viernes, 10 de noviembre de 2017

Ciclo perfiles: Enrique Vila-Matas. Teatro de variedades. Episodio III


Finaliza esta  trilogía con el relato de la conferencia que dio Enrique Vila-Matas el pasado 31 de octubre en el Espacio O del Centro Párraga de Murcia, cerrando el seminario organizado por CENDEAC. (Ver Episodio I y Episodio II)

Martes. 20:00 horas. Segunda (y última) jornada. Cientos de niños disfrazados de monstruos pululan por la plaza que hay fuera del auditorio. Desde dentro se escuchan risas, gritos y petardos. Hoy el protagonista es el propio Vila-Matas, que entra puntual a la cita acompañado por Fernando Castro Flórez, quien hace la presentación correspondiente en medio del petardeo. El recinto está lleno de lectores (al menos eso creo) de Vila-Matas. Comienza la charla que lleva por título Teatro de variedades. Con la voz de Vila-Matas, cesan las explosiones.

Habla de sus inicios como conferenciante. Dice que prefiere escribir en casa, en solitario, y que lo de las conferencias ligadas al oficio de escritor las descubrió cuando ya había publicado cinco o seis libros. La primera de ellas fue en Castelldefels, y en aquel momento estaba escribiendo Suicidios ejemplares, de modo que comenzó diciendo de que hablaría del suicidio, pero aclarando al público que en aquel momento no tenía pensado suicidarse. Al final de la conferencia, una señora del público intervino recordando que había dicho que no tenía pensado suicidarse, sin embargo, había estado fumando durante toda la conferencia. Ahí empezó a sospechar que la gente que se sentaba en la parte de atrás solía decir cosas muy raras en las conferencias. Otra de las conferencias que recuerda tuvo lugar en el Escorial. En ella, un señor del público le preguntó que cuando pensaba desaparecer. Vila Matas le preguntó que si se refería físicamente o en el texto, a lo que el señor le respondió “me da igual”. Esa pregunta del público le llevó a escribir Doctor Pasavento, que es una reflexión sobre la desaparición del sujeto en occidente.

Dice Vila-Matas que tenía previsto leer la conferencia titulada Bastian Schneider (en la que suele participar la artista francesa Dominique González Foerster), publicada por Seix Barral junto a Doctor Pasavento, y que está siendo el origen de un libro que está escribiendo ahora. Sin embargo, tras leerla en el hotel ha decidido cambiar de planes. Es lo interesante del Teatro de variedades, que te permite variar, señala.  De modo que lee un cuento que publicó en prensa titulado No leeré más e-mails. Es un relato que no conocía. El cuento está publicado en El País el día 22 de agosto de 2013. No tiene desperdicio, aunque me gustó más leído por el propio autor.

No leeré más e-mails

 “Eric Satie no abría nunca las cartas que recibía, pero las contestaba todas. Miraba quién era el remitente y le escribía una respuesta. Cuando murió, encontraron todas las cartas por abrir, y algunos amigos se lo tomaron a mal. Sin embargo, no era para enfadarse. Cuando publicaron las cartas juntamente con sus respuestas, el resultado fue muy interesante. “Esa correspondencia es fantástica porque todos ahí hablan de cosas distintas y, por supuesto, esa es la esencia del diálogo”, comentó Ricardo Piglia.
Este verano me embarqué en el velero Zacapa, un Frers Dorado 36, bautizado con nombre de ron por el color de su madera. Dos expertos navegantes —uno es publicista y dueño del barco y el otro es un escritor amigo— me permitieron subir a bordo en el puerto de Marsella, la ciudad donde con gran vorágine he pasado los últimos meses escribiendo mi última novela y metiéndome en líos indeseables.
Debo decir que en ningún momento me obligaron a colaborar en los trabajos del Zacapa, aunque, al parecer, viendo que no arrimaba el hombro para nada y solo me limitaba a espiar sus diálogos en alta mar, hubo momentos en que los dos sintieron deseos de tirarme por la borda.
Finalmente, me dejaron en un hotelito en la bahía de Nora, al sur de Cerdeña, junto las ruinas del poblado fenicio de Pula. Llevo aquí cinco días entre la playa y la piscina y la visita obsesiva a las ruinas, que son sin duda lo más interesante de los alrededores.
El wifi del hotel ha funcionado de forma tan irregular que me ha desquiciado. Como venganza, pero también como juego de despedida y guiño a Satie, voy a homenajear hoy a la verdadera esencia de todo diálogo respondiendo e-mails que me han llegado durante las vacaciones y que no he leído ni pienso leer.
Al e-mail 1 (un gran amigo) le he respondido que no somos tan cabrones y que la prueba está en que algunos figurones literarios deben más de uno de sus éxitos a que nos ha dado apuro parecer envidiosos.
Al e-mail 2 (sospecho que un entrevistador) le he respondido que hay una escritora, Elisabeth Robinson, que a la cuestión de si es autobiográfica o no su obra narrativa siempre contesta: “Sí, el diecisiete por ciento. Siguiente pregunta, por favor”.
Al e-mail 3 le he recomendado no leer a los que tratan de imponer algún tipo de escritura excluyendo a las demás, porque es de mendrugos no defender que han de existir múltiples formas de literatura, tantas como formas de vida.
 Al e-mail 4, el entrenador del Bayern, (en la conferencia lo actualiza y habla del entrenador del Manchester City) le he escrito diciéndole que los críticos presumidos sólo mejoran cuando están morenos.
Al e-mail 5 le he confiado que en Marsella soñé todo el rato que encontraba en la calle balas sin detonar.
Al e-mail 6 (editor en crisis que solo ha defendido intereses comerciales y nunca intelectuales) le he insinuado que en la adversidad conviene muchas veces tomar por fin un camino atrevido.
 Al e-mail 7 le he dicho que me habría gustado refugiarme un año entero en París o en Nueva York y huir de los capullos de mi tierra, pero ya es tarde para todo.
Al e-mail 8 (remitente de naturaleza envidiosa) le he contado que no iba a tardar nada yo en untar de mantequilla una tostada.
Al e-mail 9 le he dicho que la verdad tiene la estructura de la ficción.
Al e-mail 10 le he explicado que no me molestaría conocer Abu Dabi si pudiera volver el mismo día.
Al e-mail 11 le he dicho que entre mis autores preferidos están David Markson y Flann O’Brien, y todos los autores preferidos por Markson y O’Brien, y todos los autores que estos, a su vez, preferían.
Al e-mail 12 le he escrito como si le estuviera enviando una carta postal: De vacaciones en Cerdeña. Ruinas y luna llena. Comida espectacular. Me he negado a hacer amigos. Abrazos.
Al e-mail 13 le he contado que me he cansado ya de esperar, de emprender, de lograr, de abrochar y desabrochar, de perseverar, de insistir.
Al e-mail 14 (un escritor principiante) le he dicho que no leo nada por miedo a encontrar cosas que estén bien.
Al e-mail 15 le he explicado que he podido confirmar que es cierto que cuando miras al abismo, el abismo también te mira a ti.
Al e-mail 16 le he contado que la mayor discusión de mi vida la tuve en Soria y duró dos días y llegó a ser violenta: discutí sobre cómo se pronunciaba Robert Mitchum.
Al e-mail 17 le he confirmado que Norma Jean Baker se mató.
Al e-mail 18 le he recordado que todo permanece pero cambia, pues lo de siempre se repite mortal en lo nuevo, que pasa rapidísimo.
Cuando iba a cerrar el ordenador, ha entrado desde Marsella in extremis el e-mail19, al que he contestado que no voy a pagarle mi deuda y que lo siento pero voy con prisas, porque salgo de inmediato hacia las ruinas de Pula, donde —ya sabrá disculparme— lo he dispuesto todo para esta noche suicidarme.
Tal vez me envíe otro correo. Da igual. Entiéndaseme, es algo serio y yo sé que definitivo: no leeré más e-mails”.






Continúa la conferencia hablando de una entrevista que le hicieron para a una revista inglesa. Le preguntaron por sus cinco libros favoritos y trató de no caer en lugares comunes para desconcertar al entrevistador. Sus cinco libros (algunos inexistentes) fueron La biblioteca invisible; Catálogo razonado de libros inencontrables (sobre dónde encontrar los libros inencontrables de Perec o de Bolaño); un libro citado por Laurence Sterne en Tristram Shandy sobre la importancia de las narices humanas, La nueva enciclopedia de Alberto Savinio (hermano del pintor surrealista Giorgio de Chirico) publicado por Acantilado, una joya que ha tenido mala suerte por la escasa originalidad título. Finalmente menciona La siesta de M. Andesmás de Marguerite Duras, una novela que pone nervioso a cualquiera pero que fue importante para él. Es un libro que te gusta o lo detestas. Cuando lo escribió lo mandó a leer a Sartre y a Beauvoir y le respondieron que no entendían nada. Eso era una buena señal, dice Vila Matas, porque Duras estaba escribiendo algo nuevo.

Habla de los años en que conoció a Margarite Duras en París, cuando fue su casera a la que intentaba evitar porque llevaba varios meses sin pagarle al alquiler. Ésta y otras muchas historias las recoge Enrique Vila-Matas en su inolvidable París no se acaba nunca, inolvidable porque fue el libro que utilicé como guía de viaje en la visita que hice hace unos años a la capital francesa.
Lee un texto que le encargaron sobre el riesgo (en literatura) titulado Impón tu suerte, (es un verso de un poema de René Char). También es el título de un libro que aparecerá en abril del próximo año en la editorial Círculo de Tiza con artículos no publicados en libro. Me da tiempo a escribir las primeras frases que lee. “Un escritor es un tipo que se quita los guantes, dobla la bufanda, menciona la nieve, nombra la guerra, se frota las manos, mueve el cuello, cuelga el abrigo y va más allá. Se atreve a todo. Si no se atreve a todo no será jamás un escritor”. Dejo de escribir y pongo atención a la intensidad con que lo lee. Es fantástico. Una verdadera declaración de intenciones de Vila-Matas. Cuando llego a casa busco en internet por si estuviera publicado en alguna revista o periódico y, ¡bingo!, ahí está, en la Revista de la Universidad Autónoma de México. Lo releo y veo a Vila-Matas. Es él, en estado puro. Un manifiesto que debería leer cualquier persona que intente dedicarse (o se dedique) al oficio de escribir.

Impón tu suerte

 “Un escritor es un tipo que se quita los guantes, dobla la bufanda, menciona la nieve, nombra la guerra, se frota las manos, mueve el cuello, cuelga el abrigo y va más allá y se atreve a todo.
Si no se atreve a todo, no será jamás un escritor.
La estirpe de los gladiadores no ha muerto. “Todo artista lo es”, escribió Flaubert. Y he aquí unas palabras en las que tengo una fe absoluta. Creo que sin fe no se hace nada en la vida. Tengo fe en el arte, y me gusta mucho el verbo creer. En general, cuando alguien dice “sé”, es que no sabe, sino que cree. Creo —como creía Duchamp— que el arte es la única forma de actividad por la que el hombre como tal se manifiesta como verdadero individuo. Y también creo que sólo gracias a esa actividad puede ese hombre superar plenamente el estadio animal, porque el arte es una salida hacia regiones donde no dominan ni el tiempo ni el espacio. Vivir es creer que el arte es la forma más alta de la existencia. Pero, para creer en esto, hay que ser conscientes de que riesgo y arte, riesgo y literatura, van de la mano. Y no olvidarse nunca de que, como decía Derrida, todopoemacorreelriesgode carecer de sentido, y no sería nada sin ese riesgo.
La primera vez que leí esa frase, la entendí a la primera. Pero me di cuenta de que me faltaba saber cómo podía exponerse uno de verdad escribiendo. Porque me parecía obvio que en caso de arriesgarse había que hacerlo de verdad.
Por los mismos días, leí a Michel Leiris y fue providencial. Exponerse al escribir, según Leiris, era tratar de estar a la altura de un torero cuando salta a la plaza; es decir, tratar de “introducir por lo menos la sombra de un cuerno de toro en una obra literaria”.
Empecé a detectar escritores que, al escribir, se la jugaban. Toda la vida los he detectado, y eso me ha ayudado a discernir entre artistas y no artistas. El último que detecté fue Mario Levrero: “No me fastidien con el estilo ni con la estructura: esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida”.
Fue justo al empezar la década de los noventa cuando una sombra de cuerno empezó a introducirse en lo que hacía. Mientras escribía Suicidios ejemplares fui consciente de que estaba trabajando en la propuesta deliberada de una obra aparentemente extraña, que debía crear unos lectores que en aquel momento no existían. Recuerdo que quería inscribir en un hipotético escudo de armas literarias este lema salido de unos versos de René Char: “Impón tu suerte, abraza tu felicidad y ve hacia tu riesgo. Al mirarte, se acostumbrarán”.
En esos versos está encerrada toda mi vida como escritor. No inscribí lema alguno en mi escudo, pero el lema lo llevé a la práctica nada más decidir que impondría mi suerte, mi carácter, mi destino, mi oportunidad de salir al ruedo, mi estilo, mi idea de lector nuevo, mi idea de una literatura distinta, mi idea de poner algo patas arriba, mi idea de quitarme los guantes, doblar la bufanda, mencionar la nieve, nombrar la guerra, frotarme las manos, mover el cuello, colgar el abrigo, ir más allá y atreverme a todo.
No lo dijo Bolaño, pero imagino que una noche habría podido decirlo: Si vas a intentarlo, que sea a fondo. Si no, mejor que ni empieces. Puede que lo pierdas todo, hasta la cabeza. Puede que sea todo una prueba de resistencia para saber que puedes hacerlo. Y lo harás. A pesar de los momentos horribles, será mejor que cualquier otra cosa que hayas imaginado. Te sentirás a solas con los dioses, y cabalgarás la vida hasta la risa perfecta. Es la única batalla que cuenta.
Como en cada texto empecé a jugármela, no paré de recibir palos considerables. Palos en las ruedas, palos en las manos que escribían. Palos españoles. “¿Así que no os gusta? Pues ahora vais a tener que leer más cosas por el estilo, pero subiendo más el tono, atreviéndome a más, voy a imponer mi oportunidad”, me decía yo. No puedo ocultar aquí que el motor de mi obra lo han alimentado esencialmente mis detractores. Aún hoy, cuando me miran o cuando escriben sus limitadas reseñas, veo que no se han acostumbrado.
En los países felices hay menos detractores, comprenden mejor los riesgos y entienden que he ido a la escuela de la vanguardia y que a fin de cuentas la mayoría de los novelistas contemporáneos que me interesan han ido a esa misma escuela y no a la de la sociología de la literatura. ¿O no es significativo que el libro más ambicioso de Gide fuera una novela sobre la escritura de una novela, y que Ulises y Finnegans Wake parezcan por encima de todo —como ha dicho Clement Greenberg— la reducción de la experiencia a la expresión por la expresión, una expresión que importa mucho más que lo expresado? ¿Acaso cometimos delito al inyectar a la narrativa una superior conciencia de la historia?
Quien mejor ha definido la relación del arte con el poder en España es Adolpho Arrietta, el siempre joven amigo de mis años de París. En el espléndido retrato que le hace Antonio Lucas en Vidas de santos, se citan unas palabras suyas a Filippo Lubrano:
Para mí, España es una ilusión, una ilusión embustera. Una invención de los medios. No ha habido ninguna superación, ningún milagro. Es una mierda invivible para cualquiera que quiera hacer arte.
Ni qué decir tiene que para mí en Cataluña sucede otro tanto. Con el agravante de que con el tiempo los riesgos que uno toma por su cuenta parecen haberse vuelto más peligrosos todavía. De joven, el fracaso, que va proporcionalmente unido al riesgo que hayas tomado, es soportable. Pero más adelante, el panorama que te ofrece el país de la mierda invivible se ensombrece cuando uno observa que los cuervos aún confían en presionarte lo suficiente para que no te atrevas en tu próximo libro a arriesgarte; es decir, para que cada vez tengas más terror a probar algo diferente. ¡Es tan raro todo! Los cuervos te reiteran a cada instante que no te atrevas a dar el triple salto mortal y te recuerdan que aún estás en el país en el que más se castiga a los que tratan de hacer una obra fuera de ellos. Si caes en la trampa de estos paisanos estarás perdido para siempre, porque lo que ellos buscan precisamente es que, al frenar tu pasión por el riesgo, demuestres que no eras nada sin ese riesgo. Barcelona, 25 de enero de 2016”.





Seguidamente, Enrique Vila-Matas lee un texto titulado Modo avión, publicado precisamente hoy en El País. Curiosamente es un artículo que leí anoche antes de dormir. Serían poco más de las doce y ya estaba publicado. Incluso anoté en mi cuaderno las palabras con las que termina. De modo que lo tengo fresco en la memoria. Ahora lo escucho en la voz de Vila-Matas:

Modo avión

 “Leí que la crisis catalana estaba generando problemas psicológicos y los médicos recomendaban el móvil en “modo avión” para desconectar de vez en cuando de la realidad y “dedicarse, por ejemplo, a leer algún libro”. Y ni qué decir tiene que juzgué atinado ponerse a leer en pleno fragor de la batalla. Después de todo, hay una gran literatura que está pensada, no para leerla con una lámpara cayendo sobre la cama, sino con el resplandor mismo de la pólvora. Ahora bien, me pareció que detrás de esa bondadosa recomendación a leer “algún libro” había alguien subestimando, una vez más, la fuerza de la literatura. Nada, por lo demás, demasiado extraño cuando los mismos cerebros de las campañas de promoción de la lectura se dejan luego caer por los bares preguntándose para qué sirve la literatura habiendo tantas múltiples ofertas culturales que compiten con ella. Y alguno incluso viene y te recuerda que a la dichosa materia literaria la dimos por vana y por culpable después de Auschwitz.
A los que les gustaría hundir ya del todo a la literatura habría que recordarles, por ejemplo, que la obra de Beckett, con su indagación infatigable sobre la miseria humana, vino a demostrar después de Auschwitz que la literatura, más allá de cualquier delirio de poder, seguía teniendo vida y recorrido propio. No hace mucho, Antoine Compagnon se preguntaba si podía existir homenaje más alto a la literatura que el de Primo Levi, en Si esto es un hombre, contando la Divina Comedia a su compañero de Auschwitz: “Para vida animal no habéis nacido / sino para adquirir virtud y ciencia”.
No sé bien por qué he ido a parar a Dante. Pero, como dice Maria Gaínza en su excepcional El nervio óptico (Anagrama), “supongo que siempre es así: uno escribe algo para contar otra cosa”.
Voy en “modo avión” volando hacia Alicante, donde me espera un coche que me llevará a Murcia. Intento alejarme del estrés de los últimos días y para matar el tiempo imagino que mi vecino de asiento quiere saber si la literatura no es algo que pertenece a otra época. Ha llegado el momento de proteger la cultura literaria de tanto desprecio, le respondo secamente. Y sé que, a partir de ahora, planeando en silencio otras posibles respuestas al vecino, voy a estar entretenido el resto del vuelo. No hay como ponerse uno mismo en “modo avión” dentro de un avión. La literatura, pienso, sirve para matar el tiempo y en esto no puede haber nada malo. Pero es que, además, permite expresar el “malestar de la cultura” a la vez que nos dota de una visión que trasciende las limitaciones de la vida cotidiana. La literatura sirve para exponer la corrupción del lenguaje que propicia el poder. Y, por si fuera poco, nos hace sensibles al hecho de que los otros son muy diversos. La literatura es veneno para los xenófobos. Y hay muchas más cosas que solo ella puede darnos, y que Ítalo Calvino enumeró con especial acierto. En realidad –miro ahora al vecino– solo la lectura atenta y constante proporciona y desarrolla plenamente una personalidad autónoma”.






Para terminar la conferencia, habla de la artista francesa Sophie Calle y del relato Porque ella no me lo pidió, publicado en su libro Exploradores del abismo en 2007. Es un cuento largo (61 páginas) y es el relato central del libro. Porque ella no me lo pidió está dividido en tres actos, en los que el autor viaja de la realidad a la ficción y viceversa dejándonos totalmente descolocados, como suele hacer. En él reflexiona sobre la relación que hay entre el arte y la vida a partir de una propuesta que le hace Sophie Calle a un escritor para realizar un proyecto en el que ella viviría lo que él escribiera. En el relato se narra el origen del proyecto a partir de una llamada de Isabel Coixet que pone al escritor en contacto con la artista francesa, con quien se reúne posteriormente en el café Flore de París para hablar del asunto. El escritor se entusiasma con la propuesta y le envía un relato titulado El viaje de Rita Malú (primer acto). La propuesta consiste en viajar a la isla portuguesa de Pico, en las Azores, y fotografiar al fantasma que habita en la casa de un escritor (que es él mismo). Pero Sophie no responde, y esta falta de respuesta paraliza al escritor que no puede continuar escribiendo hasta que la artista cumpla su parte del trato. Pasa el tiempo y el proyecto sigue sin avanzar a pesar de los intentos del escritor para que Sophie Calle reaccione. El escritor sigue paralizado. Hasta que, a la vuelta de un viaje a Buenos Aires, sufre un colapso que casi acaba con él. Ya en el hospital, mientras se recupera, lee lo que había escrito sobre el proyecto en un diario y descubrimos que no conoce personalmente a Sophie Calle y que todo ha sido una invención del escritor. Entonces, en un giro vilamatiano, aún convaleciente decide hacer el proyecto realidad, pero con él mismo. Debe conseguir que Sophie Calle le proponga el proyecto aunque sea de una manera impostada.  Y lo hace a través de un amigo de ella, Ray Loriga, quien tras escuchar los delirios del escritor, accede a participar en el juego de la literatura hecha vida. De modo que lo que el escritor había inventado sobre el proyecto, comienza a suceder cuando recibe una llamada de Sophie Calle. Y de nuevo se repite el encuentro en el café Flore, ésta vez en la realidad, con algunas diferencias accidentales, como la de los dos whiskys que toma en el café Bonaparte, que en la realidad se convierte en dos botellas de agua con gas, o la del encuentro con el personaje que lo invita a ir a alcohólicos anónimos, que en la realidad se transforma en un artista español retirado que vagabundea por las calles de París preguntando a todo el mundo si no se acuerdan de él. Y una vez en el café Flore, cuando Sophie Calle le propone convertir la literatura en vida, el escritor responde: “No, no quería dar un paso más en el abismo del vacío y trasladarme de la literatura a la vida. Es más no deseaba dejar mi escritura en brazos de ese tenebroso agujero que llamamos vida” (p. 275) Y ahí deja a Sophie, con un cara de circunstancias, vengándose así de que en el relato inventado fuese ella quien lo hubiera dejado a él paralizado.



Vila-Matas cuenta en la conferencia que la realidad fue otra. Y es que la parte inventada del relato es la parte real de la historia, mientras que la parte real del relato se la inventó. Lo de Isabel Coixet fue real. Lo de Ray Loriga no. Dice que incluso le envió en relato a Sophie Calle para que lo leyera, pero cuando se encontró con ella posteriormente,  le dijo que lo había dejado porque le aburría.  Comprensible, dice un Enrique Vila-Matas algo dolido. Sin embargo, el (¿fallido?) proyecto con Sophie Calle le sirvió para conocer a su actual partenaire artística, Dominique González Foerster, artista con quien colabora en los últimos años, y compañera de la conferencia titulada Bastian Schneider, cuya próxima aparición será en Lisboa el 25 de noviembre.




Termina la conferencia, pero nadie se quiere ir. Ha sido fantástica. El público quiere un bis. De modo que alguien le pregunta por su relación con Roberto Bolaño. Explica que lo conoció cuando su mujer, Paula de Parma (a quien dedica todas sus novelas), daba unas clases en Blanes y le dijo que allí había un escritor chileno. Sin más. Y que coincidieron en un evento en el que iba con su hijo Lautaro y Bolaño lo reconoció. Comenzaron a hablar y la charla terminó en la casa de Roberto Bolaño. Dice también que fue él quien le animó a terminar su novela El viaje vertical. Dice que desprendía un entusiasmo contagioso por la literatura. Y que se creció cuando publicó Estrella distante. Que perdió energías criticando a otros escritores como Muñoz Molina. Y que nadie esperaba que muriera. Dice también que Roberto Bolaño no se hubiera imaginado que su obra se convertiría en referencia mundial.
Otra persona del público le pregunta qué queda cuando desaparece Doctor Pasavento en la novela. Vila-Matas se encoge de hombros y pone cara de póquer. El universo, dice.
Fin de la charla.





Epílogo. Hago cola con Mac y su contratiempo bajo el brazo para que lo firme Enrique Vila-Matas. Aprovecho la ocasión para matar dos pájaros de un tiro atracando a mano armada a Miguel Ángel Hernández, que está también por allí, y  me llevo su novela El instante de peligro también dedicada. Dile a Vila-Matas que te la firme él, me dice entre risas. Y pienso que habría sido un buen final. Regreso a casa más contento que unas pascuas.







2 comentarios:

  1. La de material que me llevo de esta visita, Juan Carlos. De Vila-Matas tan solo he leído "París no se acaba nunca", sé que es poco, casi nada, pero conozco parte de su obra por reseñas y conversaciones con amigos "vilamatianos".
    Me parece que has aprovechado la conferencia al cien por cien y te agradezco que lo compartas. Tengo varias ideas para rumiar, así que no me extiendo más: mejor aprovecho este ratillo leyendo los hipervínculos que has incluido en el post.
    Yo también soy de los que anota todo en las conferencias, me gusta dedicarle un rato después porque en este mundo de estímulos constantes todo se disuelve tan rápido...
    Un abrazo.

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    1. Hola Gerardo.
      Es cierto que hoy por hoy apenas si da tiempo a disfrutar de algo porque en cuanto se termina ya estamos en otra cosa. Por eso me gusta escribir en el blog, porque me obliga a pensar y escribir sobre lo que he leído. En el caso de la conferencia llevo más de una semana con ella en la cabeza, leyendo notas y releyendo textos de Vila-Matas, por ejemplo el relato “Porque ella no me lo pidió”, que lo he vuelto a leer y lo he disfrutado mucho más que la primera vez.
      Me gusta Vila-Matas porque es un apasionado de la literatura. Siguiendo con la idea de Miguel Ángel Hernández, Vila-Matas da vida a la literatura dentro de la literatura. Hace que la literatura funcione porque sus personajes la viven y son transformados por ella. Es una especie de Don Quijote que en vez de llevarla a la práctica en la vida real, la lleva a la práctica dentro de la propia literatura, dentro de sus novelas, y de esta manera nos contagia a los lectores, animándonos a seguir leyendo, a seguir viviendo la literatura. Porque vemos que la literatura funciona, porque vemos que es importante para la vida. Y lo dejo ahí que parece que estoy haciendo de Mac repitiendo la conferencia de Miguel Ángel Hernández. Intentaré ir a otra cosa, que me estoy percatando mientras escribo que Vila-Matas me tiene abducido.
      Un abrazo vilamatiano.

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