«Y el ciudadano,
inconscientemente, era educado en un plano supranacional, cosmopolita, para
convertirse en ciudadano del mundo» (p. 31)
Termino de leer El mundo de ayer. Memorias de un europeo,
de Stefan Zweig, y tengo la
sensación de que ha sido una de las mejores lecturas de los últimos años. He
subrayado tanto con el lápiz que me cuesta seleccionar alguna frase para abrir
esta entrada. La parte positiva del subrayado es que volveré sobre esas líneas cuando
lo borre, pues la edición que he leído la saqué de la biblioteca pública. Desconocía
el libro y lo encontré por casualidad mientras estaba enredado con El candelabro enterrado. De manera que
ahora me toca actuar como lo haría Helene
Hanff, que sólo se hacía con los libros que previamente había leído, pues iba
contra sus principios comprar un libro sin haberlo leído antes porque opinaba
que era lo mismo que comprar un vestido sin probárselo.
El subtítulo de
estas memorias, que no aparece en la versión original en alemán, viene al caso porque Stefan
Zweig, por encima de todo, se consideraba europeo. Su patria era Europa, y la Historia
europea recorre el libro de principio a fin. Viena, corazón
del viejo continente, fue su ciudad. Allí nació en 1881. Allí se forjó su personalidad
y su amor por la música y las artes.
«Pues el genio de
Viena, un genio específicamente musical, había consistido desde siempre en
armonizar en su seno todos los contrastes nacionales y lingüísticos, y su
cultura era una síntesis de todas las culturas occidentales; quien vivía y
trabajaba allí se sentía libre de la estrechez del prejuicio. En ningún otro
lugar era más fácil ser europeo y sé que, en parte, debo a esta ciudad, que ya en
tiempos de Marco Aurelio defendía el espíritu romano, universal, el haber
aprendido temprano a amar la idea de colectividad como la más sublime de mi
corazón» (p.42)
Pronto puso en
práctica ese carácter cosmopolita, de modo que Berlín, París y Londres también
se convirtieron en residencia durante un tiempo del joven Zweig, que comenzaba
a acercarse a la literatura, disciplina
a la que se dedicaría en cuerpo y alma durante toda su vida. Sin embargo, la Historia, en
forma de guerra y por partida doble, se cruzó en su camino, como en el de la
mayor parte de los europeos. Paradojas de la vida, Stefan Zweig, un europeo austriaco
de origen judío, se convirtió en un refugiado apátrida tras la conquista de Austria por parte de Hitler en 1938. El sueño cosmopolita se había tornado en pesadilla.
Pero las memorias
de Zweig son todo lo contrario a una pesadilla. Hay vida en cada una de las
páginas. Son unas memorias que pretenden ser las de una generación que vivió
una de las épocas de mayor progreso científico y tecnológico de todos los
tiempos, que no había conocido la guerra más que en los libros de historia, y
cuyas energías estaban dedicadas a mejorar, embellecer y disfrutar del mundo a
través de las ciencias y las artes. Pero
en 1914, el mundo se abrió bajo los pies de esa generación que rondaba los treinta
años, con una grieta cada vez más ancha y profunda que engulló la ilustrada y
pacífica civilización. La barbarie había llegado. Ese punto de inflexión marca
la estructura de sus memorias.
Stefan Zweig nos coloca frente al mundo que le tocó vivir. Más que su vida privada, de la que era muy celoso (no menciona nada de su vida sentimental), muestra
la intensa vida social y artística que tuvo, influenciada por una visión del
mundo internacionalista y pacifista, y desde una posición ideológica liberal. Zweig
siempre intentó quedarse al margen de la política. Esto le llevó a viajar a la
Unión Soviética (donde también era un escritor admirado, sobre todo a partir de
la publicación de la biografía de Tostoi);
a escribirle una carta al Duce, lector y admirador de su obra; o tener relación
con el músico Richard Strauss que se
convirtió en uno de los pilares culturales de la Alemania nazi. Se le criticó
que no se posicionara abiertamente en público contra el nazismo. Él que era
un judío proscrito y apátrida, cuyos libros se quemaban en las plazas públicas de
Alemania y Austria, y sus propiedades eran confiscadas, no fue un activista
contra la Alemania nazi. Como tampoco colaboró políticamente con Theodor Herlz, fundador del sionismo y
editor de sus primeras obras, con quien mantuvo una estrecha amistad. Ambos
aspectos son tratados extensamente en estas memorias.
Stefan Zweig fue un
precursor de la Unión Europea, el mayor experimento político realizado
pacíficamente en la Historia del viejo continente, proyecto que hoy vuelve a
temblar ante el resurgir del nacionalismo, al que consideraba «la peor de las
pestes que envenena la flor de nuestra cultura europea» (p.12). También lo fue
del pacifismo en una época, la Primera Guerra Mundial, en que su voz clamaba en
el desierto junto a la de otros intelectuales como el francés Romain Rolland, a quien fue otorgado el
premio Nobel de Literatura en 1915 en un vano intento por construir los puentes
destruidos por la guerra. Esta misma posición crítica con la guerra le valió la
animadversión de casi todo el mundo durante el conflicto pues había que cerrar
filas contra el enemigo.
Sin embargo, la
lista de amigos y conocidos ilustres que tuvo Stefan Zweig es interminable. Rilke, Gorki, Freud, Ratheneau, Richard Strauss, Thomas Mann, Dalí, Rodin, Rolland, y un
largo etcétera. A ellos dedica la mayor parte de estas páginas. Incluso hace
referencia a un amigo español que fue fusilado durante la guerra civil, cuyo nombre
no menciona. Enseguida pienso en Lorca,
puesto que conocía a Dalí (a quien considera el pintor con más talento de su
generación), aunque nunca he leído que coincidieran. Me permito fantasear que
se conocieron en Nueva York, y que Zweig inspiró al genial poeta granadino en el
Pequeño vals vienés.
Stefan Zweig
redactó sus memorias precisamente en Nueva York. Corría el año 1940 y los
ejércitos de Hitler ya habían invadido media Europa. Zweig, de casi sesenta
años, pidió a su ex mujer Friderike (de
quien se había divorciado dos años antes, tras dieciocho de matrimonio) que le
ayudara a recordar, y se encerró durante varios meses en su apartamento para
escribirlas. Después se marchó a Brasil junto a su joven esposa Lotte (que se llamaba como la amada de
Werther). Sería su último viaje. Meses después, el
22 de febrero de 1942, fueron hallados sus cuerpos sin vida, tumbados sobre la
cama, en su casa brasileña de Petrópolis. Zweig había dejado una carta de
despedida:
«Saludo a todos
mis amigos. Ojalá pueden ver el amanecer después de esta larga noche. Yo,
demasiado impaciente, me voy antes de aquí».
Un mes antes, los
jerarcas nazis se habían reunido en Wannsee para planificar la «solución final
de la cuestión judía».
Hace dos años se
estrenó Adiós a Europa, una película
que intenta reconstruir los últimos años del escritor austriaco, en su periplo
por Argentina, Estados Unidos y finalmente Brasil. También trata de profundizar en las causas que lo llevaron a
tomar la decisión de quitarse la vida; al fin y al cabo Zweig era uno de los
afortunados que pudo escapar de Europa para comenzar una nueva vida desde la holgada
posición que le daba su enorme fama. ¿Fue esa paradoja de vivir a salvo, lejos de la guerra, en medio de la exuberante
naturaleza brasileña, cuando otros no podían decir lo mismo, la que le llevó al suicidio?. «Europa se ha
suicidado», no paraba de decir. «¿Cómo se puede llevar esto?», le pregunta a su
vecino en el filme. ¿Cómo podía vivir tranquilo Stefan Zweig en el paraíso,
ajeno al infierno de su añorada Europa?
«Desde el abismo
de horror en que hoy, medio ciegos, avanzamos a tientas con el alma turbada y
rota, sigo mirando aún hacia arriba en busca de las viejas constelaciones que
brillaban sobre mi infancia y me consuelo, con la confianza heredada, pensando
que un día esta recaída aparecerá como un mero intervalo en el ritmo eterno del
proceso incesante» (p.23)
Obra maestra. Imprescindible
Beethoven. Sinfonía nª 9
(Escena del film Copying Beethoven, 2006)
Nota: La edición de El mundo de ayer de Stefan Zweig que se vende en las librerías es la publicada por la Editorial Acantilado.
Menudo pedazo de libro el que acabas de leer, Juan Carlos. Y menuda reseña que te marcas. La he leído con mucho gusto. Gracias a ella he recordado la obra que la tenía algo olvidada si bien la versión en cine mela recordó aunque me dio la impresión de que falseaba algo a la obra en papel.
ResponderEliminarEn fin una lástima que una mente tan privilegiada decidiese poner fin a su vida, aunque también que hombre tan consecuente con sus ideas. Europa le deseamos mucho; por eso cuando veo el Brexit y oigo a ciertos políticos hablar en contra de la Union Europea pienso que necesitábamos 100.000 Zweig vivís ahira mismo.
Un abrazo
Hola Juan Carlos, es cierto, la película palidece ante la obra de Zweig. Apenas si sirve de epílogo de sus memorias, que terminan exactamente cuando comienza la Segunda Guerra Mundial.
EliminarLlevo varios días dando vueltas a su muerte. Me cuesta entender esa decisión, aunque imagino que habría que estar allí y vivir el horror en primera persona para comprenderlo. Me entristece que no viera la derrota del nazismo y el resurgir de su obra en Alemania y en Austria; aunque por otro lado también se ahorró conocer la barbarie de los campos de exterminio o la destrucción de Hiroshima y Nagasaki. En fin, consuela pensar que el suicido fue su último acto de libertad.
Estoy de acuerdo contigo en que en los tiempos que corren necesitamos muchos Zweig, o al menos que aquellos que defienden el regreso de las fronteras lean este libro que es una receta contra la miopía política (con perdón de los miopes).
Un fuerte abrazo.
Creo que es uno de los mejores libros que he leído nunca. Me recuerdo una tarde, sentada en el sofá, me quedaban unas cien páginas para terminarlo y fui incapaz de soltarlo hasta el final. me di cuenta de su grandeza de que, siendo un ensayo histórico, duro, aunque hermoso, lo estaba leyendo con la pasión con que se abrodan las mejores y más intrigantes novelas policíacas.
ResponderEliminarEs apasionante y muestra toda la gran humanidad del autor. Un hombre para el que pudo crearse el calificativo de "humanista" si no se hubiera creado antes.
Al contrario que tú, yo siempre pienso que fue bueno para él no llegar a enterarse de los campos de exterminio y de lo que los aliados iban encontrando a medida que entraban en ello. Si no pudo con el horror de lo que vivió ¿cómo hubiera enfrentado el horror de lo que ignoró?
Todas las desgracias del siglo XX, que comienzan con la Gran Guerra, se deben a los nacionalismos. No entiendo como hay tantos, más que miopes ciegos que no lo ven o no quieren verlo; a este lado y al otro de la frontera.
Tengo que hacerme con esa película.
Un beso.
Hola Rosa, yo lo coloco también entre los mejores, y estoy seguro de que volveré sobre sus páginas en más de una ocasión. Lo describes a la perfección: es un ensayo histórico que se lee como si de una novela de intriga se tratara, duro pero hermoso y apasionante.
EliminarDe principio a fin.
Me parece que fue un hombre extraordinario, íntegro y consecuente con su pensamiento hasta el último momento. Un escritor enorme y humilde que siempre destaca la obra de los demás por encima de la suya, como si él no estuviera en la división de los grandes. Un humanista, efectivamente.
La película se queda corta comparada con la altura de Stefan Zweig, pero no está de más echarle un vistazo.
Un beso.
Lo compré hace unos días, aprovechando un viaje rápido a Madrid. Helen Hanff tiene razón en parte, pero Zweig es como ese modelo de camiseta que ya no hace falta probarte. Sabes que te queda ni pintada. Imposible fallar con estas memorias, la película según he oído no está a la altura porque falta precisamente lo que desborda en la prosa de Zweig: pasión. Esperemos que nuestra generación no asista a un nuevo suicidiod de Europa.
ResponderEliminarUn abrazo.
Has hecho una compra estupenda. Estoy seguro de que le vas a sacar partido, porque no es un libro de una sola lectura. Para mí, el mejor Zweig, sin duda.
EliminarLa peli no está a la altura, sobre todo si la ves tras leer "El mundo de ayer", aunque si la interpretas como el epílogo del libro, no está mal.
Ya nos contarás tus impresiones que siempre son interesantes.
Un abrazo.