Los fantasmas son los espíritus de los muertos —también, a veces, de los vivos— que se manifiestan de forma perceptible en lugares que frecuentaban en vida, o en asociación con sus personas cercanas. Estas almas errantes suelen manifestarse cuando alguien los llama. Ismael Orcero Marín invoca a sus fantasmas y los pone en escena, para hablar con ellos, para que le muestren el camino hacia el centro de sí mismo. Los fantasmas de Orcero Marín son las musas que le acompañan en el viaje de la escritura y de la vida .
El Teatro fantasma es el álbum de fotografías de un narrador protagonista que va mostrando retazos de su vida a través de los recuerdos que le evocan esas imágenes. Es un libro de la memoria, como La invención de la soledad de Paul Auster. «Recuerdo esos años entre la memoria y la invención», dice el narrador. Es un libro intimista, con un tono nostálgico que me recuerda al Austerlitz de W.G. Sebald. No es tanto una nostalgia melancólica como una nostalgia más bien serena, que invita al protagonista a reflexionar sobre su vida, a reencontrarse consigo mismo relatando su pasado desde un presente algo difuso. Sus padres, sus amigos, su trabajo, sus vecinos y su compañera Diana son los otros protagonistas que el narrador pone sobre las tablas de este teatro. En él aparece la vida como un libro que se escribe al tiempo que se vive. La vida escribiéndose a sí misma y el lector como testigo de lo que acontece. Aparentemente no hay una sucesión lineal de los acontecimientos narrados, sino que el autor ofrece una narración fragmentaria en forma de capítulos cortos. Digo aparentemente, porque sí hay un imperceptible hilo conductor que enlaza los diferentes fragmentos que cada vez se va haciendo más patente. El narrador da unas pinceladas de su memoria en cada capítulo. Su trazo es fino y preciso. En estos pigmentos hay amor, ironía, dolor, humor y desencanto. Desencanto hacia un presente que no es el que imaginaba, hacia una sociedad que deja a muchos en la estacada, en el paro, en la miseria, en la indigencia. También hay lugar para la esperanza porque la vida tiene su cara y su cruz, sus luces y sus sombras. Nuestro protagonista busca la luz en sus fantasmas, en sus recuerdos familiares, en su trabajo y en Diana. Los objetos evocan los recuerdos del protagonista: la pluma estilográfica, como el cetro de un rey, le recuerda a su padre; la cafetera (el café siempre presente como bálsamo de fierabrás) a su madre. Los indios de plástico (¡la portada es maravillosa!) a su infancia. Y después, llegó el futuro: la crisis económica, el miedo a la indigencia, la emigración imposible, la búsqueda de trabajo, la pérdida, la desolación, la huida, y el amor como tabla de salvación.
El contenido del libro me atrae por cuanto me veo en muchas de las historias que se narran. Muchos de los recuerdos del protagonista son parecidos a los míos, a los de la generación que fuimos niños en los ochenta y adolescentes en los noventa. Ismael Orcero consigue hacer una obra de arte con una materia prima que está al alcance de todos, porque cada uno tiene su propio teatro fantasma. Su talento como escritor se manifiesta desde la primera página. El lenguaje es rico, preciso, fluido, salpicado de imágenes, símiles y metáforas. Teatro fantasma es un libro de una gran belleza. Una gozada de lectura. Ismael Orcero Marín, un gran descubrimiento. Para seguirlo de cerca.
Aquí dejo una muestra de la calidad de esta pequeña joya:
«Paso en la pantalla de mi ordenador esas fotografías, una tras otra, y apago las luces como en aquellos pases de la memoria. Muchos de los que aparecen se han transformado o han muerto, convirtiendo esa proyección en una sesión de espiritismo. Recuerdan a fantasmas que se manifiestan para contar su historia. Es como un teatro de guiñol entre dos mundos». (p.20)
«Vestimos ropa ridícula, con rombos y colores apagados, nos sentamos en sofás de escay y sonreímos felices en cada foto. Sonreímos porque el papel nos hacía inmortales, y porque era inmoral inmortalizar la tristeza». (p.18)
«Después nos dejaron en el tanatorio. Como náufragos en un mar de aguas revueltas, agarrados a nuestro luto, nos quedamos allí, a la espera de que al día siguiente alguien viniera a rescatarnos, a la deriva de una noche larga donde las estrellas se habían apagado». (p.29)
«Los escombros de una vida son los cimientos de la otra». (p.33)
«Es invierno y hay muchos días grises. Si lo pienso. Al contrario de lo que mucha gente asegura, el gris no es un mal color. Refleja el color de la plata. Y por eso pienso que las mejores cosas me han sucedido en días grises» (p.37)
«Las tazas del desayuno del fin de semana convierten la palmadita en la espalda del lunes en un abrazo». (p.44)
«En las estrellas tratamos de leer las casualidades. La casualidad de lo que somos, de lo que fuimos y de lo que seremos. La casualidad de lo que no somos, de lo que no fuimos y de lo que ya no seremos […] Esa vida en la que el día a día, con los bolsillos vacíos, nos ha pesado y en la que, después de todo, sabemos que no podía ser de otra manera». (p.56)
«La crisis fue la guerra que le faltaba vivir a los de nuestra generación. Una guerra sin bombas, pero al fin y al cabo, una guerra». (p.59)
«En mi mente seguía la emoción de verme como el doctor Fleischman. ¿Pescaría? ¿Llevaría manoplas? A mi cabeza vinieron los relatos de los marino que había conocido en la ficción. Demasiado bajo para ser Corto Maltés, demasiado calvo también. Demasiado cobarde para vivir en un mundo sin Seguridad Social». (p.66)
«Los días son nublados y nos hacen felices después de que el sol nos haya hecho llorar tanto. No queremos volver a casa». (p.87)
«Ahora solo me interesa el libro que ha brotado de estas hojas. Este libro que se escribe mientras se lee. Escrito a fogonazos, como un álbum de fotografías, un libro sin final». (p.92)
«Hace años, cuando era adolescente, soñaba con tener todos mis libros en la biblioteca de la torre de una mansión. Luego, me conformé con un sótano donde leería en penumbra las ficciones de otros y escribiría las mías». (p.103)
Yo, tanto en los ochenta como en los noventa era bastante adulta, ja, ja. De hecho, terminé la carrera en el 81.
ResponderEliminarHe leído los dos libros que mencionas, el de Auster y el de Sebald. Me gustaron, pero el ejercicio de nostalgia al que obligan es uno de los que más difíciles me resultan.
Recordar duele. Algunos recuerdos levantan ampollas y hacen que una se ruborice. Son aquellos errores cometidos que ahora nos avergüenzan; otros, duelen por la felicidad perdida que suponen, por el tiempo ido, por la persona desaparecida, por los niños que ya no lo son.
Carezco de fotos en mis superficies. Me duele ver el pasado perdido. Y sin embargo, la belleza de las frases que citas al final, me atrae hacia este libro.
Un beso.
En este caso creo que el autor se busca a sí mismo en las fotografías antiguas, en el rostro y en los gestos de sus padres. Es un ejercicio de nostalgia que viene motivado por la pérdida de la madre. Y de ahí sale este libro, una especie de pase de diapositivas escritas sobre la vida del autor, de dentro a fuera y viceversa, intimismo y realismo al mismo tiempo.
EliminarA mi también me duele mirar esas fotografías que muestran todo lo que queda atrás, pero creo que es un dolor necesario para poder contemplar la vida en perspectiva. Intento no mirarlas demasiado, aunque este año la pérdida de mi padre me ha llevado a tener el teatro abierto todo el tiempo. Y es curioso cómo se cruzan en mi camino este tipo de libros de la memoria.
Un beso, Rosa.
Hola, Juan Carlos. Me gusta, por afinidad generacional. La portada con los indios de plásticos ha sido una "magdalena", cuántos recuerdos de aquellos tiempos. Suelo mirar al pasado con un mezcla de nostalgia y rabia, sobre todo por el tiempo mal empleado o directamente desperdiciado. Los fragmentos tienen un deje más bien melancólico, echaré un vistazo a Boria ediciones de paso.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es un libro peculiar. No es novela, ni un libro de relatos, ni un diario. Es una mezcla de esos tres géneros. Puede que haya cierta melancolía porque el libro gira en torno a un doble duelo del autor, pero va más allá. Su mirada me ha parecido auténtica. Me ha gustado. Por supuesto, la afinidad generacional es un punto añadido.
EliminarCreo que es de lo último de Boria, editorial que sigue al pie del cañón publicando estas joyas.
Un abrazo.