84, Charing Cross Road de Helene
Hanff es un libro del que he leído y escuchado opiniones siempre favorables: que es una delicia, un libro de culto, una joya para bibliófilos, y cosas por
el estilo. Lo cierto es que nunca me había planteado ir a comprarlo, pero la
semana pasada (todavía me pregunto cómo) terminé con él en casa.
El viernes por la tarde
me pasé por la Librería Circus para
ver si tenían un libro sobre historia medieval que me interesaba desde hacía
tiempo. Nada más entrar, mis desobedientes
manos sacaron un ejemplar de la estantería sin que me percatara de ello. Me
dirigí a la sección correspondiente y anduve un buen rato mirando el lomo de
muchos de esos tomos, que me devolvían la mirada con cara de hastío a sabiendas
de que ninguno de ellos sería el elegido. Me di por vencido y me acerqué para preguntar
al librero, quien amablemente, tras consultar el catálogo, me informó de que en esos
momentos no lo tenían, pero que me lo podrían pedir a la editorial. Así que me
puse a pensarlo, y antes de responderle que no era necesario, la barba del
librero me dijo el precio del libro que llevaba en la mano derecha. La mano izquierda
reaccionó rápidamente sacando el
monedero del bolsillo, y la otra, la que llevaba el libro, tras depositarlo momentáneamente
en el mostrador, encontró un billete con el que pagó sin que le temblara el
pulso, y también sin consultarme. Cuando salí por la puerta de la librería,
pensando todavía dónde narices podría encontrar ese libro de historia medieval que
andaba buscando, leí el título del que acababa de comprar: 84, Charing Cross Road.
Lo más extraño es que
esa misma noche dejé un libro estupendo que llevaba a medio para comenzar a
leer a Helene Hanff. Antes de dormirme ya había leído más de la mitad de esta
obra que creía ficción y resultó ser realidad. Al día siguiente terminé las ciento
veintiséis páginas que la componen.
Helene Hanff, enfrascada en la lectura
El libro es un compendio
de la correspondencia entre la escritora y los trabajadores —especialmente con
el gerente
Frank Doel—de librería
londinense
Marks & Co., situada
precisamente en el
84 de Charing Cross Road, calle que da título al libro. Ese
intercambio epistolar se mantiene a lo largo de los veinte años en los que se
suceden las peticiones de libros por parte de Helene Hanff que, como buena
autodidacta, es una lectora incansable y curiosa. En total, son ochenta cartas que comenzaron
a cruzar el Atlántico el 5 de octubre de 1949 y terminaron de hacerlo el 11 de
abril de 1969. La última, la número ochenta y uno, fechada en octubre de 1969, forma
parte del epílogo.
En ellas se puede ver cómo,
a partir de la crítica o alabanzas los libros que le van llegando, se afianza la
amistad entre Helene Hanff, que tiene un talante divertido y desenfadado, y
Frank Doel que apenas se atreve a salir de su corrección británica. Aunque no
se conocen personalmente, llega un momento en que parece que Helen y Frank son amigos de
toda la vida.
A este intercambio de
misivas se suman otros trabajadores de la librería (Cecily Farr y Megan Wells),
la esposa de Frank, Nora, o incluso la vecina de ésta, la anciana Mary Bulton, todos ellos conmovidos por la generosidad de la
escritora que les envía paquetes de alimentos que son imposibles de encontrar
en la Inglaterra de posguerra con la escasez y el
racionamiento impuesto por el gobierno.
Frank Doel, junto a su esposa Nora y sus hijas.
Además de la crónica
conmovedora de una amistad (hay quien intuye algo más) entre dos personas que viven a miles de kilómetros
de distancia, 84, Charing Cross Road es también la pequeña historia de los cambios que en ese tiempo tuvieron lugar
en el mundo. Porque aparte de los libros, los escritores o las ediciones, las
cartas que vuelan de una punta a otra del Atlántico vía correo postal, contienen
detalles de la historia, como la coronación de Isabel II; de la política, como las elecciones en las Frank Doel es
partidario de que gane Churchill confiando en que ponga fin al racionamiento; o
de la sociedad, en la que hace su aparición un fenómeno de masas como la música
pop, con The Beatles como punta de
lanza.
Una de las cosas que más
me han impresionado de Helene Hanff es su férrea voluntad de ser escritora
partiendo de cero. Con veinte años, sin
un dólar en el bolsillo y sin haber finalizado los estudios universitarios, se
instaló en Nueva York en 1936, en plena Gran Depresión (ese mismo año se estrenó
en los cines
Tiempos Modernos, de
Chaplin) con la firme determinación de
vivir de la escritura. Lo intentó con el teatro, y a lo largo de su vida
escribió más de veinte obras, pero jamás vio representada una de ellas sobre el
escenario. En una interesante
entrevista para la BBC en el año 1981, traducida por la periodista Miriam Molero, cuenta entre risas:
“Yo estaba perseguida por el hecho de que no tenía
educación y que quería ser una escritora, quería escribir obras de teatro y no
me daba cuenta de que había un problema en el hecho de que no me gustara leer
teatro”.
Sin embargo nunca se
dio por vencida, y salió adelante
adaptando guiones para
televisión del escritor/ escritores de novela negra
Ellery Queen, o una historia de los Estados Unidos para niños, o
artículos para la revista
New Yorker
o
Harper’s Magazine. También
escribió una autobiografía y una guía sobre su querida Nueva York.
Como se observa en 84, Charing Cross Road, a Helene no le
gusta la ficción, como señala el 9 de febrero de 1952: “jamás he conseguido interesarme por cosas
que sé que jamás les ocurrieron a personas que nunca han vivido”. Por eso
casi todos sus pedidos son biografías, clásicos de la antigüedad, ensayos literarios,
diccionarios, diarios, cartas, y poesía. Encargó y recibió más de una treintena
de libros. Los ensayos de Hazlitt, de
Stevenson, de Leigh Hunt, de Walter Savage
Landor, de Chesterfield y de Goldsmith; la poesía de Wyatt y de Johnson (le parece que Keats
o Shelley gimotean cuando hablan de
amor). Estos últimos los pide en “libro de pequeño
formato para poder metérmelo en los bolsillos de los pantalones y llevármelo a
Central Park”; La universidad ideal, de Newman; La ruta del peregrino, de Quiller-Couch; un Nuevo Testamento de la Vulgata; las Vidas, de Walton; las obras de Cátulo,
de Horacio, de Safo y de Platón; El Diario de Sam Pepys; una Antología
del aficionado a los libros; los Cuentos
de Canterbury, de Chaucer; la
poesía completa de John Done y de William Blake, El viaje a América; de Alexis
de Tocqueville; El lector común, de Virginia Woolf; el libro
ilustrado El viento entre los sauces, de Kenneth Grahame; Diario de una dama provinciana, de E.M. Delafield y las 0bras completas del duque
de Saint Simon.
Hay excepciones. Es
imposible que una lectora voraz como Helene Hanff no caiga en las redes de la
ficción, de modo que su opinión sobre la novela cambia a partir de la lectura
de Orgullo y prejuicio, de Jane Austen y de Tristam Shandy, de Laurence Sterne. Estas son las dos
únicas novelas que encarga emocionada a la librería. Y lo hace después de
haberlas leído, porque Helene Hanff tiene la costumbre de de leer los libros prestados
de la biblioteca pública antes de comprarlos, como señala en la misma carta del
9 de febrero: "va contra mis principios
comprar un libro que no he leído previamente: es como comprar un vestido sin
probártelo...”
La escritora dice
adquirir los libros para releerlos (aquellos de una sola lectura,
los tira o los regala) aunque yo creo que además los compra para que le hagan
compañía en ese pequeño apartamento del
14 East 95th Street,
junto a
Central Park, en el que vivió
hasta 1956. El
10 de abril de 1950, escribe: “Visto
jerséis apolillados y pantalones de lana, porque donde vivo no encienden la
calefacción durante el día. Es una casa de cinco ladrillos de piso oscuro;
todos los demás inquilinos salen para el trabajo a las 9 de la mañana y no
regresan hasta las 6..., ¿por qué va a calentar el propietario todo el edificio
por una simple lectora/escritora de guiones, que trabaja en casa en la planta
baja?"
El 1 de septiembre de
1956 cambia de apartamento y se va a vivir a un estudio de dos piezas en la 2ª
Avenida. Las últimas cartas las recibe ahí, en el
305 East 72nd Street. En la actualidad ese edificio lleva el nombre de
84, Charing Cross Road en honor a su
ilustre inquilina.
sos piezas en LA 2´gunda aveni va a
?. ficio por una simple lectora/escritora de guinoes que 19Una de las claves del éxito que tuvo, y sigue
teniendo, esta relación epistolar, es que
los libros y las librerías son los verdaderos protagonistas.
En la carta fechada el 3 de noviembre de 1949, Helene escribe:
“Los libros llegaron bien, y el de Stevenson es tan bello que hasta
abochorna un poco a mis estanterías hechas con cajas de naranjas. Casi temo
tocar esas páginas de tacto tan suave que semejan pergamino y de un fuerte
color crema. Acostumbrada al blanco apagado y a las cubiertas de cartón rígido
de los libros americanos, jamás supuse que un libro así pudiera proporcionar un
placer tan gozoso al sentido del tacto”.
Maxine, amiga de Helene que viaja a Londres (ella no se decide nunca a hacerlo a
pesar de que la invitan continuamente), le describe la librería Marks & Co.
en una carta fechada el 10 de septiembre
de 1951.
“¡Es una tiendecita antigua y encantadora, que
parece salida directamente de las páginas
de una novela de Dickens!
¡Te chiflará cuando la veas!
Tienen fuera unos expositores, y me paré a hojear
unas cuantas cosas simplemente para sumir la apariencia de una amante de los
libros antes de pasar al interior. Dentro está oscuro: hueles los libros antes
de poder verlos; un olor de los más agradable. No soy capaz de describírtelo,
pero es una combinación de moho, polvo y vejez, de paredes revestidas de madera
y suelo entarimado. Hacia el fondo de la tienda, a la izquierda, hay un
escritorio con una lámpara de estudio encima. Frente a él estaba sentado un
hombre de unos cincuenta años, con nariz a lo Hogarth...”
Incluso, en una carta
remitida por la propia librería el 15 de
enero de 1952, le dicen cómo limpiar algunos de los libros:
“Le aconsejaríamos que empleara jabón normal y
agua. Ponga una cucharadita de carbonato sódico en medio litro de agua templada
y emplee una esponja enjabonada. Creo que con esto retirará la suciedad;
después puede abrillantarlo con un poco de lanolina”.
Helene Hanff junto a su inseparable máquina de escribir
Mi impresión: una joya,
una delicia, un libro lleno de amistad, cariño, solidaridad, comprensión y agradecimiento. Un libro lleno de libros. Me entusiasmó tanto, que le di una
segunda vuelta, sin pereza (es un libro corto), lápiz en mano. Esta obra (no
ficticia, faltaría más) que publicó Helene Hanff en 1970, la única que,
paradojas de la vida, la hizo célebre (se adaptó al teatro y posteriormente al
cine, con éxito), gustará seguro a todos
los que adoran el libro como objeto de veneración, a los coleccionistas de
libros, a los que tienen una biblioteca en casa y cada día los mueven de sitio
para que no se aburran (los libros), a los que se les para el tiempo cuando
entran a una librería de viejo. A todos les encantará, 84, Charing Cross Road.
Traducción de 84, Charing Cross Road, de Javier Calzada