sábado, 3 de marzo de 2018

Adiós a Berlín, de Christopher Isherwood



Este libro llegó a mi estantería sin demasiadas pretensiones. Lo adquirí porque me atrajo el título y el nombre del autor. Adiós a Berlín, de Christopher Isherwood. Sonaba bien. Un inglés que se despide de la capital alemana. Imaginé que, o bien se situaba en la Alemania nazi, o bien lo hacía en la Alemania partida de la Guerra fría. Más tarde descubrí que me equivocaba. Lo que me decidió definitivamente a hacerme con la novela fue el nombre el traductor. Adiós a Berlín había sido traducida nada menos que por Jaime Gil de Biedma. Si un poeta de tal calibre decidió traducirla sería por algo, así que me la llevé a casa.
Más tarde supe que la célebre película Cabaret se había inspirado en esta obra. Y que la trama se desarrollaba durante los últimos años de la República de Weimar, que fue precisamente el tiempo que el autor vivió en Berlín. La llegada de Hitler al poder el 30 de enero de 1933 fue lo que le hizo despedirse. Seis años después, a las puertas de la Segunda Guerra Mundial, Christopher Isherwood publicaría esta novela.

Tengo la sensación de que existe en la conciencia colectiva que la Alemania nazi ocupó la mayor parte del periodo de entreguerras. El motivo es evidente. La Alemania de Hitler fue una etapa tan irracional dentro de la evolución política europea que sigue en el centro de todas las miradas. Su sombra es tan alargada que oculta todo lo demás. No obstante, de los veintiún años del periodo de entreguerras  (desde 1918 hasta 1939) , quince de ellos, Alemania fue una democracia liberal, la República de Weimar, y se mantuvo a flote a pesar del huracán de posguerra al que tuvo que enfrentarse: el pesado fardo del Tratado de Versalles, el intento de la  Liga Espartaquista de imitar la Revolución bolchevique, el golpe del Hitler en Munich, haciendo lo propio con la Marcha sobre Roma de su idolatrado Duce, o la desorbitada hiperinflación que empobreció a las clases medias alemanas. A todo esto sobrevivió este régimen de libertades que fue en gran medida modelo de la Segunda República española. Incluso, a partir de 1925, parecía que la economía alemana estaba mejorando, arrastrada por la bonanza norteamericana, debido a que Estados Unidos se había convertido en su principal inversor. Para poder hacer frente a los enormes pagos en concepto de reparaciones de guerra, la economía alemana debía funcionar y Estados Unidos era el principal acreedor de los aliados, de modo que era el país más interesado en reflotar Alemania. Durante estos años, el partido nazi y el partido comunista no tuvieron buenos resultados electorales. Socialdemócratas y democristianos, pilares de la República, parecían controlar la situación. Sin embargo, tanto nazis como comunistas estaban bien organizados y hacía mucho ruido. Sobre todo los primeros, que habían logrado atraer a sus filas a muchos excombatientes de la Gran Guerra resentidos con la República de Weimar por considerar humillante firma del Tratado de Versalles. Éstos, que no se readaptaron a la nueva vida civil, seguían armados y uniformados paramilitarmente en las Secciones de Asalto nazis, y necesitaban nuevos enemigos. Hitler se los proporcionó: comunistas, sindicalistas, socialdemócratas, judíos...
Los gobiernos de la República de Weimar fueron condescendientes con los nazis. Temían más a los comunistas, de modo que dejaron hacer a Hitler. La Crisis del 29 supuso un duro mazazo a la economía alemana. La cifra de parados se disparó. Comunistas y nazis vieron una oportunidad para hacerse con el poder gracias al apoyo de muchos alemanes desencantados con los gobiernos de Weimar, impotentes ante la crisis. De nuevo, la pobreza hacía mella en una población castigada. De nuevo se polarizaba la situación política.
En este contexto se desarrolla Adiós a Berlín de Christopher Isherwood.

El escritor vivió en Berlín como profesor de inglés entre 1930 y 1933. Tenía por entonces 26 años. En la novela se convierte en protagonista y testigo de esos momentos cruciales. No es una novela política. Isherwood no se posiciona ideológicamente, tampoco sus personajes lo hacen. Aunque se intuye. Tampoco es una novela de grandes reflexiones. Está escrita, más bien a modo de documental, como si la cámara se quedara tan sólo en la superficie, en el temblor de un maremoto que lo arrasará todo tiempo después. Me recuerda a Hemingway en París era una fiesta, y a su “teoría del iceberg”.

La obra está dividida en seis capítulos en los que el narrador testigo es el propio Isherwood. El libro se abre y se cierra con dos capítulos narrados en presente, en forma de diario. En el primero describe su llegada en 1930; en el último, su inminente partida tras el nombramiento de Hitler como Canciller en 1933. Los otros cuatro capítulos están dedicados a diferentes personajes que se cruzan en su camino. Isherwood es personaje de su propia novela internándose en diferentes ambientes, desde la pobreza de los Nowak, uno de cuyos miembros se relacionan con el partido nazi, hasta la opulencia de los Landauer, que ven como el creciente poder del nazismo se convierte en una amenaza.
Los personajes más destacados son Sally Bowles, una actriz británica que intenta sobrevivir de sus actuaciones en teatros y cabarets berlineses (personaje en que se inspiró Cabaret de Bob Fosse e interpretó la inolvidable Liza Minnelli). «Sabes una cosa, le gustaba decir [a Sally], qué diría toda esta gente si supiesen que estos dos vagos van a ser el novelista más maravilloso y la actriz más grande del mundo» (p.50). Peter Wilkinson, un rico inglés y Otto Nowak, un alemán pobre, una pareja con los que el autor pasa unos meses de ociosas vacaciones en la isla de Ruegen presenciando sus continuas discusiones conyugales. La familia Nowak, de clase trabajadora empobrecida que culpa a la democracia de su situación, con quien vive un tiempo en su destartalada casa. Los Landauer, rica familia de origen judío, ya en el punto de mira de los nazis, y con quien Isherwood se relaciona cuando se convierte en profesor de la joven Natalia Landauer.

En Adiós a Berlín, Isherwood nos muestra una ciudad decadente y atractiva en la que las libertades están a punto de ser pisoteadas. El último capítulo, “Diario berlinés, invierno 1932-1933”, es la crónica del final de la fiesta berlinesa.
«Anoche, Fritz Wendel me invitó a una vuelta por los “tugurios”. Íbamos un poco en plan despedida, porque la policía ha empezado a interesarse por esos lugares. A menudo hacen registros y toman nota de los nombres de los clientes, Incluso se habla de una limpieza general de Berlín» (p.208).
«Oído en un café: un joven nazi sentado con su novia discute el futuro del partido. El nazi está borracho. “sí, si ya sé que ganaremos, de acuerdo” exclama impacientemente, “pero no basta”. Y golpea la mesa con el puño: “¡Tiene que haber sangre!”(p. 216).

Hay romanticismo y melancolía en las páginas de Adiós a Berlín. Cuando Isherwood la publicó en 1939, aquel mundo había desaparecido por completo. La ciudad sufrió lo indecible durante el nazismo con las terribles persecuciones, durante la guerra, con los continuos bombardeos aliados, durante los largos años de la Guerra fría... La caída del Muro lo cambió todo. Puede que Berlín sea hoy heredera de aquella ciudad abierta y bulliciosa de los años 20. Isherwood no vivió para verlo.





Traducción de Jaime Gil de Biedma


                                                             


6 comentarios:

  1. Yo lo leí precisamente porque supe que era la inspiración de "Cabaret". Me gustó mucho. He visto recientemente una serie ambientada en la época de la República de Qeimar donde se muestra todo lo que cuentas. Se titula "Babylon Berlin". Hay dos temporadas y parece ser que están rodando una tercera. Es policíaca y está maravillosamente ambientada.
    Me gustó tanto esta novela que más tarde leí, del mismo autor, "Un hombre soltero" (que también tiene una formidable película con el mismo título interpretada por Colin Firth y Julia Roberts.
    Una muy buena reseña muy bien contesxtualizada.
    Un abrazo.

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    1. Hola Rosa,
      Isherwood ha sido todo sido un descubrimiento. Seguiré leyéndolo y tomo nota de "Un hombre soltero". Respecto a la Alemania de los años 20, leí "Una princesa en Berlín" de Arthur R.G. Solmsenn, una novela estupenda, pero no sabía de una serie ambientada en esa época tan interesante. La veré, seguro. Gracias por la recomendación.
      Un abrazo.

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  2. Tienes razón, la historia se ha centrado en el estudio del nazismo ya en el poder y el periplo de Alemania guerra, olvidando el momento previo, de ebullición cultural y liberal de Berlín. La crisis golpeó Alemania con fuerza y abrió la puerta a un partido que hasta entonces era marginal. Al menos creo que esta lección destructiva vacunó a la generación siguiente contra el populismo. Ya veremos si el efecto de la vacuna sigue en este nuestro siglo XXI...
    Desconocía la vinculación de la novela de Isherwood con "Cabaret". La buscaré en mi biblioteca.
    Feliz domingo.

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    1. Quiero pensar que tanto sufrimiento sirvió para algo. Que esa vacuna es eterna y que imposibilita a Europa (y sobre todo a Alemania) a caer en los mismos errores. Pero por lo que leo en la prensa, tengo la sensación de que no es así, de que la vacuna está perdiendo efecto. Parece que no hemos aprendido del todo la lección.
      Un abrazo,
      y buen domingo.

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  3. Que lo haya traducido Gil de Biedma y que haya inspirado "Cabaret" serían ya motivos suficientes para leerlo, pero por mi cuenta añado uno más: Hace unos meses vi la serie "Babylon Berlin", un thriller socio-político situado durante la República de Weimar; la serie me encantó. Esta época de entreguerras en Alemania es muy muy interesante.
    Tomo nota del título y la buscaré
    Un abrazo, tocayo

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    1. Hola Juan Carlos. ¡Qué casualidad! Precisamente acabo de terminar de ver el primer capítulo de "Babylon Berlín", que esta misma tarde me recomendaba Rosa Berros. Y me ha gustado mucho la ambientación, los personajes, la trama... He reconocido perfectamente los escenarios de la novela en la serie. Las casas destartaladas, la falta de dinero para pagar el alquiler, los locales de baile, el frío berlinés o la polarización política. Tiene una pinta estupenda.
      Un abrazo.

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