Continúo con el periplo por la obra de Andrés Trapiello. Desembarco en su primera novela, publicada en 1988 y titulada La tinta simpática.
Tres elementos se cruzan para hacerme atractiva esta novela.
El primero es conocer al primer Trapiello, que tras publicar tres libros de poemas y algún ensayo se atreve con la narrativa. No es un joven recién salido de la facultad. Cuando se publica tiene treinta y cinco años. El segundo elemento es el título: La tinta simpática, esa tinta invisible, mágica, que esconde secretos que terminan por olvidarse. Me gusta el título. El tercero es la portada, uno de los dos paisajes de la Villa Medicis que pintó Velázquez en uno de los viajes que hizo a Italia, seguramente en el segundo. Es una de mis pinturas favoritas, un cuadro que observo a menudo. Me pregunto de qué hablarían los dos personajes situados en bajo el arco. Qué les diría la mujer que tiende una sábana y se asoma sobre la balaustrada. Me pregunto qué hay tras esa especie de cimbra de madera que hay entre las columnas ocultando el otro lado. Me fascinan esos cipreses mecidos por el viento, esa mancha roja (¿una flor?) situada bajo el seto que rompe la monotonía cromática del lienzo, la grandeza del jardín, la eternidad del arte, lo pequeña y efímera que es la vida.
Leo La tinta simpática en dos tardes. Roma. Finales de los años setenta. Giulio Corso, pintor de cierto renombre, envejece frente al Panteón de Agripa. De entre las fotografías de sus cuadros aparece uno que no recuerda haber pintado. Es un jardín, con una mujer sentada en un banco, leyendo un libro. Ese cuadro se convierte en su obsesión. Busca el jardín en vano. Está seguro de que no lo ha pintado él, pero es su estilo y está en el catálogo de su obra. Cansado de la búsqueda, decide viajar a Madrid cuarenta años después. La visita a un viejo amigo lo cambiará todo. Los recuerdos afloran. Su vida en España cuando era joven, el inicio de la guerra, un amor olvidado, su fusilamiento, una hija desconocida, un jardín, un cuadro.
«Qué melancolía encontrar lo que no se ha perdido. Qué tristeza que nos arrebaten lo que no buscábamos. En el plazo de unos días Corso se veía con otra biografía, entre otras manos, con otros afectos. Como si aquella vida que no había vivido, le hubiera vivido a él sin saberlo. Tal vez no somos más que una vida escrita con tinta simpática, entre renglones que todos pueden ver, hasta que un día la llama que creíamos extinguida va sacando datos, fechas, intenciones, afectos que nadie, ni nosotros mismos, sospechaba. Pero para entonces es siempre demasiado tarde. Porque la misma llama que saca a la luz nuestro vivir secreto, va quemando, destruyendo, lo que habíamos escrito hasta entonces a los ojos de todos. Lo que habíamos vivido desaparece por el fuego y lo que no podíamos vivir, emerge, fantasmal, errático. De esta manera tenemos ante nosotros una existencia en la que no podemos leer y una vida que nunca ha sido escrita sino con invisibles trazos del sueño, amargos como el limón» (p. 148)
En esta obra ya se observa su prosa cuidada, precisa, impoluta. El tono pausado, tranquilo, sosegado. El autor leonés escribe una novela sobre el arte, la memoria y el olvido, el paso del tiempo, el amor truncado por la guerra, la vida vivida, la vida no vivida.
Muy grande, Andres Trapiello.
"Qué melancolía encontrar lo que no se ha perdido..." Efectivamente, muy grande, enorme diría yo. Te voy a ir siguiendo y dejando que me guíes por la bibliografía de mi paisano.
ResponderEliminarPor cierto, hablando de paisanos, ¿has leído a Luis Mateo Díaz? Sin desmerecer a Trapiello, creo que Luis Mateo Díaz es el mejor de los escritores leoneses... aunque quién sabe lo que pensaré tras otro par de novelas del que nos ocupa.
Esa historia de un pintor que no recuerda haber pintado su cuadro y empieza a recordar su vida y a encontrar lo que no sabía que había perdido (y por lo tanto no lo había perdido) es mucho más de aquello a lo que me puedo resistir.
Un beso agradecido. Por mí y por mi tierra que, a decir de Julio Llamazares (otro grande del lugar), es "una raza de pastores que perdió su libertad cuando perdió sus ganados y sus pastos".
Vaya trío de ases leoneses!
EliminarNo he leído a Luis Mateo Díez, aunque tengo en casa “La gloria de los niños”. Lo compré cuando se publicó pero en el estante sigue. Seguiré tu recomendación.
De Llamazares solo he leído su clásico “La lluvia amarilla” y es maravilloso.
Continuaré con Trapiello hasta que me canse, cosa que de momento no ha ocurrido sino todo lo contrario.
Un abrazo.
De Luis Mateo Díaz, para mí, lo mejor sigue siendo "la fuente de la edad", una de sus primeras novelas. Sé que es por una cuestión personal, pero le tengo un cariño especial a ese libro.
EliminarPues lo acabo de comprar y va a ser una de mis próximas lecturas. Me voy a estrenar con “La fuente de la edad”.
EliminarHe comprado recientemente “El buque fantasma” a raíz de una de tus reseñas. Y queda claro, que hay personajes y momentos de la Historia a los que volver a ellos resulta un bálsamo cultural. Pertenecen a la estantería de obras que atraen la atención tanto del erudito como del hombre de la calle.
ResponderEliminarApunto esta otra sugerencia de Trapiello y me quedo con "Tal vez no somos más que una vida escrita con tinta simpática, entre renglones que todos pueden ver..."
Un saludo.
La frase resume bastante bien el argumento de la novela. No es una novela para eruditos pero tampoco es un libro de fórmula para pasar el rato. Para ser su primera novela, hay profundidad y contiene temas que invitan a la reflexión. Lo mismo ocurre con “El buque fantasma”. Espero que lo disfrutes.
EliminarUn abrazo.