y conocía
hasta los personajes menos importantes. Igualito que nuestro Hans. Marx
adquirió el hábito de hacer resúmenes de todos los libros que leía. Leyó la Historia del Arte de Winckleman, tradujo Germania de Tácito y Tristia de Ovidio (nuestro Hans también se dedicaba
a traducir a los clásicos), y comenzó a aprender inglés e italiano por su
cuenta, es decir, sin gramática. Devoró lecturas, e influenciado por el hechizo
de Tristram Shandy de Sterne, escribió deprisa y corriendo una
corta novela humorística titulada Escorpión
y Félix. Tras este fracasado experimento Marx aceptó la muerte de sus
aspiraciones literarias.
¿El personaje de Hans
está inspirado en Karl?; ¿Sophie en
Jenny?; ¿Wandernburgo es Tréveris?; ¿Será mi imaginación?. Seguramente. Lo cierto
es que la vida de Karl Marx fue la de un viajero del siglo. Y que Jenny Von Westphalen fue su compañera de viaje hasta el final.
Jenny y Karl
Tengo apuntado "Fractura" porque oí una entrevista con el autor y me fascinó. No he leído nada suyo, pero pienso hacerlo con ese o con "El viajero del siglo" porque los premios Alfaguara suelen ser buenos.
ResponderEliminarMuchas gracias por tan detallada opinión del libro.
Un beso.
Hola Rosa, seguro que te encanta. Es un escritor de los grandes. Lástima que no se prodigué más con la narrativa.
EliminarUn abrazo.
De lo poquito de Neuman que no he leído. Me encanta este hombre
ResponderEliminarBesos
Pues no te lo puedes perder. Da igual que hayan pasado casi diez años desde su publicación. Es muy bueno.
EliminarUn abrazo
Buena propuesta. Ya el título me ha enganchado. Creo que me gustará. Es curioso lo de la ciudad móvil. El sentido literal puede dar para algunas buenas historias, el figurado para infinitas. Un abrazo.
ResponderEliminarLa ciudad es un personaje más. Le da el toque mágico de la novela fantástica. La ciudad atrapa al viajero Hans y también al lector. Seguro que te gusta.
EliminarUn abrazo.
Muy interesante, Juan Carlos. Una novela histórica, en principio, pero con otros temas agregados. Me recuerda a las grandes novelas del XIX, esas que te hacen vivir otra vida, de principio a fin. También me resulta curioso el paralelismo con Marx que haces al final. No he leído a Neuman, así que tomo nota.
ResponderEliminarUn abrazo.
A mi me recordó en cierto modo, y salvando todas las distancias, a “Rojo y negro”. No sé si Andrés Neuman pensó en Marx a la hora de construir el argumento de la novela, pero lo cierto es que cuando me crucé con su biografía vi que había coincidencias. Neuman es un gran escritor. Seguro que lo disfrutas.
EliminarUn abrazo.
Pequeña pregunta, si la pueden responder les agradecería muchísimo, Roberto Bolaño aporta en el libro ese del "El viajero del tiempo" y si lo hace xfa me podrían decir q aporta?. Perdón si es molestia la pregunta
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