Siempre me siento más sólo cuando hace frío.
El frío del exterior me hace pensar en el de mi propio cuerpo. Me veo atacado desde dos frentes. Pero yo no dejo de oponer resistencia contra el frío y contra la soledad. De ahí que, cada mañana, salga a cavar un agujero en el hielo. Si alguien me observase desde la helada bahía con unos prismáticos, creería que estoy loco y lo que hago es preparar mi propia muerte. ¿Un hombre desnudo en el gélido frío invernal, con un hacha en la mano cavando un agujero en el hielo?
En realidad, tal vez sea eso lo que espero, que un día haya alguien ahí fuera, una negra sombra que se recorte contra la inmensa blancura y se pregunte si llegará a tiempo de intervenir antes de que sea demasiado tarde. Pero no necesito que nadie me salve, puesto que no estoy dispuesto a suicidarme.
Quien esto piensa se llama Fredrik Welin, un médico de 66 años retirado, que vive solo y aislado en una pequeña isla sueca del Mar Báltico que había pertenecido a sus abuelos. Lleva doce años viviendo ahí y sus relaciones sociales se reducen a la visita del cartero una vez por semana.
Welin es un hombre huraño que ya solo espera la muerte rodeado de frío y soledad. Es un retiro voluntario después de que lo apartaran de la profesión médica tras cometer un grave error con uno de sus pacientes. Vive con un viejo perro y con un gato viejo y en una de las salas de la casa deja crecer un hormiguero. No tiene a nadie en el mundo. Tan solo recuerdos.
Había huido del miserable entorno de mi niñez en el que el constante recuerdo de la dura vida que mi padre se veía obligado a llevar me infundió las suficientes fuerzas para romper con todo. Pero también era consciente que debía de agradecer a la casualidad el haber nacido en una época que posibilitaba tales cambios de clase. Una época en la que los hijos de los camareros humillados podían estudiar el bachillerato e incluso llegar a ser médicos. Pero, ¿Por qué me había convertido en una persona siempre a la búsqueda de escondites, en lugar de aspirar a la compañía?¿Por qué no quería tener hijos?¿Por qué había vivido siempre como un zorro, siempre con la guarida llenas de vías de escape? (P. 323)
Al menos eso es lo que él cree, que no tiene a nadie. Hasta que, de repente, aparece en la isla una mujer con la que tuvo una relación treinta y tres años atrás, y a la que un día abandonó sin más. No se habían vuelto a ver. Es Harriet, está enferma y ha ido a visitarlo por una promesa que él le hizo, la de llevarla a conocer una laguna en la que él nadaba cuando era niño. Ese viaje marcará la vida de Fredrik y todo su mundo se pondrá patas arriba. Porque el motivo de ese viaje a la laguna no es otro que el darle a conocer que tuvieron una hija. Su nombre es Louise. La existencia de esta hija a la que comienza a conocer provoca que el pasado salga a su encuentro y no le quede más remedio que enfrentarse a él para rendir cuentas. Debe comenzar a vivir de nuevo y salir de esa isla física y espiritual que hasta entonces le había protegido de la realidad de la que se escondía.
De modo que la vida se abre paso ante una muerte que acecha. Y la soledad comienza a ser una carga más que una salvación. Cada mañana, al despertar, me proponía en serio ponerme a ordenar mi vida. Ya no podía seguir permitiendo que los días se esfumasen inútilmente (p. 234)
Siempre me ha gustado la prosa de Henning Mankell. Hace años que leí (la palabra devorar, creo que se ajusta más a la realidad) las novelas de la saga de Kurt Wallander, sin embargo había un libro que no pertenecía a esta saga y que no estaba en mi estantería. Se titulaba Zapatos italianos, y la semana pasada lo encontré en la feria del libro. No dudé ni un segundo en comprarlo. Y no tardé ni dos tardes en leerlo.
Es una novela realista narrada en primera persona. Consta de cuatro partes, con frases afiladas. La trama se desarrolla en un paisaje que parece salido de un cuadro de Caspar David Friedrich. La naturaleza por encima del ser humano.
Un médico retirado, su antiguo amor, una hija desconocida, un viejo zapatero italiano, un perro, el hielo, una isla, el frío, un gato, un cartero, Caravaggio, las pinturas de Lascaux, cartas de protesta, una espada, un suicidio, una nadadora manca, la incomprensión, una laguna negra, un pozo en el hielo, al perdón, el mar, la muerte, el amor, el miedo , una caravana, la solidaridad, un barco ardiendo, la soledad, un hormiguero dentro de la casa, el solsticio de verano, un diario… Estos son los ingredientes de Zapatos italianos.
El insignificante diario que yo de hecho escribía, cuyo contenido versaba principalmente sobre una avecilla, el ampelis europeo, y los achaques de mis animales domésticos, carecía incluso de interés para mí mismo. Lo escribía porque constituía un recordatorio cotidiano de que yo vivía una vida vacía de sentido. Hablaba del ampelis para confirmar la existencia del vacío (p.225).
Tan sólo aparecen diez o doce personajes. Suficientes para que un maestro como Henning Mankell construya una novela espléndida.
Y soñando, evoqué poco a poco mis raíces. De algún modo, intuí que andaba como con una azada en la mano, removiendo la tierra en busca de lo que me había perdido.
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