“Tenéis que ver una película que se titula Amanece que no es poco. Es una película
preciosa”. Esa era la palabra que utilizaba para describirla, preciosa. Quien
esto nos decía era Marisa González, la profesora de música del instituto. Entraba en el aula cargada con un viejo maletín-tocadiscos con altavoces incorporados y unos vinilos de música clásica que nos ponía una y
otra vez. “Yo soy la pianista que aparece en la película”, repetía orgullosa
con una sonrisa. “Ver la película sube nota”. Y claro, la vimos. Ahí estaba
ella, con su pelo recogido en un moño, como en clase, acompañando al piano a
una soprano en un viejo bar en el que los lugareños, antes de ir al trabajo, se
emborrachaban por turno vigilados por un guardia civil. Fue todo un
descubrimiento. Una revelación. Efectivamente, la película era preciosa.
La película estaba ambientada en un pueblo y ocurrían cosas
verdaderamente disparatadas. Un grupo de estudiantes norteamericanos llegaba al pueblo
para observar las costumbres autóctonas, los campesinos cantaban un madrigal mientras
se dirigían al trabajo, de la tierra crecían humanos con “rizoma”, los fieles
aplaudían al cura en la misa, los niños aprendían en la escuela cantando, un
escritor argentino plagiaba a Faulkner y acababa entre rejas porque Faulkner era el
ídolo del pueblo, un padre y su hijo llegaban en sidecar para pasar un año
sabático, un borracho se desdoblaba, el alcalde se ahorcaba porque los hombres del
pueblo querían colectivizar a la mujer que había traído, las mujeres del pueblo se
reunían para reírse de los hombres, un suicida que no lograba suicidarse, un masai,
hijo de una vecina, que trataba de integrarse en el pueblo en el que había nacido,
un guardia civil que disparaba al sol porque no salía por donde lo esperaba...
Marisa nos hizo amanecistas.
Después la vi muchas veces, porque es una película para verla muchas veces. Hace unos años se organizó un homenaje a José Luis Cuerda en la filmoteca con la proyección de la película. Y ahí que fuimos. Era viernes. El director estaba en la puerta firmando guiones de Amanece que no es poco. Lo compré y pude saludar al genio. La sala estaba abarrotada. Con muchas caras conocidas. “No me explico que hacéis un viernes por la noche aquí. Yo no vendría”, dijo en la presentación. Tras la proyección de la película, un genial José Luis Cuerda habló de cine y de literatura. Tenía una inteligencia y una rapidez sorprendente. Y mucha ironía. Me pareció un tipo estupendo. Habló de su niñez, y de su juventud, que fue cuando decidió que le gustaba la literatura y el cine. Dijo que le abrió los ojos leer Rojo y negro de Stendhal. Que en ese libro estaba todo. Que sus películas favoritas eran El apartamento de Wilder y Plácido de Berlanga. Estuvo hablando sobre una hora. Tenía ganas de hablar y el público ganas de escuchar.
Después la vi muchas veces, porque es una película para verla muchas veces. Hace unos años se organizó un homenaje a José Luis Cuerda en la filmoteca con la proyección de la película. Y ahí que fuimos. Era viernes. El director estaba en la puerta firmando guiones de Amanece que no es poco. Lo compré y pude saludar al genio. La sala estaba abarrotada. Con muchas caras conocidas. “No me explico que hacéis un viernes por la noche aquí. Yo no vendría”, dijo en la presentación. Tras la proyección de la película, un genial José Luis Cuerda habló de cine y de literatura. Tenía una inteligencia y una rapidez sorprendente. Y mucha ironía. Me pareció un tipo estupendo. Habló de su niñez, y de su juventud, que fue cuando decidió que le gustaba la literatura y el cine. Dijo que le abrió los ojos leer Rojo y negro de Stendhal. Que en ese libro estaba todo. Que sus películas favoritas eran El apartamento de Wilder y Plácido de Berlanga. Estuvo hablando sobre una hora. Tenía ganas de hablar y el público ganas de escuchar.
Amanece que no es poco, Así en el cielo como en la tierra, El bosque animado, La marrana, La Lengua de las mariposas…
Escena de la taberna, con Marisa González al piano.