Finaliza
esta trilogía con el relato de la conferencia que dio Enrique Vila-Matas el pasado 31 de octubre en el Espacio O del Centro
Párraga de Murcia,
cerrando el seminario organizado por CENDEAC. (Ver Episodio I y Episodio II)
Martes.
20:00 horas. Segunda (y última) jornada. Cientos de niños disfrazados de
monstruos pululan por la plaza que hay fuera del auditorio. Desde dentro se
escuchan risas, gritos y petardos. Hoy el protagonista es el propio Vila-Matas,
que entra puntual a la cita acompañado por Fernando
Castro Flórez, quien hace la presentación correspondiente en medio del
petardeo. El recinto está lleno de lectores (al menos eso creo) de Vila-Matas.
Comienza la charla que lleva por título Teatro
de variedades. Con la voz de Vila-Matas, cesan las explosiones.
Habla
de sus inicios como conferenciante. Dice que prefiere escribir en casa, en
solitario, y que lo de las conferencias ligadas al oficio de escritor las
descubrió cuando ya había publicado cinco o seis libros. La primera de ellas
fue en Castelldefels, y en aquel momento estaba escribiendo Suicidios ejemplares, de modo
que comenzó diciendo de que hablaría del suicidio, pero aclarando al público
que en aquel momento no tenía pensado suicidarse. Al final de la conferencia,
una señora del público intervino recordando que había dicho que no tenía
pensado suicidarse, sin embargo, había estado fumando durante toda la
conferencia. Ahí empezó a sospechar que la gente que se sentaba en la parte de
atrás solía decir cosas muy raras en las conferencias. Otra de las conferencias
que recuerda tuvo lugar en el Escorial. En ella, un señor del público le
preguntó que cuando pensaba desaparecer. Vila Matas le preguntó que si se
refería físicamente o en el texto, a lo que el señor le respondió “me da
igual”. Esa pregunta del público le llevó a escribir Doctor Pasavento, que es una
reflexión sobre la desaparición del sujeto en occidente.
Dice Vila-Matas que tenía previsto leer la conferencia
titulada Bastian Schneider (en la que suele participar la artista
francesa Dominique González
Foerster), publicada por Seix
Barral junto a Doctor Pasavento, y que está
siendo el origen de un libro que está escribiendo ahora. Sin embargo, tras
leerla en el hotel ha decidido cambiar de planes. Es lo interesante del Teatro de variedades, que te
permite variar, señala. De modo que lee un cuento que publicó en prensa titulado No leeré más e-mails. Es un
relato que no conocía. El cuento está publicado en El País el día 22 de agosto de 2013. No tiene desperdicio, aunque me gustó más leído por el propio autor.
No leeré más e-mails
“Eric Satie no abría nunca las
cartas que recibía, pero las contestaba todas. Miraba quién era el remitente y
le escribía una respuesta. Cuando murió, encontraron todas las cartas por
abrir, y algunos amigos se lo tomaron a mal. Sin embargo, no era para enfadarse.
Cuando publicaron las cartas juntamente con sus respuestas, el resultado fue
muy interesante. “Esa correspondencia es fantástica porque todos ahí hablan de
cosas distintas y, por supuesto, esa es la esencia del diálogo”, comentó
Ricardo Piglia.
Este verano me embarqué en el velero Zacapa, un
Frers Dorado 36, bautizado con nombre de ron por el color de su madera. Dos
expertos navegantes —uno es publicista y dueño del barco y el otro es un
escritor amigo— me permitieron subir a bordo en el puerto de Marsella, la
ciudad donde con gran vorágine he pasado los últimos meses escribiendo mi
última novela y metiéndome en líos indeseables.
Debo decir que en ningún momento me obligaron a
colaborar en los trabajos del Zacapa, aunque, al parecer,
viendo que no arrimaba el hombro para nada y solo me limitaba a espiar sus
diálogos en alta mar, hubo momentos en que los dos sintieron deseos de tirarme
por la borda.
Finalmente, me dejaron en un hotelito en la bahía de
Nora, al sur de Cerdeña, junto las ruinas del poblado fenicio de Pula. Llevo
aquí cinco días entre la playa y la piscina y la visita obsesiva a las ruinas,
que son sin duda lo más interesante de los alrededores.
El wifi del hotel ha funcionado de forma tan
irregular que me ha desquiciado. Como venganza, pero también como juego de
despedida y guiño a Satie, voy a homenajear hoy a la verdadera esencia de todo
diálogo respondiendo e-mails que me
han llegado durante las vacaciones y que no he leído ni pienso leer.
Al e-mail 1 (un
gran amigo) le he respondido que no somos tan cabrones y que la prueba está en
que algunos figurones literarios deben más de uno de sus éxitos a que nos ha
dado apuro parecer envidiosos.
Al e-mail 2
(sospecho que un entrevistador) le he respondido que hay una escritora,
Elisabeth Robinson, que a la cuestión de si es autobiográfica o no su obra
narrativa siempre contesta: “Sí, el diecisiete por ciento. Siguiente pregunta,
por favor”.
Al e-mail 3 le he
recomendado no leer a los que tratan de imponer algún tipo de escritura
excluyendo a las demás, porque es de mendrugos no defender que han de existir
múltiples formas de literatura, tantas como formas de vida.
Al e-mail 4, el
entrenador del Bayern, (en la conferencia lo actualiza y habla del entrenador
del Manchester City) le he escrito diciéndole que los críticos presumidos sólo
mejoran cuando están morenos.
Al e-mail 5 le he
confiado que en Marsella soñé todo el rato que encontraba en la calle balas sin
detonar.
Al e-mail 6
(editor en crisis que solo ha defendido intereses comerciales y nunca
intelectuales) le he insinuado que en la adversidad conviene muchas veces tomar
por fin un camino atrevido.
Al e-mail 7 le he
dicho que me habría gustado refugiarme un año entero en París o en Nueva York y
huir de los capullos de mi tierra, pero ya es tarde para todo.
Al e-mail 8
(remitente de naturaleza envidiosa) le he contado que no iba a tardar nada yo
en untar de mantequilla una tostada.
Al e-mail 9 le he
dicho que la verdad tiene la estructura de la ficción.
Al e-mail 10 le
he explicado que no me molestaría conocer Abu Dabi si pudiera volver el mismo
día.
Al e-mail 11 le
he dicho que entre mis autores preferidos están David Markson y Flann O’Brien,
y todos los autores preferidos por Markson y O’Brien, y todos los autores que
estos, a su vez, preferían.
Al e-mail 12 le
he escrito como si le estuviera enviando una carta postal: De vacaciones en
Cerdeña. Ruinas y luna llena. Comida espectacular. Me he negado a hacer amigos.
Abrazos.
Al e-mail 13 le
he contado que me he cansado ya de esperar, de emprender, de lograr, de
abrochar y desabrochar, de perseverar, de insistir.
Al e-mail 14 (un
escritor principiante) le he dicho que no leo nada por miedo a encontrar cosas
que estén bien.
Al e-mail 15 le
he explicado que he podido confirmar que es cierto que cuando miras al abismo,
el abismo también te mira a ti.
Al e-mail 16 le
he contado que la mayor discusión de mi vida la tuve en Soria y duró dos días y
llegó a ser violenta: discutí sobre cómo se pronunciaba Robert Mitchum.
Al e-mail 17 le
he confirmado que Norma Jean Baker se mató.
Al e-mail 18 le
he recordado que todo permanece pero cambia, pues lo de siempre se repite
mortal en lo nuevo, que pasa rapidísimo.
Cuando iba a cerrar el ordenador, ha entrado desde
Marsella in extremis el e-mail19, al que he contestado que
no voy a pagarle mi deuda y que lo siento pero voy con prisas, porque salgo de
inmediato hacia las ruinas de Pula, donde —ya sabrá disculparme— lo he
dispuesto todo para esta noche suicidarme.
Tal vez me envíe otro correo. Da igual.
Entiéndaseme, es algo serio y yo sé que definitivo: no leeré más e-mails”.
Continúa
la conferencia hablando de una entrevista que le hicieron para a una revista
inglesa. Le preguntaron por sus cinco libros favoritos y trató de no caer en
lugares comunes para desconcertar al entrevistador. Sus cinco libros (algunos
inexistentes) fueron La
biblioteca invisible; Catálogo
razonado de libros inencontrables (sobre
dónde encontrar los libros inencontrables de Perec o de Bolaño); un libro
citado por Laurence Sterne en Tristram Shandy sobre la
importancia de las narices humanas, La
nueva enciclopedia de Alberto Savinio (hermano del pintor surrealista Giorgio
de Chirico) publicado por Acantilado, una joya que ha tenido mala suerte por la
escasa originalidad título. Finalmente menciona La siesta de M. Andesmás de Marguerite
Duras, una novela que pone nervioso a cualquiera pero que fue importante
para él. Es un libro que te gusta o lo detestas. Cuando lo escribió lo mandó a
leer a Sartre y a Beauvoir y le respondieron que no entendían
nada. Eso era una buena señal, dice Vila Matas, porque Duras estaba escribiendo
algo nuevo.
Habla
de los años en que conoció a Margarite Duras en París, cuando fue su casera a
la que intentaba evitar porque llevaba varios meses sin pagarle al alquiler.
Ésta y otras muchas historias las recoge Enrique Vila-Matas en su inolvidable París no se acaba nunca,
inolvidable porque fue el libro que utilicé como guía de viaje en la visita que
hice hace unos años a la capital francesa.
Lee
un texto que le encargaron sobre el riesgo (en literatura) titulado Impón tu suerte, (es un verso
de un poema de René Char).
También es el título de un libro que aparecerá en abril del próximo año en la
editorial Círculo de Tiza con artículos no publicados en libro.
Me da tiempo a escribir las primeras frases que lee. “Un escritor es un tipo
que se quita los guantes, dobla la bufanda, menciona la nieve, nombra la
guerra, se frota las manos, mueve el cuello, cuelga el abrigo y va más allá. Se
atreve a todo. Si no se atreve a todo no será jamás un escritor”. Dejo de
escribir y pongo atención a la intensidad con que lo lee. Es fantástico. Una
verdadera declaración de intenciones de Vila-Matas. Cuando llego a casa busco
en internet por si estuviera publicado en alguna revista o periódico y,
¡bingo!, ahí está, en la Revista de la Universidad Autónoma de México. Lo releo y veo a Vila-Matas. Es él,
en estado puro. Un manifiesto que debería leer cualquier persona que intente
dedicarse (o se dedique) al oficio de escribir.
Impón tu suerte
“Un
escritor es un tipo que se quita los guantes, dobla la bufanda, menciona la
nieve, nombra la guerra, se frota las manos, mueve el cuello, cuelga el abrigo
y va más allá y se atreve a todo.
Si
no se atreve a todo, no será jamás un escritor.
La
estirpe de los gladiadores no ha muerto. “Todo artista lo es”, escribió
Flaubert. Y he aquí unas palabras en las que tengo una fe absoluta. Creo que
sin fe no se hace nada en la vida. Tengo fe en el arte, y me gusta mucho el
verbo creer. En general, cuando alguien dice “sé”, es que no sabe, sino que
cree. Creo —como creía Duchamp— que el arte es la única forma de actividad por
la que el hombre como tal se manifiesta como verdadero individuo. Y también
creo que sólo gracias a esa actividad puede ese hombre superar plenamente el
estadio animal, porque el arte es una salida hacia regiones donde no dominan ni
el tiempo ni el espacio. Vivir es creer que el arte es la forma más alta de la
existencia. Pero, para creer en esto, hay que ser conscientes de que riesgo y
arte, riesgo y literatura, van de la mano. Y no olvidarse nunca de que, como
decía Derrida, todopoemacorreelriesgode carecer de sentido, y no sería nada sin
ese riesgo.
La
primera vez que leí esa frase, la entendí a la primera. Pero me di cuenta de que
me faltaba saber cómo podía exponerse uno de verdad escribiendo. Porque me
parecía obvio que en caso de arriesgarse había que hacerlo de verdad.
Por
los mismos días, leí a Michel Leiris y fue providencial. Exponerse al escribir,
según Leiris, era tratar de estar a la altura de un torero cuando salta a la
plaza; es decir, tratar de “introducir por lo menos la sombra de un cuerno de
toro en una obra literaria”.
Empecé
a detectar escritores que, al escribir, se la jugaban. Toda la vida los he
detectado, y eso me ha ayudado a discernir entre artistas y no artistas. El
último que detecté fue Mario Levrero: “No me fastidien con el estilo ni con la
estructura: esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida”.
Fue
justo al empezar la década de los noventa cuando una sombra de cuerno empezó a
introducirse en lo que hacía. Mientras escribía Suicidios ejemplares fui
consciente de que estaba trabajando en la propuesta deliberada de una obra
aparentemente extraña, que debía crear unos lectores que en aquel momento no
existían. Recuerdo que quería inscribir en un hipotético escudo de armas
literarias este lema salido de unos versos de René Char: “Impón tu suerte,
abraza tu felicidad y ve hacia tu riesgo. Al mirarte, se acostumbrarán”.
En
esos versos está encerrada toda mi vida como escritor. No inscribí lema alguno
en mi escudo, pero el lema lo llevé a la práctica nada más decidir que
impondría mi suerte, mi carácter, mi destino, mi oportunidad de salir al ruedo,
mi estilo, mi idea de lector nuevo, mi idea de una literatura distinta, mi idea
de poner algo patas arriba, mi idea de quitarme los guantes, doblar la bufanda,
mencionar la nieve, nombrar la guerra, frotarme las manos, mover el cuello,
colgar el abrigo, ir más allá y atreverme a todo.
No
lo dijo Bolaño, pero imagino que una noche habría podido decirlo: Si vas a
intentarlo, que sea a fondo. Si no, mejor que ni empieces. Puede que lo pierdas
todo, hasta la cabeza. Puede que sea todo una prueba de resistencia para saber
que puedes hacerlo. Y lo harás. A pesar de los momentos horribles, será mejor
que cualquier otra cosa que hayas imaginado. Te sentirás a solas con los
dioses, y cabalgarás la vida hasta la risa perfecta. Es la única batalla que
cuenta.
Como
en cada texto empecé a jugármela, no paré de recibir palos considerables. Palos
en las ruedas, palos en las manos que escribían. Palos españoles. “¿Así que no
os gusta? Pues ahora vais a tener que leer más cosas por el estilo, pero
subiendo más el tono, atreviéndome a más, voy a imponer mi oportunidad”, me decía
yo. No puedo ocultar aquí que el motor de mi obra lo han alimentado
esencialmente mis detractores. Aún hoy, cuando me miran o cuando escriben sus
limitadas reseñas, veo que no se han acostumbrado.
En
los países felices hay menos detractores, comprenden mejor los riesgos y
entienden que he ido a la escuela de la vanguardia y que a fin de cuentas la
mayoría de los novelistas contemporáneos que me interesan han ido a esa misma
escuela y no a la de la sociología de la literatura. ¿O no es significativo que
el libro más ambicioso de Gide fuera una novela sobre la escritura de una
novela, y que Ulises y Finnegans Wake parezcan por
encima de todo —como ha dicho Clement Greenberg— la reducción de la experiencia
a la expresión por la expresión, una expresión que importa mucho más que lo
expresado? ¿Acaso cometimos delito al inyectar a la narrativa una superior
conciencia de la historia?
Quien
mejor ha definido la relación del arte con el poder en España es Adolpho
Arrietta, el siempre joven amigo de mis años de París. En el espléndido retrato
que le hace Antonio Lucas en Vidas de
santos, se citan unas palabras suyas a Filippo Lubrano:
Para
mí, España es una ilusión, una ilusión embustera. Una invención de los medios.
No ha habido ninguna superación, ningún milagro. Es una mierda invivible para
cualquiera que quiera hacer arte.
Ni
qué decir tiene que para mí en Cataluña sucede otro tanto. Con el agravante de
que con el tiempo los riesgos que uno toma por su cuenta parecen haberse vuelto
más peligrosos todavía. De joven, el fracaso, que va proporcionalmente unido al
riesgo que hayas tomado, es soportable. Pero más adelante, el panorama que te
ofrece el país de la mierda invivible se ensombrece cuando uno observa que los
cuervos aún confían en presionarte lo suficiente para que no te atrevas en tu
próximo libro a arriesgarte; es decir, para que cada vez tengas más terror a
probar algo diferente. ¡Es tan raro todo! Los cuervos te reiteran a cada
instante que no te atrevas a dar el triple salto mortal y te recuerdan que aún
estás en el país en el que más se castiga a los que tratan de hacer una obra
fuera de ellos. Si caes en la trampa de estos paisanos estarás perdido para
siempre, porque lo que ellos buscan precisamente es que, al frenar tu pasión
por el riesgo, demuestres que no eras nada sin ese riesgo. Barcelona, 25 de
enero de 2016”.
Seguidamente,
Enrique Vila-Matas lee
un texto titulado Modo avión,
publicado precisamente hoy en El País.
Curiosamente es un artículo que leí anoche antes de dormir. Serían poco más de
las doce y ya estaba publicado. Incluso anoté en mi cuaderno las palabras con
las que termina. De modo que lo tengo fresco en la memoria. Ahora lo escucho en
la voz de Vila-Matas:
Modo avión
“Leí que la crisis catalana estaba
generando problemas psicológicos y los médicos recomendaban el móvil en “modo
avión” para desconectar de vez en cuando de la realidad y “dedicarse, por
ejemplo, a leer algún libro”. Y ni qué decir tiene que juzgué atinado ponerse a
leer en pleno fragor de la batalla. Después de todo, hay una gran literatura
que está pensada, no para leerla con una lámpara cayendo sobre la cama, sino
con el resplandor mismo de la pólvora. Ahora bien, me pareció que detrás de esa
bondadosa recomendación a leer “algún libro” había alguien subestimando, una
vez más, la fuerza de la literatura. Nada, por lo demás, demasiado extraño
cuando los mismos cerebros de las campañas de promoción de la lectura se dejan
luego caer por los bares preguntándose para qué sirve la literatura habiendo
tantas múltiples ofertas culturales que compiten con ella. Y alguno incluso
viene y te recuerda que a la dichosa materia literaria la dimos por vana y por
culpable después de Auschwitz.
A los que les gustaría hundir ya del todo a la
literatura habría que recordarles, por ejemplo, que la obra de Beckett, con su
indagación infatigable sobre la miseria humana, vino a demostrar después de
Auschwitz que la literatura, más allá de cualquier delirio de poder, seguía
teniendo vida y recorrido propio. No hace mucho, Antoine Compagnon se
preguntaba si podía existir homenaje más alto a la literatura que el de Primo
Levi, en Si esto es un hombre, contando la Divina Comedia a
su compañero de Auschwitz: “Para vida animal no habéis nacido / sino para
adquirir virtud y ciencia”.
No sé bien por qué he ido a parar a Dante. Pero,
como dice Maria Gaínza en su excepcional El nervio óptico (Anagrama),
“supongo que siempre es así: uno escribe algo para contar otra cosa”.
Voy en “modo avión” volando hacia Alicante, donde me
espera un coche que me llevará a Murcia. Intento alejarme del estrés de los
últimos días y para matar el tiempo imagino que mi vecino de asiento quiere
saber si la literatura no es algo que pertenece a otra época. Ha llegado el momento de proteger
la cultura literaria de tanto desprecio, le respondo secamente. Y sé
que, a partir de ahora, planeando en silencio otras posibles respuestas al
vecino, voy a estar entretenido el resto del vuelo. No hay como ponerse uno
mismo en “modo avión” dentro de un avión. La literatura, pienso, sirve para
matar el tiempo y en esto no puede haber nada malo. Pero es que, además,
permite expresar el “malestar de la cultura” a la vez que nos dota de una visión que
trasciende las limitaciones de la vida cotidiana. La literatura sirve para
exponer la corrupción del lenguaje que propicia el poder. Y, por si fuera poco, nos hace sensibles al hecho de
que los otros son muy diversos. La
literatura es veneno para los xenófobos. Y hay muchas más cosas que solo ella
puede darnos, y que Ítalo Calvino enumeró con especial acierto. En realidad
–miro ahora al vecino– solo la lectura atenta y constante proporciona y
desarrolla plenamente una personalidad autónoma”.
Para terminar la conferencia, habla de la artista
francesa Sophie Calle y del relato Porque ella no me lo pidió,
publicado en su libro Exploradores
del abismo en 2007. Es un
cuento largo (61 páginas) y es el relato central del libro. Porque ella no me lo pidió está dividido en tres actos, en los
que el autor viaja de la realidad a la ficción y viceversa dejándonos
totalmente descolocados, como suele hacer. En él reflexiona sobre la relación
que hay entre el arte y la vida a partir de una propuesta que le hace Sophie
Calle a un escritor para realizar un proyecto en el que ella viviría lo que él
escribiera. En el relato se narra el origen del proyecto a partir de una
llamada de Isabel Coixet que pone al escritor en contacto con
la artista francesa, con quien se reúne posteriormente en el café Flore de
París para hablar del asunto. El escritor se entusiasma con la propuesta y le
envía un relato titulado El
viaje de Rita Malú (primer
acto). La propuesta consiste en viajar a la isla portuguesa de Pico, en las
Azores, y fotografiar al fantasma que habita en la casa de un escritor (que es
él mismo). Pero Sophie no responde, y esta falta de respuesta paraliza al
escritor que no puede continuar escribiendo hasta que la artista cumpla su
parte del trato. Pasa el tiempo y el proyecto sigue sin avanzar a pesar de los
intentos del escritor para que Sophie Calle reaccione. El escritor sigue
paralizado. Hasta que, a la vuelta de un viaje a Buenos Aires, sufre un colapso
que casi acaba con él. Ya en el hospital, mientras se recupera, lee lo que
había escrito sobre el proyecto en un diario y descubrimos que no conoce
personalmente a Sophie Calle y que todo ha sido una invención del escritor.
Entonces, en un giro vilamatiano,
aún convaleciente decide hacer el proyecto realidad, pero con él mismo. Debe
conseguir que Sophie Calle le proponga el proyecto aunque sea de una manera
impostada. Y lo hace a través de un amigo de ella, Ray Loriga, quien tras escuchar
los delirios del escritor, accede a participar en el juego de la literatura
hecha vida. De modo que lo que el escritor había inventado sobre el proyecto,
comienza a suceder cuando recibe una llamada de Sophie Calle. Y de nuevo se
repite el encuentro en el café Flore, ésta vez en la realidad, con algunas
diferencias accidentales, como la de los dos whiskys que toma en el café
Bonaparte, que en la realidad se convierte en dos botellas de agua con gas, o
la del encuentro con el personaje que lo invita a ir a alcohólicos anónimos,
que en la realidad se transforma en un artista español retirado que vagabundea
por las calles de París preguntando a todo el mundo si no se acuerdan de él. Y
una vez en el café Flore, cuando Sophie Calle le propone convertir la
literatura en vida, el escritor responde: “No, no quería dar un paso más en el
abismo del vacío y trasladarme de la literatura a la vida. Es más no deseaba dejar
mi escritura en brazos de ese tenebroso agujero que llamamos vida” (p. 275) Y
ahí deja a Sophie, con un cara de circunstancias, vengándose así de que en el relato
inventado fuese ella quien lo hubiera dejado a él paralizado.
Vila-Matas cuenta en la conferencia que la realidad fue otra.
Y es que la parte inventada del relato es la parte real de la historia,
mientras que la parte real del relato se la inventó. Lo de Isabel Coixet fue
real. Lo de Ray Loriga no. Dice que incluso le envió en relato a Sophie Calle
para que lo leyera, pero cuando se encontró con ella posteriormente, le
dijo que lo había dejado porque le aburría. Comprensible, dice un Enrique
Vila-Matas algo dolido. Sin embargo, el (¿fallido?) proyecto con Sophie Calle le
sirvió para conocer a su actual partenaire artística, Dominique
González Foerster, artista con quien colabora en los últimos años, y compañera
de la conferencia titulada Bastian Schneider,
cuya próxima aparición será en Lisboa el 25 de noviembre.
Termina la conferencia, pero nadie se quiere ir. Ha
sido fantástica. El público quiere un bis. De modo que alguien le pregunta por
su relación con Roberto Bolaño.
Explica que lo conoció cuando su mujer, Paula
de Parma (a quien dedica
todas sus novelas), daba unas clases en Blanes y le dijo que allí había un
escritor chileno. Sin más. Y que coincidieron en un evento en el que iba con su
hijo Lautaro y Bolaño lo reconoció. Comenzaron a hablar y la charla terminó en
la casa de Roberto Bolaño. Dice también que fue él quien le animó a terminar su
novela El viaje vertical.
Dice que desprendía un entusiasmo contagioso por la literatura. Y que se creció
cuando publicó Estrella
distante. Que perdió energías criticando a otros escritores como Muñoz Molina. Y que nadie
esperaba que muriera. Dice también que Roberto Bolaño no se hubiera imaginado
que su obra se convertiría en referencia mundial.
Otra persona del público le pregunta qué queda cuando
desaparece Doctor Pasavento en la novela. Vila-Matas se encoge de
hombros y pone cara de póquer. El universo, dice.
Fin de la charla.
Epílogo. Hago
cola con Mac y su contratiempo bajo el brazo para que lo firme
Enrique Vila-Matas. Aprovecho la ocasión para matar dos pájaros de un tiro
atracando a mano armada a Miguel Ángel Hernández, que está también por allí,
y me llevo su novela El instante de peligro también dedicada. Dile a Vila-Matas
que te la firme él, me dice entre risas. Y pienso que habría sido un buen
final. Regreso a casa más contento que unas pascuas.
La de material que me llevo de esta visita, Juan Carlos. De Vila-Matas tan solo he leído "París no se acaba nunca", sé que es poco, casi nada, pero conozco parte de su obra por reseñas y conversaciones con amigos "vilamatianos".
ResponderEliminarMe parece que has aprovechado la conferencia al cien por cien y te agradezco que lo compartas. Tengo varias ideas para rumiar, así que no me extiendo más: mejor aprovecho este ratillo leyendo los hipervínculos que has incluido en el post.
Yo también soy de los que anota todo en las conferencias, me gusta dedicarle un rato después porque en este mundo de estímulos constantes todo se disuelve tan rápido...
Un abrazo.
Hola Gerardo.
EliminarEs cierto que hoy por hoy apenas si da tiempo a disfrutar de algo porque en cuanto se termina ya estamos en otra cosa. Por eso me gusta escribir en el blog, porque me obliga a pensar y escribir sobre lo que he leído. En el caso de la conferencia llevo más de una semana con ella en la cabeza, leyendo notas y releyendo textos de Vila-Matas, por ejemplo el relato “Porque ella no me lo pidió”, que lo he vuelto a leer y lo he disfrutado mucho más que la primera vez.
Me gusta Vila-Matas porque es un apasionado de la literatura. Siguiendo con la idea de Miguel Ángel Hernández, Vila-Matas da vida a la literatura dentro de la literatura. Hace que la literatura funcione porque sus personajes la viven y son transformados por ella. Es una especie de Don Quijote que en vez de llevarla a la práctica en la vida real, la lleva a la práctica dentro de la propia literatura, dentro de sus novelas, y de esta manera nos contagia a los lectores, animándonos a seguir leyendo, a seguir viviendo la literatura. Porque vemos que la literatura funciona, porque vemos que es importante para la vida. Y lo dejo ahí que parece que estoy haciendo de Mac repitiendo la conferencia de Miguel Ángel Hernández. Intentaré ir a otra cosa, que me estoy percatando mientras escribo que Vila-Matas me tiene abducido.
Un abrazo vilamatiano.