viernes, 28 de junio de 2019

Hombres buenos, de Arturo Pérez-Reverte



«Imaginar un duelo al amanecer, en el París de finales del siglo XVIII, no es difícil. Basta con haber leído algunos libros y visto unas cuantas películas. Contarlo por escrito es algo más complejo. Y utilizarlo para el arranque de una novela tiene sus riesgos. La cuestión es lograr que el lector vea lo que el autor ve, o imagina. Convertirse en ojos ajenos, los del lector, y desaparecer discretamente para que sea él quien se las entienda con la historia que le narran».

Así comienza Hombre buenos, una de las mejores novelas que he leído de Arturo Pérez-Reverte.
En este primer párrafo del prólogo conocemos algunos de los elementos de la novela.

En primer lugar, la ubicación espacio-temporal de la historia: París a finales del siglo XVIII, lugar y época clave, pues en esta ciudad se está fraguando uno de los acontecimientos que transformarán el mundo: la Revolución francesa. De hecho, el trasfondo de la novela gira en torno a las diferentes concepciones políticas del momento, representadas por los protagonistas.
Década de 1780. En España reina Carlos III, el monarca ilustrado del «todo para el pueblo pero sin el pueblo». Las estructuras del sistema no se tocan. En Francia, Luis XVI hace lo propio. Las ideas de Voltaire, Rousseau y Montesquieu llegan a cada rincón de Europa. Inglaterra está en guerra contra los colonos norteamericanos que buscan la independencia. Francia y España los respaldan militarmente para debilitar a su secular enemigo. En este contexto, Pedro Zárate y Hermógenes Molina, almirante y bibliotecario, miembros de la Real Academia Española de la Lengua, emprenden un viaje en busca de la joya del saber ilustrado: L’Encyclopedie, obra magna formada por 28 volúmenes que fueron publicados entre 1751 y 1772. La obra ha sido prohibida en España y en Francia por sus ideas en defensa de la razón, la ciencia y el progreso. Altar y trono están en peligro. La primera edición, que es la que buscan los protagonistas, no es fácil de encontrar. A pesar de la prohibición, la empresa cuenta con el visto bueno del rey. El embajador español en Francia es el Conde de Aranda, defensor de la ideas ilustradas y amigo de Voltaire. El abate Bringas, un español exiliado, se pondrá al servicio de los académicos para encontrar la obra en París.
Estos tres mosqueteros están liderados por nuestro héroe, el almirante Pedro Zárate. Hombre renacentista de armas y de letras. Como Garcilaso, como Boscán, como Cervantes. Atractivo a sus sesenta y pico, sereno y equilibrado. Participó en la Batalla de Tolón en 1744 contra los ingleses. Doce barcos frente a treinta y cuatro. Viajó por todo el mundo y leyó a los ilustrados. Ideológicamente se sitúa en el centro, aproximadamente en el lugar que ocuparán los girondinos cuando estalle la revolución. A su izquierda, está el abate Bringas, fanático defensor de una revolución en la que corra la sangre para acabar con las injusticias sociales. Es un jacobino irredento que incluso es amigo de un médico llamado Marat que interviene en la novela cuando intenta hacer una sangría a Don Hermógenes para curarle un resfriado. Tras impedirlo, señala el almirante: «Observo en él una molesta inclinación a despachar gente para el otro barrio» (p.344). A su derecha, por supuesto se encuentra el bibliotecario, católico y defensor de la monarquía ilustrada, aunque abierto a los aires de la razón que llegan desde Europa. Es el máximo exponente del llamado Despotismo ilustrado, que se escandaliza con las peroratas revolucionarias del abate Bringas, incluso de las avanzadas ideas de su amigo al almirante. Los tres forman un todo, unidos por la amistad y por las letras, con los que el narrador nos ofrece una estampa de lo que se está cociendo en Europa. En París se cruzarán con personajes históricos como Benjamin Franklin o el propio D’Alembert, visitarán los barrios pobres de la ciudad, y también los salones de la aristocracia, siempre en busca de los libros, que por supuesto, tienen un enorme protagonismo en la novela.
Al otro lado, como antagonistas, nos encontramos también a un trío bastante heterogéneo. El académico Higueruela, fervoroso partidario de la tradición en su vertiente más conservadora y reacio a la Ilustración. Y otro académico, Sánchez Terrón situado más o menos en la misma línea que Zárate. Están unidos por el deseo común de que L’Encyclopédie no llegue a España. El primero porque la considera un peligro para el sistema. El segundo, para su propia obra, que en realidad es un plagio de la de Diderot y D’Alembert. Ambos acuerdan torpedear la empresa y para ello contratan a Pascual Raposo, zorro viejo y astuto, el malo de la novela, representante y buen conocedor de los bajos fondos, que se encargará de que almirante y bibliotecario no cumplan con su cometido.

En segundo lugar, sabemos de la participación directa del narrador en la novela como un protagonista más de la misma, pues aparece y desaparece, sin discreción alguna, durante todo su desarrollo. 
El narrador, que se parece mucho al autor, aunque éste se encargue de desmentirlo, aparece una y otra vez interrumpiendo el hilo del relato para contarnos el origen y el proceso de documentación de la novela. Las entrevistas con sus colegas académicos, la investigación sobre cómo llegó La Enciclopedia a la Academia, la ruta que seguirán los protagonistas, las idas y venidas en el París prerrevolucionario. En este making-off literario aparecen personajes reales, como Pedro J. Ramírez, Francisco Rico o Víctor García de la Concha, que dan verosimilitud al texto.
El gran mérito de Pérez-Reverte es  lograr que el relato de la aventura dieciochesca y el proceso de documentación casen de una forma natural. De tal manera que hasta se agradecen esas apariciones del narrador que suele dejar en bandeja la continuación de la trama.

Por último, en el íncipit se menciona un duelo en el que dos espadachines se baten al amanecer. Este hecho esconde una de las muchas aventuras que acontecen a los protagonistas en la capital francesa. Evidentemente, a una novela de Arturo Pérez-Reverte sin espadachines le falta algo. Es uno de los momentos que más he disfrutado. Zárate, batiéndose contra el francés Coëtlegon por una mujer, Margot Decenis, por el honor, para volver a sentir la juventud, la vida.

Hombre buenos, una novela para aprender, pero sobre todo para disfrutar de la lectura. 









4 comentarios:

  1. Razón tienes: de las mejores novelas de Pérez-Reverte, si no la mejor. Lo tiene todo, reflexiones interesantes, razón frente a fanatismo, aventuras, una época y un París muy atractivos y, por supuesto, la maestría del autor con una pluma (teclado) en la mano.
    Yo también tengo reseña, por si te interesa, pero ahora que lo misro para ponerte el enlace es de hace casi cinco años. ¡Cómo pasa el tiempo!
    https://elblogdelafabula.blogspot.com/2015/10/hombres-buenos-arturo-perez-reverte.html
    Un beso.

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    1. Hace tiempo que quería leer esta novela. Había leído tu reseña y la de Juan Carlos Galán así que iba con garantías. El tema ya me atraía y también la época.
      Me ha parecido muy interesante la aparición del narrador/autor a lo largo de la novela explicando cómo se documentaba y cómo iba a afrontar la escritura de cada escena. Un Pérez-Reverte muy vilamatiano. Chapeau.
      Un abrazo.

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  2. Se lo regalé a un compañero un día del libro, un poco a ciegas, guiándome por la sinopsis. La época en la que está ambientada es muy interesante, verdaderos tiempos de cambio que alumbrarían un mundo nuevo, donde valores antiguos se resisten a desaparecer. Será una buena lectura veraniega.
    Un abrazo.

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    1. Es un buen regalo. No te has equivocado. Creo que reconstruye bastante bien una época en la que estaba a punto de saltar por los aires al Antiguo Régimen. También me ha gustado el juego metaliterario que hace contándonos los entresijos de su escritura. Es lo mejor que he leído mejor de Pérez-Reverte, aunque tan solo he leído la serie de Alatriste, "Territorio Comanche" y "El Club Dumas.
      Un abrazo.

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