domingo, 1 de octubre de 2017

Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca





Me levanto temprano este primer día de octubre. Mis pasos me llevan hasta mi biblioteca (mi única patria, la misma de Roberto Bolaño), y todavía medio dormido, inconscientemente saco Poeta en Nueva York de un estante. Lo abro y comienzo a leer uno de mis poemas favoritos: Pequeño vals vienés. Lo leo mientras en mi cabeza resuenan los ecos de la desgarradora voz de de Enrique Morente y de las guitarras de Lagartija Nick. Granada en el centro.

Pienso en el modo en que descubrí este poema. Me gusta que fuera la música de Leonard Cohen la que me lo descubriera. Pienso en las idas y vueltas a través del Atlántico de todos los que han vivido alrededor del poema. En su autor, Federico García Lorca, que viajó a Nueva York y allí lo escribió soñando con regresar de nuevo  a la otra orilla. En el músico canadiense Leonard Cohen que hizo el trayecto contrario para descubrir al poeta granadino, para traducirlo y ponerle melodía, para hacerlo más universal, si es que eso era posible. Pienso en Morente uniendo las dos orillas, el viejo y el nuevo mundo, en una canción maravillosa que devuelve el poema a su estado  original y lo decora con la melodía de Cohen pasada por el tamiz de su arte.

El círculo se cierra, pienso. En el centro, Granada. En el centro, Federico García Lorca.  Una obra maestra que, a buen seguro, le hubiera maravillado.
Pienso en los tres artistas. Federico, Leonard y Enrique. Los pienso  paseando por las calles del Sacromonte del cielo de Granada.


                               Enrique Morente. Pequeño vals vienés. Omega. Montaje de clasholo


"En Viena hay diez muchachas
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.

¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.

Este vals, este vals, este vals
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.

Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el niño muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.

¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.

En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas del llanto.

¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.

Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.

¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del “Te quiero siempre”.
En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira que orillas tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
Y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals".














4 comentarios:

  1. Y yo que no consigo leer poesía, aunque me encanta escucharla :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A mí me pasa que cuando escucho un poema hecho canción ya no lo puedo leer sin el soniquete mental de la melodía. Me pasa con Serrat cantando a Machado o a Miguel Hernández, o con Paco Ibáñez haciendo lo propio con Jorge Manrique o con Quevedo. Si la música contribuye a hacer más populares a grandes poetas, bienvenida sea, aunque supongo que siempre habrá quien opine lo contrario.
      Un abrazo.

      Eliminar
  2. Me encanta. Curiosamente, siempre me ha llegado más a través de la canción de Leonard Cohen aunque la letra tiene variaciones. La de Morente-Lagartija Nick también me gusta, es un ejercicio de fusión entre géneros inigualable. Buena manera de despertar, si señor.
    Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Leonard Cohen es uno de mis favoritos (habría estado bien que el Nobel "musical" hubiese sido para él),pero tampoco me canso de escuchar esa obra maestra titulada Omega de Enrique Morente. Y lo que no deja de fascinarme es esa unión entre ambos genios a través de otro genio como Lorca. Fue como una especie de conexión interestelar de esas que sólo ocurren una vez cada miles de años.
      Un abrazo.

      Eliminar