lunes, 20 de noviembre de 2017

El instante de peligro, de Miguel Ángel Hernández




Termino de leer El instante de peligro de Miguel Ángel Hernández, finalista del Premio Herralde en 2015, y  la novela me deja muy buenas sensaciones. El libro desprende arte por los cuatro costados.

La historia, narrada por Martín en forma de carta a una mujer llamada Sophie, se va abriendo, cual zoom literario, para mostrarnos la vida del protagonista. Es un viaje desde el presente al pasado, en el que hay constantes movimientos espacio-temporales. 
El protagonista es Martín, un profesor de Historia del Arte que regresa al Clark Art Institute de Williamstown, lugar en el que estuvo becado diez años atrás, para participar en un proyecto artístico. 
Se trata un proyecto vanguardista en el que una artista italiana, Anna Morelli, borra las imágenes de las fotografías que había dentro de una vieja maleta que encontró en una tienda de antigüedades. La maleta contenía también cintas de una grabación con una cámara cinematográfica en la que durante horas aparece siempre la misma imagen inmóvil. Con esa imagen comienza la novela:
“Lo primero que vi fue la sombra. Inmóvil, fija, eterna, proyectada sobre un pequeño muro semiderruido que no levantaba más de metro y medio del suelo. Después presté atención al paisaje de fondo, el horizonte, el bosque, los árboles espigados y desnudos que desbordaban el encuadre de la imagen. Nada se movía en la escena. Nada se oía. Por un momento pensé que el archivo era defectuoso o que mi conexión no funcionaba correctamente. Pero enseguida advertí que la barra de reproducción había comenzado a avanzar. El tiempo corría aunque los objetos de la escena no se desplazaran, aunque todo permaneciera igual después de varios minutos. La sombra, el paisaje, el muro, el plano. El movimiento parecía haberse frenado igual que en una fotografía.
Así es como arranca esta historia, querida Sophie, con la silueta de un hombre detenida sobre una pared en medio de un bosque, con el movimiento inmóvil de una imagen en blanco y negro en la pantalla de mi ordenador.”

En este íncipit aparecen las dos líneas maestras de la novela. Por un lado, la imagen y el arte. Por otro, Sophie y el amor.
 En la primera, entra el trabajo de Martín en el proyecto: debe escribir sobre la imagen. A partir de ahí la novela avanza. ¿Qué lugar es ese? ¿Quién la grabó? ¿De quién es la silueta? ¿Qué significa esa imagen? Los protagonistas se convierten en detectives en busca de la clave que descifre el misterio. En esta búsqueda destacan las interesantes reflexiones sobre el arte, la historia, la memoria o la vida (hablan sobre Walter Benjamin, Didi-Huberman, Mieke Bal, Andy Warhol, Mac Low, Lacan, Robert Walser, Sophie Calle, Cezanne…). Me quedo con esta reflexión de Martín:
“El arte era para mí un trabajo; no llegaba a emocionarme. No veía ningún mérito en permanecer más de un minuto frente a un cuadro o una escultura. Los museos me cansaban, me saturaban, incluso me ponían de mal humor. Y, al final, cada vez que viajaba y entraba por inercia en esos lugares, acababa en la tienda mirando libros o en la cafetería pensando en mis cosas y sentado tranquilo. La sola idea de verme rodeado de gente esperando para mirar me extenuaba. La voracidad y la ilusión de los demás visitantes arrebataba toda mi curiosidad. Todo para vosotros, pensaba, a más tocáis, no os privaré del arte que tanto deseáis; yo ya he tenido suficiente” (p.145)
Paralelamente, Martín cuenta a Sophie (cuyo lugar es ocupado por el lector) los avatares varios de su vida amorosa. Martín se desnuda por completo ante ella para rememorar aquella historia de amor nada convencional que le llevó a conocerla.

El tiempo de la novela está manejado a la perfección, pues ese zoom al que me refería anteriormente se va abriendo muy lentamente para que el lector pueda percatarse de la relación entre los diferentes elementos de la escena que se muestran, de modo que al tiempo que avanza la investigación sobre las imágenes, la historia de amor de Martín también avanza, tanto en el pasado como en el presente, para finalmente cerrar el círculo. Un círculo que se me antoja perfecto.



El instante de peligro bebe de fuentes que me son perfectamente reconocibles. Por eso me ha gustado tanto. En la novela se intuye la influencia de tres de mis autores favoritos, que también lo son de Miguel Ángel Hernández, como ha señalado en más de una ocasión. Se trata de Enrique Vila-Matas, de Roberto Bolaño y de Paul Auster. Del primero, como dijo en la conferencia que dio sobre el sobre el autor catalán, le atrae la forma en que los protagonistas se relacionan con el mundo del arte, como se apasionan, como se entusiasman, hasta el punto de que el arte cambia sus vidas. Esta fascinación por el arte se observa en Anna Morelli, para quien el arte es vida, pero también en Martín, protagonista y alter ego del autor, quien, como historiador del arte, había perdido esa pasión. No obstante la recupera cuando conoce a Anna y comienza a participar en su proyecto sobre imágenes borradas. 
El intento de encontrar al artista que grabó esas extrañas imágenes me recuerda a la primera parte de 2666 de Roberto Bolaño, en la que cuatro filólogos (tres hombres y una mujer) viajan a México en busca de Archimboldi, un genio de la literatura a quien parece que se ha tragado la tierra. Y también, cómo no, a la sin par pareja de detectives (salvajes) Ulises Lima y Arturo Belano que buscan a la célebre desconocida Cesárea Tinajero, fundadora del Real Visceralismo y autora de uno de los poemas más enigmáticos de la literatura. Por último, es inevitable no hacer referencia a Paul Auster, sobre todo a El libro de las ilusiones, cuyo protagonista, el profesor Zimmer, encuentra de nuevo el sentido de la vida tras la investigación que realiza sobre Hector Mann, un olvidado actor de cine mudo. Precisamente Miguel Ángel Hernández citó a Vila-Matas y a Paul Auster como sus dos escritores de referencia, y concretamente El libro de las ilusiones como su novela favorita de éste último. Doy por sentado que Roberto Bolaño también es uno de ellos. 

De manera que El Instante de peligro nos remite directamente a la obra de estos tres grandes de la literatura, y Miguel Ángel Hernández se cuela entre ellos de una forma más que solvente. Para rematar la jugada, la novela fue publicada en Anagrama, la misma editorial en la que publicaron la mayor parte de sus obras Vila-Matas, Auster y Bolaño. ¿Quién da más?






                                                    Gracias al autor por la dedicatoria.



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