Salgo del extraño
y disparatado bucle Zweig-Piglia
gracias a La voz oscura de Rubén Castillo.
No puedo resistirme a
comprar el libro cuando entro en la librería y me encuentro entre las novedades
con una portada de película ochentera de serie B, con airgamboys de legionarios
romanos descabezados sobre una mesa, al lado de una taza
de café y de un paquete de galletas, observados por un difuso hombretón barbudo
con chaqueta verde. Y me lo llevo sobre todo porque tengo ganas de leer a Rubén
Castillo, autor del que disfruté con los relatos de Muro de las lamentaciones.
En cuanto
comienzo a leer la novela me quedo pegado a sus páginas. Tensión narrativa, que
le llaman. Y es que La voz oscura es
una novela de intriga (con cierto tono humorístico que me ha recordado a
Eduardo Mendoza) que mantiene esa tensión hasta el final, y lo hace sin
utilizar uno de los principales ingredientes del género: el detective. No hay
detective, pero hay género. Y también aviso para navegantes.
El protagonista de la novela es Jaime, un profesor universitario soberbio y algo despótico que comienza a
ser víctima de una extorsión a través del teléfono móvil y del correo
electrónico. Esa “voz oscura” que le habla como nadie lo ha hecho conseguirá atemorizarlo hasta
convertirlo en un corderillo sin voluntad. Jaime Díez, donjuán soltero a sus
casi cuarenta años, con un BMW y la Visa Oro en el bolsillo, cree tener el
mundo a sus pies. Hasta que un día recibe un mensaje anónimo en el correo
electrónico.
«Cuando Jaime
Díez entró silbando en su despacho de la universidad y dejó las llaves del
coche y su móvil encima de la mesa creyó que empezaba un día como otro, una
jornada en la que solamente tendría que cumplir su horario de trabajo, en la
que sus alumnos los escucharían con aburrimiento y en la que le pasarían, más o
menos, las mismas cosas de siempre. O sea, pura rutina.
Pero se
equivocaba.
Se equivocaba
profundamente. Sin que él lo supiera, el simple gesto de apretar la tecla de
encendido del ordenador —cosa que acababa de hacer sin darle la mayor
importancia— le iba a provocar la experiencia más aterradora de toda su vida.
Pronto iba a
comprobarlo».
En este íncipit aparece ya el tema de la novela,
el miedo, que entra en la aburrida y rutinaria vida del profesor (de química) a
través de dos de los aparatos más deificados por el mundo actual: el móvil y el
ordenador. Sendos objetos personales, imprescindibles hoy en día como el aire
que respiramos, se convierten también en protagonistas como elementos de
desasosiego para su propietario.
La novela está
construida con pocos personajes muy logrados, sobre todo el de Jaime (don
Jaime, como lo llaman sus obedientes y explotadas becarias, María y Cristina),
o el de Natalia, una alumna inteligente y guapa a la que quiere llevarse a la
cama para que forme parte de su brillante palmarés de conquistas universitarias.
O el de su compañero Patricio, a quien desprecia pero utiliza cuando le
interesa. O el del personaje invisible de la voz oscura, que siembra la semilla
de la inseguridad y el terror en la racional y ordenada vida del engreído profesor.
Rubén Castillo mueve
la trama con fluidez a lo largo de trece capítulos y ciento ochenta páginas,
con diálogos inteligentes y descripciones precisas. El autor logra, con un narrador
omnisciente y una prosa impecable, que sintamos cierta simpatía lastimera (tarea nada
fácil) por ese personaje que se cree el rey del mambo llamado Jaime Díez.
La música y el
cine están presentes a lo largo de la novela. A los gustos de Jaime (los de un
tipo culto, como no podía ser menos en profesor universitario que se precie)
que pasan por Bizet, Mozart, Bach, Débussy o Lars Von Trier (aunque en el fondo
le gustan las películas de Schwarzenegger) se contraponen los de la joven
Natalia, rara avis que prefiere a Marlango
o a Norah Jones. También aparecen mencionados míticos como Serrat, Barón Rojo o
Michael Jackson.
Con el telón de
fondo del mundillo universitario vamos conociendo las pruebas por las que tiene
que pasar Jaime, que no para de preguntarse, al igual que el lector, quién es
el loco que lo tiene atemorizado, y sobre todo, por qué a él. La respuesta, como
debe ser, al final de la novela.
Me ha gustado La voz oscura de Rubén Castillo. Aire fresco fuera del bucle.
Marlango: Enjoy the ride
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