En más de una ocasión había manoseado una novela de Kazuo Ishiguro en el estante de los coloridos libros de bolsillo de Anagrama. Poco sabía del autor, tan solo que Anagrama tenía sus novelas publicadas. Y hace unos días, sin previo aviso, rompiendo muchas
quinielas y para desesperación de los fans de Haruki Murakami (y de Philip
Roth), se lleva el premio Nobel de Literatura. Ese mismo día regreso a la
librería y compro su primera novela titulada Pálida luz en las colinas. Para esto sirve el premio, le digo al
librero cuando le voy a pagar. O ganan el Nobel o se mueren, contesta, ésa es
la única forma que tiene un escritor de vender sus libros. Entonces Ishiguro ha
tenido suerte, le digo a modo de despedida. Regreso a casa con la
novela pero no tengo intención de leerla (de momento) porque ando enredado en
la ardua tarea de encauzar la lectura de 4
3 2 1 de Paul Auster, una
enrevesada novela de mil páginas en la que el escritor norteamericano rompe la
cabeza de sus lectores (al menos la mía) mezclando las cuatro vidas posibles de su protagonista. Pasados
unos días logro hincarle el diente (por fin) cuando decido que he de leer cada vida por
separado, a salto de capítulo. Termino la primera de las historias de
Archie Ferguson (el protagonista de la novela de Auster) y aparece el hueco por el que se cuela Kezuo Ishiguro.
De modo que en un interregno de Auster leo Pálida luz en las colinas de Kezuo
Ishiguro. Y la siento como un bálsamo (ya algo harto de Auster) a pesar de la sutil dureza de su
argumento. Doscientas páginas que nos llevan a uno de los lugares más
tristemente famosos del siglo XX: Nagasaki, precisamente la ciudad en la que
nació en 1954 el flamante Premio Nobel de Literatura.
“Niki, el nombre que al final le pusimos a mi hija pequeña,
no es una abreviatura, fue un acuerdo al que llegué con su padre. Por paradójico
que parezca, fue él quien quiso ponerle un nombre japonés, pero yo, impulsada quizá
por el deseo egoísta de no querer recordar el pasado, insistí en un nombre
inglés. Al final, consintió en ponerle Niki, pensando que ese nombre tenía
resonancias orientales”.
Así comienza Pálida
luz en las colinas, una novela narrada en primera persona por Etsuko, una
japonesa que lleva años viviendo en Inglaterra. Su marido ha muerto y Keiko, su
hija mayor se ha suicidado. Vive sola en una casa de la campiña inglesa.
Durante la visita de su hija pequeña, Etsuko recuerda los años posteriores a la
guerra (a la bomba) en Nagasaki cuando estaba felizmente (¿puede uno ser feliz
después de una guerra?) embarazada de Keiko viviendo con su marido. Esos recuerdos se centran en su
relación con una vecina, Sachico y su hija pequeña, a quienes la guerra, como a
la mayoría de japoneses, había destrozado la vida. “Las cosas estaban muy
difíciles. Quizá fue una locura casarme en aquella época. Después de todo era evidente
que se avecinaba una guerra. Pero entonces, nadie sabía lo que era una guerra, no
en aquellos días. Al casarme, entré a formar parte de una familia muy respetable.
Nunca pensé que una guerra podría cambiar tanto las cosas” (p.83). Sachico, de familia respetable, vive en la miseria con su hija Mariko y no
piensa más que en marcharse a América junto a un soldado americano. La niña,
que también ha sufrido el trauma de la guerra, no se quiere ir. Se quiere quedar
junto a sus gatitos.
En la novela no es todo crudeza y desolación (que la hay,
como no podía ser de otro modo), no obstante ésta se intuye continuamente por el tono que utiliza el autor, un tono frío, seco, de frases cortas necesariamente triviales, como si los protagonistas estuvieran obligados a vivir. El
horror siempre está agazapado detrás de cada uno de los educados diálogos de unos personajes que tratan de olvidar, de mirar al futuro. Pero el pasado está
muy presente y no es fácil mirar más allá con el recuerdo de la bomba planeando
sobre el cielo de Nagasaki.
La novela es un
reflejo del cambio generacional en el pensamiento, en las tradiciones, en las
formas de vida japonesas tras la guerra. El autor utiliza al suegro de Etsuko,
como representante de los que llevaron a Japón al infierno; a Sachico (y su hija
Mariko) o la misma Etsuko (y su hija Kioko), como los supervivientes de la
guerra y que tuvieron que mirar al frente para seguir viviendo, y a Niki, la
hija pequeña de Etsuko, ya nacida en Inglaterra, para quien aquellos
acontecimientos quedan muy lejos de su existencia plenamente occidentalizada.
La relación entre Etsuko y Sachico (que está en el centro
del argumento), y sus respectivas hijas, cobra forma en mi mente una vez
terminada la lectura. Pálida luz de las
colinas de Kazuo Ishiguro es una novela iceberg. Todo está oculto bajo un
relato de lo cotidiano. Aparentemente, porque la tensión, el miedo y la culpa,
fluyen detrás de cada línea, de cada descripción, de cada diálogo. He estado toda
la novela esperando ese reverso, ese abismo que el autor, con mucho acierto,
tan sólo deja entrever. Es ahí donde está el premio. O eso creo. Gran descubrimiento
Kazuo Ishiguro.
Traducción de Angel Luis Hernández Francés
Hola, Juan Carlos.
ResponderEliminarEsta novela de algún modo me recuerda, salvando la distancia cultural que es enorme, a la narrativa española de posguerra ("Nada" de Carmen Laforet o "La sombra del ciprés es alargada", por ejemplo). El trauma que impregna y afecta a los personajes es similar, digo esto en plan comentario de andar por casa, no es ninguna tesis. Leí "Pálida luz..." y he tenido que consultar mi lista, allá por 1999 ¡casi nada! Vamos, que no recordaba ni el argumento y es porque quizá era demasiado joven. Una buena excusa el Nóbel para hacer una relectura.
Me gustan esos libros que se cuelan entre otros libros, el de Auster parece duro de roer.
Un abrazo.
Hola Gerardo, no lo había pensado y tienes razón. "Nada" de Carmen Laforet (imprescindible) la recuerdo como una novela que refleja una época incluso más amarga y gris que la del Japón de Ishiguro. Una Barcelona más oscura que Nagasaki. En "Pálida luz.." se vislumbra un futuro (en color) que en "Nada" es difícil de encontrar. Imagino que es porque la posguerra española fue mucho más larga y tal vez más terrible (por la dictadura) que la japonesa.
Eliminar"La sombra del ciprés.." y en general Delibes es una de esas causas que tengo pendientes que de vez en cuando (por ejemplo ahora) me provocan un pinchazo en forma de remordimiento como cuando no hacía lo deberes.
Ishiguro me ha parecido un gran descubrimiento y seguiré leyéndolo. Veremos qué pasa con Delibes(me pitan lo oídos nada más escribir ésto último).
Un abrazo.
Los japoneses siempre me dan paz ¡curioso! Suelen ser historias muy dramáticas, conflictos personales vividos como algo de cara al interior, pocas veces hacia un exterior multitudinario y suicidios... Y, sin embargo, la forma de narrarlo, de vivirlo, de esa forma tranquila, sin aspavientos, me da paz. A este autor lo conocí con "Nunca me abandones" pero yo si lo abandoné. Gran oportunidad para recuperar estas lecturas orientales desde occidente. Un abrazo.
ResponderEliminarAntes de leer a Ishiguro tan solo había leído a Murakami y es cierto que ambos tiene un tono muy suave y pausado a pesar del dramatismo de las historias que narran. Sus personajes son muy civilizados. No he leído a otros autores japoneses pero Ishiguro y Murakami transmiten cierta paz en sus novelas, son confortables, como las viviendas japonesas tradicionales. Hay que descalzarse para leerlas.
EliminarUn abrazo.