sábado, 27 de octubre de 2018

Cambios, de Mo Yan




En contra de todas las recomendaciones, últimamente me ha dado por comenzar la casa por el tejado. Lo que me asombra es que, a veces, el tejado queda suspendido en el aire, sin necesidad de pilares o de muros que lo sustenten. Y no queda nada mal esa construcción minimalista que desmiente la ley de la gravedad. Bajo ella me refugio de las inclemencias del tiempo. Me explico. Antes de leer la obra que ha hecho célebre a un autor (o autora), he tomado la (fea) costumbre de leer sus libros más autobiográficos, esos que en teoría aclaran muchas de las cuestiones de su obra no autobiográfica. En mi defensa diré que es el azar quien se encarga de ponerlos en mis manos. Me ocurrió con Coetzee, con Modiano, o con Kureishi. Ahora me ha pasado con el primer libro que leo del escritor chino Mo Yan, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2012. Se titula Cambios. Un tejado suspendido en aire.

Reconozco que mi conocimiento de la historia y la cultura china se reducía a un comic de Tintín titulado El loto azul, en el que los chinos eran los buenos y los japoneses los malos. Mao Zedong (o Tse Tung, como se escribía hace unos años) todavía no había hecho acto de aparición en aquel enorme país de cultura milenaria controlado por las potencias occidentales (esto lo sé por la película 55 días en Pekín, ahora Beijing). De hecho, Mo Yan ha sido mi primer acercamiento la literatura china. Cuando compré el libro me sorprendió que en la contraportada los críticos lo consideraran «el Kafka, Faulkner o García Márquez chino». A punto estuve de devolverlo, pues dudaba de la explosiva mezcla que me podía encontrar ante semejante fusión. Podría ser del tipo: «Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento, Anse Bundren había de recordar aquella mañana en que despertó sobre su cama convertido en un monstruoso insecto». Tenía que verlo con mis propios ojos. Y lo cierto es que no he encontrado ni rastro del trío de ases en Cambios de Mo Yan. Pero seguramente eso me pasa por comenzar la casa por el tejado.

En Cambios, el autor recorre episodios de su vida desde la época agraria-comunista de Mao, hasta la China industrializada-capitalista de la actualidad. Lo hace en primera persona a través del protagonista de la novela llamado Mo Xie, nombre que se acerca sospechosamente al seudónimo de Guan Moye, que es el verdadero nombre de Mo Yan, cuyo significado «no hables» cobra especial sentido en la novela: « Yo era muy poca cosa, un desgraciado desde la infancia, un desgraciado en pasarme de listo para acabar metiendo la pata en todo. A menudo, cuando trataba claramente de hacer la pelota a algún profesor, éste creía que en realidad estaba intentando comprometerlo o meterlo en apuros. Cuántas veces exclamó mi madre: ¡Hijo mío, eres como el búho anunciando una buena nueva: por mucho que se esfuerce, a nadie alegra!, y era verdad» (p.9)

Mo Xie (Mo Yan) se sitúa en uno de los vértices de un triángulo en el que los otros dos están formados por He Ziwhu, un compañero irreverente que es expulsado del colegio, y Lu Wenli, la compañera guapa de la que todos están enamorados, sobre todo He Ziwhu. La China de la infancia de Mo era la China de Mao, en la que el presidente era una especie de Dios y los sueños de los niños de las familias campesinas, como la de Mo Yan, consistían en conducir el camión de origen soviético Gaz 51 que había en la aldea. Las únicas formas de ascenso social pasaban por entrar en la universidad, cosa nada fácil, hacer carrera en el ejército, que fue el camino que siguió Mo Yan, o en el caso de las mujeres, contraer matrimonio con un miembro de la aristocracia, es decir, del Partido Comunista Chino, que es el que siguió Lu Wenli.

Mo Yan intenta mostrar la enorme transformación (de ahí el título de la novela) sufrida por China desde los años 70 hasta los 90. Lo hace a través de su trayectoria vital y la de sus dos compañeros de pupitre, y de cómo esa transformación influyó irremediablemente en la vida de los tres. La que más opciones tenía de llevar una buena vida era Lu Wenli, la más prudente, educada y racional. Mo Yan y He Ziwhu eran un cero a la izquierda y poco se podía espera de ellos. Sin embargo, las cosas no salieron como era de esperar. Sin ir más lejos el joven Mo se convirtió en un escritor de éxito tras la publicación de la novela Sorgo rojo en 1987. A He Ziwhu no le fue mal en los negocios y amasó una fortuna en la nueva China capitalista. Quien no tuvo tanta suerte fue Lu Wenli.
«Indudablemente, eso formaba parte de las cosas inconcebibles, lo que demuestra que los asuntos de este mundo sufren infinitos cambios y evoluciones, que la suerte reúne a las parejas predestinadas a través de las más extrañas e imprevisibles coincidencias. No hay nada imposible» (p.98)


Cambios es un libro de luces y de sombras. Es interesante, por cuanto nos acerca a la infancia y a la adolescencia del futuro premio Nobel. Es una obra en la que hay humor, ternura y nostalgia. 
Sin embargo, creo que Mo Yan se queda en la superficie de todo. Pasa de puntillas por el momento en el que se produce su acercamiento a la literatura. Apenas si menciona la relación con sus padres o con su esposa. Y tampoco muestra sus pensamientos más profundos respecto a casi nada. Parece un autómata cuya vida está predeterminada por el Estado a pesar de que finalmente logra entrar en la universidad. Por otro lado, en mi opinión, la novela es demasiado complaciente con el poder. Incluso teniéndolo fácil para lanzarle un dardo cuando menciona las revueltas estudiantiles de 1989, Mo Yan escribe:
«Estudié con ahínco varios centenares de palabras [se refiere al inglés que estaba estudiando por entonces]. Pero no tardó en estallar el movimiento estudiantil, la situación fue cobrando una tensión creciente y mucha gente dejó de tener ganas de ir a clase. Como a mí desde el principio me faltaba voluntad, la excusa me vino muy bien para dejar de lado el estudio del inglés. Desde entonces he viajado a menudo al extranjero…» (p.93)
Con este triste párrafo despacha las protestas que terminaron en la masacre de la Plaza de Tiananmén y el posterior arresto de miles de personas. A Mo Yan le vino bien para dejar de lado el estudio del inglés…

Tendré que poner muros para sostener el tejado de Mo Yan, y tapar las grietas que tiene abiertas, que no son pocas. Veremos si lo consigo. Y sobre todo, veremos cuándo me pongo a ello.


 Traducción de Anne-Hélène Suárez Girard




4 comentarios:

  1. Ja, ja, me encanta la fusión que has hecho con Kafka, Faulkner y García Márquez.
    Yo sí he leído algo de literatura china, aunque la literatura oriental no es mi favorita, pero lo que he leído, me ha gustado.
    Vi hace mucho "Sorgo rojo", la película de Zhang Yimou, un director al que seguí durante aquella época, y me pareció muy hermosa sobre todo.
    Tal vez, el autor no deja de ser un producto de la alienación que tuvo que suponer aquel régimen tan autoritario y tan autocomplaciente y que tanta complacencia exigía. Y de ahí esa superficialidad y esa tolerancia con el poder.
    No creo que me anime a leerlo.
    Un beso.

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    1. Estoy pensando si ver “Sorgo rojo” o leer la novela primero. Si veo la película antes, la novela probablemente quede descartada. Todavía no he decidido si seguir leyendo a Mo Yan o dejarlo en el limbo. Me ha gustado cómo escribe, aunque la novela autobiográfica que he leído seguramente no esté entre lo mejor de su obra. Tengo la sensación de que está algo forzada por las circunstancias de su éxito. Sin embargo, el premio Nobel pesa mucho para descartarlo así, de buenas a primeras. Veremos en qué queda Mo Yan.
      Un abrazo.

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  2. Una pena que se quede en algo tan superficial, imagina el contraste con el libro de Zweig, ese si nos introduce de lleno en el espíritu de su época. No sé si la censura o el temor a represalias habrá pesado sobre Mo Yan a la hora de pronunciarse sobre ciertos temas. Veremos qué tal su narrativa, yo no lo he leído.
    Por cierto, vaya tela con las editoriales. La de veces que comparan a un autor con Faulkner o Kafka. Debe de haber un ejército de clones por ahí. Simple cuestión de márketing.
    Un abrazo.

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    1. La diferencia es abismal. No hay color.Y eso que Zweig no estuvo en la lista de los elegidos por la (loca) academia. Tengo la sensación de que la novela de Mo Yan está escrita con desgana. Una novelita de 130 páginas de carácter autobiográfico (con un tono plano) para salir del paso. Todo lo contario que las Memorias de Zweig, escritas con tanto entusiasmo, con tanta precisión. Vi en tu blog que las estabas leyendo. Espero que hayas disfrutado. Ya nos contarás.
      Un abrazo.

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