Ayer se cumplieron veintiún años de la muerte de Carmen Conde,
prolífica escritora que nació en Cartagena en 1907.
Si uno se da un paseo por las calles del casco viejo de esta milenaria ciudad, es probable que se encuentre con la escultura en bronce de una mujer sentada en un banco con las piernas cruzadas y con un libro sobre el regazo que está a punto de abrir. Es ella, Carmen Conde.
Si uno se da un paseo por las calles del casco viejo de esta milenaria ciudad, es probable que se encuentre con la escultura en bronce de una mujer sentada en un banco con las piernas cruzadas y con un libro sobre el regazo que está a punto de abrir. Es ella, Carmen Conde.
Así fue como descubrí a
esta escritora, sentándome a su lado. Puede que antes hubiera pasado por mis
manos algún viejo ejemplar suyo en alguna librería de ocasión, porque lo cierto
es que su nombre me era familiar. Fue el tenerla ahí, sentada a mi lado, lo que
rescató ese nombre del fondo de mi memoria y me llevó a investigar sobre esta mujer de
rostro inteligente, amable y risueño.
Continué leyendo la web del Patronato Carmen Conde-Antonio Oliver del Ayuntamiento de Cartagena.
En
1931, se casó con el poeta Antonio Oliver, muy relacionado con los escritores
de la Generación del 27 (a su boda asistieron como invitados Miguel Hernández y
su amigo Ramón Sijé).
Colaboró en las misiones pedagógicas
de la Segunda República junto a María Moliner. Poco después, en Madrid, conoció
a otros grandes escritores, como Juan Ramón Jiménez, Gabriel Miró o Vicente Aleixandre, en cuya
casa vivió de inquilina junto a su marido tras la guerra civil. Ambos
habían estado en el bando republicano pero, a diferencia de otros intelectuales,
no se exiliaron. Antonio Oliver estuvo preso y Carmen Conde estuvo cerca de terminar también en
prisión. La guerra cambió sus vidas, pero no su pasión por la literatura, pasión que
la llevaría a publicar cerca de un centenar de obras.
Unos días después de aquel encuentro en Cartagena con Carmen Conde,
perdiendo el tiempo en una librería de viejo, encontré una novela suya titulada
“Creció espesa la yerba”, así que me
la llevé a casa. Es una novela que
terminó de escribir con 67 años, en su querida Ribera de San Javier, en el Mar
Menor. Corría el año 1974, pero sería publicada por la editorial Planeta en
1979.
Comienza así:
“Exactamente, cambiando las ropas, es como ella
fue; una muchachita de unos dieciocho o veinte años, rubianca, de estatura
mediana, delgaducha, pero con cierta gracia. Va vestida como casi todas:
pantalón tejano, blusita blanca, zapatos deportivos, sin medias; y una mochila
mediana, cuadrada, que cuelga liviana de uno de sus hombros. El pelo semilargo;
unos grandes ojos claros intactos que ansían poblarse de imágenes distintas.
Está a un lado de la carretera y no hace señas a ningún coche. Espera
sencillamente.
Va disminuyendo la velocidad, curiosa, hasta
detenerse ante ella que la contempla tranquila”.
La que conduce es Laura,
una mujer de unos cincuenta años, que regresa desde de Madrid en coche a su
tierra para pasar unos días en la playa. Por el camino recoge a María, una
joven que hace autoestop. Durante el trayecto le cuenta los motivos de su huida.
María vive con su hermana Isabel y su marido Santiago, del que siempre ha
estado enamorada. Un día Santiago intenta seducirla por lo que ella decide
poner tierra de por medio porque no sabe qué debe hacer.
La novela está
estructurada en capítulos cortos que alternan la angustiosa historia de María
viviendo bajo el mismo techo que su enamorado y que su hermana Isabel, con
otros en los que Laura que intenta ayudar a la joven a tomar una decisión.
A mitad de la novela aproximadamente,
comienzan a aparecer una serie de señales que nos llevan a pensar que Laura y María
son la misma persona en diferentes momentos de su vida, señales que cada vez se
hacen más evidentes. En realidad, nada ha ocurrido. Todo ha sido una especie de
sueño en el que Laura, en su madurez, rescata de su memoria un episodio
doloroso de su juventud. Y en este episodio se contraponen las opiniones de la
madurez de Laura y de la juventud de María. “Es
el desgarramiento mortal del enfrentamiento de la conciencia con la
inconsciencia. A su memoria revierten palabras leídas, como músicas
identificables: Creció espesa la yerba sobre la tumba de mi juventud”. Estas
palabras que escribiera Alexandre Solzhenitsin en “Archipiélago Gulag” esconden la clave de esta novela de Carmen
Conde, en la que, a través de una compleja estructura (tal vez demasiado
enrevesada), la protagonista llega a ser consciente de cómo el paso del tiempo
lo arrasa todo.
“Y Laura se dice que nada, que no queda nada de
nada. Vivir, desear, tener, dejar, evocar…, no son nada un día, este suyo de
hoy”.
Es bonito este poder sentarse al lado de escritores ya desaparecidos. Yo lo hice en Soria con Gerardo Diego y veo que tú en Cartagena con Carmen Conde.
ResponderEliminarMuchas gracias, Juan Carlos por comentar una novela -quizas la mejor- de e sta académica que fue de la Española. Las librerías de viejo a mí cada día me gustan más. Se encuentran tesoros como este que come.
Un abrazo
Hola Juan Carlos.
EliminarEs estupendo que ayuntamientos como los de Soria o Cartagena, decidan inmortalizar a sus escritores más ilustres poniendo sus imágenes a pie de calle. Se me ocurre que estaría bien hacer inventario sobre el asunto.
En cuanto a las librerías de viejo,creo que deberían de estar protegidas por la UNESCO.
Un abrazo
Y yo por qué no he leído este libro?
ResponderEliminarLo voy a buscar, me ha parecido muy interesante
Besos
Pues espero que lo disfrutes.
EliminarUn abrazo.