Esta semana nos
ha llegado, desde la otra orilla del Atlántico, la noticia de la muerte del
poeta
chileno Nicanor Parra.
Enseguida pienso en Roberto Bolaño, que lo consideraba el “mejor poeta vivo en
lengua española”; y en aquellos versos de
Parra a los que Bolaño dedicó un artículo recogido en Entre paréntesis y que ponía fin al eterno debate sobre quienes eran
los cuatro mejores poetas chilenos; si Pablo
Neruda, Vicente Huidobro, Nicanor Parra y Gabriela Mistral; o si
Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Pablo de Rokha.
Los versos dicen
así:
«Los cuatro
grandes poetas de chile
Son tres:
Alonso de Ercilla
y Rubén Darío»
Ambos pasaron por
Chile y Chile les marcó. El primero era un soldado español de tiempos de Felipe
II, y el segundo un joven emigrante nicaragüense. Los versos fueron un juego de
Parra con unos de Huidobro que decían:
«Los cuatro
puntos cardinales
Son tres
El sur y el
norte»
A Bolaño le
encantaban estos versos de Parra porque recogían una gran enseñanza: «que el
nacionalismo es nefasto y cae por su propio peso...» (Entre paréntesis, p.46)
(Nicanor Parra con Roberto Bolaño e Ignacio Echevarría)
En el libro de
Bolaño, son muchas las páginas dedicadas a su idolatrado antipoeta.
Transcribo el
pasaje en el que narra el momento en que lo visitó por vez primera:
«Para mí, Parra
es desde hace mucho el mejor poeta vivo en lengua española. Así que la visita
me pone nervioso. Bien pensado no debería ser así, pero la verdad es que estoy
nervioso, por fin voy a conocer al gran hombre, al poeta que duerme sentado en unas
silla, aunque su silla, en ocasiones, es una silla voladora, a propulsión a
chorro, y en ocasiones es una silla taladradora, subterránea, en fin, que voy a
conocer al autor de los Poemas y
antipoemas, el tipo más lúcido de la isla-pasillo por la que deambulan de
punta a punta y buscando una salida que no encuentran, los fantasmas de Huidobro,
Gabriela Mistral, Neruda, De Rokha y Violeta Parra» (p.69).
Precisamente en este libro, Poemas y antipoemas, publicado en 1954, Nicanor Parra escribió su Epitafio.
«De estatura
mediana
Con una voz ni
delgada ni gruesa
Hijo mayor de
profesor primario
Y de una modista
de trastienda;
Flaco de
nacimiento
Aunque devoto de
la buena mesa;
De mejillas escuálidas
Y de más bien
abundantes orejas;
Con un rostro
cuadrado
En el que los
ojos se abren apenas
Y una nariz de
boxeador mulato
Baja a la boca de
ídolo azteca
—Todo esto bañado
Por una luz entre
irónica y pérfida—
Ni muy listo ni
tonto de remate
Fui lo que fui:
una mezcla
De vinagre y
aceite de comer
¡Un embutido de ángel
y bestia!»
Dice la prensa chilena que en estos días se escucha jolgorio en el cielo de la isla-pasillo.
Silvio Rodriguez. Chile, 1990
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