David Trueba es un escritor que se encuentra entre mis fijos desde que leí Abierto toda la noche. No he dejado de leer ninguna de las novelas que vinieron después, Cuatro amigos, Saber perder o Blitz. Hace unos días me llevé una gran alegría cuando encontré en la librería una nueva novela suya. Me gustó el título y esa portada en la que un coche atraviesa el páramo hacia el horizonte. No lo dudé y me hice con ella. Ni que decir tiene que he disfrutado mucho de su lectura. Sus cuatrocientas cuatro páginas se me han quedado cortas.
Todos conocemos el final. Y el final no es feliz. Es curioso este cuento, porque sabemos el desenlace pero ignoramos el argumento. Somos visionarios y ciegos al mismo tiempo. Sabios y estúpidos. De ahí nace ese malestar que todos compartimos, esa sospecha que nos hace llorar en un día gris, desvelarnos a medianoche o inquietarnos si la espera de un ser querido se alarga. De ahí nace la crueldad desmedida y la bondad inesperada de los humanos. De ahí nace todo, de conocer el final y no el cuento. Extrañas reglas de juego que ningún niño aceptaría. Ellos piden que no les cuentes el final. Ignoran que conocer el final es lo único que te permite disfrutar del tiempo.
Con esta reflexión, marca de la casa, abre David Trueba su última novela, la quinta ya, titulada Tierra de campos y publicada por Anagrama.
Tierra de campos está narrada en primera persona por el protagonista, Dani Campos, cantante pop de éxito quien, entrado ya en los cuarenta, echa la vista atrás durante un viaje en un coche fúnebre al pueblo de su familia. Dentro van los restos mortales de su padre, fallecido un año antes. Dani ha decidido trasladarlos desde Madrid a su pueblo natal, Garrafal de Campos (ficticio) en la comarca castellano leonesa de Tierra de Campos (no ficticia). Es curioso, pero en el título de la novela, "campos" aparece en minúscula, como si no quisiera referirse a la comarca de la que es originario el padre del protagonista y a la que se dirige, sino a una tierra más genérica que pudiera estar en cualquier parte. Puede que sea porque el padre tenía clara su procedencia mientras que al hijo nada le sujeta a la tierra. Su tierra de campos es con minúscula.
La novela, además de un viaje a los orígenes, es un continuo flashback de la vida de Dani, cuyos recuerdos alterna con las conversaciones con Jairo, el conductor de la funeraria, y más tarde con los habitantes del pueblo, sobre todo con Jandrón, alcalde y amigo de la infancia.
Trueba divide la novela en dos partes homenajeando a los discos de vinilo o a las viejas cintas de cassette en las que llegó la música pop en los años ochenta: Cara A y Cara B.
Cada cara la divide en capítulos cortos a modo de escenas que titula con el inicio de los mismos o con el final de los anteriores, todos sugerentes, poéticos, como si se tratara del título de una canción: todos conocemos el final, un sabor a trapo viejo, últimamente pienso mucho en la muerte, la primera vez que deseé morir, pero lloré con retraso, si llamas fuerte seguro que alguien te oye, yo hago canciones, nosotros somos gente normal, ella que era todo lo contrario, en Estrecho no nacen artistas, no te juntes con ése que no es trigo limpio, no sabes lo perdido que estaba hasta que te encontré, todo empezó en un váter, ven vamos a hacerlo, las moscas siempre vuelven a la mierda, mi primera canción de amor, la única venganza posible, todas las familias tienen un secreto, me moriré como se mueren los pájaros, hay que saber entrar y hay que saber salir, se acabaron los veranos, en lo que nunca fracasábamos era en fracasar, sonar como soñábamos sonar, la canción de tu vida nunca es la canción de tu vida, lo malo conocido, los hijos aprenden a ser hijos cuando se convierten en padres, agua sé cuerda de mi guitarra, la atómica potencia de enamorarse, la gata que juega al ajedrez, mi fiera, el agua caliente también se enfría, esa cosa llamad éxito, nadie se hace viejo en la música, cuando ese perro de la calle eres tú, 150 mil copias de mi infelicidad, ¿adónde vas? quédate hasta al alba, y para siempre fuiste sólo futuro…
La música envuelve el ambiente de toda la novela y se convierte en protagonista a través de las letras compuestas por Dani Campos (de nombre artístico Dani Mosca, pues su grupo se llama así, Los Moscas).
En ese flashback están los inicios de Dani con la guitarra a mediados de los ochenta cuando tenía 15 años; la formación de un grupo con Gus, un compañero del colegio que se va a convertir en una de las personas más importantes de su vida; la grabación de sus primeras canciones, los críticos musicales, la radio, las discográficas; el proceso de creación de canciones, es decir, cómo se aparecen las musas cuando menos te lo esperas y de una situación, de un pensamiento o un sentimiento, sale una melodía y unas letras que se convierten en una canción.
Con el tiempo supe que la tristeza, que me duró tantos años, era un motor para la música. Que los de afuera necesitan percibir que les hablas de ti para encontrarse contigo en el espejo […] Hacíamos canciones para sanar las heridas, porque no conocíamos otra medicina. (p.213)
Están los conciertos en locales, las giras por los pueblos y ciudades de España (el recorrido por su geografía es extraordinario), la noche, sex, drugs and rock and roll. La dificultad de compatibilizar el tener una banda de rock con tener una relación estable y una familia. El éxito y el fracaso, el olvido y la resurrección.
A lo largo de Tierra de campos hay abundantes referencias musicales, Bob Dylan, The Beatles, Van Morrison, David Bowie, Cindy Lauper, Buddy Holly, Eddie Cochran, Bob Marley, Roy Orbison, Neil Young y un largo etcétera. Incluso aparecen personajes como Serrat, con quien Dani Mosca se va de gira por Europa y Japón. Es en este último país donde conocerá a Kei, una mujer que toca el violonchelo y que parece salida de una novela de Haruki Murakami. Ahora que lo pienso, algo de ese intimismo del escritor japonés hay en esta novela de David Trueba.
En esta cinta de cassette de cuatrocientas cuatro páginas, las canciones suenan a amor y a desengaño, el de Dani, quien en la Cara A nos muestra su primer amor con Oliva, una joven con la que descubre esa sensación con la que es capaz de mover el mundo, y en la Cara B con Kei, una japonesa que se convertirá madre de sus dos hijos, Riu y Maya.
La familia es otro de los grandes temas de la novela. Dani es hijo único y su historia familiar ocupa una parte importante de la narración. La relación con su padre es compleja. Pertenecen a dos generaciones que han vivido en mundos totalmente diferentes. El mundo del padre es el de la España en blanco y negro de la guerra y la dictadura, el de un pequeño pueblo meseteño encerrado en sí mismo; el de Dani es el de la gran ciudad abierta (Madrid es también protagonista) y es el de la democracia, la libertad, el futuro. Dos mundos. La generación de nuestros padres, el padre de Dani, vivió el gigantesco cambio, la enorme transición de un mundo a otro.
Cuando nació mi padre, la vida era como había sido los setecientos años anteriores, y sin embargo, cuando murió, el mundo era irreconocible para él. El arado tirado por bueyes, la ausencia de teléfono y de agua corriente, de luz eléctrica, los pozos, los corrales para aliviarse, las cochiqueras pegadas a la casa, las tabas de lavar en el río, los carburos y los burros de carga. Le habían robado la piel y el hombre no tiene la capacidad de las serpientes para fabricarse una nueva, por eso el hombre es melancólico y la serpiente es pragmática. (pág 150).
Dani es el contrapunto de su padre, sin embargo, poco a poco va descubriendo que tiene mucho de él.
La amistad aparece en la novela de manera transversal a través de dos personajes entrañables, Gus y Animal, personajes contrapuestos que se complementan y acompañan a Dani en su periplo musical y vital. Gus es refinado, atrevido y transgresor, cantante y alma mater del grupo. Su vida, sus excesos y su relación con Dani están en el centro del relato. Animal es más tradicional, un bruto con un gran corazón, que pone ritmo al grupo aporreando la batería.
Otros temas fundamentales de Tierra de campos son:
El paso del tiempo. Coronamos la década de los noventa sin enterarnos demasiado de la enorme variación que se había producido no ya en la música sino en todo alrededor, estábamos demasiado ocupados en tocar por todas partes donde nos solicitaban, confiados en que así todo permanecería igual. Pero el mundo estaba en plena mutación.(p. 247)
La tristeza. Cuando ese perro de la calle eres tú, cuando lo miras abandonado, perdido, flaco y sucio, con el hocico gastado de rebuscar en las basuras y el lomo herido de dormir al descubierto, y te ves a ti mismo en él, cuando no puedes más que acercarte y pasarle la mano por el cuello y eres incapaz de resistirte a la manera en que te frota la cabeza y las orejas contra la pierna y agacha la cola para rogarte que lo aceptes a tu lado, entonces sabes que dos solos no se curan la soledad pero la aligeran.(p. 203)
La soledad. Estar solo es una condición del espíritu. No necesita recreación física. Se puede estar solo en la Gran Vía a la hora más populosa. Estar solo había sido mi tentación desde siempre. Conocía sus riesgos cuando emprendí la separación porque quería reencontrarme con la soledad. Aquí estoy de nuevo, quería decirle cuando me abrazara con ese abrazo que tanto espanta a los demás. A mí no. ¿A mí no? (P. 375)
El pasado. Hay pasado por todas partes. El pasado está posado sobre nosotros como el poco sobre los muebles. Hay pasado en el presente y hay pasado en el futuro. Impregnado, agarrado, diluido, difuminado, mezclado, empastado, desenfocado. Hay pasado en el recuerdo, en el gesto, en los rasgos, en las frases por decir, en las soluciones. Hay pasado en la imaginación, que a veces es un proyector de experiencias vividas. Hay pasado en los pasos por dar, en la carrera por delante, en la mirada, en el cuanto, en el invento en los sabores. Las canciones están hechas de pasado. (P.258)
La muerte. No quería que mis hijos heredaran la estúpida obsesión de los españoles con todo lo que tiene que ver con la muerte. Me gustaría que para ellos la muerte significara lo mismo que para mí, un minúsculo trámite de despedida al final de la inabarcable aventura de vivir. Que aprendieran a dedicarle sus mejores esfuerzos al hecho de estar vivos. (pág 198)
La tristeza, el paso del tiempo, la soledad o la muerte están ahí como certezas con las que uno tiene que aprender a vivir, y para lograrlo está el humor, el amor, la familia, los amigos, la música…
De eso va esta estupenda novela de David Trueba.
De la vida misma.
Tomo nota de tu recomendación, además no he leído nada de David Trueba. Como director, me gustó mucho "La buena vida" y ya sé que es de sus primeros trabajos, pero últimamente no le sigo mucho la pista. Me gustan las alusiones musicales, los temas que mencionas (universales y que interesarán a cualquiera) y el marco geográfico que es tan evocador y es que no hace falta irse al Misisipi. De este tipo, leí hace años "Corre, rocker" de Sabino Méndez, el guitarrista de Loquillo. Aunque el ajuste de cuentas ganaba a lo puramente literario, jeje.
ResponderEliminarSaludos.
David Trueba es más conocido en su faceta de director que en la de novelista pero en ambas el tono y que utiliza es similar. Sabe utilizar perfectamente los dos lenguajes. "La buena vida" es estupenda como también lo es "Vivir es fácil con los ojos cerrados".
EliminarSeguro que hubo quien que lo consideró una especie de intruso del mundillo literario pero es evidente que ha demostrado que la literatura es lo suyo (puede que incluso más que el cine) y que está ahí para quedarse. Por mucho tiempo, espero.
Un saludo
Excelente entrada y ademas David Bowie como frutilla del postre.
ResponderEliminarAl nacer comenzamos a morir...
Abrazos.
Hola Adriana, el temazo de Bowie es uno de las favoritos del protagonista y también de los míos.
EliminarCreo que la filosofía del autor en la novela es que al nacer comenzamos a vivir, y aunque la muerte siempre aparece en el camino, la vida hay que tomársela muy en serio y dedicarle muchos esfurerzos al hecho de estar vivos.
Gracias por el comentario.
Un saludo.