Espejos. Una Historia
casi universal, es el título de uno de mis libros de cabecera. Literalmente.
Es uno de esos libros que nunca está en el lugar que le
corresponde en la estantería. Cuando lo busco allí, nunca lo encuentro, de hecho, es él quien me suele encontrar a mí. Ya lo hizo el día en que eligió cambiar de vida y de hemisferio, y venirse
conmigo al Viejo Mundo desde su Argentina natal. Ocurrió el 31 de julio de
2008, un día invernal, gris y lluvioso, en el Aeroparque de Buenos Aires. El librito, aficionado a las aventuras
novelescas, aprovechó la erupción del volcán Chaitén en Chile y la consiguiente cancelación del vuelo que íbamos
a tomar para meterse en mi maleta; él sabía (no sé como lo averiguó) que yo tenía por delante veinticuatro largas
horas de autobús para prestarle toda mi atención. Desde entonces, no nos hemos separado. Es un libro con vida propia, que se mueve misteriosamente de
un lado a otro. En casa le gusta mucho el dormitorio y tiene la fea costumbre
de esconderse debajo de la almohada, aunque muchas mañanas lo sorprendo en la
cocina, al lado de la tetera roja. El baño es uno de sus lugares favoritos, aunque
no sé que hace ahí. Creo que me está pidiendo a gritos nuevas experiencias,
como que lo lea bajo la ducha, como hacía
el poeta Mario Santiago con los
libros que le dejaba Roberto Bolaño.
De momento no le voy a dar el capricho porque lo no veo descontento tal y como
está. Lo que menos le gusta es la sala de estar, y pienso que es debido a que
no se lleva bien con el televisor, al que considera un estúpido mimado. A veces, decide darme una alegría y
acompañarme al trabajo, donde, el muy sinvergüenza, ya se ha hecho un hueco
entre mis compañeros. Es un libro listo,
inquieto y rebelde al que no le agrada hibernar como a otros. Y lo mejor de
todo es que siempre está de buen humor. Lo mismo que le ocurría a su autor, el
escritor uruguayo Eduardo Galeano.
Espejos es un libro escrito en forma de breves artículos
con la inconfundible voz de Galeano, una voz literaria, a veces poética, y
siempre crítica, que hace que cada uno de estos casi seiscientos artículos sea
una pequeña delicia.
El libro comienza en el origen de todo, en el origen de la
vida y del hombre.
El segundo relato dice así:
Caminos de alta fiesta
«¿Adán y Eva eran negros?
En África empezó el viaje humano en el mundo.
Desde allí emprendieron nuestros abuelos la conquista del planeta.
Los diversos
caminos fundaron los diversos destinos, y el sol se ocupó del reparto de
colores.
Ahora las mujeres y los hombres,
arcoíris de la tierra, tenemos más colores que el arcoíris del cielo; pero
todos somos africanos emigrados. Hasta los blancos blanquísimos vienen del
África.
Quizá nos negamos a recordar nuestro origen común porque el racismo
produce amnesia, o porque nos resulta imposible creer que en aquellos tiempos
remotos el mundo entero era nuestro reino, inmenso mapa sin fronteras, y
nuestras piernas eran el único pasaporte exigido» (p.1).
Los hombres y mujeres de la Prehistoria vivieron de un lado
a otro durante miles de años, hasta que dejaron de hacerlo porque ya no era
necesario moverse tanto para poder sobrevivir. Aprendieron a controlar la
naturaleza. Con la agricultura y la ganadería llegó la propiedad privada, y
poco después la civilización, con la consiguiente división del trabajo, el
Estado y la escritura.
Sobre la Fundación de la escritura, escribe:
«Cuando Irak aún no era Irak, nacieron allí las primeras
palabras escritas.
Parecen huellas de pájaros. Manos maestras las dibujaron,
con cañitas afiladas, en la arcilla.
El fuego , que había cocido la arcilla,
las guardó. El fuego, que aniquila y salva, mata y da vida: como los dioses,
como nosotros.
Gracias al fuego, las tablillas de barro nos siguen contando,
ahora, lo que había sido contado hace miles de años en esa tierra entre dos
ríos.
En nuestro tiempo, George W. Bush, quizá convencido de que la escritura
había sido inventada en Texas, lanzó con alegre impunidad una guerra de exterminio
contra Irak. Hubo miles y miles de víctimas, y no sólo gente de carne y hueso.
También mucha memoria fue asesinada. Numerosas tablillas de barro, historia
viva, fueron robadas o destrozadas por los bombardeos.
Una de las tablillas
decía: "Somos polvo y nada. Todo cuanto hacemos no es más que viento» (p.9).
En su viaje por el tiempo, Galeano se detiene, sobre todo,
en un parte de la historia olvidada por la historiografía: la historia de las relaciones de género. Nos habla de Hatshepsut, de las Amazonas, de las
mujeres mexicanas, egipcias, hebreas, hindúes, chinas, griegas y romanas, de
cómo se fue imponiendo en estos lugares una sociedad patriarcal y machista
en la que eran relegadas al ámbito doméstico, siempre
menores de edad, convertidas en propiedad privada de los hombres, primero de
sus padres varones, después de sus esposos y por último de sus hijos, también
hombres.
Fundación del machismo
«Zeus castigó la traición
de Prometeo creando a la primera mujer. Y nos mandó el regalo.
Según los poetas
del Olympo, ella se llamaba Pandora, era hermosa y curiosa, y más bien
atolondrada. Pandora llegó a la tierra con una gran caja entre los brazos.
Dentro de la caja estaban, prisioneras, las desgracias. Zeus le había prohibido
abrirla; pero apenas aterrizó entre nosotros, ella no pudo aguantar la
tentación y la destapó. Las plagas se echaron a volar y nos clavaron sus
aguijones.
Y así llegó la muerte al mundo, y llegaron la vejez, la enfermedad,
la guerra, el trabajo…
Según los sacerdotes de la Biblia, otra mujer, llamada
Eva, creada por otro dios en otra nube, también nos trajo puras calamidades» (p.34).
El libro habla (tiene ese don) de los orígenes del machismo,
pero también de mujeres inquietas que no se resignaron a aceptar ese estado de
cosas, y con su lucha intentaron romper las cadenas; y nos cuenta cómo lo hicieron mujeres como Hipatia de Alejandría, la
esclava Harriet, Olympia de Gouges,
Mariana Pineda, Concepción Arenal, Victoria Kent, Flora Tristán, Marie Curie,
Rosa
Parks o Fátima Mernissi , entre
otras muchas.
La historia de la humanidad es amarga y está repleta de guerras
e injusticias, y Galeano da buena cuenta de ello, pero también el ser humano ha
dejado belleza a su paso creando grandes obras de arte, de modo que no se
olvida de la literatura, la pintura o la música con relatos dedicados a El Bosco, Vivaldi, Mozart, Goya, Beethoven, Van Gogh, Munch o Picasso, Homero, Molière, Jonathan Swift, Víctor Hugo
, Walt Whitman, la hermanas Brönte, Oscar
Wilde o Fernando Pessoa.
Algunos, como Baudelaire, Kypling o Flauvert
no salen bien parados en los párrafos que les dedica. Otros como Emily Dickinson, Mark Twain o Franz Kafka
aparecen mucho mejor retratados. Y en una historia universal de casi todo no
podían faltar unas líneas dedicadas a Miguel
de Cervantes.
Don Quijote
«Marco Polo había
dictado su libro de las maravillas en la cárcel de Génova.
Exactamente tres
siglos después, Miguel de Cervantes, preso por deudas, engendró a don Quijote
de la Mancha en la cárcel de Sevilla. Y esa fue otra aventura de libertad
nacida en prisión.
Metido en su armadura de latón, montado en su rocín
hambriento, don Quijote parecía destinado al perpetuo ridículo. Ese loquito se
creía personaje de novela de caballería y creía que las novelas de caballería
eran libros de historia. Pero los lectores, que desde hace un siglo no reímos
de él, nos reímos con él.
Una escoba es un caballo para el niño que juega,
mientras el juego dura, y mientras dura la lectura compartimos las
estrafalarias desventuras de Don Quijote y las hacemos nuestras. Tan nuestras
las hacemos que convertimos en héroe al antihéroe, y hasta le atribuimos lo que
no es suyo. “Ladran, Sancho, señal que cabalgamos” es la frase que los
políticos citan con más frecuencia. Don Quijote jamás la dijo.
El caballero de la
triste figura llevaba más de tres siglos de malandanzas por los caminos del
mundo, cuando el Che Guevara escribió su última carta a sus padres. Para decir
adiós, no eligió una cita de Marx. Escribió: “Otra vez siento bajo mis pies el
costillar de Rocinante. Vuelvo a mi camino con mi adarga al brazo”.
Navega el navegante,
aunque sepa que jamás tocará las estrellas que lo guían» (p.128).
La esclavitud, el racismo, la explotación o los movimientos
sociales son también temas fundamentales en los que el autor sigue el orden
cronológico desde la Prehistoria, pasando por la Antigüedad, el Medievo, la
Edad Moderna y el Mundo Contemporáneo. Ésta última etapa es la que se lleva el
grueso del libro, pues casi la mitad de sus páginas están dedicadas a los
acontecimientos y personajes que dieron forma a la sociedad en la que vivimos.
De manera que nos muestra, a través de
breves pinceladas, las revoluciones liberales, la industrialización, el surgimiento
del capitalismo y el movimiento obrero, el Imperialismo, la Gran Guerra , el
nazismo y Auschwitz, Lenin y el
comunismo, la Gran Depresión, la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra
Mundial, Churchill, la Guerra fría, Gandhi, la Descolonización, el mundo tras la caída
del muro de Berlín, y por supuesto, nos lleva al Nuevo Mundo. No en vano, la
mayor parte de la obra de Eduardo Galeano está dedicada a la historia del
continente americano desde que publicara, en 1971, su célebre libro, Las venas abiertas de América Latina.
Es impresionante la cantidad de datos que maneja. Ya nos
avisa en la primera página de que no hay fuentes bibliográficas porque pronto
se percató de que iban a ocupar más páginas que los propios relatos. Y sin
embargo, es una de las cosas que echo en
falta para poder profundizar en artículos tan buenos como éste:
El comandante que vino de lejos
«Brunete, verano de
1937: en plena batalla, un balazo parte el pecho de Oliver Law.
Oliver era
negro y rojo y obrero.
Desde Chicago se había venido a pelear por la república
española, en las filas de la Brigada Linconl. En la brigada, los negros no
integraban un regimiento aparte. Por primera vez en la historia de los Estados
Unidos, soldados blancos han obedecido las órdenes de un comandante negro.
Un comandante raro:
cuando Oliver Law daba orden de ataque no contemplaba a sus hombres con
prismáticos, sino que se lanzaba a la pelea antes que ellos. Pero raros son, al
fin y al cabo, todos estos voluntarios de las brigadas internacionales, que no
combaten por ganar medallas, ni por conquistar territorios, ni por capturar
pozos de petróleo.
A veces Oliver se
preguntaba: Si esta es una guerra entre blancos, y los blancos nos han
esclavizado durante siglos, ¿qué hago yo aquí?¿qué hago yo, un negro, aquí?.
Y se contestaba: Hay
que barrer a los fascistas.
Y riendo, agregaba: Algunos de nosotros tendrán que
morir haciendo este trabajo» (p.273).
No debe ser fácil darse
un paseo por historia de la humanidad en 350 páginas, sin embargo, creo que Galeano sale airoso del fabuloso
reto. Quien quiera buscar grandes batallas, mejor que lo haga en otro lugar. Evidentemente,
no es una historia académica y convencional, sino todo lo contrario. Es una
historia de aquello que pocas veces nos encontramos en los libros de historia,
y, además, escribe con una prosa poética, original, diferente a la que nos podemos encontrar en cualquier otro libro de historia. Seguro que más de un historiador le
lanzó dardos envenenados cuando se publicó en 2008. En mi humilde opinión, Eduardo
Galeano logró que el lector se hiciera una idea de cómo han sido las aventuras
y desventuras de mujeres y hombres en su
andadura por este pequeño planeta. Y lo más importante de todo, que disfrutara
leyendo historia, tirando de
inteligencia, humor e ironía.
Espejos. Una historia casi universal, termina así:
Objetos perdidos
«El siglo veinte, que nació anunciando la paz y
la justicia, murió bañado en sangre y dejó un mundo mucho más injusto que el
que había encontrado.
El siglo veintiuno, que también nació anunciando paz y
justicia, está siguiendo los pasos del anterior. Allá en mi infancia, yo estaba
convencido de que a la luna iba a parar todo lo que en la tierra se perdía. Sin
embargo, los astronautas no han encontrado sueños peligrosos, ni promesas traicionadas,
ni esperanzas rotas.
Si no están en la luna, ¿dónde están?
¿Será que en la
tierra no se perdieron?
¿Será que en la tierra se escondieron?» (p.339).
El 13 de abril de 2015 se apagó la voz única de Eduardo Galeano.
Nos dejó libros tan necesarios como éste.
Derecho al delirio de Eduardo Galeano.
Video realizado por Nerea Ganzarain, con música de "Bosques de mi Mente" y texto de Eduardo Galeano.
Con este "Derecho al delirio", Eduardo Galeano cierra otra de sus grandes obras, Patas arriba. La escuela del mundo al revés.
Eduardo Galeano, un rebelde con una profunda visión de su tiempo.
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