Hay autores que contagian su entusiasmo por la literatura,
que transmiten el mensaje de que la literatura no es un mero entretenimiento
pasajero de usar y tirar, que la literatura va mucho más allá, que trasciende
al bestseller de turno y al escritor
de moda, que la literatura es arte, es filosofía, es historia, que la
literatura es una forma de vida, una forma de mirar el mundo, una manera de
entenderlo. Uno de ellos, sin duda, es Ricardo
Piglia. Llevo más de un año felizmente atrapado por sus libros, aunque
entro y salgo sin que se moleste. Creo que fue en el mes de agosto del año
pasado cuando comencé a leer el primer volumen de Los diarios de Emilio Renzi. Sus diarios de juventud me espolearon para
leer Blanco nocturno, su cuarta
novela, y me pareció extraordinaria. Llevo unos meses con el segundo volumen de
los diarios titulado Los años felices,
y acabo de leer su primera novela: Respiración
artificial.
Ricardo Piglia estudió historia, sin embargo pronto tuvo
claro que su vida la iba a dedicar a la literatura. Aprendió rápido de la lectura de los grandes
genios, y a principios de los sesenta ya era un escritor con talento, no
obstante, siguiendo los pasos de Borges,
todavía no había escrito ninguna novela. Hacía crítica literaria en revistas,
escribía cuentos, impartía clases en universidad, y sobre todo, leía. No sería
hasta el año 1980 cuando saldría a la luz Respiración
artificial. La crítica fue unánime: Ricardo Piglia había escrito, nada
menos que “una de las mejores novelas latinoamericanas de la segunda mitad del
siglo XX”. Tan sólo escribiría cuatro novelas más. Suficiente para que Roberto Bolaño señalara a Piglia como uno
de los mejores narradores de Latinoamérica. De hecho fueron, primero Piglia y
después Bolaño, los que rompieron con las propuestas narrativas del famoso boom latinoamericano encabezado por García Márquez y Vargas Llosa. El blog Archivo
Bolaño reproduce una imprescindible conversación entre estos dos gigantesde la literatura.
“¿Hay una historia? Si hay una historia empieza hace tres
años. En abril de 1976, cuando se publica mi primer libro, él me manda una
carta. Con la carta viene una foto donde me tiene en brazos: desnudo, estoy
sonriendo, tengo tres meses y parezco una rana. A él, en cambio, se lo ve
favorecido en esa fotografía: traje cruzado, sombrero de ala fina, la sonrisa
campechana: un hombre de treinta años que mira el mundo de frente. Al fondo,
borrosa y casi fuera de foco, aparece mi madre, tan joven que al principio me
costó reconocerla”.
Así comienza esta novela, en principio narrada por el protagonista de la novela, que no es
otro que Emilio Renzi, alter ego del escritor (cuyo nombre completo era Ricardo
Emilio Piglia Renzi), quien aparece en muchos de sus relatos, del mismo modo en
que Nathan Zuckerman lo hace en los de Philip
Roth.
En Respiración artificial, Emilio Renzi ha escrito una novela “con aire faulkneriano”, en
la que el protagonista es su tío Marcelo Maggi, quien despareció poco después
de casarse con la hija un rico ex-senador argentino, llevándose todo el dinero
de su esposa. La novela la escribe a partir de los testimonios de familiares y
amigos, es decir, de la versión oficial que se ha ido construyendo a partir de
los rumores. Sin embargo, poco después de publicarla, Renzi recibe una carta de
su tío Marcelo en la que le corrige el libro: “Nunca nadie hizo jamás buena literatura con historias
familiares. Regla de oro para los escritores debutantes: si escasea la
imaginación, hay que ser fiel a los detalles”, le dice el tío al sobrino en la
carta. En el intercambio de misivas, quedan en que Renzi visitará a
Marcelo en el pueblo de Concordia, donde éste trabaja como profesor de
historia: “la historia es el único lugar donde consigo aliviarme de esta
pesadilla de la que trato de despertar” (p.19)
La novela gira hacia el libro que Marcelo Maggi está escribiendo sobre el
abuelo de la esposa a la que abandonó, un olvidado personaje de la historia
decimonónica argentina, Enrique Osorio, un héroe vilipendiado por la historia
oficial. Aquí entra en juego, el padre de Esperancita, el ex-senador Luciano,
hijo de Enrique Osorio, quien a pesar del abandono de su hija con el dinero,
sigue apreciando al que fuera su efímero yerno, Marcelo Maggi. Emilio Renzi se entrevista con Luciano para
reconstruir esa parte de la historia argentina y esa parte de la vida de su
tío. En el siguiente capítulo, el narrador desaparece y en su lugar toman
protagonismo una serie de entradas del diario de Enrique Osorio fechadas en
1850 en las que se defiende de las acusaciones desde el exilio norteamericano, entradas
que forman parte del trabajo de Marcelo Maggi. La primera parte termina con un
capítulo gombrowicziano en el que
Arocena, ex-policía y mayordomo del viejo ex-senador, lee y analiza las cartas
que éste recibe en busca de mensajes cifrados.
La segunda parte de la novela se titula Descartes, y es lo
mejor de la novela. El narrador no es Renzi, sino Tardewski, amigo de Marcelo
Maggi, que es con quien se encuentra Renzi en Concordia cuando va a visitarlo.
Pasan juntos toda el día (con su noche) esperando a Maggi que ha desaparecido
días atrás. Durante este tiempo, la conversación entre ambos gira en torno a la
filosofía (Tardewski dice ser discípulo de Wittgenstein)
y la literatura. No tiene desperdicio. La figura de Tardewski, es un homenaje a
Witold Gombrowitz, escritor polaco
que recayó en Argentina justo antes de que Alemania invadiera su país para ya
nunca regresar. Durante el relato hay varios guiños a la original literatura de
Gombrowitz, como las pistas falsas o las asociaciones aparentemente absurdas.
La conversación en torno a la comparación entre Borges y Arlt es fantástica.
Los dos grandes genios de la literatura argentina que aparecen como polos
opuestos, el primero representa la academia, el segundo la calle. También
hablan sobre Joyce, a quien “le importaba un carajo del mundo y de sus
alrededores, y en el fondo tenía razón, dice Renzi” (147), de Ortega y Gasset quien para Tardewski es
el “Rey de los Asnos españoles o Asno I” (p.171), de Wittgenstein, “hombre
despiadado que usaba su maravillosa inteligencia contra los otros con el mismo
desprecio con que la usaba, antes que nada, contra sí mismo” (p167).
El punto álgido de la conversación está reservado para el
final. Tardewski relata a Renzi su gran descubrimiento, una investigación que probaría
que Hitler y Kafka se conocieron en el Café Arco de Praga a finales de 1909. Según Tardewski, entre 1905 y 1910, Hitler
intentó convertirse en pintor de éxito. “Ahora bien, dijo Tardewski, la
pretensión de Hitler de convertirse en un gran pintor era de antemano
imposible. Ese joven desteñido y rencoroso tenía más posibilidades de
convertirse, digamos, en un dictador, en una especie de César mezquino que
sojuzga a media Europa, que de ser un pintor, no digo grande, sino del montón”
(p.199).
Kafka escucha con atención las peroratas de aquel pintor
austriaco (que habría desertado del servicio militar), la utopía
atroz de un mundo convertido en una colonia penitenciaria.
“El genio de Kafka reside en haber comprendido que si esas
palabras podían ser dichas,, entonces podían ser realizadas” (p.209) […] Kafka
hace en su ficción, antes que Hitler, lo que Hitler le dijo que iba a hacer.
Sus textos son la anticipación de lo que veía como posible en las palabras
perversas de ese Adolf payaso, profeta que anunciaba, en una especie de sopor
letárgico, un futuro de maldad geométrica. Un futuro que el mismo Hitler veía
como imposible, sueño gótico donde llegaba a transformarse, él, un artista
piojoso y fracasado, en el Führer. Ni el mismo Hitler, estoy seguro, creía en
1909 que eso fuera posible. Pero Kafka sí, Renzi, dijo Tardewski, sabía oír.
Estaba atento al murmullo enfermizo de la historia” (p. 210).
Genial.
Pues no he leído nada de Ricardo Piglia y no sé muy bien por qué porque conocerle de nombre, le conozco hace mucho. Sí que le leído a Bolaño que me gusta mucho.
ResponderEliminarTodo lo que cuentas en esta reseña me atrae poderosamente hacia esta novela que ya apunto para no muy tarde.
Veo que estás leyendo "Mientras agonizo". Menuda maravilla. Para mí, de lo mejor de Faulkner, cuya mención en la reseña también me anima.
Un beso.
Si te gusta Bolaño, Piglia te gustará seguro. Al igual que en el escritor chileno, la literatura está muy presente en sus novelas. Pero no sólo eso. Es un escritor muy inteligente que arriesga, por eso no es de lectura fácil, pero se disfruta cada párrafo. Sus diarios no tienen desperdicio. De lo mejor.
EliminarLlevo la mitad de “Mientras agonizo” y es impresionante.
Un abrazo.