miércoles, 29 de septiembre de 2021

"El desierto de los tártaros", de Dino Buzzati


Hace unos meses conocí a Vicente, bolañista confeso que me recomendó una de las novelas más extraordinarias que he leído. Se trata de El desierto de los tártaros, del italiano Dino Buzzati, publicada en 1940. El desierto de los tártaros es uno de esos libros que tienen el poder de cambiarte el paso. Es una novela con poso que no se olvida fácilmente, que se queda pegada al cerebro durante mucho tiempo. Lo dijo Borges: Dino Buzzati será uno de los autores recordados por las futuras generaciones. 

El desierto de los tártaros presenta una historia en la que los protagonistas –los militares Drogo, Ortiz, Simeoni o Angustina– aguardan su acontecimiento heroico desde la Fortaleza Bastiani –el ataque de los pueblos del norte– mientras el tiempo pasa. La espera consume la vida de cada uno en soledad, sin decir lo que todos saben, porque en la novela destacan los silencios de los personajes, lo que no se dice. Ese es el heroísmo de los protagonistas. 

Los temas centrales de la novela son el paso inexorable del tiempo, la inútil espera de ese Godot que nunca llega, la frustración por los sueños no cumplidos. El hábito y la rutina como cárcel y refugio, como el pájaro que no quiere escapar de su jaula por ese miedo a la libertad del hablaba Erich Fromm. Las oportunidades y los amores perdidos –no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió, que diría el gran Sabina–. Los sueños de grandeza que se quedan en sueños. La imposibilidad de volver, de dar marcha atrás, porque ya no somos los mismos, porque el tiempo ha hecho mella. La tragedia de la vida humana, que se manifiesta cerca del fin. 

El desierto de los tártaros es una novela existencialista impregnada de misterio, con un tono melancólico, que atrapa a los lectores del mismo modo en que la fortaleza atrapa a los que la habitan. Es una novela que nos remite al romanticismo, con inmensos y bellísimos paisajes, altas montañas nevadas, enormes desfiladeros, desiertos vacíos que se pierden en el horizonte infinito, con el silencio y la soledad que evocan estos paisajes. La inmensidad de la naturaleza frente a la poquedad del ser humano. Con el espacio y el tiempo indeterminados, la Fortaleza Bastiani, de atmósfera fantástica, se nos presenta como un laberinto del tiempo en el que los que entran no pueden salir. 

Todos somos Giovanni Drogo. Todos tenemos una Fortaleza Bastiani que nos atrae y nos repele, como esa zona de confort que nos tiene encerrados bajo llave. Todos esperamos nuestro momento. A todos se nos escapa el tiempo entre los dedos. Todos cargamos a cuestas con la soledad, y con ella cruzaremos los negros portones. Todos tenemos oportunidades perdidas, trenes a los que no subimos. La Fortaleza Bastiani está dentro de cada uno de nosotros. El genio de Dino Buzzati fue hacerla visible para mostrarla al mundo. 

Dino Buzzati bebe de El castillo de Franz Kafka y de La montaña mágica de Thomas Mann. Giovanni Drogo es K., el agrimensor que no ceja en su absurdo empeño por llegar al castillo, el Hans Castorp que se queda voluntariamente internado en el sanatorio de los Alpes. Autores tan grandes como Samuel Beckett o Paul Bowles seguirían esta estela. 

El desierto de los tártaros es una obra maestra que engancha desde la primera línea. Cuando comienzas a leerla, ya no hay marcha atrás, atrapado en la fortaleza de sus páginas. 
Imprescindible. 


Traducción de Esther Benítez


Portada original con un cuadro de Dino Buzatti


Agradezco a Vicente Bolaño haber puesto este extraordinario libro en mi camino.

                                                  Joaquín Sabina. Con la frente marchita.

miércoles, 22 de septiembre de 2021

"Teatro fantasma", de Ismael Orcero Marín


Los fantasmas son los espíritus de los muertos —también, a veces, de los vivos— que se manifiestan de forma perceptible en lugares que frecuentaban en vida, o en asociación con sus personas cercanas. Estas almas errantes suelen manifestarse cuando alguien los llama. Ismael Orcero Marín invoca a sus fantasmas y los pone en escena, para hablar con ellos, para que le muestren el camino hacia el centro de sí mismo. Los fantasmas de Orcero Marín son las musas que le acompañan en el viaje de la escritura y de la vida . 

El Teatro fantasma es el álbum de fotografías de un narrador protagonista que va mostrando retazos de su vida a través de los recuerdos que le evocan esas imágenes. Es un libro de la memoria, como La invención de la soledad de Paul Auster. «Recuerdo esos años entre la memoria y la invención», dice el narrador. Es un libro intimista, con un tono nostálgico que me recuerda al Austerlitz de W.G. Sebald. No es tanto una nostalgia melancólica como una nostalgia más bien serena, que invita al protagonista a reflexionar sobre su vida, a reencontrarse consigo mismo relatando su pasado desde un presente algo difuso. Sus padres, sus amigos, su trabajo, sus vecinos y su compañera Diana son los otros protagonistas que el narrador pone sobre las tablas de este teatro. En él aparece la vida como un libro que se escribe al tiempo que se vive. La vida escribiéndose a sí misma y el lector como testigo de lo que acontece. Aparentemente no hay una sucesión lineal de los acontecimientos narrados, sino que el autor ofrece una narración fragmentaria en forma de capítulos cortos. Digo aparentemente, porque sí hay un imperceptible hilo conductor que enlaza los diferentes fragmentos que cada vez se va haciendo más patente. El narrador da unas pinceladas de su memoria en cada capítulo. Su trazo es fino y preciso. En estos pigmentos hay amor, ironía, dolor, humor y desencanto. Desencanto hacia un presente que no es el que imaginaba, hacia una sociedad que deja a muchos en la estacada, en el paro, en la miseria, en la indigencia. También hay lugar para la esperanza porque la vida tiene su cara y su cruz, sus luces y sus sombras. Nuestro protagonista busca la luz en sus fantasmas, en sus recuerdos familiares, en su trabajo y en Diana. Los objetos evocan los recuerdos del protagonista: la pluma estilográfica, como el cetro de un rey, le recuerda a su padre; la cafetera (el café siempre presente como bálsamo de fierabrás) a su madre. Los indios de plástico (¡la portada es maravillosa!) a su infancia. Y después, llegó el futuro: la crisis económica, el miedo a la indigencia, la emigración imposible, la búsqueda de trabajo, la pérdida, la desolación, la huida, y el amor como tabla de salvación. 

El contenido del libro me atrae por cuanto me veo en muchas de las historias que se narran. Muchos de los recuerdos del protagonista son parecidos a los míos, a los de la generación que fuimos niños en los ochenta y adolescentes en los noventa. Ismael Orcero consigue hacer una obra de arte con una materia prima que está al alcance de todos, porque cada uno tiene su propio teatro fantasma. Su talento como escritor se manifiesta desde la primera página. El lenguaje es rico, preciso, fluido, salpicado de imágenes, símiles y metáforas. Teatro fantasma es un libro de una gran belleza. Una gozada de lectura. Ismael Orcero Marín, un gran descubrimiento. Para seguirlo de cerca. 



Aquí dejo una muestra de la calidad de esta pequeña joya:
 «Paso en la pantalla de mi ordenador esas fotografías, una tras otra, y apago las luces como en aquellos pases de la memoria. Muchos de los que aparecen se han transformado o han muerto, convirtiendo esa proyección en una sesión de espiritismo. Recuerdan a fantasmas que se manifiestan para contar su historia. Es como un teatro de guiñol entre dos mundos». (p.20) 
«Vestimos ropa ridícula, con rombos y colores apagados, nos sentamos en sofás de escay y sonreímos felices en cada foto. Sonreímos porque el papel nos hacía inmortales, y porque era inmoral inmortalizar la tristeza». (p.18) 
«Después nos dejaron en el tanatorio. Como náufragos en un mar de aguas revueltas, agarrados a nuestro luto, nos quedamos allí, a la espera de que al día siguiente alguien viniera a rescatarnos, a la deriva de una noche larga donde las estrellas se habían apagado». (p.29) 
 «Los escombros de una vida son los cimientos de la otra». (p.33) 
 «Es invierno y hay muchos días grises. Si lo pienso. Al contrario de lo que mucha gente asegura, el gris no es un mal color. Refleja el color de la plata. Y por eso pienso que las mejores cosas me han sucedido en días grises» (p.37) 
«Las tazas del desayuno del fin de semana convierten la palmadita en la espalda del lunes en un abrazo». (p.44) 
«En las estrellas tratamos de leer las casualidades. La casualidad de lo que somos, de lo que fuimos y de lo que seremos. La casualidad de lo que no somos, de lo que no fuimos y de lo que ya no seremos […] Esa vida en la que el día a día, con los bolsillos vacíos, nos ha pesado y en la que, después de todo, sabemos que no podía ser de otra manera». (p.56) 
«La crisis fue la guerra que le faltaba vivir a los de nuestra generación. Una guerra sin bombas, pero al fin y al cabo, una guerra». (p.59) 
«En mi mente seguía la emoción de verme como el doctor Fleischman. ¿Pescaría? ¿Llevaría manoplas? A mi cabeza vinieron los relatos de los marino que había conocido en la ficción. Demasiado bajo para ser Corto Maltés, demasiado calvo también. Demasiado cobarde para vivir en un mundo sin Seguridad Social». (p.66) 
«Los días son nublados y nos hacen felices después de que el sol nos haya hecho llorar tanto. No queremos volver a casa». (p.87) 
«Ahora solo me interesa el libro que ha brotado de estas hojas. Este libro que se escribe mientras se lee. Escrito a fogonazos, como un álbum de fotografías, un libro sin final». (p.92) 
«Hace años, cuando era adolescente, soñaba con tener todos mis libros en la biblioteca de la torre de una mansión. Luego, me conformé con un sótano donde leería en penumbra las ficciones de otros y escribiría las mías». (p.103)

martes, 7 de septiembre de 2021

Cinco años con Montag


                           

Hace cinco años pensé en seguir el método Carvalho para dejar un vicio que me estaba consumiendo la existencia. Se trataba de quemar todos mis libros y empezar a vivir en la realidad. Pero el fogonazo llegó del poder de los libros. No para quemarlos sino para salvarlos. La parte quijanesca se imponía a la pirómana del cura, el barbero y la sobrina. Montag se imponía a Montag. Nunca debe subestimarse el poder de los libros, decía Paul Auster, capaces de salvarse a sí mismos. El mal de Montano descubierto por Vila-Matas triunfaba y El fuego de Montag nacía. Fue el siete de septiembre de dos mil dieciséis. 
Este es un blog pequeño con el que no pretendo nada, más allá de divertirme con él. Un refugio antiatómico que me da mucho más de los que me exige. No soy regular en mis publicaciones, ni constante escribiéndolas. En general no suelo ser constante en casi nada, por eso me sorprende que este blog lleve funcionando cinco años. Si hay algo en lo que soy constante desde hace mucho es en la lectura. Siempre tengo un libro entre manos. Forma parte de mi atuendo, como los zapatos o la camiseta. Leo en papel y todavía no tengo libro electrónico, aunque no lo descarto. No me paso el día leyendo. Leo menos de lo que me gustaría, pero siempre le dedico un tiempo diario. Suelo llevar varios libros en rueda, sobre todo cuando termino uno y tengo que comenzar el siguiente, hasta que uno de ellos se va imponiendo al resto, que quedan rezagados, pero no olvidados. No todo lo que leo me gusta. Si no me entra, no suelo forzar la lectura. Muchos libros se quedan en el primer capítulo, raramente a medio, porque si han llegado hasta ahí es porque seguramente llegarán hasta el final. Compro más libros de los que leo. Intento comprar libros que sé que antes o después leeré. Muchos clásicos, porque sé que no defraudan. Y algunas recomendaciones, sobre todo las de mis blogs de referencia: Cuéntame una historia, El blog de Juan Carlos, Varado en la llanura, Cuéntame algo…, mejor, escríbemelo, MarianLEEmásLIBROS, Librario íntimo y tantos otros blogs estupendos que he ido descubriendo en estos cinco años de blogancia. Leo más libros de los que reseño. Desde hace años escribo en un cuaderno de bitácora mis impresiones de las lecturas. La idea original del blog era ir tirando de esas impresiones que iba dejando al tiempo que leía. Alguna he recuperado pero la mayoría quedarán en el papel. Con la escritura también trato de ser constante. Aunque no hay literariedad en lo que escribo, me gusta escribir. Con pluma estilográfica a lo Mark Twain o Conan Doyle, que está de moda. Podría vivir sin escribir, pero no sin leer. Esta frase creo que es de Vargas Llosa. Roberto Bolaño decía que era mejor lector que escritor. Es un consuelo para mí que digan esto porque será lo único en lo que me pueda acercar de lejos a ellos. Muchas lecturas se quedan fuera del blog, por pereza, porque no me apetece escribirlas, o porque simplemente no me sale nada decente. No leo para reseñar, leo por leer nomás. El blog no es un fin, sino un medio que me permite estirar las sensaciones que se quedan tras una buena lectura, un medio para conocer nuevos autores y nuevos libros, un medio para conocer a grandísimos lectores, convertidos en amigos virtuales, como Rosa, Gerardo, Juan Carlos, Ana, Joselu, Marian y tantos otros que con sus blogs me sirven de ejemplo de cómo se debe escribir y sobre todo de cómo y qué se debe leer. No tengo libros favoritos, ni autores favoritos. Son tantos que no sabría decir cuáles. Tengo claro que Cervantes es Zeus, y Don Quijote la octava maravilla. También tengo claro que seguiré leyendo y escribiendo mientras el cuerpo aguante. No voy a luchar contra este mal de Montano que tan poco me exige y tanto me regala. Ya no quemaré los libros. Arderé con ellos. 
Recuerdo una frase extraordinaria que daba nombre a un programa de radio: 
«Quien lee, vive más». 
Ese es el poder de los libros.



Cuadro. Van Gogh. Los libros amarillos. 1887.
Libro. Traducción al turco de Don Quijote