domingo, 27 de marzo de 2022

"La ridícula idea de no volver a verte", de Rosa Montero.


La ridícula idea de no volver a verte,
 publicado en 2013, es un libro difícil de clasificar. Podríamos decir que es una biografía en la que la biógrafa se sirve de la biografiada para mostrarnos una parte fundamental de su vida. El libro nos muestra a Marie Curie a partir del diario que escribió a la muerte de su marido Pierre Curie, pero también muestra a una Rosa Montero que hacía poco que había perdido al suyo, el periodista Pablo Lizcano. Es, por tanto, un libro sobre la pérdida, el duelo y la memoria. Y sin embargo, es un libro vitalista que nos habla de la lucha de las mujeres para abrirse paso en un mundo de hombres, del amor y de las relaciones de pareja, pero también de la literatura, de la escritura y del arte. Es un maravilloso ensayo que se lee como una novela. 

La mayor parte de la obra se centra en la vida de Marie Curie, sin duda uno de los científicos más extraordinarios de la historia. Fue pionera en todo. La sociedad decimonónica que la vio nacer no se lo puso fácil, pero esta mujer extraordinaria rompió los rígidos marcos establecidos a base de fuerza, voluntad y tesón. «En los tiempos de Marie Curie, pretender brillar por ti misma era algo anormal, presuntuoso y hasta ridículo. Y así, sin modelos en los que mirarse y contra la corriente general es muy difícil salir adelante, aunque tengas una vocación, aunque estés convencida de tu valía. Porque todo el entorno te está repitiendo una y otra vez que eres una intrusa, que no vales lo suficiente, que no tienes derecho a estar ahí, junto a los varones. Que eres una #Mutante, fracasada como mujer y un engendro como hombre» (p.52).

Consciente de su talento, Marie trabajó para salir de Polonia (por entonces parte del Imperio Ruso) y poder estudiar en París. Se casó con otro científico brillante, Pierre, con quien tuvo dos hijas, Irène y Ève. Vivió la terrible pérdida de su marido, aplastado por un carro de caballos. Se volvió a enamorar de un científico pazguato que estaba casado, y la sociedad francesa le mostró su parte más mezquina. Salvó vidas durante la primera guerra mundial poniendo en práctica sus investigaciones sobre rayos X. Fue la primera mujer que recibió el premio Nobel, y lo recibió dos veces, el de Física en 1903 y el de Química en 1911. Fue la primera mujer catedrática de la Sorbona, y durante muchos años, la única. Y después, cuando ya no podía celebrarlo, fue la primera mujer aceptada en al Panteón, el portentoso mausoleo reservado a los “grandes hombres de Francia”, aunque no era hombre y había nacido y crecido en Polonia. Descubrió el radio y el polonio, y descubrió la radiactividad (la palabra es suya). La radiactividad finalmente la mató en 1934 a la edad de 67 años. Sus notas, manuscritos y todo el material conservado siguen siendo radiactivos y se conservan en recipientes de plomo. Su hija Irene seguiría los pasos de sus padres y recibió el Premio Nobel de Química un año después de la muerte de su madre. También la radiactividad se la llevaría por delante en 1956. Sin embargo, Ève (cuyo marido sería Premio Nobel de la Paz), alejada de la radiactividad, viviría 102 años. 

A través de la figura de Marie Curie, Rosa Montero nos habla del lugar de las mujeres en la sociedad de finales del XIX y principios del XX, o mejor dicho, «de la falta de #LugarDeLasMujeres». Las obreras trabajaban el doble y cobraban la mitad que sus maridos. Las de clase media lo tenían complicado y podían ser institutrices o damas de compañía, o «escoger algunas de las tres ocupaciones tradicionales: monja, puta o viuda, los únicos que las mujeres han podido ocupar para regir sus vidas por ellas mismas […] Fuera de esos lugares, las mujeres, si querían moverse libremente por el mundo, tenían que disfrazarse de hombres» (p.55).

Rosa Montero nos habla también de la memoria y de la necesidad de poner orden en ella a través de la escritura, del poder de la literatura, del poder de los libros, de la ambición, de la libertad, de la búsqueda de la felicidad.«Para vivir tenemos que narrarnos; somos un producto de nuestra imaginación. Nuestra memoria en realidad es un invento, un cuento que vamos reescribiendo cada día (lo que recuerdo hoy de mi infancia no es lo que recordaba hace veinticinco años); lo que nuestra identidad también es ficcional, puesto que se basa en la memoria […] Por eso, cuando alguien fallece, como bien dice la doctora Heath, hay que escribir el final […] Contarnos lo que fuimos el uno para el otro. Decirnos todas las palabras bellas necesarias, construir puentes sobre las fisuras, desbrozar el paisaje de la maleza. Y hay que tallar ese relato redondo en la piedra sepulcral de nuestra memoria. Marie no pudo hacerlo, claro está, y por eso escribió ese diario. Yo tampoco pude, y por eso escribo este libro » (p.117). «El arte en general, y la literatura en particular, son armas poderosas contra el Mal y del Dolor. Las novelas no los vencen (son invencibles), pero nos consuelan del espanto. En primer lugar porque nos unen al resto de los humanos: la literatura nos hace formar parte del todo y, en el todo, el dolor individual parece que duele un poco menos […] Los humanos nos defendemos del dolor sin sentido adornándolo con la sensatez de la belleza. Aplastamos carbones con las manos desnudas y a veces conseguimos que parezcan brillantes» (p.119). «Sólo siendo absolutamente libre se puede bailar bien, se puede hacer bien el amor, se puede escribir bien» (p.143).

Rosa Montero deja unas páginas hermosas y conmovedoras recordando a su marido. «Pablo, qué pena que olvidé que podías morirte, que podía perderte. Si hubiera sido consciente te habría querido no más. Pero mejor. Te habría dicho muchas más veces que te amaba. Habría discutido menos por tonterías. Me habría reído más. Y hasta me habría esforzado por aprenderme el nombre de todos los árboles y por reconocer todas las hojitas. Ya está. Ya lo he hecho. Ya lo he dicho. Y en efecto, consuela» (p.174). 

La ridícula idea de no volver a verte de Rosa Montero es un libro extraordinario que todo el mundo debería leer, un libro luminoso y optimista que trasmite ganas de vivir, un libro que hace que te sientas más vivo que nunca. 


Dos #Coincidencias. Mientras leía este libro, Rosa Montero publicaba su última obra titulada El peligro de estar cuerda (próximo objetivo). Mientras leía este libro, Rosa Montero se acercaba a los micrófonos del programa Un libro una hora de la Cadena Ser, para narrarnos La ridícula idea de no volver a verte. Maravillosa.


domingo, 20 de marzo de 2022

"Solaris", de Stanislav Lem

«No tenemos necesidad de otros mundos. Un solo mundo, nuestro mundo nos basta, pero no nos gusta cómo es. Buscamos una imagen ideal de nuestro propio mundo, partimos en busca de un planeta, de una civilización superior a la nuestra, pero desarrollada con un prototipo: nuestro pasado primitivo […] ¡Se ha establecido el contacto! El microscopio ya puede mostrarnos nuestra horrible fealdad, nuestra locura, nuestra vergüenza» (p.88)

Solaris llevaba muchísimos años esperando en mi biblioteca. Me hice con él en una época en que me dio por la literatura del tipo Un mundo feliz y 1984. El siguiente en la lista era Solaris. Sin embargo, el libro de Stanislav Lem quedó aparcado, aunque no olvidado, hasta mejor momento. Y el momento llegó cuando Rosa Montero me abrió una ventana hacia el futuro con Lágrimas en la lluvia.  

Solaris es un planeta que gira en torno a dos soles, uno rojo y otro azul. Está cubierto de un inmenso océano gelatinoso –recuerda a un enorme cerebro– que parece tener algún tipo de inteligencia. Las descripciones que hace el autor de Solaris son pura poesía. Juega con sus asombrosas formas maleables. Los científicos, fascinados, llevan décadas estudiándolo sin encontrar resultados. «Se obstinó en afirmar que el océano vivo no desdeñaba en modo alguno a los hombres, pero que no había notado que estaba allí, como un elefante no ve ni siente las hormigas que pasean por su lomo» (p.195)

El psicólogo Kris Kelvin, narrador de la historia en primera persona, llega a la estación espacial de Solaris para averiguar qué está pasando. Kris se encuentra a dos científicos al borde de la locura, Snaut y Sartorius, cuyo rostro enjuto recuerda a Don Quijote al narrador (la mención suma enteros). Sufren apariciones de personas de su pasado unidas a un fuerte sentimiento de culpa. Un tercero, Gibarian no lo ha soportado y se ha quitado de en medio. Esos monstruos no son otros que los que llevan dentro los protagonistas, los que todos llevamos dentro. Kelvin estudia la literatura científica y pseudocientífica sobre Solaris (hay una gran biblioteca en la estación), intentando averiguar la naturaleza de esas visiones fantasmales. También Kelvin tiene una aparición de su pasado, su mujer Harey, quien se suicidó tras su separación. La historia de amor entre ellos es extraordinaria –Romeo y Julieta también tiene su referencia–, tanto que en las dos adaptaciones cinematográficas—la de Tarkovsky del 72, y en la de Sorderbergh en 2002—este tema lo ocupa prácticamente todo. Sin embargo, en la novela es uno más de los muchos que cristalizan en la estación espacial de Solaris.

El viaje a Solaris es al tiempo un viaje al interior de uno mismo. «Tal vez valga la pena quedarse. Sin duda no aprenderemos de él, pero sí a cerca de nosotros» (p.93) le dice Snaut a Kris Kelvin. Solaris es una inquietante novela de suspense, una fábula filosófica sobre la incapacidad del conocimiento científico y sobre la límites de la compresión humana. Solaris es una obra maestra de la ciencia ficción. Es una novela llena de intriga e ingenio, por momentos una obra de terror que suscita un escalofrío. Es también una historia de amor desgarrador. 

Intuía que la lectura de Solaris no iba a ser una lectura más, y efectivamente, así ha sido. Su lectura produce una agradable sensación de incomodidad, una inquietud fascinadora que atrapa de tal manera que uno ya no quiere regresar a la Tierra. 

Stanislav Lem ha sido un grandísimo descubrimiento. Para seguir su estela. 


Traducción de Matilde Horne y F.A.

                                                            David Bowie. Space Oddity