La semana pasada, mientras andaba husmeando por una librería,
un irracional impulso me llevó a comprar tres novelas de Patrick Modiano. Su nombre lo escuché por primera vez cuando le
dieron el Nobel. Lo tenía ahí, en esa lista de escritores premiados a
la que suelo acercarme una vez al año para hacer una prospección lectora.
Poco sabía de él, excepto que era francés y que algunas de sus obras se centraban en desmontar la gloriosa resistencia del pueblo francés durante la ocupación alemana. Puede parecer extraño, pero lo cierto que me fui de la librería con tres de sus obras bajo el brazo, todas ellas publicados por la editorial Anagrama en la Colección Compactos, esa edición multicolor de bolsillo (los tres de Modiano de color rojo) que puebla mis estanterías. Compré “La trilogía de la ocupación”, que recoge sus tres primeras novelas en las que aborda el mencionado tema de la ocupación alemana de Francia. Me llevé también “Un pedigrí”, que es una breve autobiografía del autor, y “En el café de la juventud perdida”. Leí la contraportada de este último y decidí que éste sería mi primer acercamiento a Patrick Modiano. Sabía que si erraba el tiro en la elección, los otros dos libros podrían quedar durante mucho tiempo sin abrir, guardando polvo en la biblioteca. Intuía que era un autor en el que el lector no puede estar de mero consumidor pasivo de palabras. Y no me equivoqué.
Poco sabía de él, excepto que era francés y que algunas de sus obras se centraban en desmontar la gloriosa resistencia del pueblo francés durante la ocupación alemana. Puede parecer extraño, pero lo cierto que me fui de la librería con tres de sus obras bajo el brazo, todas ellas publicados por la editorial Anagrama en la Colección Compactos, esa edición multicolor de bolsillo (los tres de Modiano de color rojo) que puebla mis estanterías. Compré “La trilogía de la ocupación”, que recoge sus tres primeras novelas en las que aborda el mencionado tema de la ocupación alemana de Francia. Me llevé también “Un pedigrí”, que es una breve autobiografía del autor, y “En el café de la juventud perdida”. Leí la contraportada de este último y decidí que éste sería mi primer acercamiento a Patrick Modiano. Sabía que si erraba el tiro en la elección, los otros dos libros podrían quedar durante mucho tiempo sin abrir, guardando polvo en la biblioteca. Intuía que era un autor en el que el lector no puede estar de mero consumidor pasivo de palabras. Y no me equivoqué.
Es una novela corta, poco más de cien páginas, pero quien piense que por eso mismo es un libro de lectura rápida se equivocará, porque lo llevará a
pensar que Modiano no es para tanto, y he ahí el error. Yo creo que es una
novela de doble lectura como mínimo. Bueno, eso mismo creo de otras muchas
novelas, pero de ésta no lo dudo. Y digo esto porque en la segunda lectura es en
la que se atan los cabos sueltos que son muchos, y uno se hace una idea de lo que
el escritor nos quiere transmitir. Es como observar el cuadro de “Las Hilanderas” de Velázquez. Una primera mirada no nos dice demasiado. Tenemos que mirarlo
varias veces, reposar la vista en el lienzo, en los personajes, en las escenas,
y preguntarnos qué hacen ahí, porqué están colocados de ese modo y qué nos
quería trasmitir el pintor. Con Patrick Modiano hay que leer de esta forma, con
las neuronas en modo activo, y comprenderemos
por qué se le otorgó el Nobel en 2014.
El inicio de “En el
café de la juventud perdida” se adivinan
muchos de los elementos de la trama, si se puede llamar así a esta estructura
tan fragmentada. También se aprecia el carácter de la protagonista de la novela.
“De las dos entradas
del café, siempre prefería la más estrecha, la que llamaban la puerta de la
sombra. Escogía la misma mesa, al fondo del local, que era pequeño. Al
principio, no hablaba con nadie; luego ya conocía a los parroquianos de Le
Condé, la mayoría de los cuales tenía nuestra edad, entre los diecinueve y los
veinticinco años, diría yo. En ocasiones se sentaba en las mesas de ellos,
pero, las más de las veces, seguía siendo adicta a su sitio, al fondo del todo.
No llegaba a una hora
fija. Podía vérsela ahí sentada por la mañana muy temprano. O se presentaba a
eso de las doce de la noche y se quedaba hasta la hora de cerrar. Era el café
que más tarde cerraba en el barrio, junto con le Bouquet y La Pergola, y el que
tenía una clientela más peculiar. Ahora que ha pasado el tiempo me pregunto si
no era solo su presencia la que hacía peculiares el local y las personas que en
él había, como si lo hubiera impregnado todo con su perfume”.
El que nos cuenta esto es uno de los jóvenes asiduos del
local, de Le Condé, un café frecuentado
por jóvenes parisinos del mundo de la creación y la bohemia, y sus palabras
denotan la nostalgia de aquel tiempo. Habla de una chica algo tímida y solitaria
llamada Louki, y en torno a ella y
gira esta novela.
Ha pasado el tiempo y nuestro narrador, que ahora trabaja en
una oficina y vive solo, recuerda aquellos
meses (la historia se sitúa a finales de
los años sesenta) a través un cuaderno que uno de los del grupo, Bowing
apodado “El Capitán”, le legó cuando
se fue a vivir a México. En ese cuaderno, Bowing se dedicó a registrar durante casi
tres años el nombre y la dirección de los clientes que entraban en el local con
la fecha y hora exacta en la que estuvieron allí. Con esta empresa (soñaba con hacerla
extensible a todos los cafés de París), quería luchar contra el anonimato de la
gran ciudad, “estaba deseando salvar del
olvido a las mariposas que dan vueltas durante breves instantes alrededor de
una lámpara”.
En su tiempo libre se dedica a revisar el cuaderno y a
intentar recordar los detalles de esos días. Por entonces, era un joven estudiante de la Escuela Superior
de Minas que se acercó este local del Barrio
Latino de París atraído por el
espíritu intelectual y bohemio de sus moradores. Fue ahí donde conoció a estos jóvenes (Zacharías, Louki, Tarzán, Jean Michel,
Freds, Alí Cherif, Annet, Don carlos, Adamov, Mireille ) que siempre
llevaban un libro bajo el brazo y que se solían reunir para hablar de política,
de literatura, o para hacer experimentos como “ la patafísica, el el letrismo, la escritura automática o las metagrafías”.
En el cuaderno de entradas hay un nombre, el de Louki, que
destaca porque siempre está subrayado con lápiz azul. Bowing le contó que el
subrayado había sido obra de un tal Caisley,
a quien se lo dejó unos días porque dijo ser editor y estar interesado
en publicarlo. Pero se lo devolvió y nunca más lo volvió a ver. Nuestro estudiante de minas, busca los
registros de Louki en el cuaderno e intenta estrujar su memoria. La recuerda sentada en el café con “Horizontes perdidos”, de James
Hilton. Recuerda la noche en que llegó al local por primera vez y uno de
ellos la bautizó con el nombre de Louki: “Sí,
empezó a venir a Le Condé en otoño. Y seguro que no fue por casualidad. A mí
nunca me ha parecido el otoño una estación triste. Las hojas secas y los días
cada vez más cortos nunca me han hecho pensar en algo que se acaba, sino más
bien en una espera de porvenir. Hay electricidad en el aire de París en los
atardeceres de octubre, a la hora en que va cayendo la noche. Incluso cuando
llueve. No me entra melancolía a esa hora ni tengo la sensación de que el
tiempo huye. Sino de que todo es posible. El año comienza en el mes de octubre.
Empiezan las clases y es la estación de los proyectos. Así que si Louki vino a
Le Condé en octubre fue porque había roto con toda una parte de su vida y
quería hacer eso que llaman en las novelas PARTIR DE CERO. Por lo demás hay un
indicio que me demuestra que no debo de estar del todo equivocado En Le Condé
le pusieron un nombre nuevo. Y, aquel día, Zacharías habló incluso de bautismo.
Había vuelto a nacer, como quien dice”.
En otras páginas del cuaderno, Louki se menciona acompañada de
un hombre “moreno con chaqueta de ante”
que está también subrayado. Lo último que recuerda de ella fue que el
escritor Maurice Raphael y ella lo
llevaron a casa una noche en que diluviaba. Fue cuando se planteó dejar sus
estudios en la Escuela Superior de Minas.
En este primer capítulo Patrick Modiano , además de
introducirnos en ese ambiente con un tono nostálgico, echa el anzuelo al lector
dejando sin resolver multitud de cuestiones. ¿Quién es la misteriosa Louki?¿Qué
pasó con ella?¿Por qué estaba subrayado su nombre en el cuaderno?¿Quién era realmente
el tal Caisley y por qué subrayó el nombre de Louki?¿Quién era el moreno de la
chaqueta de ante que la acompañaba al local?.
En los siguientes cuatro capítulos se dan respuesta a todas
esta preguntas, pero Modiano utiliza diferentes narradores para hacerlo, en
diferentes tiempos dando a la novela una estructura compleja, como si de un puzzle se tratara, que el lector ha de
reconstruir conforme avanza la lectura.
El segundo capítulo está narrado por el tal Caisley, que
resulta ser un detective privado que busca a Louki por encargo de su marido. En
el tercero es la propia Louki, cuyo verdadero nombre es Jacqueline Delanque, la
que nos cuenta su historia desde su infancia, la relación con su madre, sus
estudios fallidos, sus primeras salidas en su barrio con Jeannette Gaul apodada “La Calavera” y sus amigos, su temprano matrimonio
y su llegada a Le Condé en busca de una nueva vida.
“Un día, al amanecer,
me escapé de Le Canter, donde estaba con Jeannette […] Me asfixiaba. Me inventé
un pretexto para salir a tomar el aire. Eché a correr. En la plaza todos los
rótulos fluorescentes estaban apagados, incluso en el Moulin-Rouge. Dejé que se
apoderase de mí una embriaguez que el alcohol ni la nieve hubieran podido
proporcionarme nunca. Subí la cuesta hasta el Chateau des Brouillards. Estaba completamente
decidida a no volver a ver a la banda de Le Canter. Más adelante he sentido la
misma embriaguez cada vez que he roto con alguien. No era de verdad yo misma
más que mientras escapaba. No tengo más recuerdos buenos que los de huida o
evasión. Pero la vida siempre volvía por sus fueros”.
En los dos últimos capítulos el narrador es Roland, “el
moreno de la chaqueta de ante”, con quien Louki tiene una relación. El final se intuye desde la primera página y
sin embargo es impactante.
Hay varios temas fundamentales en la novela. El primero de
ellos está precisamente en el título. Entre los 18 y los 25, los años en los
que todo es posible, los años en que comienzan a dibujarse los contornos y marcan
para el resto de la vida. La nostalgia por la juventud perdida está detrás de
toda la novela y Louki es la metáfora de esa época idealizada que todos
recuerdan. El tema se ve reforzado por el interés de Louki por las culturas
orientales, y por su libro de cabecera, “Horizontes
perdidos”, que recrea el mundo ideal en la ciudad de Shangri La situada en un valle perdido del Himalaya, donde la juventud es eterna y la gente es feliz. Aquí está
otro de los temas de la novela. La utopía frente a la realidad. Louki huye de
la realidad, intenta dejar atrás el pasado y busca refugio en la otra orilla del
Sena, en Le Condé, en el lugar de los sueños, en la zona neutra. Pero el pasado
siempre está ahí, porque como dice Javier
Cercas, el pasado no existe, tan solo es una dimensión del presente.
Gran descubrimiento, Patrick
Modiano.
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia
Modiano es una de las muchas lagunas literarias que tengo. Cuando le dieron el Nobel me propuse leer algo suyo y de toda su obra elegí esta novela que has comentado, pero como tantas veces ocurre el tiempo ha ido pasando y está lectura se me ha ido olvidando hacerla.
ResponderEliminarVeo que te ha gustado Modiano y este relato. Y a mí me has vuelto a recordar que me propuse leerlo y no lo he hecho. Tras leer tu interesante reseña intentaré cumplir con mi propósito antiguo: leer "En el café de la juventud perdida".
Un abrazo
Hola Juan Carlos, estoy seguro de que un lector cómo tú sacará mucho partido a esta novela.
EliminarYa nos contarás.
Un abrazo.
Me hice con la trilogía de la ocupación hace tiempo y en una primera lectura no me acabó de convencer. Ahí sigue, esperando un momento más propicio por mi parte. Leyendo tu reseña creo que esta novela hubiera sido una mejor elección, por su extensión, tema y estructura (aparte del título que ya de por si dice lo suyo). Coincido en parte con la evocación del otoño como una estación de proyectos y segundas oportunidades, más que el tan nombrado mes de enero. Otro título más a tener en cuenta.
ResponderEliminarSaludos.
Esta misma semana hice una breve incursión en la trilogía y me sorprendió la densidad y complejidad de la novela que ya se deja entrever en las primeras páginas, de modo que la dejé aparcada para otro momento.
EliminarUno de los grandes misterios de la humanidad es saber cuál es el momento adecuadopara leer una una novela que sabes que has de leer. Por mis manos han pasado muchas novelas que se quedaron colgadas tras leer veinte o treinta páginas, e incluso con más de cien y eso que ya es delito abandonar así. Algunas de ellas no he vuelto a sacarlas de la estantería pero otras han tenido una segunda oportunidad y muchas veces ha sido para bien.
Un abrazo
Conocí a Modiano también tras su Nóbel. No es un autor que me haya enganchado pero quiero seguir leyendo algo de él con calma. Éste puede ser una buena opción. Saludos.
ResponderEliminarYo no creo que Modiano sea un autor de los que enganche, sin embargo su escritura tiene ese tono especial que hace que sea un escritor de referencia, de los que hay que leer de vez en cuando. Yo también seguiré leyéndolo sin prisas.
EliminarUn abrazo.