Termino de leer El instante de peligro de Miguel Ángel Hernández, finalista del Premio Herralde en 2015, y la novela me deja muy buenas sensaciones. El libro desprende arte por los cuatro costados.
La historia, narrada por
Martín en forma de carta a una mujer llamada Sophie, se va abriendo, cual zoom
literario, para mostrarnos la vida del protagonista. Es un viaje desde el presente
al pasado, en el que hay constantes movimientos espacio-temporales.
El protagonista es
Martín, un profesor de Historia del Arte que regresa al Clark Art Institute de Williamstown, lugar en el que estuvo becado
diez años atrás, para participar en un proyecto artístico.
Se trata un proyecto
vanguardista en el que una artista italiana, Anna Morelli, borra las imágenes
de las fotografías que había dentro de una vieja maleta que encontró en una
tienda de antigüedades. La maleta contenía también cintas de una grabación con
una cámara cinematográfica en la que durante horas aparece siempre la misma
imagen inmóvil. Con esa imagen comienza la novela:
“Lo primero que vi fue la
sombra. Inmóvil, fija, eterna, proyectada sobre un pequeño muro semiderruido
que no levantaba más de metro y medio del suelo. Después presté atención al
paisaje de fondo, el horizonte, el bosque, los árboles espigados y desnudos que
desbordaban el encuadre de la imagen. Nada se movía en la escena. Nada se oía.
Por un momento pensé que el archivo era defectuoso o que mi conexión no
funcionaba correctamente. Pero enseguida advertí que la barra de reproducción
había comenzado a avanzar. El tiempo corría aunque los objetos de la escena no
se desplazaran, aunque todo permaneciera igual después de varios minutos. La
sombra, el paisaje, el muro, el plano. El movimiento parecía haberse frenado
igual que en una fotografía.
Así es como arranca esta
historia, querida Sophie, con la silueta de un hombre detenida sobre una pared
en medio de un bosque, con el movimiento inmóvil de una imagen en blanco y
negro en la pantalla de mi ordenador.”
En este íncipit aparecen las dos líneas maestras
de la novela. Por un lado, la imagen y el arte. Por otro, Sophie y el amor.
“El arte era para mí un
trabajo; no llegaba a emocionarme. No veía ningún mérito en permanecer más de
un minuto frente a un cuadro o una escultura. Los museos me cansaban, me
saturaban, incluso me ponían de mal humor. Y, al final, cada vez que viajaba y
entraba por inercia en esos lugares, acababa en la tienda mirando libros o en
la cafetería pensando en mis cosas y sentado tranquilo. La sola idea de verme
rodeado de gente esperando para mirar me extenuaba. La voracidad y la ilusión
de los demás visitantes arrebataba toda mi curiosidad. Todo para vosotros,
pensaba, a más tocáis, no os privaré del arte que tanto deseáis; yo ya he
tenido suficiente” (p.145)
Paralelamente, Martín
cuenta a Sophie (cuyo lugar es ocupado por el lector) los avatares varios de su
vida amorosa. Martín se desnuda por completo ante ella para rememorar aquella
historia de amor nada convencional que le llevó a conocerla.
El tiempo de la novela
está manejado a la perfección, pues ese zoom al que me refería anteriormente se
va abriendo muy lentamente para que el lector pueda percatarse de la relación
entre los diferentes elementos de la escena que se muestran, de modo que al
tiempo que avanza la investigación sobre las imágenes, la historia de amor de
Martín también avanza, tanto en el pasado como en el presente, para finalmente
cerrar el círculo. Un círculo que se me antoja perfecto.
El instante de peligro bebe de fuentes que me son perfectamente reconocibles.
Por eso me ha gustado tanto. En la novela se intuye la influencia de tres de
mis autores favoritos, que también lo son de Miguel Ángel Hernández, como ha
señalado en más de una ocasión. Se trata de Enrique Vila-Matas, de Roberto
Bolaño y de Paul Auster. Del
primero, como dijo en la conferencia que dio sobre el sobre el autor catalán,
le atrae la forma en que los protagonistas se relacionan con el mundo del arte,
como se apasionan, como se entusiasman, hasta el punto de que el arte cambia
sus vidas. Esta fascinación por el arte se observa en Anna Morelli, para quien
el arte es vida, pero también en Martín, protagonista y alter ego del autor, quien, como historiador del arte, había
perdido esa pasión. No obstante la recupera cuando conoce a Anna y comienza a
participar en su proyecto sobre imágenes borradas.
El intento de encontrar
al artista que grabó esas extrañas imágenes me recuerda a la primera parte de 2666 de Roberto Bolaño, en la que cuatro
filólogos (tres hombres y una mujer) viajan a México en busca de Archimboldi, un
genio de la literatura a quien parece que se ha tragado la tierra. Y también,
cómo no, a la sin par pareja de detectives (salvajes) Ulises Lima y Arturo
Belano que buscan a la célebre desconocida Cesárea Tinajero, fundadora del Real
Visceralismo y autora de uno de los poemas más enigmáticos de la literatura.
Por último, es inevitable no hacer referencia a Paul Auster, sobre todo a El libro de las ilusiones, cuyo protagonista,
el profesor Zimmer, encuentra de nuevo el sentido de la vida tras la investigación
que realiza sobre Hector Mann, un olvidado actor de cine mudo. Precisamente Miguel
Ángel Hernández citó a Vila-Matas y a Paul Auster como sus dos escritores de
referencia, y concretamente El libro de
las ilusiones como su novela favorita de éste último. Doy por sentado que
Roberto Bolaño también es uno de ellos.
De manera que El Instante de peligro nos remite directamente a la obra de estos
tres grandes de la literatura, y Miguel Ángel Hernández se cuela entre ellos de
una forma más que solvente. Para rematar la jugada, la novela fue publicada en Anagrama, la misma editorial en la que publicaron la mayor parte de sus obras Vila-Matas,
Auster y Bolaño. ¿Quién da más?
Gracias al autor por la dedicatoria.
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