Hace años busqué este
libro por todas las librerías de la ciudad. Imposible. Estaba agotado y
descatalogado. No recuerdo quien me habló de él, ni por qué lo saqué prestado
de la biblioteca pública. Solo recuerdo que nada más leer los cinco primeros
poemas decidí que aquel libro tenía que ser mío. Una pequeña obra de arte.
Pequeña porque tan solo recogía veintitrés poemas que Cristina Morano había escrito entre 1994 y 1998. Era poesía sin
concesiones, impactante, desesperanzada, libre de cualquier sentimentalismo
al uso de esos que a veces la endulzan hasta
hacerla insoportable.
Entonces hice lo que nunca se debe hacer. Pasé el libro de
la biblioteca por la fotocopiadora. Salieron de la máquina trece páginas a
doble cara, páginas que releí, subrayé y anoté muchas veces hasta que, finalmente,
quedaron guardadas en una carpeta y colocadas en su lugar correspondiente de la
estantería. Habían adquirido la condición de libro de hecho. Tiempo después, se
unieron a la clandestinidad de estas tristes hojas, otros poemarios de la autora, como “El pan y la leche”, “El ritual de lo habitual” y
“Cambio climático”, que entraron en la estantería, esta vez sí, con todas
las de la ley.
Hace unos días, mientras vagabundeaba por la Librería La Candela, mi mirada se centró en un librito sin título en el lomo. Lo saqué del estante por curiosidad. Y ahí estaba,“Las
rutas del nómada” de Cristina Morano. Quince años después. Impecable, como si el
anterior propietario nunca lo hubiera abierto para comprobar qué había dentro. Lo abrí con cuidado, y me encontré con este poema. Como llegado de otra vida.
"El cielo es rojo todas
las mañanas,
cuando los estudiantes
vienen a vomitar
a los lavabos de sus
novias,
cuando los niños de la
calle Santa Rita
aprenden a distinguir
los policías
de los camellos, por
un guiño
del ojo o por un
pliegue de la ropa.
Pero antes de este
amanecer que pone
en guardia a los
insectos y a los taxis,
los padres han dormido
ajenos
al llanto de sus
hijos,
han salido los
yonkis a la calle
a dar tirones en los
bolsos
y los locos han
apuntado en su diario
que tenían los ojos
verdes.
Incluso tú
Te has despertado en
plena noche,
te has detenido a dos
segundos
de cualquier tipo de
suicidio
-seguro de que todo
continúa
exactamente igual después
de muerto-;
has comprobado que
esta noche,
los grifos no
funcionan,
y has bebido ginebra
pura
como si fuera agua;
te has quemado
la garganta y tu voz
no ha sido
la misma desde
entonces".
“Las rutas del nómada” se vino a casa.
Contento de tenerlo por fin, lo coloqué en en estante. Lo observé durante un buen rato.
Saqué las fotocopias de la carpeta y antes de tirarlas a la basura, les eché el último vistazo.
Comencé a leer:
Contento de tenerlo por fin, lo coloqué en en estante. Lo observé durante un buen rato.
Saqué las fotocopias de la carpeta y antes de tirarlas a la basura, les eché el último vistazo.
Comencé a leer:
"En 1994 espero ir al
cielo
porque he estado
demasiado tiempo
en el paro. Me levanto
muy temprano,
me seco con toallas
sucias,
se ha caído el vaso al
suelo
y él me ha llamado
zorra.
Sólo me quedaba un
amigo,
tranquilamente sentado
delante del televisor,
tenía metadona y
pasteles en su nevera.
Compró cigarrillos con
mi dinero,
después me dejó en la
calle.
Me echaron del trabajo,
otra vez estoy fuera
del sistema.
Si me ves por ahí y
quieres estar conmigo
sólo tienes que
invitarme a comer algo
pero si vas a besarme,
procura que tus labios
no estén fríos,
puede ser la última
vez que me veas
-esto fue lo que
aprendí.
Realmente he estado
tanto tiempo en el paro,
que en 1994 espero ir
al cielo,
y pasarme las horas
dormida
como las pasan los
ángeles de dios,
cuando se chutan el
caballo".
Las fotocopias volvieron al lugar que tanto tiempo habían ocupado.
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