El desierto de los tártaros presenta una historia en la que los protagonistas –los militares Drogo, Ortiz, Simeoni o Angustina– aguardan su acontecimiento heroico desde la Fortaleza Bastiani –el ataque de los pueblos del norte– mientras el tiempo pasa. La espera consume la vida de cada uno en soledad, sin decir lo que todos saben, porque en la novela destacan los silencios de los personajes, lo que no se dice. Ese es el heroísmo de los protagonistas.
Los temas centrales de la novela son el paso inexorable del tiempo, la inútil espera de ese Godot que nunca llega, la frustración por los sueños no cumplidos. El hábito y la rutina como cárcel y refugio, como el pájaro que no quiere escapar de su jaula por ese miedo a la libertad del hablaba Erich Fromm. Las oportunidades y los amores perdidos –no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió, que diría el gran Sabina–. Los sueños de grandeza que se quedan en sueños. La imposibilidad de volver, de dar marcha atrás, porque ya no somos los mismos, porque el tiempo ha hecho mella. La tragedia de la vida humana, que se manifiesta cerca del fin.
El desierto de los tártaros es una novela existencialista impregnada de misterio, con un tono melancólico, que atrapa a los lectores del mismo modo en que la fortaleza atrapa a los que la habitan. Es una novela que nos remite al romanticismo, con inmensos y bellísimos paisajes, altas montañas nevadas, enormes desfiladeros, desiertos vacíos que se pierden en el horizonte infinito, con el silencio y la soledad que evocan estos paisajes. La inmensidad de la naturaleza frente a la poquedad del ser humano. Con el espacio y el tiempo indeterminados, la Fortaleza Bastiani, de atmósfera fantástica, se nos presenta como un laberinto del tiempo en el que los que entran no pueden salir.
Todos somos Giovanni Drogo. Todos tenemos una Fortaleza Bastiani que nos atrae y nos repele, como esa zona de confort que nos tiene encerrados bajo llave. Todos esperamos nuestro momento. A todos se nos escapa el tiempo entre los dedos. Todos cargamos a cuestas con la soledad, y con ella cruzaremos los negros portones. Todos tenemos oportunidades perdidas, trenes a los que no subimos. La Fortaleza Bastiani está dentro de cada uno de nosotros. El genio de Dino Buzzati fue hacerla visible para mostrarla al mundo.
Dino Buzzati bebe de El castillo de Franz Kafka y de La montaña mágica de Thomas Mann. Giovanni Drogo es K., el agrimensor que no ceja en su absurdo empeño por llegar al castillo, el Hans Castorp que se queda voluntariamente internado en el sanatorio de los Alpes. Autores tan grandes como Samuel Beckett o Paul Bowles seguirían esta estela.
El desierto de los tártaros es una obra maestra que engancha desde la primera línea. Cuando comienzas a leerla, ya no hay marcha atrás, atrapado en la fortaleza de sus páginas.