viernes, 15 de febrero de 2019

El calendario de Dios, de Rubén Castillo




El ser humano ha sentido siempre la necesidad de adelantarse a los acontecimientos. Ya en la antigua Grecia estaba arraigada la costumbre de acudir a los oráculos para intentar conocer la voluntad de los dioses. En Roma, los augures eran los encargados de adivinar el futuro analizando el vuelo de las águilas o el graznido de los cuervos. Las señales del cielo eran cruciales para saber si era el momento adecuado para jugársela. Si una tarde de tormenta los rayos aparecían por el Este, lo mejor sería dejar la empresa para otro día porque Júpiter pondría una zancadilla insalvable. Dos mil años después, seguimos necesitados de brujos, astrólogos, magos, pitonisas, ilusionistas, videntes y tarólogos.

«Horacio suspiró. Cualquier opositor suspiraría por saber qué tema le va a salir en el examen que garantizará su futuro; cualquier conductor querría tener la certidumbre de si le harán esta noche un control de alcoholemia o no; todo quinielista gozaría al recibir la noticia de si este equipo o el otro van a vencer, empatar o ser derrotados, para rellenar de forma adecuada su apuesta y hacerse ricos; el jugador de bonoloto sería feliz si sobre él se deslizasen, como en un pentecostés aritmético, los números mágicos que mutarán su suerte… Pero si alguien les diera de verdad el poder, el increíble poder, el aterrador poder de conocer todo eso con antelación notarían una angustia terrible a los pocos días» (p.147).




Horacio es el protagonista de la última novela de Rubén Castillo titulada El calendario de Dios. Horacio, nacido en un pueblo de Cuenca, está divorciado (de Rebeca) y vive solo en un piso en el centro de Madrid que hace las veces de consultorio, porque Horacio, y aquí viene lo extraordinario, es adivino, pero no un tunante cualquiera, pues realmente posee el don de la adivinación a través de los arcanos, y de ello vive. No obstante, aparenta ser un falso vidente pues le gusta vivir como un tipo normal, para lo que tiene que ocultar el don. Horacio quiere vivir como Clark Kent sin tener que usar nunca el traje de Superman. No quiere ser un héroe, ni quiere jugar a ser Dios,  porque sabe que cambiar el destino de las personas puede tener consecuencias catastróficas, como bien le advirtió su maestro Leo en su juventud. Sin embargo, un día, la compasión le empuja a decir a un anciano el número que saldrá premiado en la lotería. Esto desencadena la acción de la novela que, a partir de entonces, se transforma en una obra de intriga en la que el protagonista intenta huir de aquellos que lo quieren desenmascarar, desde un periodista hasta los servicios secretos, para utilizar su enorme poder. El pobre Horacio tendrá que despistarlos, y en su periplo por Madrid, Cuenca y Santa Pola (en el que los bares y la comida están muy presentes) vamos conociendo su historia a través continuos flash-backs en los que nos muestra la vida con su maestro y con su exmujer.

El calendario de Dios es una novela en la que la trama está envuelta de abundantes e interesantes reflexiones filosóficas, literarias, cinematográficas, futbolísticas y gastronómicas. Porque Horacio, que es un tipo honrado, sensible e incorruptible, es un apasionado de la literatura (le gusta Delibes, Machado o Chejov) a quien además le gusta el fútbol (las noticias del Marca nos ofrecen una pista de la fecha en la que se desarrolla la novela) y la cerveza muy fría. Horacio es un personaje memorable.

Tenía ganas de volver a leer a Rubén Castillo después de La voz oscura. Además de disfrutar de su afinada prosa, he seguido la recomendación de Horacio y me he hecho con el ejemplar de la Antología poética de Sylvia Plath de la Editorial Visor. 
Buena marca.





Un poco más:

«Horacio cerró el periódico con lentitud, agachó la cabeza y suspiró. Cada día le asombraba más el mundo que le rodeaba: políticos que se iban turnando rapazmente en el poder, y que apenas se molestaban en disimular, con sonrisas y corbatas, su condición de pirañas; deportistas endiosados que pregonaban desde las cámaras y los micrófonos su malestar por presuntas injusticias arbitrales o periodísticas, pero eludiendo siempre la mención de su sueldo, que centuplicaba el de cualquier cirujano, juez o bomberos, empresarios que, insatisfechos con ganar diez mil pretendían ganar cien mil, con la convivencia de bancos y legisladores, y luego, por debajo, la caterva de listillos, vividores, hipócritas, mendaces, trepas, demagogos y demás familia que se aferraban al Sistema como las garrapatas lo hacen al pelo de los perros: con la intención de chupar hasta la última gota posible de su sangre. Pero lo más enervante de la situación era que la culpa siempre era de los humillados y de los ofendidos» (p.109)


                                                    Klaus and Kinski. Ley y moral







8 comentarios:

  1. El planteamiento de la novela recuerda poderosamente a la obra inclasificable de César Aira, El mago, cuyo argumento trata de un mago que es capaz de hacer cualquier cosa sin esfuerzo, y tiene que ocultarse como un ilusionista más para que no se note su poder real. Nunca hace uso de su poder salvo en una ocasión, pero no hay una trama detectivesca detrás ni es una obra de intriga, es más bien filosófico-literaria. Estaría bien que la conocieras para que veas su similitud en esta aspecto central. No obstante, la obra que nos presentas, pinta bien. Muchas gracias por la recomendación. Un saludo.

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    1. Cesar Aira es uno de los autores a los que tengo ganas de acercarme. Parece que el punto de partida es el mismo en ambas novelas. Es muy probable que Rubén Castillo, que es un gran lector (su blog “Librario íntimo” da buena fe de ello), conozca la obra de Aira.
      Sigo tu recomendación y tomo nota para leerla próximamente.
      Un abrazo.

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  2. Conocer el futuro, eterno anhelo... y ¡menos mal que no podemos conocerlo! Los ojos de hoy quizás no entendieran ese mañana. Ese mañana para el que estamos preparados cuando llega, aunque tantas veces pensamos que no. Un abrazo.

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    1. Si me dieran a elegir entre viajar al futuro o hacerlo al pasado elegiría sin dudarlo esta última opción. Algo así dice Auster en no sé qué novela. Y opino lo mismo, porque el futuro no lo entendería (ya me va costando entender este presente tan futurista) o seguramente no me gustaría. Tengo la sensación de que ya no hay utopías sino distopías. Así que el futuro no parece muy atractivo. Mejor echar la vista atrás para conocer a los que ya pasaron por aquí y dejaron su huella.
      Un abrazo.

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  3. Son buenísimas esas últimas frases que citas. No conocía al autor, pero lo apunto porque sospecho que me ha de gustar. Me parece que con el pretexto de los poderes adivinatorios de Horacio se le hace una fina disección a la sociedad en que nos ha tocado vivir y que, no olvidemos, vamos construyendo entre todos, unos activamente y otros con la pasividad cómoda y complaciente y el "todos son iguales". Tomo nota.
    Un beso.

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    1. Hola Rosa, seguro que te gustaría. Es un autor ya verterano (creo que tiene en su haber cerca de una decena de novelas) . No vas desencaminada en tu comentario. El autor utiliza al personaje para hacer un cuadro de los últimos años. No se ceba en la crítica pero tampoco la elude.
      Es la segunda novela que leo de Rubén Castillo, y no creo que sea la última. De hecho, hace poco me crucé en una librería de viejo con una novela anterior suya titulada “El anillo de Moebius”. El título me pareció fantástico. Y ya está en casa esperando.
      Un abrazo.

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  4. Muy interesante, aparte de la idea, buenísima (un adivino... ¡que de verdad adivina!) me gusta que la trama esté ambientada en sitios tan familiares y elementos de mi cultura que también reconozco, en lo local se esconde lo universal.
    La otra novela que citas del autor debe ser un guiño a un cuento de Cortázar. Le seguiré la pista.
    Un abrazo.

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    1. En el personaje de Horacio confluye la cultura popular y la erudición. Messi y Machado, Luke Skaywalker y Delibes, Mourinho y Guardiola. Lavapies y la Ciudad Encantada, No hay separación ni conflicto.
      Merece la pena leer a Rubén Castillo.
      No conocía el cuento de Cortázar. Acabo de leerlo y me ha dejado impactado, sobre todo el surrealista y extraño final.
      Por cierto, he empezado a leer “El tiempo es un canalla”. Y es muy buena.
      Un abrazo Gerardo.

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