Granada. Tarde del 16 de agosto de 1936. El ex diputado de la CEDA Ramón Ruiz Alonso dirige la operación
en la que detienen a Federico García Lorca.
Está oculto en la casa de su amigo Luis
Rosales, de familia falangista. Es llevado al Gobierno Civil donde es
interrogado. Al día siguiente, tras la
orden del jefe de las milicias falangistas de Granada, José Valdés Guzmán, lo sacan esposado y lo trasladan a Víznar, a un viejo edificio conocido como La Colonia. Aquí pasa Lorca su última
noche.
El 19 de agosto, poco
antes del alba, Federico García Lorca es conducido un poco más allá del
barranco de Víznar, por el camino de Alfacar.
Los verdugos lo asesinan cerca de un viejo olivar. Después: silencio,
miedo, olvido.
El primero en averiguar que
Lorca había sido asesinado cerca de Víznar fue Gerald Brenan en 1949. Lo publicó en su libro “La faz de España”.
Pero las preguntas
seguían ahí. ¿Por qué fue fusilado?¿Por motivos políticos?¿Por su
homosexualidad?¿Por envidia?¿Cómo pudieron sacarlo de la protección que le daba
la casa de los Rosales?¿Cómo fueron sus últimas horas?¿Dónde fue enterrado?.
Esas eran las preguntas
que un joven norteamericano, hijo de españoles exiliados, se hacía cada día
mientras leía la poesía de Federico. Esas fueron las preguntas que llevaron a
ese joven a Granada en el mes de febrero de 1955 a investigar un tema tabú en la España de Franco.
Ese joven se llamaba Agustín Penón.
Hacía 19 años que el Ejército Rebelde había tomado Granada y, tras procesos sumarísimos,
fusilado a cientos de personas. Todo el mundo sabía que la ciudad estaba rodeada
de fosas comunes donde yacían estas víctimas desaparecidas. Pero la gente
callaba por miedo.
Escribe Isabel Martínez Reverte en su artículo “Agustín Penón y García Lorca”:
“Además de las entrevistas con familiares cercanos
del poeta, la investigación de Penón incluyó muchas noches de alcohol y
conversación con falangistas locales. Agustín Penón incluso asistió a un
homenaje que sus camaradas tributaron a José
Rosales, Pepiniqui, hermano del poeta Luis Rosales y jefe de la Falange
granadina, en cuya casa se refugió Lorca tras el golpe militar y de donde salió
hacia su muerte. Penón era un hombre muy listo pero ignorante de lo que ocurría
en Granada. En ese homenaje a Pepiniqui le piden que diga unas palabras.
Es el americano, bien vestido y con dinero. Penón
en copas, rodeado de falangistas dice «por Granada y por Federico García
Lorca». Se hizo un enorme silencio y ahí descubrió que las cosas no eran como
parecían y empezó a sentir miedo, a sentirse vigilado. Pero siguió investigando
y decidió que lo mejor era escribir en inglés, idioma que pensaba nadie hablaba
en Granada.
Entre los amigos de los Rosales había un testigo
fundamental, José Jover Tripaldi,
que custodió a Lorca durante su última noche en La Colonia, el edificio
reconvertido en prisión para los condenados a muerte, y que relató a Penón las
últimas horas del poeta.
Muchas noches de juerga y borrachera para obtener
información. En una de esas noches, Miguel,
otro de los hermanos Rosales le confesó que no le gustaba nada la amistad de
Federico con su hermano Luis. Naturalmente se refería a la homosexualidad de
Lorca.
En su diario describe muy bien el cinismo, la
hipocresía, la golfería, la miseria de un grupo de hombres vencedores de la
guerra. Llega a ir con ellos de nazareno de la cofradía de Santo Domingo.
Aquella Semana Santa de 1955, hizo todas las estaciones en todos los bares por
donde pasaba la procesión, junto a Miguel Rosales. Por supuesto, pagaba Agustín
Penón.
Penón vivía obsesionado por encontrar el lugar del
asesinato y enterramiento. En su búsqueda recorrió una y otra vez, el barranco
de Víznar, tratando de localizar la sepultura. Fue así como encontró a Gerardo y a Blas Ruiz Carrillo, este último dueño de La Casita de Papel, un
humilde hostal desde el que se contempla el lugar de los fusilamientos. Allí se
instaló Penón. Estos hermanos le contaron que habían visto el cadáver y le
ayudaron a marcar el lugar donde creían que estaba la tumba, junto a un olivo
solitario. El afán de Gerardo era que vinieran los americanos a derrocar a
Franco. Hablamos de 1955.
Penón nunca llegó a saberlo, pero aquella
colaboración le costó a Blas una orden de destierro lejos de Granada. Tampoco
supo que Gerardo terminó por suicidarse. Luego conoció a Manuel, el Comunista que le indicó el olivo que años más tarde
localizaría Gibson. Ian Gibson le hizo luego una entrevista sonora que está
archivada en Fuentevaqueros.
Penón habló también con María Andrada, esposa del miembro fundador de Falange Alfonso
García Valdecasas. Esta mujer le dio la clave de la salvaje represión que
siguió al golpe en Granada: el temor de los rebeldes golpistas, que se sentían
totalmente rodeados, su temor a que la ciudad fuera recuperada por las tropas
republicanas, fue lo que trataron de impedir asesinando a cualquier persona
real o supuestamente comprometida con el gobierno de la República. Lorca sería
una de estas víctimas.
La frialdad del testimonio estremeció a Penón, que
consiguió transmitir en su diario, una frialdad que hoy sobrecoge al lector.
Finalmente Penón llegó a encontrar en el Registro
Civil el certificado de defunción que la familia de García Lorca había
conseguido que se extendiese en 1940, para resolver asuntos de herencia y de
derechos de autor. Este documento no lo había visto hasta entonces ningún
investigador. Muchos años después William
Layton lo vendería a Juan de Loxa para el Museo de Fuentevaqueros.
En él se certifica que el poeta «falleció en
agosto de 1936 a consecuencia de heridas producidas por hecho de guerra, siendo
encontrado su cadáver el día 20 del mismo mes en la carretera de Víznar a
Alfacar». Considero un escrito surrealista propio de este país el hecho de
hablar de un cadáver que nadie ha visto”.
En 1956, cuando la
investigación estaba prácticamente finalizada, Agustín Penón abandonó
precipitadamente España con una maleta llena de documentos fruto de su
investigación. En sus diarios comenta que la policía secreta le seguía los
pasos. El miedo se había apoderado de él. Tal vez fue el miedo el que le
impidió ordenar y publicar el resultado de
aquella minuciosa y arriesgada investigación. De modo que aquellos documentos
quedaron dentro de una maleta durante mucho tiempo. A la muerte de Peñón, esa “maleta”
fue heredada por su amigo, el dramaturgo William Layton, quien a su vez lo legó a la actriz y escritora Marta Osorio.
Marta Osorio, que falleció el pasado 5 de agosto en Granada, fue la encargada de ordenar “la maleta de Penón” en un monumental libro titulado “Miedo, olvido y fantasía”, un libro de 800 páginas publicado en 2009 por la editorial Comares.
Marta Osorio, que falleció el pasado 5 de agosto en Granada, fue la encargada de ordenar “la maleta de Penón” en un monumental libro titulado “Miedo, olvido y fantasía”, un libro de 800 páginas publicado en 2009 por la editorial Comares.
Seis años después, Enrique Bonet narra la investigación de
Agustín Penón en una estupenda novela
gráfica titulada “La araña del olvido”.
Señala Juan Mata en el prólogo:
“Lo que más seduce de la historia de Agustín Penón
es cómo se fue acercando al asunto cubierto por una costra de silencio y miedo.
Con él penetramos en las tabernas de Granada, acudimos a hospitales e iglesias
de la ciudad, conocemos a jerarcas franquistas, golfos y dicharacheros y a
intelectuales amargados y recluidos, penetramos en salones y cocinas donde se
habla de Lorca con voz queda y amedrentada. La historieta de Enrique Bonet nos ofrece,
además del progreso de una paciente y detectives a indagación, el retrato
diáfano de una ciudad amilanada, recelosa y amnésica. Nos va mostrando una
galería de personas de la ciudad que, al cabo de los años y gracias a una obra
de arte, adquieren la condición de personajes (qué asombroso poder tiene la
historieta y la caricatura para representar el lado oscuro de los rostros).
Gracias a la sagaz mirada de Agustín Penón y al talento de Enrique Bonet el
lector puede percibir los latidos, las costumbres, los lugares y sonidos de una
época, puede conocer las bravuconearías de unos y las desconfianzas de otros,
los recuerdos y las omisiones, las mentiras más mostrencas y las lealtades más
incorruptibles. Y ahí reside el gran mérito de La araña del olvido, en lo que
tiene de testimonio de un tiempo y de una ciudad, además de narración de un suceso”.
Imprescindible.
Esta reseña se la debo a
una de las personas que mejor conoce la
vida, la obra y la muerte de Federico García Lorca, mi compañera y amiga Amparo Álvaro, que me habló
de Agustín Penón durante un viaje a Granada y me regaló “La araña
del olvido” de Enrique Bonet.
Lindo artículo; lo que más me emociona es que Penón y Osorio y todos estos frágiles personajes que consiguieron "oír" ( en la distancia del tiempo ) el grito final de Federico, grito de indignación en ese momento último y fatal, tienen a día de hoy sus tiernos adeptos, fascinados aún por la trayectoria vital de nuestro Federico... quizás nunca se sepa nada nuevo sobre el autor, pero eso da igual; lo importante es contemplar ese fuego ( viene al pelo esa frase en tu blog ), y sentir que almas tan fuertes como la suya ( la del poeta )se sienten aún, porque su dolor anda por ahí.Y su magia. El cómic es una pasada. Su autor un tipo sencillo. Granada a día de hoy, una ciudad bella con sus rincones oscuros. Pero tu artículo me hace sonreír, sabiendo que hay por ahí otro loco, ( muchos locos ) atrapados en la red y el magnetismo de un ser único. Federico. Y gracias por la reseña final; hay tanto placer en descubrir como en compartir.- ( Ah! Y enhorabuena por tu blog. )
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